Los obispos del continente americano se han reunido en Roma con el fin de reflexionar acerca de los caminos de la misión, a la luz de los retos planteados por una época que le niega a la Iglesia la libertad de estar presente.
Una periodista que participó en el Sínodo nos lo relata
Por primera vez en la historia de la Iglesia los obispos de las “tres Américas” se han reunido en el Vaticano. Desde el 16 de noviembre al 12 de diciembre, la unidad del continente que se extiende desde Alaska a la Tierra del Fuego y desde el Atlántico al Pacífico ha sido resaltada como un bien que hay que promover a través de la comunión y la solidaridad. Se trata de una unidad que todos reconocen como una tarea a realizar en la sociedad, ya que están a la vista las divisiones entre norte y sur y la escasa atención hacia los pueblos más pobres y subdesarrollados. La única solución realista —ésta es la conclusión de los padres sinodales al finalizar los trabajos— pasa a través del encuentro con Cristo vivo.
«La Asamblea especial del Sínodo de los obispos ha roto un silencio de quinientos años», ha dicho el arzobispo de Los Altos Quetzaltenango-Totonicapan, en Guatemala, ya que «nosotros somos los protagonistas de un mutuo desconocimiento, de nuestra indiferencia y de la incoherencia de nuestra fe».
Durante casi un mes obispos del Norte han compartido con los de América Central y del Sur preocupaciones y esperanzas en el umbral del tercer milenio.
El desafío de la fe
«Por primera vez hemos hablado libremente de nuestros problemas en presencia del Santo Padre, signo visible de la comunión para cada uno de nosotros«, subrayó el cardenal brasileño Eugenio Sales, presidente delegado del Sínodo. «Sin embargo, los frutos de este tiempo de gran fraternidad y comunión entre los obispos dependen de cómo cada uno de nosotros lleve a cabo las conclusiones del Sínodo en su diócesis, es decir, dependen de cómo vivamos la comunión».
Entre los retos que este final de siglo plantea a la Iglesia Católica americana está el de la influencia de las sectas, un fenómeno masivo de penetración pseudoreligiosa en varios países que parece responder a un plan preciso elaborado desde Norteamérica. El objetivo de este plan parece ser la transformación de la identidad cultural y de fe de América Latina.
En la nota final, los padres sinodales hacen referencia también a todos aquellos fieles, religiosos o laicos, que se encuentran «juzgados, calumniados, amenazados e incluso muertos por su evangélica defensa de los pobres». El documento afirma que «un nuevo secularismo agresivo quisiera callar la voz de los creyentes en el ámbito público y menguar la destacada aportación de la Iglesia a la vida pública». Por esta razón, los fieles que tienen alguna influencia sobre la opinión pública están llamados a unirse a la Iglesia en defensa de la vida y, por tanto, en contra del aborto y de la eutanasia, a levantar su voz en contra de los prejuicios antirreligiosos y a sostener la aportación de la Iglesia al verdadero bien común.
«Si bien es cierto que en el continente americano los retos que se presentan son muchos y complejos» —ha dicho el Papa en el discurso de clausura—, «yo repito hoy a cada uno de vosotros: “¡No tengáis miedo! Al contrario, apoyad toda vuestra vida en la esperanza que no desilusiona” (Rom 5, 5)». Por tanto, en el encuentro con Cristo, tema central de este Sínodo. «Si llegamos con coraje a este encuentro personal con Cristo, descubriremos una irresistible llamada a la comunión», afirma el mensaje final, «que nos lleva a la solidaridad, requisito de la caridad». Lo esencial es la conversión.
El cardenal Ratzinger, en su intervención en el Sínodo (de la que transcribimos en estas páginas la síntesis publicada en L’Osservatore Romano), ha explicado cómo «el encuentro madura en conversión, es decir, en transformación de nuestro pensamiento, nuestra voluntad, nuestro corazón. Esta conversión consiste en el paso desde el yo al Tú de Cristo: de ello nace la comunión, el "nosotros" de las personas que, al haber salido del propio yo, se encuentran unidas en el Tú del Señor». El primer y fundamental fruto del primer Sínodo americano es este crecimiento de la conciencia de la dinámica de la fe.
La divisiones Norte-Sur y los problemas de siempre
Especial atención se ha dedicado a las consecuencias de la pobreza que azota de distintas maneras al Sur en vías de desarrollo y al Norte industrializado (según los datos del 96, en los Estados Unidos treinta y siete millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza), además de los problemas de las familias, de los jóvenes, de los inmigrantes, de los niños de la calle, de las minorías y de las personas abandonadas.
La globalización de la cultura y de la economía está convirtiendo gradualmente la interdependencia mundial en una realidad de libre mercado económico que legitima la' explotación de algunas naciones en favor de otras, además de la destrucción de la cultura y la identidad de muchos pueblos.
«Las relaciones políticas, económicas y comerciales de América La-tina con Norteamérica han sido siempre descompensadas y desfavorables». ha denunciado en el Aula sinodal el cardenal Nicolás López Rodríguez. El arzobispo de Santo Domingo ha sugerido que en este contexto se hace necesario un plan de cooperación y asistencia de los países desarrollados a beneficio de los países en vías de desarrollo, aun sabiendo, «por la experiencia de estos años, el precio impuesto en términos de políticas inaceptables sobre la población y de prácticas inmorales por parte de la naciones que se dicen civilizadas».
El problema del control de la población ha sido denunciado muchas veces durante los trabajos del Sínodo. La solidaridad con los pobres «no puede aprovecharse de la miseria para imponer a los pueblos y a las familias un colonialismo contraceptivo y abortista que reduce las personas a cosas», ha declarado el cardenal López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la familia, una posición que ha sido confirmada por la norteamericana Mary Ann Glendon, miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales y que asistió como oyente al Sínodo: «En los últimos años, las naciones más influyentes parecen lavarse las manos respecto a los problemas de las poblaciones y de las naciones pobres. La atención que prestan a los más marginados asume cada vez más la forma de programas agresivos para el control demográfico. Los seres humanos son tratados como objetos y sacrificados a los intereses materiales».
Se hizo también un elenco de los graves problemas humanos, financieros, éticos y morales, ligados al narcotráfico, al comercio de armas y a la corrupción política y económica que impiden a las personas el acceso a los bienes materiales a los que aspiran legítimamente.
En el mensaje final del Sínodo, los obispos recuerdan el llamamiento del Papa a la reducción o la cancelación total de la deuda exterior de tantos países, considerándolo un desafío a la conciencia de la humanidad y pidiendo a los responsables políticos y económicos del mundo soluciones que respeten íntegramente la dignidad humana.
* Periodista de Radio Renassencia
Del yo al Tú
«Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí»
del cardenal JOSEPH RATZINGER
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
El tema central de nuestro Sínodo es el encuentro con Cristo, encuentro que madura en conversión, es decir, en transformación de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad, de nuestro corazón. En esta conversión, que es un pasar del yo al Tú de Cristo, nace la comunión, el «Nosotros» de las personas que han salido del propio yo y se unen en el Tú del Señor. Esta comunión profunda —«no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí»— es la condición de la solidaridad en la vida de cada día. Por ello, hablar de Cristo no es huida de la dura realidad de los grandes problemas económicos, políticos \ sociales, en un mundo de pura interioridad, sino que por el contrario es el verdadero realismo, que va a las raíces de nuestros problemas. Así pues, el primer y fundamental fruto del Sínodo debería ser una renovada catequesis cristológica, corazón de la evangelización.
Un testimonio en el tiempo y en el espacio
«La Iglesia está siempre “de viaje”, en camino. Es enviada, existe para caminar en el tiempo y en el espacio, anunciando y testimoniando el Evangelio hasta los confines de la tierra. (...)
Hemos hecho nuestras las últimas palabras de Cristo, Hijo de Dios encarnado, su testamento que, al mismo tiempo, constituye para los bautizados el gran mandato misionero: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18-20).
Vosotros, amados pastores de las Iglesias que existen en América, fieles a este mandato sobre el que se funda nuestro ministerio, no os canséis de anunciar a un mundo hambriento de verdad al Cristo vivo, nuestra única salvación. (...)
La Iglesia en América podrá experimentar, de manera más profunda y con una difusión cada vez mayor, las consecuencias de la auténtica reconciliación con Cristo, que abre los corazones y hace posible un nuevo modo de cooperación entre hermanos en la fe. Tiene una importancia fundamental para la nueva evangelización la colaboración efectiva entre las diversas vocaciones, los diferentes ministerios, los distintos apostolados y carismas suscitados por el Espíritu, ya sean los que animan los Institutos religiosos tradicionales, ya sean los que han surgido en tiempos más recientes, gracias a nuevos movimientos y asociaciones laicales».
(Juan Pablo II, Homilía durante la solemne Concelebración Eu- carística de clausura de la Asamblea Sinodal, 12 de diciembre 1997; L’Osservatore Romano, 13.12.97)
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