Ochenta y siete nuevos Memores Domini, hombres y mujeres que se consagran totalmente a Cristo en la virginidad. Un acontecimiento que expresa el carisma de CL
José no entendía bien cómo. Su prometida... encinta. Era algo nuevo que no podía entender. Impensable. Quién sabe cómo miraría a María después de ese “sí” que lo cambió todo. Tal vez con un desasimiento lleno de veneración en el que se sumergía su mirada de hombre.
Estoy en Riva del Garda, un frío día de finales de noviembre, primer domingo de Adviento. Ochenta y siete jóvenes, hombres y mujeres bien vestidos, acaban de decir su “sí”, pronunciando la fórmula de la “profesión”. Mediante la “profesión” se entra definitivamente a formar parte —tras un noviciado de, por lo menos, cinco años— de los Memores Domini, la Asociación Laical nacida en el ámbito de la experiencia de «Comunión y Liberación» que la Iglesia hace casi diez años, en 1988, reconoció con Decreto Pontificio. Provienen de todo el mundo, incluso de Nazaret. Uno de ellos tiene su “casa” al lado de la de José y María. En este lugar que albergó la primera morada de Dios en el mundo realizó un reportaje fotográfico exclusivo: las paredes excavadas en la roca; la inscripción hic caro verbum factum est situada en el centro del altar; la columna donde se apoyó María cuando el Ángel se presentó ante ella; una inscripción del siglo primero con el nombre de la Virgen. Don Giussani mira el álbum mientras toma un aperitivo: «Son todos signos que testimonian que la tradición es verdadera». «Verdadera y documentada como un hecho», añade monseñor Filippo Santoro obispo auxiliar de Río de Janeiro que participó en el retiro.
Por una extraña coincidencia, el gesto de la “profesión” de los Memores ha tenido lugar mientras Juan Pablo II inauguraba en San Pedro el año dedicado al Espíritu Santo, el segundo año de preparación para el Gran Jubileo. Don Giussani ha escrito al Papa lo siguiente: «Pongo en sus manos de padre a ochenta y siete novicios que consagran definitivamente su vida a Cristo Señor, humildemente conscientes de nuestros límites, pero seguros de haber sido llamados a dar la vida para que se realice su designio de salvación, para manifestar en la historia la gloria humana de Cristo».
El yo y el pueblo
Don Giussani habló en primer lugar de la novedad que ha entrado en el mundo y que todo hombre espera aun sin ser consciente: «Todos los hombres están hechos para esta novedad. El gesto que vais a realizar hoy forma parte de esa novedad que ha entrado en el mundo». La misma novedad que dejaría atónito a José, el carpintero, como ante un “milagro”, ante «la inocente e ingenua explicación del Misterio real que habita en el hombre», en palabras de Pier Paolo Pasolini.
Después, citando el salmo 8 de David —«¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles»—, don Giussani dijo: «Cuando el yo se ad-hiere con buena voluntad, con sinceridad y verdad a la existencia que Dios le ha dado, entonces se construye un pueblo» que llega a alcanzar a todos los hombres allí donde se encuentran. La virginidad es «lo que, de forma más inmediata, actualiza ante el hombre la presencia de Dios, como parte de la novedad que ha entrado en el mundo».
A continuación leyó un texto de San Agustín que aparece de forma significativa en el Breviario el último día del año litúrgico del rito romano. «Dios es misericordia —comentó don Giussani—. Misericordia: la palabra que revela y desvela la esencia de la relación de Dios con el hombre a lo largo de su camino aquí en la tierra. Cristo es el nombre de la misericordia. Os deseo que seáis fieles a vuestro “sí” de hoy: incluso en medio de la tempestad o de la prueba, no abandonéis este punto firme que constituye el anticipo de lo Eterno en el mundo presente. Cada uno de nosotros —llamado a la virginidad— es ese punto donde empieza a manifestarse el significado del tiempo y del espacio, el comienzo de la presencia de otro mundo en este mundo. Y esto es un milagro, más allá de cualquier inseguridad nuestra», con-cluyó haciéndose eco de las palabras de San Agustín.
La “profesión” tiene lugar cada año durante la Misa con la que empieza el Adviento y está por tanto inscrita dentro del gesto mismo de Cristo presente en la Eucaristía. Presidían la celebración el obispo Gianni Danzi, Secretario de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano y monseñor Santoro. Después de la homilía —en la que monseñor Danzi recordó que lo que iban a pronunciar era «un sí dicho con temblor pero a la vez con confianza en la fidelidad de Dios»—, don Giussani introdujo la “profesión” con las siguientes palabras: «¡Qué falta de humildad!, qué insensatez por nuestra parte si no os aceptásemos, seguros de la fidelidad de Dios que es más potente que nuestra fragilidad». Después añadió: «Tenéis en la mano el texto. Seguidme...». Y los ochenta y siete novicios repitieron la fórmula escrita en una tarjeta que representaba un detalle del rostro de Jesús del Tributo de Masaccio: «Seguro de la fidelidad de Dios, en presencia Suya y de la comunidad, pido a Jesucristo, mi única salvación, que a través de los acontecimientos de la vida mi corazón permanezca fijo en Él, en quien reside la liberación del mundo y la verdadera alegría. Confío este compromiso a la Virgen María, Madre de la Iglesia y le pido amar cada vez más al pueblo de los creyentes». A sus setenta y cinco años recién cumplidos don Giussani ha querido subrayar así, creo, la voluntad de acompañarles hasta en la “profesión”, un gesto de la libertad acompañado por la autoridad y, por tanto, jamás abandonado a uno mismo.
La fórmula citada no es un acto de consagración como el que se hace en las órdenes religiosas, sino una simple oración: una promesa de fidelidad que se expresa como petición de ayuda, y se sostiene por entero en la petición. No se trata de la expresión presuntuosa e irreal de un “estoy preparado”, sino de un acto de abandono total a Dios —que tiene un poder infinito, inimaginable para nosotros— y de petición de una fuerza que el hombre no tiene.
Para todos, casados y no casados
A la vuelta de una asamblea le pedí a don Giussani poder participar en el retiro de Adviento de los Memores Domini: entre los ochenta y siete que entraban definitivamente en el “Guipo adulto” había amigos míos de hace mucho tiempo y compañeros de trabajo. Cuando nos bajamos del coche, entramos en casa y nos sentamos en un banco de madera, detrás de la puerta, justo de anotar esta breve conversación: «¿Ves? —empezó— el Bautismo y la Confirmación bastan para sostener una consagración total a Cristo y a la Iglesia, sin que esto implique necesariamente emitir los votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia. Aquí todo se apoya sobre la responsabilidad personal —que es libre y total—; es una responsabilidad que vive cada uno en medio del mundo, en la circunstancia de todos, que es el trabajo». ¿Por qué es necesaria una fórmula? «Porque con la “profesión” esta responsabilidad asume la forma de un compromiso permanente frente al misterio de la Iglesia. A través de la fórmula se manifiesta delante de todos la forma en la que el propio ser es de Cristo y esta explicitación representa el compro-miso de una consagración a la que la persona, a pesar de toda su debilidad humana, no podrá ya sustraerse. No obstante todas las incoherencias, delante de Cristo no puede menguar, y el dolor por las incoherencias formará parte de una manera misteriosa de la cruz de Jesús».
Aproveché para lanzar la pregunta que haría cualquier persona casada... y don Giussani respondió: «En nuestra experiencia la virginidad o castidad representa la tarea que Dios asigna y que define la función de una persona en el mundo: la de ser vehículo a través del cual el ideal llegue a todos los fieles cristianos de forma que, casados y no casados, caminen en la vida hacia la santidad. Por tanto, en última instancia, también los esposos encuentran en la forma de la virginidad la llamada al ideal supremo de toda vida humana razonable y libre. La experiencia de este ideal será diferente según la tarea histórica que Dios encomienda a cada uno para que se realice el acontecimiento de Cristo redentor del mundo, pero su redención empieza por el presente, en el presente, y se desarrolla según el misterioso designio del Padre, signo de la piedad de Dios hacia el camino del hombre y de los pueblos en su historia. Por eso todos hemos sido elegidos para ser Memores Domini, también tú y tu mujer». Juntos, unos continuando la generación de la carne, y otros llevando la responsabilidad de recordar aquello por lo que vale la pena asumir la responsabilidad de los hijos. «La única “profesión” es dar testimonio de Cristo, es decir, de Dios tal y como se ha dado a conocer en Jesús, un hombre hijo de una mujer a la que llamaba “madre”. Por eso sabemos gracias a la Navidad —que es la fiesta de la libertad— que la libertad de Dios es que Dios se ha dado a conocer como hombre».
Canta y camina
“Camina el hombre cuando sabe bien adonde ir”
(de una canción de Claudio Chieffo)
Del discurso de san Agustín Obispo (Disc. 256, 1.2.3; PL38, 1191-1193). Primera lectura del sábado de la 35ª semana del tiempo ordinario
Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades,’ para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas, cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: «Velad y orad, para no caer en la tentación»? (Mt 26,41) ¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda pedir: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores»? (Mt 6,12)
Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los peligros? Primero decimos, en atención a los pecados pasados: «Perdónanos nues¬tras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores»; luego añadimos, en atención a los peligros futuros: «No nos dejes caer en la tentación» (Mt 6,13).
¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien, si todos juntos pedimos: «Líbranos del mal»? (Mt 6,13). Mas con todo, hermanos, aun en medio de este mal, cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.
Aun aquí, rodeados de peligros y de tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el Aleluya. «Fiel es Dios —dice el Apóstol—, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas» (I Cor 10,13). Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios es fiel. No dice: «Y no permitirá que seáis probados», sino: «No permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que'sea posible resistir, con la prueba dará también la salida» (I Cor 10,13). Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de ella indemne; así, a la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y cocido en el fuego de la tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella, porque Dios es fiel: «El Señor guarda tus entradas y salidas» (cfr. Sal 120, 7-8).
Más adelante, cuando este cuerpo sea hecho inmortal e incorruptible, cesará toda tentación; porque «el cuerpo está muerto». ¿Por qué está muerto? «Por el pecado». Pero «el espíritu vive». ¿Por qué? «Por la justificación» (Rm 8,10). Así pues, ¿quedará el cuerpo definitivamente muerto? No, ciertamente; escucha cómo continúa el texto: «Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales» (Rm 8, 10-11). Ahora tenemos un cuerpo meramente natural, después lo tendremos espiritual.
¡Feliz el Aleluya que allí entonaremos! Será un Aleluya seguro y sin temor, porque allí no habrá ningún enemigo, no se perderá ningún amigo. Allí, como ahora aquí, resonarán las alabanzas divinas; pero las de aquí proceden de los que están aún en dificultades, las de allá de los que ya están en seguridad; aquí de los que han de morir, allá de los que han de vivir para siempre; aquí de los que esperan, allá de los que ya poseen; aquí de los que están todavía en camino, allá de los que ya han llegado a la patria. Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez. ¿Qué significa «camina»? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el Apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres; canta y camina.
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