Fue colaborador de Václav Havel y candidato a la presidencia. Pavel Fisher, senador checo, reflexiona sobre lo que le falta a nuestro continente para recobrar su identidad. Y explica por qué el testimonio de los cristianos puede jugar un papel decisivo en este sentido
De joven tocaba el violín en la Prague Student Orquesta. Luego cantó en el World Youth Choir. Hoy, al cabo de los años, recuerda: «Así es como empecé a girar por Europa, cuando todavía estaba el telón de acero». Y con la música descubrió que las fronteras no tienen sentido porque «cuando te exhibes, lo que cuenta es el talento, no el pasaporte». Desde entonces Pavel Fisher (Praga 1965) ha avanzado mucho. Tras haber sido durante ocho años un estrecho colaborador de Václav Havel y embajador en París durante siete, el año pasado se presentó a las elecciones como candidato a la Presidencia de la República. Acabó tercero, alcanzando en la primera ronda el 10% de los votos. Actualmente es senador, y preside la comisión de Asuntos Exteriores, Seguridad y Defensa. Se nota que no ha girado por Europa solo con el violín bajo el brazo. Es católico, casado, tiene cuatro hijos, y a quien le pregunta si se siente más checo o más europeo responde: «Es como si me preguntaran si me siento más de Praga o de Chequia...». Será uno de los invitados en el próximo Meeting de Rímini. El mes pasado, viendo por televisión las imágenes del terrible incendio de la catedral de Notre Dame, reconoció muchos rostros conocidos durante su estancia en París, primero como estudiante y más tarde como embajador.
«Fue una emoción muy fuerte. Conocía bien la catedral y a muchos de los que la frecuentaban. Por televisión vi también a Laurent Nuñez, secretario de Estado en el Ministerio de Interior francés, que fue compañero mío en la École Nationale d’Administation».
¿Qué pensó viendo la catedral en llamas?
Es una imagen que remite a la fragilidad de las cosas, de lo que nos rodea, y a nuestra incapacidad para cuidar de ello. Nos creemos capaces de crear, poseer, conquistar, tener éxito... Luego, a pesar de toda la tecnología de este mundo, nos encontramos indefensos e impotentes ante una iglesia en llamas.
Europa pasa por un momento muy delicado. Parece que algo se ha derrumbado.
La fragilidad de Note Dame es como un símbolo de la situación que atraviesa nuestra colaboración pacífica. Europa se encuentra bajo una doble presión que viene del exterior: por una parte, la amenaza viene del Este, de Rusia y China, que nos miran como un peligro; por otra, viene del Sur, de una África azotada por la violencia y el terrorismo islamista, donde se palpa el odio hacia los cristianos y hacia Europa. Las instituciones europeas son frágiles, así como los procesos democráticos en el marco de cada país, y sabemos que potencias extranjeras pueden influir en el resultado de unas elecciones. El Brexit nos enseña que objetivos aparentemente muy simples de explicar (la salida de la Unión) no son para nada sencillos de alcanzar. Es una señal de la complejidad del mundo en que vivimos.
La brecha entre la política y la gente es cada vez más grande.
Es una brecha que hay que tomar muy en serio, a la que prestar atención. Ciertamente debemos procurar tener en cuenta las emociones, los miedos y las esperanzas de la gente. Si no lo hacemos, tendrán razón en decir que la política no se ocupa de los verdaderos problemas. Sin embargo, es necesario por nuestra parte que sepamos explicar, pedagógicamente diría, que no todo se puede resolver apretando un botón. Lo que cuenta de verdad necesita tiempo, paciencia y disponibilidad para el compromiso. El uso masivo de los ordenadores nos hace creer que todo está al alcance de un clic, pero en la vida y en la política las cosas no funcionan así.
Esto vale para vosotros, los políticos. ¿Y para las personas comunes? ¿Pueden participar en la construcción de Europa?
Debemos volver a la provocación de Václav Havel que, en los años setenta, vio la desilusión de la gente común que en el plano social se sentía inútil. Pensaban que nada podía cambiar, que no había salida en un régimen comunista totalitario. Pero él objetó: no, no es cierto, porque nuestro modo de vivir el día a día es ya una forma de hacer política. Si vivimos con dignidad allí donde estamos, contribuimos al bien común. Vivir con responsabilidad es la clave para aportar nuestra contribución a la sociedad. Es lo que escribió en su libro El poder de los sin poder: también la persona menos importante puede hacer algo útil, incluso en la situación más complicada. No creo que sirvan nuevas ideologías. Al contrario, necesitamos reconocer que cada vida singular, asumida con dignidad y responsabilidad, construye, puede cambiar las cosas, empezando por las más cercanas, hasta llegar a la sociedad en su conjunto.
¿Qué es lo que favorece este tipo de conciencia?
Somos rehenes de la tecnología. Pensamos que cuanto más conexiones, más seguidores, más amigos en Facebook tenemos, tanto más inteligentes y eficaces somos. Creo que debería ser lo contrario. El hombre por el que abogaba Havel es el que se compromete con la búsqueda de la verdad. En aquel entonces nos encontrábamos, debatíamos, procurábamos educarnos para comprender qué estaba en juego y qué podíamos hacer. Europa necesita algo así, gente que se encuentra, en grupos, en círculos de amigos, para pensar y debatir, necesita que redescubramos una dimensión comunitaria que posibilite un verdadero diálogo.
¿Qué le hace pensar que este sea el camino adecuado?
Lo veo cuando me encuentro con la gente en mis giras como senador. Cuando me encuentro en un contexto donde realmente es posible confrontarse con otros, expresar la propia opinión y escuchar la de los demás a pesar de no compartir sus ideas, la gente se implica. Las personas se quedan, sin que nadie se vaya antes del final del debate, como pasa muchas veces en los debates por Facebook. De veras, debemos recuperar el placer de dialogar así, para salvar la distancia entre experiencias personales distintas, para crear una sociedad de sujetos responsables y seguros de sí mismos.
¿Puede ayudar en esto la experiencia cristiana?
Sin duda. Los cristianos estamos muy bien equipados para hacer lo que acabo de describir. Tenemos mucho que ofrecer, porque nos sostiene la relación con el Dios en el que creemos, que es relación.
A menudo el cristianismo se reduce a defensa de unos valores o de una tradición, y deja de ser una experiencia viva que cambia el presente...
Las raíces de Europa son judeocristianas. De acuerdo. Pero los cristianos no están acostumbrados a preguntarse por Dios. En realidad, en la cultura judeocristiana de la que nace Europa se puede poner en discusión a Dios. Piense en lo que Job se atreve a decir en la Biblia. Para él la relación con Dios es una auténtica relación personal, no es algo prefabricado. Job desafía a Dios. Si nosotros, los cristianos, no redescubrimos esta posibilidad para las personas que nos rodean, la fe será vista cada vez más como una serie de preceptos o de ritos poco interesantes. Hoy los cristianos nos parecemos a alguien que habita en una casa sin utilizar sus llaves. Hemos olvidado la llave del legado que nos llega de siglos atrás. Pero así los europeos perderán las llaves del espacio de libertad y dignidad que los judíos y los cristianos han ayudado sustancialmente a crear.
¿En qué sentido?
El tesoro de Europa quedará accesible para quienes entiendan las razones de las que han salido las grandes instituciones de nuestro tiempo. Y que estas siguen siendo significativas todavía hoy. ¿Por qué deberíamos ocuparnos de ser solidarios si existen sistemas de pensiones? ¿Por qué debemos pensar en la caridad si hay tantas organizaciones que se ocupan de ello? ¿Por qué interesarnos por los sintecho si existe quien
lo hace por trabajo? La existencia de estas realidades se explica a la luz del desarrollo de la cultura europea que, en distintos momentos, ha sido protagonizada por algunos visionarios, o profetas, personas que han abierto camino creando hospitales, escuelas, universidades, obras asistenciales, caritativas... Si miramos su historia, vemos que su inspiración nacía de una fe personal en un Dios personal. Ellos desafiaron las estructuras de poder de su tiempo. Por eso Europa necesita a los cristianos. Porque sin ellos sería difícil usar las llaves de la casa común que hemos heredado y en la que vivimos. Pero está a la vista de todos que la estabilidad de esta casa debe ser reforzada.
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