Con el nuevo año Huellas comienza una sección de Historia de la Iglesia de España bajo el título «Tradición: un hecho viviente».
Queremos ofrecer, en primer lugar, el encuentro con la vida y la santidad cristiana de este siglo en nuestro país yendo con la mirada «Del presente al pasado».
Y en segundo lugar, ofrecer una visión panorámica y significativa de los orígenes del cristianismo desde la primera evangelización hasta el año 1492, yendo «Del pasado al presente».
Ante nuestra mirada se desplegarán los sucesos más significativos, la vida y las acciones de los protagonistas mediante los cuales nos ha alcanzado el mismo Acontecimiento original.
Pertenecemos a una historia que es más astuta que el tiempo», escribía un amigo nuestro, formulando así felizmente el carácter excepcional del Acontecimiento cristiano, contemporáneo siempre al hombre gracias a la misteriosa existencia de la Iglesia que «atraviesa los siglos no como una reliquia histórica, sino como una Persona viva, que se encarna y toma cuerpo en ella, garantizándole juventud eterna» (Juan Pablo II).
El presente, en su intensidad, está cargado de pasado, está edificado sobre él, como le sucede a nuestra propia vida, que resultaría incomprensible sin su biografía. Además, hay una «continuidad fisiológica» entre el pasado y el presente, pues la experiencia cristiana «conserva su fisonomía esencial, mas no de una manera mecánica, sino orgánica... El anuncio de Jesucristo no sería un mensaje viviente si hubiera persistido eternamente como la semilla del año treinta, sin echar raíces ni asimilar sustancias extrañas, y si con ayuda de éstas no se hubiera transformado en árbol frondoso, en cuyas ramas hacen mansión las aves del cielo» (K. Adam). El ábside de la iglesia de San Clemente en Roma alberga un gigantesco mosaico del siglo XII que ofrece a la mirada atenta del peregrino una imagen preciosa de cuanto venimos diciendo: la cruz de Cristo, en el centro, que como nuevo Árbol de la Vida florece extendiendo sus ramas hasta cubrir todo el espacio del cosmos y de la historia, dando frutos de una humanidad excepcional y cobijando bajo su frondosa vegetación aves de toda especie.
Memoria
Escribe un teólogo católico: «La tradición, en cuanto portadora de este pasado, es la memoria de la Iglesia. Ahora bien, la memoria no conserva el pasado en cuanto perecido, caducado; por el contrario, lo conserva como experiencia de una vitalidad que perdura y promete nuevos frutos para el porvenir... Los santos del pasado, alimentados por la tradición, han “inventado” nuevas formas para transmitir la luz y el amor. Su “gesto”, articulado en la memoria de la historia, es la fuente y el anuncio de nuevas formas de santidad».
«Cristo, trayéndose a sí mismo, trajo toda novedad», escribía a finales del siglo II San Ireneo. Por eso toda novedad en la vida de la Iglesia brota de la mirada a Cristo, origen siempre presente, y de la fidelidad al “método” que el Misterio mismo ha elegido para comunicarse a la historia del hombre. Por el contrario, la alteración del método cristiano, incluso en las ocasiones en que se ha producido de modo inconsciente e involuntario, ha tenido siempre consecuencias nefastas para la vida de la Iglesia. La vida cristiana procede «de inicio en inicio, con inicios que no tienen fin» (San Gregorio de Nisa).
Una reconquista
Uno de los efectos más devastadores de la mentalidad dominante sobre nuestras conciencias es la imposición de una lectura de la historia hecha desde categorías reductivas o incluso con frecuencia falsificadoras. De este modo, se ha conseguido eficazmente desposeernos de una herencia que nos pertenece, al hacernos ignorar nuestras propias raíces o al generar en nosotros cierta mala conciencia por supuestos o reales errores cometidos en el pasado. De ahí, la necesidad de reconquistar una adecuada conciencia histórica de la vida de la Iglesia en España, ya que quien no conoce los hechos está incapacitado para emitir un juicio adecuado y para aprender de lo que ha sucedido, y queda esclavo de una visión ideológica.
El recorrido
Distinguiremos tres períodos:
a) Desde el primer anuncio cristiano hasta la conversión del rey Recaredo (año 589). Nos interesará saber cómo ha llegado la fe hasta nuestra península; quiénes han sido los primeros evangelizadores; cómo han nacido las tradiciones que a lo largo de los siglos han servido para expresar y mantener viva la conciencia de la apostolicidad de nuestra Iglesia; qué novedad introdujo en la Hispania romana el anuncio del acontecimiento cristiano; qué dificultades hubieron de afrontar las primeras comunidades, que se vieron probadas, al mismo tiempo que fortalecidas, como relatan las actas y las “pasiones” de los mártires, por la persecución de Diocleciano. Nos acercaremos al primer concilio de la Iglesia hispana, celebrado en Elvira (Granada) a comienzos del siglo IV, para sorprender la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma y el modo en que juzga la realidad, recabando también datos sobre la vida de las comunidades cristianas, sus prácticas litúrgicas, su organización, su regla de fe. Una fe que tiene que medirse no sólo con los criterios y las prácticas de un mundo pagano, sino también con los enemigos internos, las herejías y los movimientos rigoristas de carácter sectario. Será por ello interesante poner de manifiesto qué estaba en juego en las discusiones teológicas y disciplinares acerca del arrianismo, el adop- cionismo o el priscilianismo. Monjes, poetas, obispos y reyes desfilarán ante nuestros ojos, así como el precioso testimonio del arte paleocristiano. Llegados al final de este primer período, diri-giremos nuestra atención a la gran figura de San Leandro de Sevilla, hermano mayor de San Isidoro, que supo guiar, no sin grandes dosis de habilidad y audacia, a la monarquía visigoda desde la fe arriana, en la que había sido evangelizada, hasta la fe católica.
b) Desde la conversión de Recaredo hasta la invasión musulmana (711). El abandono del arrianismo por parte de la monarquía visigoda marcará un paso decisivo en la historia posterior, al unirse desde ahora el proyecto de unidad política con el ideal de unidad religiosa. Tema dominante de este período será por tanto la difícil y no siempre equilibrada relación entre la Iglesia, dotada de una autoridad moral, espiritual y cultural siempre creciente, y el poder político. Los concilios toledanos marcarán profundamente la vida de la Iglesia, su organización y su continua reforma. Es la época de las grandes reglas monásticas y de los grandes pastores: Isidoro de Sevilla, Braulio de Zaragoza, Eugenio, Ildefonso y Julián de Toledo, y también de la consolidación de la liturgia hispana, tan rica en ritos como densa en teología. En la medida de lo posible daremos a los protagonistas de esta historia la oportunidad de hablarnos, haciendo oír su voz, pues uno de los aspectos más apasionantes de la investigación histórica es el encuentro con el hombre, con un “tú”, dotado de un temperamento particular y una forma mentis que sin ser la nuestra nos enriquece.
La invasión musulmana, tras la batalla de Guadalete, dará paso al tercer y último período.
c) De la invasión musulmana a la conquista de Granada (1492). Recorreremos este largo período de tiempo —ocho siglos— con un ojo puesto en las relaciones entre cristianos y musulmanes, los nuevos dominadores de la península, y el otro en el ideal de la Reconquista que, progresivamente. irá unificando a los diversos reinos hispanos. ¿Qué huellas han dejado estos ocho siglos de presencia árabe en nuestras tierras? ¿Cómo era la vida de los “mozárabes”, cristianos en tierras ahora del Islam? ¿Qué decir de la famosa “España de las tres religiones”? ¿Cómo se enriquecieron mutuamente y cómo se hicieron la guerra judíos, moros y cristianos? La cultura y el arte medieval, la liturgia hispano-mozárabe y la reforma litúrgica del siglo XI a cargo de los monjes cluniacenses, la fundación de las órdenes militares y posteriormente de las primeras universidades completarán el cuadro general de esta época, que cerraremos con la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos y la posterior expulsión de los judíos de España.
Del presente al pasado
«Dios se ha acercado a nosotros. Nos ha alcanzado mediante el acontecimiento de un encuentro, como una presencia humana a la que El mismo le ha dado el nombre de compañía, implicándose con nosotros de manera concreta, real, física, que envuelve tiempo y espacio. [...]
Nosotros ponemos en el centro de nuestra vida esta Presencia que lo explica todo, que está en el origen de todo lo que somos y lo que hacemos, en nuestra
autoconciencia y nuestro obrar. Y esta Presencia es el hombre Jesús, nacido de mujer. La mayor sorpresa que un gran teólogo tuvo al conocernos fue darse cuenta de que, metodológicamente, le había faltado tomar como punto de partida la humanidad de Cristo: la humanidad de Cristo no como punto de llegada, en el sentido de consecuencia o fruto, sino realmente como el método insustituible, el punto de partida para conocer a Dios, es decir, para conocer el significado, la estructura de nuestro yo, nuestro rostro, el sentido de la vida, la perfección a alcanzar como faro que ilumina nuestros movimientos.
El Acontecimiento por excelencia, el acontecimiento kat'exochén, es Dios que se ha hecho hombre. Este hombre resucitó de entre los muertos y por consiguiente continúa presente en todo tiempo y espacio. Tiempo y espacio no son ya límites para El, porque ha resucitado de la muerte. Y, por eso, tal como fue, así es ahora: como en Nazaret, igual ahora, donde yo estoy»
«Si no faera tuyo, Cristo mío, me sentiría criatura finita», p. 22
Del pasado al presente
«Durante los primeros siglos del cristianismo, la comunicación de su concepción del hombre, de la sociedad y de la historia, y, por tanto, de la experiencia cristiana, se producía por medio de “hechos”. [...] Hasta la Edad Media, para la Iglesia el Acontecimiento original del cristianismo era tranquila e idénticamente un acontecimiento presente: el acontecimiento presente sera el mismísimo Acontecimiento. Lo que sucedía era un Hecho, como lo había sido el Acontecimiento primero, original; los hechos que se producían hacían revivir el Acontecimiento original, que había que leer con el corazón, es decir, con la razón (y de aquí nace el sentido religioso cristiano); se trataba de hechos que había que leer con el corazón para reconocer la presencia del Hecho original, para buscarlo como una realidad presente. Y.así es como del Hecho primero, del Acontecimiento original, se ha derivado la Tradición. La presencia del Acontecimiento original, el reproducirse siempre actual de ese Acontecimiento, que sigue presente todos los días a lo largo del tiempo hasta ahora, se llama Tradición: ésta constituye, por lo tanto, la repetición cotidiana del Acontecimiento primitivo, original. Y su instrumento es la Memoria».
«Si no fuera tuyo Cristo mío, me sentiría criatura finita», p. 6
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