El “caso curioso” de la exposición sobre la identidad americana en el reciente Meeting de Rímini. En lugar de comentar y explicar, la propuesta era la de sumergirse en una experiencia. ¿El resultado? En algunos, malestar. Otros empiezan a mirar su vida con cierta ternura, otros comprenden mejor lo que viven...
«Aquí hay algo sorprendente, inesperado», escribe Marco, astrofísico en Roma, al recordar la exposición que acaba de ver en la cuadragésima edición del Meeting de Rímini. Burbujas, pioneros y la chica de Hong Kong: ya la curiosa combinación de estos tres elementos en el título entraba en el corazón de la propuesta de esta extraña muestra. Porque no era ante todo un recorrido que explicar, sino que experimentar. Pedía dejar a un lado por un momento el ímpetu por “encontrar el hilo lógico" de las cosas, que a veces corre el riesgo de impedirnos ver.
La exposición, un viaje experiencial en busca de la identidad americana a través del relato de sus protagonistas, se desarrollaba en cuatro espacios: pioneros y astronautas, esclavitud y 11 de septiembre, la burbuja, y la chica de Hong Kong. En cada sala, un itinerario de música, voces e imágenes sumergía al visitante en las historias de hombres y mujeres que los actores narraban por los auriculares.
Al visitante se le pedía ante todo mirar. ¿Cómo? «El desarraigo de toda secuencia cronológica», continúa Marco, «me sacó de un sopor que ni siquiera percibía antes: pensar que más o menos “sabes ya las cosas" y por tanto mirarlas en un régimen de interés reducido, de curiosidad amortiguada».
Los guías que acompañaban a los grupos no explicaban el recorrido. Con unos breves apuntes al principio, sencillamente animaban a cada uno a estar, a sumergirse con sus propias preguntas en los encuentros con los personajes, a conocer por sí mismos. Sin la preocupación de captarlo o retenerlo todo, sino de dejarse herir por algo. Dejando todo a la libertad de cada uno. «Inicialmente», cuenta Alessia, «me invadió una sensación de malestar porque no entendía los nexos, la estructura, ciertas opciones... Para mí, acostumbrada a esperarlo todo digerido y explicado, ha sido realmente interesante darme cuenta de cuánto me cuesta intentar hacer otro trabajo.
Estar delante yo misma, con mis dramas y mi historia, dejando resonar en mi experiencia humana esas palabras, imágenes y sonidos. Cuando empecé de Hong Kong", a estar con todo mi ser, la muestra empezó a hablarme, a hacerme compañía. Era necesario el contragolpe inicial del malestar por no entender para que sucediera otra cosa. Para que, como Richard Cabral, el antiguo gánster de Los Ángeles cuya historia se cuenta en la última sala, pudiera decir: “Dios mío, te pido que arranques la piedra que hay en mi corazón"».
Desde los pioneros que a mediados del XIX se aventuraron hacia el infinito Oeste hasta los primeros astronautas que pisaron la luna. De los esclavos negros cruelmente torturados a los neoyorquinos que aquel 11 de septiembre de 2001 asistieron impotentes al escalofriante espectáculo de doscientas personas tirándose de las Torres Gemelas. Los eventos y protagonistas presentados en las salas no seguían un criterio cronológico ni exhaustivo. Más bien eran flashes que se sucedían de manera insólita, invitando a mirarlos por los destellos que ofrecían, más allá del tiempo y del espacio.
Las gigantografías de rostros y miradas donadas por el famoso fotógrafo Lee Jeffries, los videos time-lapse de Randy Halverson, campesino de día y fotógrafo de estrellas por la noche, la música compuesta para la muestra, las voces y el espacio, las luces y las sombras, todo estaba pensado para concurrir al encuentro y a la identificación con esos hombres y mujeres. El estupor ante la maravilla de la Vía Láctea girando por una pantalla de 23 metros en la sala de los pioneros hacía sentir muy fácilmente la “voz de la soledad" de la que habla William Butler al describir las estrellas en la pradera que “desde lo alto miran, en infinito silencio, sobre un silencio casi igualmente intenso".
Y el sentido espiritual que canta el esclavo en la grabación de archivo que abría la sala sobre la esclavitud te hacía entrar en el dolor del pequeño Jim, arrancado de su madre para ser vendido a su amo, John.
Para narrar un país, los Estados Unidos de América, construido no como una idea sino por la maduración de la experiencia personal de hombres y mujeres que con sus decisiones le han ido dando forma, se optó por escuchar directamente sus voces: cartas, textos y testimonios personales de presidentes y astronautas, esclavos, madres de familia y campesinos. Como si fuéramos invitados a una cena donde una decena de personas están hablando entre sí. En vez de tener a alguien que te cuente su diálogo y trate de explicarte lo que cada uno de los comensales pretende decir y por qué, sencillamente te introducen para que puedas asistir a su conversación. Acostumbrados como estamos al comentario y al análisis, un enfoque de este tipo parece extraño. «Me hace salir de los binomios habituales de lo que me espero», observa el visitante de Roma. Pero luego «finalmente algo se enciende en mí y me dice: “Atento, mira lo que sucede, apaga tus pensamientos y limítate a mirar, Marco". Así las incrustaciones se funden y la verdadera curiosidad retorna. El corazón es alcanzado con mayor facilidad y algo permanece. Permanece el estupor, y eso no se puede eliminar».
Un estupor por algo nuevo que sucede, y que por tanto no cansa. Como cuenta Manu, una de las guías, que se pregunta por qué oír una y otra vez el audio de la muestra, en vez de convertirse en una pesadez, ha supuesto para ella una novedad continua. «Invitando al otro a hacer su camino, yo misma me obligaba a hacerlo en primera persona, descubriendo en cada esquina un fragmento distinto. Como si cada vez me pusiera delante de mí misma, sin rebajas, apartando todo a un lado y dejando solo mi doliente ser: “Tú eres esta necesidad, tú eres este deseo, tú eres esta nostalgia"». Tanto que Elena, otra guía, para recordar esas palabras que «no me dejaban en paz ni siquiera la vigésima vez», pasó en la última visita a repetir de memoria las frases, «para que permanecieran grabadas en mi corazón también los días siguientes». «Durante las visitas», continúa Elena, «lo que me ayudaba a entrar en los textos era mirar a los visitantes, que escuchaban en silencio por los cascos los textos y la música de la exposición. Yo también me he conmovido muchas veces al verlos conmoverse a ellos. Y me han ayudado con sus preguntas y objeciones», que eran muchas, y que salían con fuerza en las conversaciones al terminar la visita. El impacto de las palabras escuchadas era distinto en cada uno. Un punto decisivo de la muestra es la distinción, totalmente americana, entre loneliness, el dolor de la soledad, y solitude, un alejarse, físico o metafórico, para poder oír mejor la propia voz interior. Esto hirió a Jonathan, que por su trabajo y sus circunstancias está muchas veces solo, «como una incómoda e inesperada provocación. Se ha abierto paso en mí la hipótesis de que en el fondo de esta loneliness que siempre me horroriza haya una posibilidad de esperanza, que esté lo divino». Federica quedó fascinada por la historia del gánster Richard Cabral, cómo habla de las relaciones con su banda, su “nueva familia". Hermanos a los que pide que le protejan con la esperanza de que levanten «un muro de piedra, un estrato tras otro, alrededor de mi corazón atormentado hasta que quede impenetrable, seguro, safe. Por fin algo duradero». Asombrada, descubre que en el origen de ese deseo de revestir su corazón de piedra, deseo que tantas veces sorprende en sí misma, no solo hay traición y desilusión; también la necesidad de una roca sobre la que poder pisar firmemente. «Esto ha cambiado la manera de mirarme a mí misma las veces en que querría escaparme y encerrarme en mi refugio, a salvo. Ha permitido que mire todo esto con menos desprecio y con más ternura».
Cristiano se descubre descrito por la tortuga Bert, que ante los peligros se acurruca dentro de su caparazón, es la protagonista de los dibujos animados proyectados en la tercera sala, el salón americano de los años cincuenta que evoca la experiencia de la burbuja, del espacio seguro. Sin embargo, ante los encuentros narrados en las historias de la última sala, intuye que no es posible salir “del salón americano" solo por haber entendido que conviene hacerlo. «Debe haber un punto real y carnal que me haga salir. Entonces debo mendigar continuamente encontrar a la chica de Hong Kong». Esa mujer descrita en el fragmento de la última sala por el escritor James Baldwin, que una vez encontrada se convierte en el centro de tu vida. Tanto que, si tú vivieras en Chicago y no hubiera otra manera de llegar a ella, aprenderías a nadar. Porque la esperanza consiste en poder encontrar a alguien que no quede aterrorizado ante las tinieblas, que como Baldwin viva de la certeza de que «existe una luz en las tinieblas». Como cuenta entre lágrimas una mujer de Turín al final de la visita. Hace un año su hijo murió en un hospital. Los meses siguientes estuvieron llenos de dolor, pero también de gracias y consuelos. «Lo que narra esta muestra es justo la experiencia que he vivido este año, pero que solo ahora veo y comprendo hasta el fondo: “Se descubre la luz en las tinieblas, para eso sirven las tinieblas"».
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