Mirando retrospectivamente el intensísimo 1997, queremos retener cuatro momentos, cuatro fotogramas emblemáticos, de entre los miles que asaltan nuestra memoria —incluso los aspectos particulares son importantes para la memoria— y que han dado vida también a estas páginas como expresión de una amistad.
El primero se refiere a nuestra joven amiga de Novosibirsk quien, tras haber encontrado la fe a través del movimiento de CL, se puso en pie delante de sus amigos y recitó de memoria Alla sua donna de Giacomo Leopardi y Atto d’amore de Ada Negri. «Cara beltà...». Aquellas palabras, pronunciadas en una tierra difícil que durante ochenta años ha sido devastada en el plano humano y social por la aberrante ideología, son apenas nada, un pequeño hecho sin importancia. Pero suponen una diminuta simiente, el signo de una posibilidad nueva de dignidad en la relación entre los hombres y con el mundo.
El segundo retrae nuestra mirada al Palavobis de Milán, atestado con ocasión de la gran manifestación nacional “Defendamos el futuro”, organizada por la Compañía de las Obras junto a otras veinte asociaciones, para reafirmar la primacía de la sociedad y de la libertad contra la pretensión del Estado de imponerse como único educador de los jóvenes. En Italia, desde aquel día, ni en los periódicos ni en los pasillos de los Palacios se ha podido volver a hablar de escuela sin tener en cuenta la existencia de una realidad social pronta a abandonarlo todo con tal de conservar la libertad y, en este caso, la libertad de educar.
El tercer momento fija en la memoria el mensaje que Juan Pablo II ha enviado al Meeting de Rímini y que ha encontrado en nuestro movimiento una correspondencia de juicios históricos y de propuesta educativa. En una época marcada por el escepticismo y el nihilismo, el Papa ha renovado la invitación a descubrir en Cristo la positividad de lo real. Nunca como en este momento de la historia del mundo y de la Iglesia percibimos al Sucesor de Pedro como padre y maestro.
El cuarto nos conduce al Palacio de la ONU en Nueva York, donde un monje budista, un músico hebreo y un teólogo católico, invitados por el observador permanente de la Santa Sede en las Naciones Unidas, presentan The Religious Sense de don Giussani, recién editado en Norteamérica. Un hecho imprevisible que muestra la actualidad de la fe cristiana tradicional, tal como Comunión y Liberación la ha reconocido y asumido, y su naturaleza verdaderamente ecuménica.
¿Qué es lo que tienen en común estos cuatro fotogramas? Todos ellos recuerdan hombres y acciones, es decir, un movimiento. Pero lo que tienen más profundamente en común es la conciencia de la finalidad de la acción que reflejan. La verdad de un gesto no se caracteriza por la ampulosidad, el éxito o el atractivo sentimental del mismo, sino por la certeza del destino que lo mueve. Eso es lo que da valor a cuanto de pequeño o de grande hagamos.
El paso del tiempo enseña, al menos, una cosa: hasta las obras más grandes y majestuosas, cuando se han realizado con un fin parcial, se pierden, no perduran; mientras que un gesto, aunque sea pequeñísimo, si se realiza por el mismo fin para el que existen el tiempo y la historia, dura y supera todas las distancias, incluso seculares.
La finalidad de la acción captada en los fotogramas que hemos recordado es la gloria humana de Cristo en la historia —la amistad de Cristo es, en efecto, una experiencia humana que, comenzando en el más acá, se cumple hasta el último día de la historia en el más allá de la historia misma—. Esto es lo que hace que esos momentos sean grandes, memorables incluso en su evidente fugacidad, porque no se afirman presuntuosamente a sí mismos, a la manera de una ideología. De hecho, el que se pueda tener claro el fin total de la existencia no depende de la propia imaginación, como sucede para toda ideología, ni de un esfuerzo de voluntad. El carácter racional y la belleza de tal finalidad en la vida son reclamadas de modo imprevisible por medio del testimonio de un encuentro en el que se representa un Acontecimiento original, que vive en la historia como tradición y en las personas como memoria. Este es el deseo de Huellas: os deseamos un encuentro imprevisible, aquel imprevisto con el que el Señor muestra, para nuestra paz, que la historia es Suya. Y que Dios lo hace todo.
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