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Huellas N.09, Octubre 2019

BREVES

Cartas

a cargo de Carmen Giussani

Eleonora, Helen, Jorge, Giovanni, Francesco, Jano

En busca del rostro humano
Acabé muerta después del EncuentroMadrid, pero tengo una profunda alegría. Ha sido de nuevo ocasión de experimentar que pertenecer a esta compañía me salva realmente la vida, a través de rostros concretos, con toda su humanidad. Del mismo modo, se me quedó el corazón lleno de gestos y juicios, sobrecogido por la grandeza del legado recibido en esta historia.
Me acompaña hace meses la figura de Carmina, por cómo con su sí ha permitido que yo pueda también decir mi sí. Con responsabilidad, en primer lugar en mi familia, con mi marido y mis hijos, aunque tanto cueste a veces. También en el trabajo, con todo lo que supone, sabiendo que afrontándolo cada día crezco y pidiendo tener esa conciencia que tenía Václav Havel, que te hace ser libre en la verdad.
Hay tres actos que me han tocado sobremanera. En primer lugar la presentación del libro sobre el Miguel Mañara a cargo de Franco Nembrini: ¡qué ayuda de maestro, padre y amigo para mi matrimonio, para mi fe y para mi felicidad! Luego el encuentro con monseñor Argüello, que fue conmovedor por su oportunidad de juicio y reclamo con afecto a nuestro testimonio. Además, me quedo con varias intervenciones de ponentes o moderadores 'jóvenes' que me siguen sorprendiendo por su forma de entablar relaciones con otros, con nuestros hijos, nuestros familiares o conocidos... Quiero destacar cómo implicó Rafa a mi hijo en el concierto, y cómo este respondió ante esa propuesta; del mismo modo, otros chicos colaboraron en la actuación del teatro infantil. Me sorprendió muchísimo la instalación sobre el pintor Georges Rouault, un desconocido para mí, por la belleza que encierra lo real tal como es. ¡Qué similitud tan real con la vida! Todo esto despierta en mí el deseo de estar en busca del rostro humano, porque hoy lo necesito tanto o más que el comer o el aire que respiro. Gracias a todos los que lo habéis hecho posible de nuevo. Esos rostros humanos los tenemos muy cerca (como puso de relieve la muestra de CESAL) y a veces no los reconocemos porque no sabemos mirar. El viernes, cuando llegué al Pabellón de Cristal de la Casa de Campo, lo primero que vi fue a una familia de sirios. Pensé en quién los habría invitado. ¿Qué hacían allí? No lo pensé de forma despectiva, pero sí un tanto despersonalizada. Cuando entré el sábado a ver la muestra, reconocí sus caras que estaban allí fotografiadas. Se me saltaron las lágrimas. Me quedé tocada y necesitada de haberles saludado. ¡Qué lejano creemos que está Su rostro y qué cercano se nos hace levantando la mirada al rostro del que tenemos delante!
Carta firmada


¿Quién es este?
Hay tres personas que especialmente despiertan en mí esta pregunta, tres sacerdotes, con nombre y apellidos. Son hombres como los demás, pero con una imposición de manos que les hace diferentes. Son hombres que perdonan y aman. Veo en ellos una capacidad de perdonar, una mirada de misericordia y respeto a lo que hay en el corazón de los demás que me causa una gran conmoción y mucho agradecimiento por poder tenerlos cerca. Veo en mi familia que están tan heridos, que albergan mucha rabia y resentimiento en el corazón... y es imposible vivir así. Yo no lo quiero. No se puede vivir sin perdonar, mirando siempre atrás, recordando hechos hasta de hace más de 50 años. El hombre moderno cree ser la medida de la verdad y de la justicia, porque se concibe sin Dios. Eso lo he visto tanto en mí que, al tener delante a estos hombres que viven de otra manera, me hace desear vivir como ellos, ser más de Cristo. Porque reconozco que es algo que no viene de una capacidad suya y que es imposible como simple fruto de un esfuerzo humano. Doy gracias a Dios que me regala gratuitamente una compañía así.
Carta firmada


Una congoja en el corazón
Digo de antemano, aunque con cierto malestar, que no soy creyente. Lo fui un tiempo, cuando era pequeña y me tomaba las cosas tal como venían.
Con el tiempo empecé a distanciarme. ¿Cómo podía bastarme lo que se me decía si no entendía su significado? Durante mucho tiempo pensé que la fe no me servía para nada en la vida. Hasta el comienzo de este verano, cuando fui a las vacaciones de GS. ¿Por qué fui? La respuesta es muy simple: esperaba encontrar allí algunas respuestas. En junio me había embargado una sensación extraña, un malestar interior que no me dejaba en paz. Era una congoja que me oprimía el corazón, el cerebro y la mente, y que no me dejaba vivir a fondo lo que tenía entre manos. Llegaba el verano y había que divertirse y divertirse. Sin embargo, aunque intentara salir todas las noches con mis amigos y llenara mis días de actividades, esa congoja no cedía. Ya no lograba divertirme. Sin saber a quién echarle la culpa por mi malestar, la descargué sobre el chico del que estaba enamorada, porque, al cabo de un tiempo, resultó que me había tomado el pelo. Mis padres y mis amigas me daban la razón, decían que era culpa suya si yo tenía ese malestar. Solo tenía que dejar pasar un tiempo y todo volvería a estar bien. Pero cuanto más trataba de convencerme de que el motivo era ese, tanto más comprendía que no era verdad. Si el motivo hubiera sido él, ¿por qué cuando estaba con él no sentía solo su mano que apretaba la mía, sino también esa congoja que me oprimía el corazón? Necesitaba encontrar respuestas. Por eso fui a las vacaciones de GS. ¿Las encontré? Creo que sí. Sobre todo, gracias a una persona que supo ver en mí lo que yo no veía, y desde lo hondo de su corazón me dijo que me entendía, que no estoy mal hecha. Es más, que lo que me estaba sucediendo era algo bellísimo, que era una señal que Dios me estaba dando, una señal de su existencia, cosa de la que yo siempre había dudado. Por fin, entiendo a qué se debe ese vacío.
Eleonora


«Los quiero felices tal como son»
Llevo poco tiempo frecuentando la Escuela de comunidad. Al principio, trataba de leer los textos aprendiendo la lección. En casa, cuido de dos familiares con enfermedad mental y he tratado siempre de que hicieran lo que yo quería, con el resultado de que acababa siempre cansada y estresada. En cambio, estar con los amigos de CL y acudir a la Escuela de comunidad me ha proporcionado una nueva hipótesis de vida. Al llegar a mi casa después de la Escuela, mi hermano y mi sobrino me encontraban siempre radiante y se sentían mirados con ojos distintos. Entendí que yo quiero ser así de feliz siempre y que quiero que ellos sean felices tal como son. Ha cambiado completamente mi manera de mirarles, de estar con ellos, incluso ha cambiado nuestra casa. Puedo llevarles a estar con mis amigos o a los momentos de convivencia porque aquí son aceptados. En mi país sigue vigente una fuerte “cultura de la vergüenza", por lo que un familiar discapacitado se ve como un castigo y por eso se procura tenerlo escondido. ¡Qué alivio descubrirme feliz estando con ellos!
Helen, Kajang (Malasia)

En la cárcel de Alcalá Meco
Durante este año he estado dando clases de inglés a distintas reclusas en el pabellón de mujeres de la cárcel de Alcalá Meco. Las primeras veces, pensaba en ir simplemente a impartir clases pero finalmente se ha convertido en una forma de acompañar a estas mujeres. En un primer lugar me parecía que eran simplemente alumnas, luego con el paso del tiempo ha surgido con ellas una amistad increíble, y en muchos casos han sido ellas las que me han enseñado a través de su vida a vivir mi día a día. Aprendí que en ningún momento te tienes que creer más que ellas; ellas no son menos por no tener la libertad que tú tienes; como yo, tienen un valor infinito, y este valor infinito no nos lo damos nosotros. A partir de esto el ir a la cárcel una vez al mes se hacía más llevadero, pero cada vez que salía de allí se volvían a formular en mí muchas preguntas. Una de las reclusas, Gabriela, tiene dos hijas y todavía le quedan unos años en la cárcel. Ha sido sorprendente cómo algo que le movía simplemente a venir a clase para ganar créditos para los vis a vis se ha convertido en una amistad auténtica. A medida que pasaban los días muchas de las reclusas dejaban de ir y con suerte éramos dos en clase, pero siempre estaba Gabriela, con una persistencia que llamaba la atención. Un día solo vino ella, y pudimos hablar tranquilamente. Nos contó su historia y cómo los días en la cárcel, la rutina constante y la relación con muchas de las reclusas la desgastan mucho. Lo único que muchas veces la sostiene es su fe. Muchas veces lloraba y me miraba a mí, una mujer de 50 años pidiendo, unos días más directamente y otros más indirectamente, ayuda de mí, un chaval de 21 años que lo tiene supuestamente todo y que después de 45 minutos va a salir de ahí con la misma libertad con la que vino. Ante esto no podía quedar indiferente; al contrario, salía con cantidad de preguntas, pero siempre viendo algo claro, algo que teníamos ella y yo en común, algo que los dos, a pesar de conocernos desde hace un par de meses, hemos visto: la mirada de Cristo. Esa mirada con la que me pedía ayuda Gabriela era a la vez una mirada de sencillez y una forma de enseñarme que no podemos “salvarnos" solos, necesitamos de Alguien más grande, para sustentarnos en la vida. Y ahí me daba cuenta de que el truco está en que cada uno tenemos un valor infinito en nuestra vida y que esta mujer es mucho más que el delito que ha cometido. Es un gran camino que acaba de empezar para mí, pero sobre todo he podido ver cómo el Señor solo construye en la debilidad.
Jorge, Madrid


Enfermero en el Meeting
Querido Julián, como cada año (llevo por lo menos diez) me preparo para participar en el Meeting de Rimini como voluntario. Soy enfermero y en el Meeting presto servicio médico. Recuerdo todos mis temores y prejuicios cuando por primera vez me pidieron si quería hacerlo. Sinceramente, hubiera preferido cambiar de actividad, dedicarme a montar los estands, hacer de carpintero o de electricista, etcétera... algo completamente distinto a mi trabajo. Sin embargo, haberme sumado a esta propuesta me ha abierto un nuevo modo de trabajar. He conocido a personas felices de estar allí y de prestar su profesionalidad para construir un lugar que todos sentimos nuestro. Con el servicio médico, trabajamos en un rincón de la feria, lejos de todos, pero cercanos a quienes nos necesitan. Lo que me sorprende es ver a personas recordando lo que hicimos por ellos en su momento. Vino una señora para contarnos que el año pasado sufrió un fuerte dolor de cabeza y que le dimos una pastilla que resultó “milagrosa". No le dimos nada más que un analgésico. Aquí el “paciente" se convierte en un “amigo" que está necesitado. Esto me hizo repensar mi trabajo y valorarlo. Después del Meeting, cuando regreso a mi trabajo, nada es como antes, resulta más claro por qué haces las cosas. Esto no quita la fatiga, pero la hace más deseable y llevadera. También mis colegas en el hospital se han dado cuenta y me dicen que me envidian, que envidian mi manera de tratar a una persona que sufre. Yo simplemente trato de reconocer y confiar en Otro todo lo que soy y lo que hago, tanto los aciertos como los errores.
Giovanni


Un hilo rojo
No son pocos 37 años. Para las estadísticas ya he vivido casi la mitad de mi vida. Un hilo rojo mantiene unido cada instante. Pienso en mis abuelos. En mi abuela, que me enseñó a rezar. Iba con ella a misa.
Me enseñó que Dios es una persona concreta y real. Pasé muchísimo tiempo con mi abuelo, ¡cuántas cosas me enseñó! Luego vinieron los estudios y con ellos la pasión por la política. Eso fue lo que provocó la relación con nuestro profesor de filosofía. Casi todos los sábados, después del colegio, hablábamos de política, de filosofía, de historia, de Dios. Entendí muchos años más tarde que hacía con nosotros una especie de asamblea de GS. Era una persona diferente a las demás: nos proponía leer autores de los que no habíamos oído hablar nunca. Al terminar el colegio me invitó al Meeting de Rimini. En la Universidad Católica de Milán, se produjo mi encuentro con el CLU, aunque no supiese bien qué era. En realidad, sabía bien quiénes eran: los que lo sabían todo, los que tenían apuntes de todas las asignaturas, los que organizaban grupos de estudio para superar los exámenes más difíciles. Me pegué a ellos por comodidad, hasta que un día me di cuenta de que la fe que mis padres me habían enseñado, con el movimiento adquiría un respiro más amplio y profundo. Fue mi sí a CL. Años bonitos de encuentros, de presencia viva en la universidad. El hilo rojo.
Con 23 años terminé la universidad y me llegó una propuesta que no podía rechazar: trabajar en la oficina de prensa de la Compañía de las Obras. Primer encargo: el funeral de don Giussani. Años intensos y bonitos, trabajando también para las oficinas de prensa del Banco de alimentos y Banco farmacéutico. Cuántas historias de pobreza encontré, cuántos pequeños milagros. Con 25 años, empecé un camino de verificación de la vocación al sacerdocio que duró cuatro años. Mientras tanto llegaba la propuesta de escribir sobre deportes en un nuevo periódico online, ilsussidiario.net, y con el tiempo asumí la responsabilidad de la redacción de deportes. Otros encuentros, otros compañeros de camino, siempre verificando la hipótesis del sacerdocio. Hasta que un día, a finales de abril de 2011, después de una conversación con don Massimo Camisasca, di mi sí. Me sentí amado. Era un domingo de primavera, el cielo azul, eran los primeros días de calor. Entonces, me di cuenta de que Dios, mi corazón y mi razón se encontraban en el mismo plano. «Señor, te doy mi sí. Decide tú qué hacer con ello». Al cabo de pocos días, la llamada de don Massimo: «Te espero en Roma». Seis años en el seminario de vía Boccea, muchísimos encuentros y rostros que han hecho una parte del camino conmigo. Tantas personas que conocí en Roma, durante un año en Kenia, un verano en Viena o estos dos años en España. Un hilo rojo une todo. No solo Dios ha puesto una semilla en mi corazón, sino que siempre me ha protegido y no ha permitido que se quebrase. El 22 de junio, cuando me ordenaron sacerdote, dentro de mi sí estaba también el sí de todos aquellos que he conocido. Un hilo rojo une 37 años en una historia. La de mi vida.
Francesco

Tú llevas mis ojos
El otro día pude participar en el EncuentroMadrid. Quizás el escenario no fue el que yo me hubiera imaginado, pero sucedió. El plan inicial era ser voluntario el viernes y asistir a los actos los otros dos días del evento. Pero Otro hace los planes. Afortunadamente, el domingo pude asistir. Había invitado a un amigo de la infancia con el que, misteriosamente, empieza a darse una relación verdadera. Me sorprendió desde el minuto cero, desde que entramos en el Pabellón de Cristal. No dejaba de preguntarse, de dejarse provocar por lo que veía con una sencillez clara, sin barreras, sin prejuicios ni cálculos. ¡Parecía que aquello le interesara más a él que a mí! En un momento dado, pensé: Jano, este tío lleva tus ojos, lleva los ojos de la Presencia que tú has encontrado, la busca dentro de lo que ve sin “ser de los nuestros", como diría Mikel, sin pertenecer a “la tribu". Luego, en el encuentro sobre el perdón, todo volvía a ser provocación. Me decía: «¿Cómo es que un tipo que dice estas verdades dice tacos pero suenan bien? Es un cristiano y se le ve un tío de verdad...». O también: «Oye, ¿eso de Huellas qué es? ¿Por qué no lo lee nadie?». No sé, pero planteaba preguntas de forma muy sencilla e inmediata, cosa que a menudo me falta mirando lo mismo. Me sorprendió que un hombre que no es religioso sino más bien ateo, rojo y podemita hasta las cejas, pueda sorprenderse más que alguien que lleva años en esta historia. No le he dado yo esos ojos con los que deseo mirar, los lleva en su ADN, que es el mismo que el de todos los hombres.
Jano, Madrid

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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