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Huellas N.09, Octubre 2019

PRIMER PLANO

Kazajistán. El tiempo de Valery

Paolo Perego

Durante veinte años mira como un “pagano” a su mujer y a sus hijos crecer, cambiar, madurar en una experiencia de fe. «Vivía con ellos y, sin darme cuenta, Jesús me iba trabajando. Y yo también trabajaba...». Hasta pedir el Bautismo

A ti el Señor te ha buscado con paciencia... «Sí», asiente seco Valery Khon casi sin dejar a su mujer Lyubov el tiempo de traducir. Tiene sesenta y seis años y el 29 de diciembre recibirá el Bautismo en la catedral de Karagandá, en el corazón de Kazajistán. «Ha insistido conmigo veintitrés años», prosigue, recorriendo paso tras paso, rostro tras rostro, como el Señor ha conquistado su corazón, culminando casi con una carrera para ir a pedirle a su obispo, don Adelio, «algo que siempre he tenido al alcance de la mano». Estábamos a finales de los años noventa, alrededor de una mesa, a la luz de una vela, porque en pleno poscomunismo faltaba la electricidad. «Era casi romántico», glosa Lyubov, su mujer, que es profesora. Ella había conocido al padre Edoardo Canetta en 1996, que había ido a su instituto para una conferencia, invitado por una colega suya. «Jamás había escuchado a nadie hablar así de la religión». Por eso empezó a seguirle, a estar con él y con sus amigos de CL. Al cabo de año y medio, pidió el Bautismo para ella y para Maxim, el mayor de sus hijos. «Un mes antes de la ceremonia, el padre Canetta pidió hablar con mi marido». Valery y Lyubov se habían conocido en 1980 por voluntad de sus respectivas familias. «Una boda combinada en nuestro círculo étnico coreano. Estaba enfadada con mi padre, que había decidido que me casara con ese joven médico. Sin embargo, luego me fue bien», ríe contándolo. «El padre Edo vino para hablar con Valery, para ver si era posible pensar en casarse por la Iglesia». En aquel momento, el joven médico ya había abandonado el fonendoscopio para bajar a la mina: «Trabajando de médico no llegaba para sustentar a mi familia». Fue minero durante diez años, antes de volver a la superficie como mecánico. «El padre Edo me lo explicó todo. Yo era ateo, pagano, pero le dije que conocía bien a mi mujer, que la veía cambiar... Y que me fiaba de ella. Por lo tanto, nos casaríamos por la Iglesia, en un matrimonio mixto entre una católica y un ateo».
Mientras, lo que Lyubov vive con los amigos del movimiento empieza a ganar espacio entre los muros de su casa. «Todo para mí era nuevo. Yo miraba cómo vivían ella y mis hijos, Maxim y Aliosha, en esa compañía. Veía que era algo bello, bueno y justo. Quería para ellos que siguieran ese camino, pero no lo necesitaba para mí. La fe para mí no era importante. He tardado veinte años en comprender que yo también la necesito».
Como una piedra excavada gota a gota, dice ahora Valery. «Vivía con ellos y, sin darme cuenta, Jesús me iba trabajando. Y yo también trabajaba... Tenía muchas preguntas y cada vez crecía más la percepción de que esa compañía y esa historia fueran también para mí». Habla de la amistad con los sacerdotes, por ejemplo, esos tres que llegaron de Italia en los años noventa: Edo Canetta, Adelio Dall'Oro y Eugenio Nembrini. Recuerda cómo les acompañaron de un modo inimaginable cuando Maxim sufrió un terrible accidente de tráfico. También mira el cambio que el movimiento ha generado en la vida de Aliosha que «de chico tuvo muchos problemas» y que ahora es un padre de familia afincado en Cremona. «Miro a mis hijos y estoy orgulloso de lo que son, de cómo viven». «Cuéntale cuando estuviste en el Meeting, bueno, en el pre-Meeting...», sugiere Lyubov. Luego arranca a contar ella: «Fue hace ocho años. Le invitaron unos amigos de Cremona. Él dijo que sí enseguida. Tenía entonces sesenta años. No tenía ni idea de lo que era aquello, pero se preparó con esmero estudiando italiano durante un año. Lo cual, por cómo es él, es un auténtico milagro.». Valery sonríe. «No recuerdo cuándo dije “Jesús" por primera vez, pero siempre pasa a través de los rostros de estos amigos, de modo muy sencillo».
El pasado mes de febrero, le invitaron junto con su esposa a Vilna, en Lituania, para participar en la asamblea de responsables de CL de los países de la antigua Unión Soviética. Antes, en enero, viajan a Alemania donde Maxim vive con su familia. «En esa ocasión pude volver a ver a dos compañeros míos de Medicina que viven allí», cuenta Valery.

Fue un encuentro bonito, entre abrazos y recuerdos. Luego, una noche cenando con su hijo, cuenta de estos compañeros insatisfechos a pesar del éxito que han tenido en su vida, de su tristeza, de los problemas que tienen con los hijos. «Papá, ¿qué te dice su vida? No puedes seguir escondiéndote. ¿Por qué no pides el Bautismo?». Él se quedó callado, pensativo durante todo el viaje de regreso a Vilna. «Delante de esos dos compañeros, se me hizo evidente que sin la fe, sin tener un fundamento, el hombre no puede vivir. Y que solo Dios puede ser esta raíz. Yo lo he experimentado y sigo comprobándolo».
Con este pensamiento en la cabeza, nada más llegar a Lituania, Valery va corriendo a buscar a don Adelio, que también participa en la asamblea. «No lo había comentado ni siquiera con Lyubov, pero a él se lo conté todo. Y le pedí recibir el don del Bautismo, porque sin fe falta un apoyo profundo en la vida». La cita es ahora a finales de diciembre, con el deseo de que todos los amigos compartan este “nuevo nacimiento" en Cristo, con Maxim y su esposa como padrinos. «El otro día teníamos catequesis con don Adelio», explica Lyubov. «Le estaba explicando a Valery el cristianismo con un dibujo que don Giussani pintaba en la pizarra en sus clases de religión, con la “x" y las flechas. Nos conmovimos. Durante más de veinte años Valery me ha preguntado: “¿Vas a misa?". Ahora me pregunta: “¿Vamos juntos a misa?"».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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