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Huellas N.09, Octubre 2019

PRIMER PLANO

Omán.
Lo mejor de todo

Luca Fiore

«Tú percibes el significado de lo que te sucede, mientras te sucede». El testimonio de Fiorenza, que trabaja desde hace tres años, como arquitecta, en Muscat. La vida del sultanato, las preguntas que surgen y los signos de una respuesta que se asoma día tras día

Fiorenza Matteoni, 36 años, es de Riccione, cerca de Rimini, y trabaja como arquitecta. Cómo acabó trabajando en Muscat, capital de Omán, un sultanato de la punta oriental de la Península Arabiga, es una historia singular. Más singular aún es el relato de sus últimos tres años: dificultades, descubrimientos, encuentros. Pero sobre todo la sorpresa por ver crecer su fe dentro de las circunstancias de la vida, en un lugar que desde lejos parece un desierto. Dentro de la experiencia.
Al cabo de un año de trabajo en Bahréin, Fiorenza conoce a monseñor Camillo Ballin, vicario apostólico de la Arabia septentrional (que comprende Kuwait, Qatar y Arabia Saudí) en el Meeting de Rimini de 20X6. Tras escuchar su testimonio, Fiorenza tiene la oportunidad de hablar con él durante una cena. Y se queda impactada. «Vi a un hombre enamorado de la Iglesia, en una realidad difícil e incluso a veces claustrofóbica, por la falta de libertad. Sin embargo, todo esto no suponía un obstáculo para él, para decirle tú a Cristo».
Al final de la cena, se le queda un extraño deseo de volver a esas tierras, para poder vivir la misma experiencia de plenitud que ha visto posible en monseñor Ballin.

Justo en esos días llegan a Rimini las reliquias de Santa Teresita del Niño Jesús. El 4 de septiembre se canoniza en Roma a la Madre Teresa de Calcuta. A ellas les confía su deseo. El 5 de septiembre, le llega el mensaje de un amigo desde un estudio de ingeniería que busca un perfil como el suyo. Destino: Omán. «Me sentí mirada y preferida de manera especial, en respuesta a un deseo que no había confiado a nadie, que solo había puesto en manos de Dios».
Muscat es un entramado de casas blancas que se asoman sobre el azul del Océano Índico. Alrededor, una corona de montañas áridas, anaranjadas y rosadas bajo la cálida luz del atardecer. El sultanato, considerado una isla pacífica en la turbulenta región del Golfo Pérsico, está gobernado desde 1970 por Qaboos bin Said al Said, que se ha ganado la fama de soberano ilustrado, capaz de atemperar con reformas el poder absoluto típico de las dinastías árabes. La mayoría de los omaníes pertenece a una tradición musulmana, el ibadismo, ajena al uso de la violencia y abierta al diálogo. El país, a diferencia de los cercanos Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Qatar, ha tomado con prudencia el camino de la modernización, limitando los cortocircuitos de la convivencia entre cultura tradicional y capitalismo importado de Occidente. El porcentaje de inmigración desde la India y Filipinas es alto, pero inferior a los países cercanos, y los católicos rondan los 55.000, cerca del 2% de la población. Fiorenza llega a un país donde no conoce a nadie y, como memor Domini que es, hace referencia desde enero a la Casa de Doha, en Qatar, a dos horas de avión. «La pregunta que tenía llegando a Omán era: ¿quién me acompañará en un lugar así?». Tenía el presentimiento de una respuesta, que le venía de la experiencia ya vivida en el movimiento. «En estos años pensé mucho en lo que me dijo una amiga india de 92 años que había conocido en Bahréin. Le había preguntado si se encontraba más a gusto en India o en ese país árabe: “Yo me encuentro a gusto donde Dios me pone". Así empecé a entender que la primera compañía es precisamente la de Dios, que me hace existir en este instante y me quiere allí donde estoy». Fiorenza lo explica así: «La primera forma de compañía es darse cuenta de que la realidad donde vivo está hecha de personas únicas, todas marcadas por el deseo que constituye su mismo corazón. Reconocerlo me ha permitido sentirlas como amigas».

En el despacho de Muscat, donde trabajan occidentales y personal local, hombres y mujeres que suelen comer separados en habitaciones distintas. «Lo llamamos ladies’ club, aunque últimamente lo hemos abierto también a los hombres. Es un momento donde surgen diálogos muy interesantes». Como el que se dio con una joven compañera de trabajo omaní que le comenta, con el rostro enmarcado por el hijab, la discusión que tuvo con su padre, que no quería dejarla aprender a tocar la guitarra: «No es algo propio de mujeres. Y recuerda que tú dependes de mí y de nuestra tribu». La hija le contestó: «No, yo dependo de mí y de Dios».
Con otra colega: «Fiorenza, me compré una bici, me gustaría mucho usarla por la calle, pero mis amigas me dicen que no está bien para una chica». Respuesta: «Yo la usaría. Los deseos nos los infunde Dios, no aparecen sin ton ni son». Al cabo de unos días, la colega vuelve entusiasmada: «Me di una vuelta al lado del mar. Ha sido precioso». Fiorenza explica: «Me siento amiga de estas personas que optan libremente por atender a los propios deseos, rompiendo los esquemas que la sociedad les impone».
El encuentro con el corazón de la gente sucede también en situaciones conflictivas. Un día Fiorenza discute con un funcionario del aeropuerto de Muscat, que acaba amenazándola con echarla del país. Al comienzo, los compañeros tratan de hacerla entrar en razón: «No puedes enfrentarte a él, tienes que pedirle disculpas». «¿Yo? Pero si es él el que tiene que disculparse».
Por la noche sale triste del trabajo y va a la parroquia para oír misa. Es la solemnidad de la Santísima Trinidad. El sacerdote dice: «Ahora pensáis que os voy a hablar del misterio de la Trinidad, pero no puedo, porque yo tampoco lo entiendo... Ciertas cosas hay que aceptarlas porque son de Dios. No vale la pena discutir acerca de quién tenga razón, basta con acoger al otro, como se hace entre marido y mujer». Fiorenza piensa en el funcionario y le embarga una extraña paz: «Quién sabe qué está haciendo el Misterio con ese hombre, para que a través de él yo me vea cambiada».

Al día siguiente vuelve al aeropuerto para buscarle. Le ve desde lejos y este le hace señas: mafi mushkíla, que significa “ningún problema". Ella se le acerca. Lleva en la mano una caja de Baci Perugina. Él se pone rojo: «Nosotros, los omaníes, no podemos vivir con un rincón del corazón sucio». Piensa ella: «Es lo mismo que me ha pasado a mí ayer en misa, aunque de manera distinta». En los documentos Fiorenza aparece como “Maria Fiorenza", y el funcionario empieza a llamarla por su nombre: «Maria, haz esto», «Maria, firma aquí». «Pensé en Jesús resucitado, cuando llama a la Magdalena por su nombre. Fue increíble porque en este detalle tan particular pude reconocer el rostro del Misterio que me llamaba». Al comentárselo por la noche a un amigo, este le dice: «¿Lo ves? Tú percibes el significado de lo que te sucede, mientras te sucede. Así uno tiene experiencia de las cosas». Fiorenza piensa: «Es cierto, esto es lo que aprendo en el movimiento».
En estos tres años en Muscat, Fiorenza también ha tenido momentos buenos y malos. En particular, Magdalena por su nombre. Fue increíble porque en este detalle tan particular pude reconocer el rostro del Misterio que me llamaba». Al comentárselo por la noche a un amigo, este le dice: «¿Lo ves? Tú percibes el significado de lo que te sucede, mientras te sucede. Así uno tiene experiencia de las cosas». Fiorenza piensa: «Es cierto, esto es lo que aprendo en el movimiento».
En estos tres años en Muscat, Fiorenza también ha tenido momentos buenos y malos. En particular,
cuando algunos amigos suyos volvieron a Italia, la herida de la soledad volvió a sangrar. Y tuvo que volver a plantearse: «¿Quién me acompaña de verdad?». Llevó esta pregunta en su diálogo con Dios. Un día, mientras iba en coche de regreso a casa, pensó: «Si Jesús puede darme un batallón de amigos y ahora no me los da, entonces significa que lo mejor para mí ahora es esta relación primordial con Él dentro de las circunstancias de la vida y con los amigos lejos».

Fiorenza emplea una imagen para explicar lo que le está pasando: «Es como si Su compañía fuera la de un hombre que deja esparcidos por la casa un guante o un sombrero. Reconoces que está en casa porque hay signos evidentes».
Luego, cuando visita a sus amigas Memores Domini, en Doha, reconocerle es todavía más fácil. «Cuando estoy con ellas, lo que más me llama la atención es rezar con ellas. En Muscat, por la mañana, rezo los Laudes sola. En Doha los cantamos en tono recto. La compañía te ayuda a decir Tú. La amistad se fortalece al pronunciar este Tú juntas, que exalta mi respuesta personal». Todas las veces que se despide de ellas en el aeropuerto, le entran ganas de llorar. Y llora. «¿Por qué me cuesta tanto dejarlas? ¿Qué es lo que he visto en ellas, por lo que nunca me iría? Y contesto: es una cierta apertura, una cierta discreción en el quererse, una disponibilidad plena hacia quienes acaban de conocer. Son esos signos evidentes que me llevan a decir: aquí está realmente Jesús».
Fiorenza cuenta de un amigo que ingresó en el monasterio benedictino de la Cascinazza, a las puertas de Milán, y que escribió a sus amigos: «Tenemos todo lo que nos falta». Explica: «El Misterio se hace presente y nos desafía para que reconozcamos que Él es lo que nos falta. Una verdadera compañía es la que te ayuda a mirar lo que eres y lo que tienes, allí donde vives».

Un día en el ladies’ club una colega le dice delante de todos: «Cuando te cases, iré a verte a Milán». Fiorenza: «El caso es que yo no me voy a casar». Y la otra: «No me lo creo». Al comienzo quiere evitar el tema, luego cambia de idea: «Yo no me caso porque me he consagrado al Señor, todo lo vivo con Él y delante de Él, incluso mi trabajo». Habla de su vocación. Se crea un profundo silencio. La primera en romperlo es la jefa, que dice: «Se veía». «¿Por qué?». «Por lo que eres».
Fiorenza se queda sorprendida. No es la primera conversación de este tipo. Había comentado lo de su vocación con otra compañera, que reaccionó del mismo modo: «Podías no habérmelo dicho, porque con verte, se entiende». Surge la misma pregunta: «¿Por qué?». «Los que son de Dios tienen tu misma luz en la mirada. Y por ellas, en el islam, Alá perdona también los pecados de sus padres». Esta vez es Fiorenza la que se queda en silencio. Como si viera un sombrero dejado allí, en casa, que le recuerda quién ha sido el que lo ha dejado allí.



 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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