El largo pasillo del JFK que conduce a la salida del aeropuerto obliga a los turistas a recibir una pequeña lección de historia y a quien vuelve a casa a realizar un rápido repaso. En efecto, sobre sus paredes pintores ocasionales han transcrito sobre una recta imaginaria el texto de la Constitución de 1787: «We, the People of the United States...». Vamos leyendo, inmóviles sobre la cinta transportadora. Frente a la pared se extienden ante nuestra vista unos cientos de metros de cielo azul, apenas interrumpido por alguna nube blanca. Al final del pasillo, un muro decorado a base de barras y estrellas pone el punto y final a la lectura. Una vez que se ha vuelto la esquina aparece un nuevo y largo tubo: esta vez se trata de la Declaración de 1776: «When in the Course of human events...». Los textos que pasan ante nuestros ojos recuerdan los títulos que aparecen al final de las películas, y parecen decirnos: «América es un gran cine».
Parece que todos los turistas de Nueva York se han dado cita en el Rockefeller Center. Allí se encuentra el gran árbol de Navidad con sus 60.000 lucecitas — las ha encendido Rudolph Giuliani nada más ser reelegido como alcalde de la Gran Manzana— dominando la pista de patinaje más fotografiada del mundo. Alrededor, una marea humana e amontona y trata de asomarse por encima del parapeto. En la Quinta Avenida coches amarillos y kilométricas limusinas descargan "peregrinos" venidos de todas partes. La catedral de San Patricio, justo en el otro extremo de la Quinta Avenida, soporta indiferente, en la penumbra, el rito de la “Fiesta”, como denominan ahora a la Navidad para ser politicallv correct. Había entrado en los grandes almacenes Macy’s; la cajera introducía las compras dentro de una bolsa navideña. Digo: «¡Oh, Christmas bag!» —bolsa de Navidad—; el cajero me corrige: «Holiday bag!» —¡la bolsa de la Fiesta!
Una oportunidad imprevista
En esta Nueva York que el exprocurador general Giuliani, ahora primer ciudadano, está renovando a fondo —entre otras cosas con los más de treinta mil policías que protegen la ciudad—, el 11 de diciembre el auditorio de la Biblioteca de las Naciones Unidas está abarrotado de público. Dicen que nunca había habido tanta gente en aquella sala. En la Dag Hammarskjold Library se presentan los libros de don Giussani que el editor canadiense de la Mc. Gill-Qucen's University acaba de lanzar al mercado. El encuentro ha sido organizado por el observador permanente de la Santa Sede en la ONU, el Nuncio Renato Martino, y por la Path to Peace Foundation, y tiene como título: «El sentido religioso y el hombre moderno».
Un teólogo de enorme corpulencia, un monje budista con el tradicional hábito y un músico con ojos de niño hablan de don Giussani. Acaban de leer El sentido religioso, primero de los tres volúmenes del Curso básico de Cristianismo traducidos al inglés. Se trata de David Schindler, profesor de Teología Fundamental en el Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia de Washington, Shingen Takagi, profesor budista de Koyasan University (Japón), y el músico neoyorquino David Horowitz.
Los más de doscientos asistentes al encuentro escuchan el saludo inicial de monseñor Martino: «En sus escritos monseñor Giussani nos recuerda que la verdad es ese “sentido religioso” que se descubre a través de un “compromiso radical de nuestro yo con la vida". El descubrimiento de este sentido religioso está en el centro de nuestra tradición católica, como ha afirmado el Concilio Vaticano II, que ha hablado del «deber de escudriñar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, en un modo adecuado a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres acerca del sentido de la vida». En la sala se encuentran embajadores y funcionarios de la ONU, profesores universitarios, obispos y sacerdotes.
A pocos pasos de distancia, en otras salas, se está discutiendo la reforma del Consejo de Seguridad que debería conferir nueva credibilidad a la ONU. Da la sensación de que no se alcanza una solución que satisfaga a todos, países ricos y naciones pobres. Cada uno habla “su” lengua y el coro, evidentemente, desafina. La idea de una tolerancia entendida como indiferencia en la relación con el otro no promete nada bueno.
Otra música
Pero en el auditorio se escucha otra música. A pesar de que allí, en tomo a aquella mesa, se reúnen tradiciones y culturas diversas, se encuentran tres hombres aparentemente muy lejanos entre sí: un teólogo católico, un monje budista, un músico judío. Hablan... y se entienden. Y además se hacen entender por el público, a juzgar por el interés que suscitan sus intervenciones, que prenden fuego a la pólvora de un encendidísimo debate.
Schindler, o del método
David Schindler dirige la edición americana de la revista teológica Communio. Ligado a la personalidad de Hans Urs von Balthasar, es una de las figuras más prometedoras de la teología americana. Su intervención sienta las bases para el diálogo sobre el “sentido religioso”. Schindler va directo a las raíces del problema: «La racionalidad positivista y la libertad consumista, al ignorar el Infinito, niegan el sentido religioso: son formas de ateísmo o nihilismo». Para él, «la propuesta de don Giussani desvela que los problemas culturales de América no son en primera instancia de naturaleza moral, política o técnica, sino religiosa, estética y ontològica: religiosa, porque toda circunstancia de nuestra vida implica un encuentro con el Infinito —con el Infinito Amor revelado en Jesucristo—; estética, porque el reconocimiento de la auténtica diversidad del Otro supone la percepción de la belleza; finalmente, ontològica, porque todo nuestro ser está implicado en la relación con la realidad entera». Schindler señala insistentemente que el “método de la verificación” es el rasgo original del carisma de CL como el camino propio de la razón y de la libertad, que vuelve verdaderamente dramática la vida del hombre.
Takagi, o del ecumenismo
Al monje budista Takagi, miembro del Consejo de las Ciencias del Japón, le esperaba la tarea de explicar el carácter universal del planteamiento del problema humano propio de don Giussani. Takagi y su colega Habukawa conocen a don Giussani habla de la amistad que los une, signo de auténtico ecumenismo: «La idea de ecumenismo de don Giussani acepta las otras culturas para desarrollar las potencialidades del hombre, lo cual no implica la homologación cultural». Prosigue: «Don Giussani afirma que, más allá de la diversidad cultural y religiosa, la mente del hombre es por su naturaleza fundamentalmente igual. Kobo Daishi (que fundó hace 1200 años el Budismo Shingon al que pertenece el profesor Takagi; ndr) expresaba la misma idea».
Horowitz, o del signo
Inmediatamente después comienza otra música, la del compositor de origen hebreo David Horowitz. Suyos son los jingle publicitarios más famosos de América. Acaba de componer la música para una campaña publicitaria que ya ha suscitado miles de polémicas porque tiene un protagonista de excepción, Michail Gorbachov: ¡si hoy todo el mundo come “Pizza hot”, el mérito es del líder de la perestroika! Horowitz, que participó en el último Meeting de Rímini y que había conocido CL a través de Jonathan, compañero de trabajo y también compositor, ha leído y releído El sentido religioso inglés. Hasta que su atención se vio captada por una frase contenida en el capítulo undécimo, dedicado a la “Experiencia del signo”: «La atracción de toda belleza sigue una trayectoria paradójica: cuanto más bella es, tanto más remite a otra cosa, es signo de otra cosa. El arte (¡pensemos en la música!) cuanto más grande es, más abre; no ocluye, sino que abre de par en par el deseo, es signo de algo distinto» (p.143, El sentido religioso, Encuentro, Madrid, 1987). Ante el público de la ONU ha dicho, casi confesándose: « Este “otro” es exactamente lo que deseo expresar, reconocer e investigar, en todos los aspectos de mi vida. Es lo que vi cuando era niño en una sinagoga de Brooklyn, en el misterio de los ancianos que rezaban sus oraciones. En Rímini he conocido a un gran rabino, David Rosen, que había venido de Jerusalén para gustar de la energía y entusiasmo del Meeting. El camino para volver a mí mismo me resulta ahora más claro». Antes de terminar ha comunicado su personal definición del “sentido religioso”: «Es el camino del descubrimiento».
Sensim sine sensu
Todo cambia porque se pertenece
(Michelle Riconscente)
Cuando Olivetta me pidió que le ayudara a preparar la conferencia de Naciones Unidas sobre el «Sentido Religioso», yo llevaba año y medio yendo a la Escuela de Comunidad. Lo que allí se decía era bastante interesante, pero yo permanecía sobre todo por las personas y por el sentido de comunidad que intuía. Ahora com-prendo que Olivetta no me involucró en aquella tarea sólo porque pensara que podría realizar un buen trabajo de organización, sino que se dirigió a mí sobre todo por un amor a mi destino, sabiendo de antemano lo que yo descubro sólo ahora, es decir, que esta experiencia me cambiaría.
No consigo identificar un momento preciso del cual pueda decir: «Entonces, en aquel instante fui cambiada». Sin embargo, de algún modo, durante aquellos encuentros de diaconía a última hora de la tarde, seleccionando entre centenares de nombres la lista de los invitados, buscando a los intérpretes, organizando los reportajes de televisión, reservando los billetes y los hoteles, discutiendo todas las decisiones a tomar —concienzudamente, a través de los minúsculos detalles de la realidad, hasta llenar doscientos pliegos de instrucciones para los diversos colaboradores—, fui adquiriendo un sentido nuevo del fin y del valor, una alegría y una libertad, y hoy me doy cuenta de que he dado un paso adelante en el camino de la Verdad.
La independencia ha caracterizado gran parte de mi vida, y quizás por esto he llegado a ver el concepto de obediencia como una traición a uno mismo, como debilidad y opresión, como algo degradante. Siempre me ha respeto por la figura de la autoridad y mi sentido de la justicia. Después de todo, si cada uno de nosotros es un ser humano, creado a imagen de Dios, ¿por qué una persona debería exigir más respeto, más obediencia, que otra? ¿No es eso una forma de opresión? ¿No es como poner una persona por encima de las otras por razones ontológicamente superficiales? Aunque yo sigo luchando todavía con el concepto de obediencia, ahora me doy cuenta de que mi primera definición era equivocada e iba descaminada. Mi percepción original de la obediencia nacía de mi vulnerabilidad, de una especie de cólera contra la figura de la autoridad en mi vida —mi padre— que había abandonado a mi madre, a mis herma¬nos y a mí hace muchos años, en el momento en que más lo necesitábamos. Ha sido sólo a través de la experiencia de la amistad con personas como Jonathan, Riro, Angelo como he comenzado lentamente a ver en la obediencia una parte de la libertad y un componente intrínseco de la participación en el Cuerpo de Cristo. Ahora veo que la obediencia no es una debilidad sino una fuerza, una liberación y no una opresión.
Mientras observaba a Jonathan, a Riro y a los demás en las semanas de preparación de la conferencia, veía de un modo nuevo que guiar significa servir. El día de la conferencia era responsable de la gestión de la sala —la televisión, los invitados, los ponentes, la asignación de puestos—. Todo el que tenía un problema acudía a mí para que lo resolviese. De entre los confusos recuerdos de aquel día frenético, la imagen más límpida que me queda es la de una nueva experiencia personal de mando. En mi puesto de responsabilidad (¡una palabra mucho mejor que “mando”!) me hallé confrontando tranquilamente con los demás opiniones y decisiones, y actuando con un sentido de compasión y de alegría generado de algún modo por esta experiencia. Yo siempre me he sentido inclinada a asumir una posición de mando. En el concepto mundano de mando el poder desarrolla una función esencial, cosa que para mí, preocupada por la igualdad y la justicia, representaba una contradicción insalvable. Lo que he experimentado durante la conferencia me ha dejado una gran alegría, porque al fin este deseo de mi corazón correspondía a algo que yo sabía que era absolutamente verdadero, y no una contradicción. En un reciente artículo de Huellas, don Giussani explica a un grupo de Memores Domini que la autoridad es justo lo contrario que el poder. Este es precisamente el nuevo concepto de autoridad del que he tenido experiencia durante la conferencia y que he reconocido enseguida en la definición de don Giussani.
En los dos últimos meses he experimentado con fuerza que uno es libre para arriesgarse cuando comprende a Quién pertenece —que yo soy libre cuando acepto pertenecer a Otro—. La naturaleza me ha dotado de grandes cualidades y la estima de mi misma y de los otros está condicionada por esto. Sin embargo, reflexionando sobre mí misma, me preguntaba: «Pero si todos estos dones y dotes naturales se me quitaran de golpe, ¿qué valor tendría mi persona?». Mi pregunta era exactamente la de la ética contrapuesta a la ontología, si bien por aquel entonces no habría sabido describirla con estas palabras. Ahora veo que estaba en lo cierto cuando pensaba que las capacidades no son el fundamento del valor — la razón de mi valor es simplemente que yo pertenezco a Otro—. En esta condición liberada no debo demostrar con mis acciones, mis capacidades, mis palabras, que tengo un valor, porque no soy yo quien confiere ese valor. Comprendiendo esto, he encontrado también la gracia de aceptar el perdón, descubriendo de nuevo el sacramento de la reconciliación y experimentando por primera vez en dos años la misericordia de Dios hecha carne para mí a través de personas de las que hace dos meses conocía a duras penas las caras. Comprendiendo todo esto, soy libre para arriesgarme.
Durante la cena con el Nuncio que siguió a la conferencia me pidieron que tocara una pieza en el piano. En la época en que pensaba que debía demostrar con mis acciones que era “buena”, tenía miedo de tocar delante de los demás (¡especialmente, tratándose de músicos que entienden!), porque quería que mi música fuera perfecta, pero sabía que no podía ser así. Pensaba que sería juzgada a partir de mis acciones, de mis capacidades. Ahora puedo arriesgarme a mostrar quién soy también como músico, porque sé que, a pesar de las imperfecciones que todos pueden percibir, se evidenciarán también la belleza y la pasión por la vida que se hallan contenidas en mi música. Y así, aunque estaba bastante cansada, comencé a tocar la Goccia de Chopin. Mis dedos parecían encontrar sólo notas equivocadas. Al final me paré y dije: «Lo siento, pero esta noche no consigo tocar». Riro se me acercó y me dijo: «Entonces, ¡¿quieres que te lleve a casa en brazos?!». Volví a empezar y esta vez llegué hasta el fondo. Seguía habiendo errores, pero también belleza y pasión.
Así es como, a través de esta experiencia, he aprendido a arriesgarme ofreciéndome a mí misma igual que ofrezco mi música, con todas mis imperfecciones, con toda la belleza y la pasión por la vida. Cometeré, seguro, muchos errores. Pero así está hecha la belleza, la pasión que resuena como manifestación de ese Otro al que pertenezco, en el Cual soy libre; en compañía del Cual continúo encontrando una felicidad cada vez más verdadera.
Invitación a la lectura
Al Nuncio Martino le toca la tarea de cerrar el encuentro tal vez más imprevisible de la vida de CL después de aquel que originaron, hace cuarenta años, los primeros pasos de don Giussani en las escaleras del liceo Berchet. Dejando de lado todo formalismo ritual y con su acento tan italiano que cautiva la atención, saluda al público de esta manera: «Antes de Navidad solemos organizar un concierto, pero esta vez se nos ha presentado esta maravillosa ocasión de organizar otro tipo de “concierto”, alimento para la mente y ocasión para la meditación en el periodo navideño». Y a continuación: «La hermosa intervención de Schindler no nos exime de leer el libro...podéis encontrar algo de tiempo en Navidad para leerlo».
Por la noche, cena con los ponentes y el embajador de Italia en la ONU, Francesco Paolo Fulci, en una gran sala de la Misión de la Santa Sede, que está presidida por un busto de Juan Pablo II. En una esquina, un piano de cola en el que se alternan, en la hora de los cafés, Horowitz — que improvisa un nuevo tema—, Jonathan, su discípulo y responsable de los “cielinos” de América, y Michelle, una licenciada en Yale que trabaja en el mundo de la educación. Dice esta última: «Tocaré la Goccia de Chopin; la aprendí hace muchos años; al saber que le gusta a don Giussani, he vuelto a estudiarla». Michelle ha conocido CL hace menos de un año: dice que organizar el encuentro en la ONU junto a Olivetta —la infatigable secretaria de la Nunciatura— ha sido su particular modo de “encontrar” a don Giussani.
El sentido religioso americano no podía tener un “bautismo” más inesperado. En aquella sala, justo debajo de la biblioteca que conserva la memoria de cincuenta años de historia del mundo, se ha hablado de algunas palabras que marcan el camino del hombre: corazón, exigencias elementales, razón, método, verdad. Palabras que describen la dinámica del yo, atravesando cualquier tradición y cultura. Lo han atestiguado Schindler, Takagi y Horowitz, que no han perdido el tiempo en suavizar las diferencias para encontrar un mínimo acuerdo, a la manera del falso ecumenismo. Quizás merezca la pena citar el comentario del periodista Alberto Pasolini Zanelli en II Giornale del 14 de diciembre: «Ellos tres no han hablado entre sí de su respectiva fe, sino del mundo de las cosas fundamentales en el que radican las preguntas del hombre y sus respuestas y, por lo tanto, también la fe».
Una vez que todo hubo terminado, llamo a don Giussani por teléfono, y me dice: «Cuando subí la escalinata del Berchet para dar clase de religión, ciertamente no imaginaba lo que sucedería. Hoy ha vuelto a suceder algo imprevisible: de la nada puede nacer cualquier cosa. Es Dios quien lo hace todo. Debemos estar agradecidos, sobre todo a monseñor Martino que ha hecho posible este auténtico “milagro” en nuestra vida».
Quién sabe si el “renacimiento” de América no comenzará mediante encuentros como este de la ONU, encuentros entre personas que viven intensamente lo real.
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