El vicario de Alepo habla de su tierra maltratada por la guerra, de los jóvenes que se quedaron «sin nombre y sin casa» y de un trabajo iniciado junto al Gran Mufti, que está dando frutos imprevisibles
¿Cómo podemos relacionarnos con esta gente, cómo dialogar?¿Cómo permanecer firmes conservando nuestra identidad? Nosotros, cristianos de Oriente, tenemos una larga historia de convivencia con el islam, iniciada hace 1400 años, desde la conquista islámica de Oriente Medio. Y nosotros, los franciscanos, tenemos un carisma especial. San Francisco fue el primero que mandó a sus hermanos entre los sarracenos, repitiéndoles las palabras del Evangelio: «Id como corderos entre lobos». Pero el hecho más profético fue el encuentro entre san Francisco y el sultán, en 1219. Hoy conmemoramos 800 años de este acontecimiento. No fue solo un acto profético, sino también la prueba irrefutable de que el diálogo es más fuerte que la guerra. De hecho, san Francisco visitó al sultán de Egipto, Al Kamil, durante las cruzadas, es decir, durante la guerra entre Europa y los musulmanes de Oriente. Los ejércitos europeos se habían retirado, ya no quedaba nadie, solo este pobrecillo, privado de todo, excepto del amor a Dios y al prójimo. Y sus hermanos siguen estando allí desde hace ocho siglos custodiando los Lugares Santos.
Hoy tenemos a otro Francisco, el papa Francisco, quien también ha tendido una mano al mundo musulmán. Durante sus visitas pastorales alguien dijo: «Pero, ¿qué sentido tiene? ¿Por qué también va a visitar los países donde no hay cristianos?». Igualmente, estas visitas han tenido un gran éxito para nosotros, los historiadores. Por ejemplo, en su visita a Dubái y Abu Dabi el Papa firmó, junto con el Gran Imán de Al-Azhar, el Documento sobre la Fraternidad Humana. Es un texto importantísimo para nosotros porque en él se dice: renunciamos al uso de la palabra minorías. Todos los ciudadanos, todos los hombres son iguales ante Dios, iguales en derechos y en deberes. Este no considerarse ya como minoría es una gran conquista para nosotros, cristianos, y para todas las minorías no cristianas. En Marruecos están eliminando de todos los libros escolares y de historia todas las citas del Corán que incitan a la violencia y al odio. Esto también es muy importante, porque al haberse realizado en un país musulmán, alienta al resto de países musulmanes a seguir su ejemplo. Es la fuerza del diálogo.
Pero, ¿cómo vivimos hoy nosotros el diálogo en Alepo? Ciertamente, los grupos yihadistas (Isis, Al Qaeda) han hecho más daño al islam moderado que a nosotros, cristianos. Nos han hecho daño a todos y nos hemos descubierto formando parte del mismo barco, defendiéndonos y combatiendo este cáncer, que es precisamente el de la intransigencia, la violencia y todo lo que esto conlleva. Nos hemos descubierto juntos y la necesidad nos ha reunido. San Francisco, a propósito del diálogo ecuménico, dice: haced el ecumenismo de la sangre. Con los musulmanes estamos llevando a cabo un diálogo sobre la necesidad, sobre las necesidades del hombre, del hombre pobre, del hombre abandonado, del hombre violentado. Y, con el tiempo, servimos a este hombre. Todo empezó entre 2012 y 2013. Los musulmanes tenían un gran instituto donde acogían a ancianos, discapacitados y huérfanos. Llegaron estos grupos, comenzaron a bombardear el edificio y desde entonces estas personas no sabían a dónde trasladarse. Nosotros teníamos un edificio en la vicaría y cuando me dijeron lo que había pasado dije: «Que vengan aquí». Vinieron inmediatamente. Durante la evacuación dos chóferes fueron heridos. Llegaron 150. Días más tarde, tuvieron que alejar a los niños. Los musulmanes me preguntaron: «¿Cuáles son tus condiciones por el alquiler del edificio?». Les respondí: «No, vosotros hacéis un acto de caridad; nosotros también al ir al encuentro de vuestras necesidades». La única condición que les puse fue: «no quitéis ningún signo que encontréis». En aquella casa antes vivían monjas y, por tanto, en las habitaciones había cruces, imágenes, cuadros. Ellos los respetaron. Ahí comenzó una amistad y nuestros encuentros y relaciones superaron el protocolo, nos hicimos amigos. Discutimos con los responsables, también con el Muftí, de muchas cosas, y fue una ocasión para hablar del Evangelio, de la Sagrada Escritura y de la enseñanza de la Iglesia. Fue un diálogo realizado por ambas partes.
Al terminar la guerra, un grave problema salió a la luz. Había muchos jóvenes, muchísimos niños sin nombre y sin casa, no habían sido registrados y, por tanto, existían pero no existían: al no tener un nombre no podían ir al colegio ni acceder al resto de servicios. Intentamos buscar una solución juntos, cristianos y musulmanes. Los barrios al este de la ciudad eran los más destruidos, donde había más miseria y cuyos habitantes no eran cristianos. Por ello, quisimos trabajar con las autoridades musulmanas, para no ser acusados de proselitismo.
De ahí nació una idea. En el islam no existe la adopción, por lo que, una vez bromeando con el Muftí le dije: «¿Por qué no formas parte de nuestro Consejo?». Y él, sonriendo: «¿Para qué?». «Para encontrar una solución para estos pobres niños». Movió un poco la cabeza, pero al cabo de dos meses me presentó un estudio que había hecho: un proyecto de adopción. Según el proyecto, las familias podrían tomar consigo un niño y declarar que no era su hijo, se les daría el nombre de la familia, pero no podrían heredar y a los x8 deberían dejar la casa. Muchas familias lo han hecho realidad.
Evidentemente, nosotros no queremos hacer proselitismo, sino que queremos dar testimonio, un testimonio verdaderamente cristiano. Así, han descubierto quiénes somos, y muchos nos dicen: «Ahora que os conocemos de cerca, descubrimos que tenemos muchas cosas en común». Desde el punto de vista dogmático es imposible e inútil discutir. Somos como dos líneas paralelas que nunca se encontrarán. Pero tenemos cientos de cosas que nos unen, sobre todo acerca del hombre, sobre el servicio a la humanidad, sobre la paz, la familia, y mucho más. También ellos se han abierto y nos dicen: «No nos dejéis, no os vayáis, quedaos con nosotros». Esto es algo precioso que nos da fuerzas a todos los cristianos para quedarnos.
En una carta (un mensaje de condolencia por un sacerdote fallecido) me escribieron citando a san Pablo: «si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor». Esto es algo con lo que jamás habría podido soñar.
Durante una cena en Ramadán, habiendo sido invitados por el gobernador, entre civiles, militares, autoridades religiosas musulmanas y cristianas, el Muftí se levantó y dijo ante todos: «Hermanos míos, estamos en el mes de ayuno, pero también nuestros hermanos cristianos ayunan como nosotros, rezan más que nosotros y son más caritativos que nosotros. Su presencia hace que todo el ambiente sea más amable y más favorable para los demás».
Eso es, queremos que esta pasta fermente un poco con valores humanos, de apertura al otro. Este diálogo es la gran ayuda que trae la verdadera paz y la verdadera reconciliación. De otro modo, seguiremos en guerra muchos años y no acabará nunca.
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