Desde la pregunta de los Ejercicios hasta hoy, cuatro testimonios de un camino que comienza
España. Los "vivientes" y los burlaos
«Nos lo jugamos todo en la fe. Que se convierta en una experiencia mía, que yo viva de eso, es lo más decisivo. Y es la única contribución que puedo ofrecer al mundo». Para César Senra, 42 años, Memor Domini, madrileño trasladado a Cataluña, “el mundo" es un «cuerpo a cuerpo» que vuelve a empezar cada mañana cuando entra en el colegio de Sant Hipolit de Voltrega, cerca de Vic, donde es profesor y director de primaria: 235 alumnos entre 3 y 16 años. Más todos los demás con los que se topa a diario porque es responsable de los bachilleres en España.
Cuando le preguntas por los últimos Ejercicios, por el trabajo que han puesto en marcha, te habla del impacto que sintió desde el primer reclamo, el de la «ternura con uno mismo». «No puedo prescindir de mi corazón, de la necesidad radical que llevo dentro. Poderme mirar a mí mismo con simpatía es un punto decisivo. Cuando reduzco mi yo, la fe se vuelve una cosa entre otras muchas. Si lo pienso, todas mis decisiones importantes han nacido del hecho de que Cristo tiene que ver con esa necesidad».
Así es desde que tenía 16 años. «Yo era un desastre. Me echaron tres veces y al final me expulsaron del colegio, con una gran herida en el corazón: mi madre había muerto y la relación con mi padre no era buena. Me pasaba la vida en el bar». Allí se cruzaba por las mañanas con uno de sus profesores. «Se asomaba antes de entrar al colegio, me saludaba, y yo le respondía alzando el botellín de cerveza... Pero, poco a poco, empecé a ir a sus clases. Era lo único que hacía». Pero fue decisivo, porque «veía a un hombre más feliz que yo». Cuando aquel profe le invitó un día a un fin de semana con los bachilleres, desafiándole («yo tengo amigos de verdad y una vida más hermosa que la vuestra: si queréis.»), César dio el paso más sencillo: «Me levanté y fui a ver». Fue «ese punto del que ya no hay vuelta atrás».
«La noche siguiente a aquella excursión me fui a la cama pensando: “Gracias, Dios, porque existes. No permitas que nunca me aleje de esta historia"». Cuando le preguntas cómo pudo reconocerlo, llegar a decir “Dios" al final de esos tres días donde solo hubo cantos, juegos y diálogos, responde claramente: «La correspondencia. Plena, total. Era imposible. Yo no era tonto, había probado ya muchas cosas. pero en esa experiencia había otra cosa que pasaba, era evidente». Una evidencia que, añade, nunca le ha abandonado. «Me decía: si no quiero perder esta plenitud, tengo que seguirla. El ciento por uno no depende de mí, pero lo necesito. Por tanto, conviene estar pegado al lugar donde puede volver a suceder».
El descubrimiento del origen. Y una verificación que hacer continuamente. En el fondo, su vida con los chicos consiste en eso. «El Viernes Santo estábamos en una iglesia», cuenta. «Había unas cuarenta personas: 32 ancianas, nosotros tres Memores y cinco bachilleres. Pensé: si no estuviéramos nosotros, habría sesenta años de distancia. Dos generaciones. En medio, la nada. Y me pregunté: ¿por qué estos están aquí?». Y se respondió. «No por una tradición, sino por la fascinación que han encontrado al conocernos. Es algo totalmente nuevo. Y te lo dicen: “Lo que vosotros vivís no lo habíamos visto nunca". Son posmodernos, frágiles, ya están decepcionados. Pero ese juicio está claro: quieren identificar esa diferencia, entender de dónde viene. Por eso muchos piden luego la Confirmación o el Bautismo. Para ellos, ese paso no es un salto al vacío, ya forma parte de su experiencia». Más de lo que, a veces, pasa con los que creen que ya conocen a Cristo. «Cuando hablas de ese “algo más", para nosotros muchas veces no se identifica con lo que está pasando; indica más bien nuestras imágenes, fórmulas. Para ellos no: es una evidencia presente. Como me dijo uno de ellos, “en el mundo que había visto hasta ahora, la gente come, bebe, tiene relaciones sexuales y muere. Punto. Vosotros sois distintos. Estáis vivos". Me hizo pensar en el inicio, cuando los paganos llamaban a los cristianos “los vivientes"». Esto es lo que César pone a prueba todos los días: «ir al fondo de la experiencia. ¿Qué hay aquí que no hay en otra parte? ¿Y cómo te ayuda a vivir? Estar con ellos es un regalo, porque son radicales». Lee el mail de un chaval que ha llegado este año. Ha cambiado de colegio porque sufría acoso escolar. «El primer día ya vi algo distinto -escribe-. Me llamaban la atención los profesores, cómo vivían entre ellos y con mis compañeros. Luego me invitaron a la Escuela de comunidad, no podía creerlo: un lugar donde se habla sin miedo del propio dolor. En resumen, he experimentado algo más, algo nunca visto. Allí había algo que yo quería, sin saberlo». Comenta César: «Cuando sucede una cosa así, tienes que seguirla. En cierto sentido, yo vivo de lo que sucede en ellos».
Como con los burlaos, la compañía que se reúne todos los lunes por la noche en su casa con Lluís (otro Memor). «Son jóvenes del pueblo. Algunos antiguos alumnos nuestros. Casi todos con una vida desestructurada: ni estudian ni trabajan. Pero llegados a cierto punto vuelven con nosotros. Porque tener un lugar donde poner la vida sobre la mesa es indispensable». Entre patatas fritas y cerveza, hacen la Escuela de comunidad con una lealtad impresionante. «Allí se ve lo que estamos diciendo: tu yo puede estar fragmentado, frágil, dividido, pero tu corazón no». Si el encuentro sucede, lo intercepta. «Y a partir de ahí se puede hacer un camino. Igual que me pasó a mí».
Italia. Hechos que no pasan
Elia suele decir a los jóvenes con los que se encuentra que la verdad es como una pieza musical, concretamente esa que escuchaste con la persona de la que estás enamorado: cada vez que la oigas, ese rostro acudirá a tu mente. «La verdad es así, siempre nos alcanza dentro de la concreción de una relación. Si no, es abstracción, teoría, aire. Entonces, si uno está en tensión por que se aclare la verdad de la vida, volver a descubrirla irá siempre ligado a un encuentro, un hecho, una cara. A la realidad». Sacerdote de 31 años, Elia Carrai es florentino, pero vive en Roma. Siempre le impactó cómo don Giussani, incluso a una edad avanzada, volvía sobre hechos de su juventud. «Me preguntaba cómo los acontecimientos de su vida le podían acompañar tanto». Hoy experimenta en el camino del movimiento esa misma posibilidad: que lo que sucede no se desvanezca, no quede confinado a un momento, sino que pueda «durar, atravesar el tiempo, seguir cambiándonos», como decía Julián Carrón en los Ejercicios de la Fraternidad, unos días que para él han abierto aún más «el valor de los hechos que me suceden y que no “pasan". No solo los que me suceden a mí, sino también a otros, y de los que soy testigo».
Un amigo, un joven médico, le contó «algo muy bonito» que le pasó en el trabajo. «Mi jefe me pidió que fuera expeditivo con una paciente con la que no había nada que hacer. Yo no estaba convencido y empecé una terapia, al menos para aliviar su dolor. La mujer estaba muy agradecida; y también mi jefe cuando se enteró». Al escucharlo, Elia se quedó asombrado y le preguntó por qué no había hecho lo que le había mandado su jefe. «Porque no me correspondía tratar así a esa mujer». ¿Pero por qué? «¡Porque a mí no me miran así!».
«En mi amigo», cuenta Elia, «había sucedido una novedad. Su gesto no estaba dominado por la mentalidad de todos -el descarte-, sino por un afecto que solo es de Cristo. Su decisión nacía de Cristo contemporáneo: a él, a esa mujer que se sintió querida, a su jefe. El gran riesgo que corremos es quedarnos en la superficie de los hechos, contentarnos con generalidades, diciendo “qué bonito" pero perdiéndonos el alcance que pueden tener. En esa habitación de hospital, Cristo se hizo presente mediante ese amigo mío».
Si nos quedamos en la apariencia, la vida no “engancha" el fondo de la cuestión, el fondo de uno mismo. «Las cosas suceden y no aclaran nada de mi necesidad ni de lo que puede responder a ella». Por eso está tan agradecido a los Ejercicios, «porque existe un hombre como Julián, que no tiene miedo a la pregunta: ¿hay algo que resista el embate del tiempo? Esos días estuve “bajo" la mirada de alguien que se preocupa por mi humanidad de un modo más verdadero que yo». Ha sido liberador oír hablar de la fidelidad pero no en términos éticos, «una preocupación que me lleva a encerrarme en propios límites. En cambio, la fidelidad es de Dios hacia mi vida. Hay un camino que puedo retomar todos los días, sin escandalizarme, porque ningún error puede impedir la posibilidad de que yo vuelva a darme cuenta de que Él está».
Volvió a casa con más ganas de vivir, de afrontar el doctorado, la preparación de una peregrinación, todo lo que tiene que hacer. A veces le despierta una humanidad que le sorprende y le da envidia. «Otras veces, una humanidad herida, que mendiga de mí la mirada de Jesús y la hace emerger de nuevo». Su amigo Alex vive en la calle, justo debajo de su casa. «Salgo del portal invadido por mis ideas y mis estados de ánimo, y verlo me cambia. La otra mañana solo nos miramos y sonreímos, pero inmediatamente su drama me hizo decir: ¿quién soy yo?, ¿qué espero de esta jornada?». Con el tiempo se han hecho amigos. Un día, Elia tuvo problemas por ayudarle. Alex no dejaba de preguntar: «¿Por qué lo haces?». «Su pregunta se me instaló dentro. Me hizo darme cuenta de que, si hubiera partido de la idea que tengo de mí mismo, de lo que sé hacer, nunca me habría implicado con él de esa manera. A veces me llena de estupor el hecho de vivir de una manera que sería imposible por mí mismo». Por una vida que continuamente es llevada más allá de la medida de las propias capacidades. «Lo que “resiste" no lo debo poner yo con un esfuerzo mío. Resiste porque ya existe. Lo que yo tengo que hacer es darme cuenta». Como decían en los Ejercicios, muchas veces pensamos que lo que sucede es consecuencia de un hecho que pasó hace dos mil años, mientras que la cuestión es reconocer que estas cosas suceden porque Él está presente. «Esta es la clave de bóveda para darme cuenta de que la relación con Cristo no es humo, es real. A nosotros nos pasan cosas increíbles, y nos afanamos mucho, pero no acabamos siendo más libres, más felices, con una conciencia más viva de quién responde a nuestro drama. Mientras que la fe es una vida que no podemos producir: una relación nueva con las cosas, solo posible porque Cristo está presente».
Uganda. Cuando el tiempo es amigo
«Releer la propia historia y descubrirse “preferidos". Es lo primero que me llevo a casa después de los Ejercicios. A los 49 años...». Y después de diecinueve viviendo en Uganda con su mujer, Manolita, y cinco hijos, cuenta el empresario Stefano Antoneti. «Nos fuimos de Varese recién casados, en el año 2000». No por un “ímpetu misionero", subraya. «Mi mujer estuvo en África con su familia y tenía el deseo de revivir aquella experiencia de belleza que había vivido. Trabajar para AVSI en África era una posibilidad, una circunstancia que se nos presentó. Lo que habíamos encontrado en el movimiento, ¿también se podía dar allí? Decir “sí" era la manera de verificarlo». Nunca pensó que sería para toda la vida. En cambio. «Cuando llegó la pregunta de Carrón antes de los Ejercicios, “¿hay algo que resista el embate del tiempo?", ¿cómo no iba a mirar lo que nos había sucedido desde entonces?», explica Manolita, que todavía lleva en el corazón lo que escuchó en diferido desde Rímini. «Carrón nos ha vuelto a poner a trabajar para redescubrir la novedad que nos ha cautivado y que domina nuestra vida, el acontecimiento de Cristo ahora. Entonces miras atrás y te das cuenta de hasta qué punto has sido, mejor dicho, eres preferido cada día».
«Era el año 2013. La fatiga que con el tiempo había empezado a abrirse paso en nuestras vidas se había hecho insoportable». Con los años, las relaciones con los amigos del movimiento en Uganda se habían vuelto áridas, los hijos crecían, con sus exigencias. Las fatigas que cualquiera puede vivir en su día a día. Era como un “tedio" creciente. «Con el paso del tiempo también surgió una cierta presunción, casi como si la decisión de Uganda hubiera sido una línea de meta.», cuenta Stefano. «Como si marcharnos hubiera sido una iniciativa nuestra y no la adhesión al camino que Jesús había elegido para nosotros. Cuando sucede esto, si la realidad se complica, te dices a ti mismo que “te es dada", pero como algo que añades tú. Intentas digerirlo, pero se te atraganta».
Después de trece años «empezamos a movernos para volver a Italia», cuenta Manolita. Compraron una casa en Varese, matricularon a sus hijos en una escuela de la ciudad. «Intentábamos poner en su sitio todas las piezas de nuestra vida. Pero no conseguíamos encontrar trabajo». Las cuentas no cuadraban y empezaron a hablar con muchos amigos. «Uno de ellos nos preguntó qué era lo que deseábamos de verdad. Fue como si Jesús me preguntara: “¿qué buscas?"». En el fondo, es el mismo desafío del reconocimiento del que hablaban en Rímini y al mirarlo hoy, después de los Ejercicios, se comprende aún mejor. «El problema no era poner la vida en su sitio sino profundizar en la relación con ese Misterio que nos había cautivado años atrás y que ahora volvía a llamar a nuestra puerta». Relanzando el desafío. «A los pocos meses me llegó una oferta de trabajo desde Uganda», recuerda Stefano. «Nos llenó de gratitud poder volver a empezar a vivir mirando con ojos nuevos lo que queríamos dejar».
No había cambiado nada aparentemente en Kampala. «Las personas eran las mismas que antes, las dificultades también. Habíamos cambiado nosotros: la cuestión era esa petición, esa necesidad verdadera que llevábamos dentro». Las relaciones que se habían vuelto áridas han vuelto a florecer, y han nacido otras nuevas. Manolita sigue trabajando para AVSI, con la adopción a distancia, pero con nuevas responsabilidades. «Me sentía inadecuada. Por mi carácter, me da miedo no estar a la altura. ¿Pero dónde está mi consistencia? En el trabajo me tocaba comunicar la belleza de la obra de AVSI con los niños de los slum. Hasta que me di cuenta de que la tenía delante de mis ojos, yo misma la estaba viviendo, no tenía que inventar nada. Era para mí».
«Esta vez no hemos “llegado" con la decisión de quedarnos, pero es como si hubiéramos empezado un camino», añade Stefano. Esa perspectiva continua, ese parangón constante «con mi necesidad» todavía choca con la educación de los hijos que crecen, con el trabajo que no sale, con uno al que ayudas, con los que enseñas a trabajar y luego la lían con los clientes. «Pero lo afrontas de otra manera, eres creativo, cambias la línea de negocio. Te enfadas, pero los quieres. Empiezas a ver en todo algo bueno para ti». Incluso la muerte de uno de sus mejores amigos, el año pasado. «La cuestión es entender qué estás pidiendo», continúa Stefano. «Una noche, después del enésimo día complicado, antes de entrar en casa me dije: “No, al menos por esta noche hagamos como que todo es hermoso, hagámonos reír". ¿Pero era una ficción o verdaderamente había algo de lo que partir? Aquellos rostros no eran una ficción. Estaban, “dados". La realidad es enemiga cuando es una idea tuya. Como cuando hace años me enfadé con el movimiento. “Yo sigo, ¿pero por qué me molestas? ¿Por qué me canso?". Si la realidad no es para ti, el tiempo te mata».
Volver a mirar la propia vida así es recuperarla. «Sentirse preferidos, amados por una Presencia que vuelve a suceder y regenera mi yo», añade Manolita. «Es un trabajo que vuelve a empezar todos los días, y te hace ser verdaderamente protagonista de tu vida».
República Checa. Cuando todo cambia
«Un martes de mayo en la web de CL vi un artículo sobre la asamblea de los responsables europeos en Cracovia que empezaba con estas palabras: “La fatiga de la vida diaria, la aridez que siempre vuelve". ¡Me fulminó! ¿Pero cómo era posible? ¡Tenía los Ejercicios de la Fraternidad, la Pascua, pero la trama de la vida siempre está hecha así!». Exactamente igual que Carrón había explicado en Rímini: estás en un momento complicado (A), encuentras algo que te saca de ahí y te hace dar un paso adelante (B), pero pronto pasa y vuelves a estar como antes (A).
Claudia Piccinno no estaba en Rímini, lo siguió todo desde Esztergom, en Budapest. Lleva cinco años viviendo en Praga con su marido y dos hijos. Es de CL de toda la vida, desde que en 1985 se encontró en su colegio, en Florencia, con Paolo Bargigia (en la foto con Claudia y su marido). Cuando empezó su nueva vida en el extranjero «tuve que cambiarlo todo», recuerda ahora, con un acento florentino que el checo no ha apagado. «Dejar mi trabajo como abogada, dedicarme totalmente a mis hijos, ponerme a estudiar un idioma difícil.». Las cosas normales, cotidianas, se hacen complicadas cuando hasta comprar el pan parece un examen. Pero «yo quiero ser feliz ahí, en las situaciones banales de la vida», afirma.
La suya es una de las contribuciones que Carrón leyó en la lección del sábado por la mañana. «¿Cómo resistes tú, Cristo, en mi matrimonio, con los amigos, en la relación con los hijos que crecen, en los desafíos de la vida cotidiana, en los miedos que me atenazan, en las cosas que antes me gustaban tanto y que ahora me dejan casi indiferente?», escribió. Y habló de una amiga enferma que le había confesado: «Yo espero de mi matrimonio que Dios haga suceder aún grandes cosas».
En cambio, Claudia dice: «Me di cuenta de que en “mi matrimonio perfecto todo estaba en su sitio", ya no esperaba que Dios pudiera hacer esas grandes cosas». Pero, cuenta, «retomar un camino tenaz» (como decían las palabras de Giussani en la Jornada de apertura de curso) les animó, a ella y a su marido, a empezar la caritativa en Praga, con los enfermos de un hospital.
Esas dos horas al mes volvieron a poner a «Jesús entre nosotros». «Mi marido es muy diferente a mí y cuanto más pasan los años, más descubro que en realidad no sé “quién es". Estamos juntos, estamos casados, pero cada uno tiene su relación personal con el Señor. Extender la crema en la frágil piel de los enfermos nos ha hecho conscientes de que tenemos en común el deseo de seguir a Cristo a través de la compañía que Él nos hizo encontrar hace tantos años».
Los Ejercicios, y luego el artículo sobre Cracovia («Fijaos, la esperanza está en vosotros», decía Carrón), la han vuelto a poner a trabajar. «Han iluminado lo que me sucedió después». La tarde de aquel mismo martes tenía las reuniones de las clases de sus hijos. «El profesor de primero nos paró a mí y a los padres de los dos peores de la clase. Yo había ido pensando que no había ningún problema. Nos dijeron: “Estos tres llevan un tiempo gastando bromas pesadas a una niña de la clase, rozando el acoso. Los hemos mandado al director y el psicólogo está siguiendo el caso, es una situación muy fea y quizás haya que tomar medidas"». Claudia se hundió. «Crees que conoces a tus hijos y descubres que son todo lo opuesto a ti. Qué le había enseñado yo a este chico. con todos mis intentos de mostrarle el bien». Pensó entonces en lo que había escuchado desde Rímini, en esas páginas sobre las que está trabajando en la Escuela de comunidad, donde había leído en la introducción: «Cuanto más busco el control, cuanto más me quedo yo, menos se salva, menos resurge. Sé que tengo que aprender a ofrecer justamente lo que más mal hace, lo que yo no puedo ajustar y como mucho soy capaz de esconder, como se hace con el polvo debajo de la alfombra». Allí, en el colegio, junto a las madres de los “peores", un flash: todo lo que uno vive es «ocasión para entrar en una mayor familiaridad contigo, oh Cristo, y ahí, en ese instante, Él resucitó ante mí. Escuché a los profesores, dije lo que tenía que decir, a mi hijo en casa le echamos una buena bronca, pero pude mirarle por lo que es y no por el error que había cometido, porque había Otro que lo estaba mirando a través de mí. Y estaba en paz. Por la noche me dije: esta es “la esperanza que hay en mí". Existe, y consiste en poder estar en relación con Él, esperando poder ver Su resurrección». En todo momento.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón