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Huellas N.06, Junio 2019

PRIMER PLANO

Un beso que no es el final

Paola Bergamini

El psiquiatra Giovanni Stanghellini se mide con la pregunta de si hay algo que dure para siempre. Un diálogo sobre la experiencia, la relación, la espera, el mal, el repetirse de una misma situación. Y un imprevisto que «me toca en la carne»


«Si queréis, podéis quedaros. Pienso que también podrá haber algo interesante para vosotros en este diálogo». Giovanni Stanghellini se lo dice a sus alumnos, al terminar su clase en la escuela post-universitaria de Psicoterapia fenomenológico-dinámica. Psiquiatra, psicoterapeuta y profesor en la Universidad de Chieti, Stanghellino no aclara el tema de nuestra conversación: los últimos Ejercicios de la Fraternidad de CL. Pero casi todos se quedan.
«Mi primer “encuentro" con el pensamiento de don Giussani fue hace diez años, dialogando con Maila Quaglia, que conocí en un curso en la Universidad de Urbino». Una relación que sigue manteniendo, puesto que Stanghellini se ocupa hoy de la formación del personal de la Cooperativa el Nazareno (que se hace cargo también de personas con problemas psíquicos, ndr.), donde Manlia es una de los responsables. «Desde entonces, he ido encontrando muchos puntos de contacto con la fenomenología, disciplina de la que me ocupo. Me apremia un aspecto en particular. Traté de ello recientemente en un congreso en la Universidad Bicocca de Milán, junto con Julián Carrón. Es la palabra “experiencia". Experiencia es algo que me sucede ahora, que me toca el corazón, el punto más sensible de la carne, y que, al implicarme, me lleva a decir: aquí estoy. Me revela a mí mismo mi presencia».
Precisamente “experiencia" es una palabra que volverá a menudo en nuestro diálogo, como algo muy concreto.

¿Qué le ha llamado la atención de estos Ejercicios?
En primer lugar que se trata de “ejercicios", es decir, de una práctica destinada a hacer de un principio, o una idea, músculos, nervios y carne. Ejercitarse en algo es para que esto se convierta en habitus, en un hábito. Y “espirituales", no como abstracción, sino en el sentido de lo que anima nuestras acciones. Lo primero que he entendido es que existe una finalidad pragmática. Se hace ejercicio para que una idea, un principio, se encarne.

Carrón habla de un trabajo, de un camino.
Lo conocí por primera vez recientemente, y durante la conversación le dije que lo que me llamaba la atención de él es su pragmatismo. Me contestó: «Soy hijo de un campesino». Pensé, ¡esto es! Me ha gustado leer estos textos. Digamos que he ejercitado mi espíritu, es decir, he hecho un ejercicio de traducción de lo que he leído a la “lengua" que me es más propia; pero a la vez he encontrado algo que excede mi “lengua". Si lo he asimilado, se verá. Pero es un trabajo que me interesa.

Partamos del título. ¿Hay algo que resista el embate del tiempo?
Es paradójico, pero lo que resiste el embate del tiempo es la historia, que parece el reino de la contingencia. Vamos a entendernos en cuanto a los términos que usamos. Historia significa en primer lugar mundo y humanidad. Estar en la historia es sentirse parte de una comunidad. Hoy, visto el recelo y los prejuicios que se nutren hacia las historias de los demás, esto es más difícil. Pero mi existencia asume significado solo si forma parte de la aventura humana. Esto se vuelve apremiante cuando pasa algo malo. ¿En qué sentido este hecho inhumano tiene que ver con mi humanidad? En segundo lugar, historia significa “coser" en mi vida personal el episodio que estás pasando, dotarlo de sentido junto a los demás eventos, todos unidos por un hilo. El problema aparece cuando nos damos cuenta de que nuestra historia contiene una repetición de eventos; una repetición que, normalmente, también sucede en el orden de lo malo. Me encuentro en la misma situación límite, traumática, en la misma relación fallida. Esto supone una sacudida.

¿Por qué sobre todo cuando pasa algo malo?
Porque es lo que más sacude nuestra conciencia.

¿Pero puede sacudirme también una sorpresa positiva?
En ese caso, quiere decir que no es una repetición; entonces es una experiencia. Es el imprevisto del que habla Carrón, que me toca en la carne.

¿Para ello es necesario un movimiento del sujeto?
Claro está. Ese “movimiento" es una conversión, aunque ese término hay que entenderlo como un juicio.

¿Es un movimiento de la libertad que decide?
Que decide asumir una perspectiva distinta sobre la propia historia que se repite. No verla como el efecto de un caso maligno, sino de una disposición personal mía, que todavía no había logrado reconocer o focalizar adecuadamente. Pasar de considerarse víctima de un caso maligno a la capacidad de juzgar que hay algo que debe cambiar dentro de mí, algo de mis hábitos, hay una alteridad. Algo debe saltar.

¿Y para que esto se produzca debe haber algo que viene de fuera?
Son necesarias dos condiciones. Estar verdaderamente muy mal y tener delante otro que, con discreción, garbo, tacto y gracia, logra hacerte ver tu condición desde una perspectiva distinta. Platón nos dice que nos reflejamos en la niña del ojo de un amigo. El amigo que se presta para hacer de espejo y que es capaz de reflejarte sin que te sientas tan dolorido por lo que ves que te entren ganas de huir.

¿Es lo que Carrón llama el "encuentro con el otro”?
Existen dos tipos de encuentro. El primero es el que hemos descrito: el amigo es como “un espejo" con una dosis de gracias. El segundo es aquel en el que el otro no me ayuda a reconocerme, sino que arremete contra mis hábitos, sin tener ninguna intención de ayudarme en mi reconocimiento. Es otro que tiene un deseo distinto del mío, que tiene una temporalidad distinta de la mía. La experiencia que más nos hace sufrir es aquella en la que mi tiempo no se acompasa al del otro.

¿Por ejemplo?
Quiero ver una película, mientras mi mujer quiere recoger la mesa. Esta experiencia de falta de sincronización es cotidiana y dolorosa. Pero puede llegar a ser un desencadenante en sentido positivo, cuando yo reconozco al otro su derecho de vivir su tiempo. Es otra modalidad de encuentro. Vamos a aclararlo. No es que mi mujer quiera recoger la mesa para que yo tome conciencia de que mi temporalidad es distinta de la suya. Quiere recoger y punto. Pero esta forma de encuentro en parte traumática es lo que me revela por un lado la temporalidad del otro, su derecho a ser así, y por otro mi temporalidad y mi derecho a ser así. Una condición de soledad y al mismo tiempo de deseo de ser uno con el otro. Es un modo de definir la condición humana. Caer en la cuenta de esto es entusiasmante.

Me parece un bonito "ejercicio” lo que estamos haciendo. ¿Qué más le han llamado la atención en estos textos?
Podría señalar muchos aspectos. Añado uno. Tomar en serio nuestro malestar, nuestra propia vulnerabilidad, el propio síntoma. La terminología que utiliza Carrón es muy familiar para quien ejerce mi oficio. Pensar, y esta es la primera definición de lo que he llamado “conversión", que el síntoma es tu mejor aliado en el momento en que quieras comprenderte a ti mismo. Reconocerle al síntoma un poder de autorrevelación de mí mismo. Pongo un ejemplo. Si yo tengo miedo al tren y por trabajo estoy obligado a subirme al tren todos los días, debo hacer cuentas con ello. Mientras que en nuestra cultura el síntoma es un impedimento para la realización de mi plan y, por tanto, hay que eliminarlo. Pero si elimino este síntoma, luego aparecerá otro. Mi síntoma lo tengo que reconocer para comprender mejor el significado de mi existencia. Primero, el reconocimiento; el resto es consecuencia. Pero hay otro término que me llama la atención.

¿Cuál?
“Inquietud", que tiene dos perfiles. En negativo, es la intranquilidad, el no poder mantenerse en un proyecto con constancia; vivir lo instantáneo en función de la satisfacción inmediata de una necesidad. Pero no es solo esto. Inquietud, en sentido positivo, es la aspiración a algo más, la orientación hacia la trascendencia, el no poder contentarme solo con lo que ya conozco. Cuando nuestra conciencia se conforma con un insaciable deseo de repetir, de encontrar lo que es similar a lo anterior, pierde de vista la realidad, la individualidad del otro, se adormece. La inquietud es un estado de ánimo que te impide contentarte. Por lo tanto, es positiva porque te abre de par en par. Pero pronto podría darse alguna sorpresa.
Exacto. La inquietud te mantiene en vilo. Pero la existencia misma es estar en vilo. Si no estás así, no caminas. La inquietud es un estar en vilo emotivo ante la existencia: por un lado remite a la negatividad que consiste en no contentarse nunca, te hace vivir instantes fragmentados y separados, te hace cambiar continuamente de dirección y proyecto; por otra, es la posibilidad de atender a la esencia del otro, de buscar su alteridad. La cuestión ética fundamental es cómo mantenerse en este equilibrio inquieto.

¿Y cómo?

Quien tiene fe se mantiene en vilo por la fe, que siempre tiene que ver también con la inquietud. Por otra parte, alguien puede creer que es posible mantenerse en esta inquietud sin optar por ninguna creencia. ¿Cree que eso es posible?
No seré yo quien responda. En términos religiosos se podría decir mantenerse en el atmósfera del adviento.

¿A la espera?
Sí. Mantenerse a la espera del cumplimiento.

¿Y si el cumplimiento llega? Como el "día espléndido” del que habla Camus...
Si llega ese día espléndido, es más hermoso si se renueva cada día. Un cumplimiento que no se renueva se lo dejo a otros con mucho gusto. Me quedo con mi inquietud.

Es una ventana abierta.
Sí. Y a lo mejor me puede dar una tortícolis, incluso una pulmonía.

Volvamos al "para siempre”, al comienzo de nuestra conversación.
Se podría decir que el “para siempre" que todos anhelamos -pensemos en el “te amaré para siempre"- está amenazado de un lado por la instantaneidad y de otro por la atemporalidad de lo eterno. Dante describe el infierno como “ese aire teñido sin tiempo". En medio está el adviento, algo que está siempre a punto de cumplirse. Y, cuando se cumple, luego se revoca y se vuelve a cumplir. Esto es el “para siempre".

Normalmente se habla de la inquietud de los jóvenes, pero estaría por decir que espero tener esa inquietud hasta el último día de mi vida.
Hablo de ello en dos de mis libros, Noi siamo un dialogo y L’amore che cura. La inquietud es también el estado de ánimo que acompaña a una visión informe de las cosas, antes de que tomen una forma definida. Y añado: también por esto la inquietud resulta difícil de tolerar.

¿Porque no nos deja ver?
Al contrario. Porque nos hace ver lo que viene antes de la forma. Piense usted en el dinamismo de la relación. El otro toma forma en el momento en que yo creo haberlo conocido. Y esto me tranquiliza. Antes de haberle conocido y de haberle insertado en una determinada categoría, mi estado de ánimo es de inquietud, sobre todo si quiero conocerlo, si me interesa y todavía no logro clasificarlo.

¿Es lo que permite descubrir al otro?
Es la condición necesaria para descubrir al otro. Lévinas decía: «El rostro del otro es infinito». No significa que sea informe, que no sea hermoso. La relación no es algo que estabilice la percepción del rostro, sino que con el tiempo te revela formas distintas de ese rostro. Y esto puede ser inquietante, en sentido positivo.

Volvamos al adviento, a la espera de que este acontecimiento suceda, que vuelva a suceder.
Me gustaría vivir siempre en el adviento. Es uno de los sentidos de este diálogo. ¿Por qué usted me entrevista? Es un encuentro. Acontece, en un adviento. Estamos siempre ahí.

¿Tiene algo que ver con la fe?
La fe implica este acontecer, llamaría “fe" a esta experiencia del adviento. Para mí es así.

¿Es esto el cristianismo?
No lo sé. Pienso así: me encantaría que el cristianismo fuera esto. Me encuentro a gusto con los cristianos para los que la fe es la experiencia del adviento. Por eso me he encontrado a gusto con Carrón. Y antes, me llamó mucho la atención leer a don Giussani, que conocí a través de los testimonios de los que le han conocido directa o indirectamente. Hoy me encuentro con usted. Con los cristianos con los que me encuentro a gusto, el acontecimiento se hace carne. O mejor dicho, el adviento del acontecimiento se hace carne. Me gusta lo que hay un instante antes. Como escribe John Keats, un poeta inglés muerto antes de besar la vida, de besar a su amada, en Oda a una urna griega, donde describe a dos jóvenes que están a punto de besarse: «Nunca, nunca podrás besarla». Es el tema del adviento.

Vale, pero cuando sucede llena la vida, y el corazón.
Me hace ilusión escuchárselo. Me hace mucha ilusión cuando alguien me lo dice.

Como dicen Giussani y Carrón, cuando sale a tu encuentro, el tiempo se ensancha. Puedes besar al amado y no es el final.
Y el beso no es el final. Es una experiencia, que te toca el corazón.



 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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