La amistad como virtud
El papa Francisco suele recordar que la identidad del cristiano no se gesta en un laboratorio sino que nace de la pertenencia al pueblo de la Iglesia. Me parece una perspectiva justa para considerar la vida de nuestra amiga Carmina Salgado, a la que el Señor llamó inesperadamente el pasado 18 de agosto, cuando acababa de cumplir 70 años.
Recuerdo perfectamente cuando la conocí junto a su marido, José Miguel Oriol, y al matrimonio Carrascosa, que habían empezado a vivir la experiencia de Comunión y Liberación en España, hace treinta y ocho años. Para mí y para mis amigos, por entonces jóvenes apasionados de algunas parroquias madrileñas, ellos significaban una vida adulta totalmente plasmada por la fe, una vida que no dejaba fuera de su radio de interés ninguna dimensión de lo humano. Carmina no solía hacer grandes discursos pero inmediatamente identificaba el núcleo esencial de cualquier asunto, por eso sus preguntas eran siempre penetrantes. Su curiosidad era inagotable y su paciencia (para mí) desconcertante; su acogida siempre gratuita, y sus empeños nunca estaban dictados por el estado de ánimo sino por la verdad y belleza del Acontecimiento que había sucedido en su vida gracias al encuentro con don Giussani.
En aquellos inicios me impresionaba que, con su bagaje de experiencia, nunca mirase por encima del hombro los intentos irónicos de aquellos jóvenes, sino que estuviera dispuesta a tomarlos en serio e implicarse con ellos. Por entonces ya había emprendido junto a José Miguel la preciosa y arriesgada tarea empresarial y cultural de Ediciones Encuentro: eso sí que significaba “plantar olivos", apostar a largo plazo por una obra que tanto ha servido (en medio de dificultades sin cuento) para dar aliento vivo a una verdadera cultura católica en nuestro país.
Carmina nunca tuvo miedo, mejor, nunca estuvo determinada por el miedo. A quienes oscilábamos enseguida hacia la resistencia y la dialéctica frente a una sociedad que se alejaba de sus raíces cristianas, ella nos proponía su apertura al diálogo con todos, y ese diálogo no era un eslogan sino un verdadero encuentro humano con cualquiera, viniese de donde viniese. Una forma privilegiada de ese diálogo consistió siempre en abrir su casa, una tarea en la que ella sostenía el mayor peso, pero que hubiese sido imposible sin el concurso de toda su familia; de esa forma han hecho, hasta hoy mismo, una verdadera propuesta de vida cristiana, ante la que nadie podría sentirse agobiado o constreñido.
Conocía y amaba profundamente la Tradición de la Iglesia y eso le permitía estar presente con libertad y sin temor en medio de circunstancias sociales y culturales de cuya dificultad era plenamente consciente. Estaba preocupada, claro, pero en lugar de asumir una postura de cerrazón o autodefensa, buscaba siempre abrir nuevos espacios para la presencia cristiana. De ahí su implicación en la Compañía de las Obras y en Encuentro Madrid. Tenía una especial sensibilidad para las implicaciones culturales y sociales de la fe, lo que nos ha permitido compartir muchas aventuras en estos años inolvidables.
«El santo es el hombre», solía decir don Giussani para explicar que el cristianismo es la plenitud de todo lo verdaderamente humano. Carmina tenía sus genialidades y sus límites, pero lo interesante es cómo florecieron en ella, con el paso del tiempo, la inteligencia y el afecto, la capacidad de crítica y de abrazo, la disposición a la entrega tan eficaz como silenciosa. Y estoy seguro, lo he visto con mis propios ojos, de que todo eso ha sido fruto de su pertenencia humilde y apasionada a la Iglesia, a través del seguimiento insobornable y de la obediencia al carisma de CL. Un seguimiento que la hacía renacer continuamente, y así se explica, literaturas aparte, que nos pareciese siempre tan joven.
Una de las cosas que me fascinó del movimiento cuando lo encontré fue que allí se vivía la amistad como virtud, como fruto de la presencia de Cristo y como una llamada que apunta a la eternidad. Como tantos, yo he vivido con Carmina ese don inmenso y gratuito por el que siempre estaré agradecido. Hasta pronto, amiga.
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