Va al contenido

Huellas N.04, Abril 1998

DOCUMENTOS

El dios dinero y la muerte de Cristo

Luigi Giussani

El significado de la Cruz en un mundo en el que los estadios han ocupado el lugar de las catedrales

La Repubblica, 11 de Abril de 1998

Estimado Director:
En mi cotidiana búsqueda de las consecuencias estéticas y, por tanto, éticas de mi fe en Cristo, el otro día me encontré nuevamente con un verso de Carducci: “Cristo crucificado mártir, Tú crucificas a los hombres” (G. Carducci, “In una chiesa gótica”, 1876, en: Odi barbare. Enseguida me vinieron a la mente estas reflexiones.
La historia de Cristo, para quienes la consideran real, no crucifica a los hombres: es El - sepamos de Él lo que sepamos - quien sube a la cruz por los hombres. Porque a los hombres les atormenta la pena del vivir; pero no saben que esta pena se debe a una raíz malvada que está dentro de ellos: el pecado, diría el lenguaje religioso.
A Cristo, raíz de la vida, le mata el mal que comete el hombre y que está en él. Y dado que el hombre lleva a cabo todas sus acciones libres para po¬der vivir su pretendida “satisfacción”, Carducci llama a Cristo - es decir, al hombre histórico que lleva el nombre de Jesús de Nazaret - “mentira”.
***
Noticias de todos los días. Se empieza a las seis viendo Euronews. En treinta minutos se derrumba cualquier tranquilidad y con ello la esperanza para la vida del hombre. En la pantalla, dos chicos norteamericanos matan a sus compañeros en una escuela, un tiroteo con treinta muertos en un funeral en Georgia... Y, también, algunas mañanas antes, las imágenes del terremoto en el estadio de Gualdo Tadino con mil quinientos hinchas adentro; el pánico que los asaltaba me traspasaba también a mí. Se renueva en mí pro-fundamente la piedad por los hombres y por mí mismo.
Cada día, en la televisión parece que el grito de la muchedumbre que da un impulso humano a la vida es sólo el deporte. El deporte, con los estadios en lugar de las catedrales antiguas. El único lugar repleto de gente, junto a esas oficinas que representan al único dios real de la sociedad de hoy: el dinero (nosotros luchamos continuamente contra el poder, pero el poder es el dinero, es decir, la bolsa de Milán, Nueva York, Londres...).
Y, sin embargo, todo el poder actual, en su impotencia, no es capaz de ofrecer ni siquiera una señal de esperanza para el pueblo. De modo que los hombres, cuando miran al horizonte, y también al cielo, tienen que acusar miedo. Tampoco los más sabios del mundo, aquellos que pasan por inspiradores de la verdad del hombre y del bienestar del pueblo, los gurús, saben qué hacer para calmarlo y confortarlo. Bobbio debe confesar que todos los ideales, incluido el Partido Comunista Italiano, se derrumban. Por esto el mundo señala a Cristo como al hombre que pone en la cruz a los hombres.
***
¿Dónde encontrar todavía el fundamento de una esperanza que acompañe a los hombres hacia relaciones en las que sea posible la verdad del amor? “Mira, Dios omnipotente, a la humanidad extenuada por su debilidad mortal, y haz que recobre la vida por la pasión de tu único Hijo” (oración litúrgica de la Semana Santa).
La única fuente de esperanza es Cristo en la cruz: “Para reunir a los pueblos en el pacto del amor, extiendes los brazos sobre el leño de la cruz” (himno del Lunes Santo). La única fuente de esperanza real - que origina una alegría inimaginable y, sobretodo, que ninguna otra fuente podría realizar - es la que sostuvo a la gente del Medievo, generando su profunda concepción - teórica y ética - de la persona y de la sociedad. El poder mismo, entonces, no podía eludir, como último objetivo, el amor y el bien de la gente, a la luz de una conciencia de su propio límite, es decir, del sentido del Misterio.
Esto señala la existencia de un pueblo nacido hace dos mil años. Un pueblo que recorre las mismas vías del malestar de todos y habita en las casas como los demás hombres, pero lo hace con la alegría en el corazón, como respuesta a una inefable espera: “Estad siempre alegres, estad alegres”. Expresión que traduce el antiguo dicho de la Biblia: “Daré a conocer al mundo la gloria de mi fuerza por la alegría de sus rostros”. Es el hebreo Jesús de Nazaret el que cumple esta promesa, como dice el evangelio de San Juan.
***
No se puede escapar a una paradoja. Quienes reconocen a Cristo tal como lo afirma toda la tradición cristiana, es decir, a Cristo muerto en la cruz como única salvación para todos los hombres, no pueden participar en la vida de los demás sino viviendo una contradicción: su incoherencia. En otros términos, no pueden evitar que la mirada de los demás sobre ellos antes que nada les acuse de incoherencia. Por eso la Iglesia pone en los labios de los cristianos estas palabras en Cuaresma: “Contra Ti hemos pecado, Señor, / pedimos un perdón que no merecemos. / Nuestra vida suspira en la angustia, / pero no se corrige nuestro actuar. / Si esperas, no nos arrepentimos, / si castigas, no resistimos. / Extiende la mano hacia nosotros que hemos caído, / Tú, que al asesino arrepentido le abriste el Paraíso”. El Misterio, que se ha revelado como misericordia, queda pues como la última palabra frente a todas las horribles posibilidades de la historia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página