De México a Argentina, en sociedades corruptas y enfrentadas por la política, donde la credibilidad de la Iglesia está en crisis. Aquí la propuesta del movimiento se vive como la posibilidad de no caer víctimas del poder, sea cual fuere. Historias y contribuciones de las comunidades de América Latina
Cuando falleció don Giussani, con otros amigos de la pequeña comunidad chilena, Juan Emilio siguió los funerales por televisión, desde el otro lado del océano. Han pasado 14 años, pero aún recuerda un comentario que escuchó en esa ocasión: «Ahora morirá el carisma».
«Me hicieron daño esas palabras. Sin embargo, ni siquiera yo podía imaginar que hoy estaría aquí aún más vivo que entonces». Había conocido el movimiento veinte años atrás, bajo la dictadura del general Pinochet, y tenía a sus espaldas una historia personal dura, la misma de muchos otros en su país, sin padre y huérfano de madre desde pequeño. «Para nosotros la Iglesia ha sido siempre "madre", la única que nos ha protegido, que ha defendido los derechos de la gente humilde», cuenta Emilio.
Hoy esa "madre", en Chile más que en otros países, está azotada por los escándalos de la pedofilia y de los abusos de poder, y desacreditada por los medios que cada día la atacan duramente. La gente se va alejando. «Por eso, me sorprende mucho que este año en el retiro de Cuaresma fuéramos cuatrocientos, cuando siempre hemos sido un centenar. Pienso también en los chicos de GS, que están descubriendo ahora la belleza de la Iglesia y que se fían de los adultos que les acompañan. Todo esto no es fruto de un proyecto. Simplemente hemos permanecido fieles a la experiencia de una vida que nos hace felices, siguiendo la historia que nos ha alcanzado. No me refiero a ninguna forma, sino a un modo de vivir el cristianismo. En 2005, tras años de compromiso sincero en CL, escuchó a Julián Carrón que decía: «El centro de nuestra amistad es Cristo». «Era una frase dirigida a mí. El Señor me tocó el corazón y me liberó de un modo asociativo de vivir la fe, pegado a las formas. Hoy me alegra ver que las formas, incluso en nuestra manera de estar juntos, han cambiado, que no son las de ayer ni de anteayer. Nacen de lo que sucede».
En Brasil se han reunido 300 personas para el ARAL, la Asamblea de responsables de los países latinoa-mericanos con Carrón. Allí emerge una experiencia de fe muy interesante, caracterizada por una fuerte vitalidad. No prevalecen las cuesti-nes asociativas, sino la vida. Viven en sociedades duras, con perfiles muy distintos pero acomunados por la corrupción y las fuertes polarizaciones políticas que dividen al pueblo. Además hay un clericalismo muy extendido, que es una de las mayores preocupaciones del papa Francisco, que señala la tentación de dominar espacios, olvidando al creyente que sufre en su lucha cotidiana por vivir su fe. Todavía es menos obvio que, en un contexto así, las personas que hoy sostienen una de las comunidades del movimiento sean casi todas laicas y latinoamericanas, signo de un carisma que ha echado raíces en la vida común de todos. Oliverio viene de Coatzacoalcos, México, un lugar violento donde el narcotráfico secuestra y mata.
«Hoy, cuando miro mi país, ya no veo solo violencia. En las relaciones que han crecido en estos años con las personas más diversas, también con empresarios de la ciudad, hay una apertura nueva, concreta, que va más allá de los intereses personales. Algunos, por primera vez en su vida, se ponen a trabajar por su barrio, otros piden construir juntos la paz social porque perciben que es posible construirla desde abajo. Es una de las cosas más grandes por lo que doy gracias al movimiento: la sencillez de reconocer lo excepcional en los demás».
En las asambleas del ARAL, adultos y jóvenes ponen su camino delante de Carrón. La distancia geográfica desaparece de un plumazo por cómo viven su paternidad y los instrumentos del movimiento. Algunos son profesionales de éxito, otros padres y madres de familia, o sacerdotes, pero en la vida son "eternos aprendices", tal como canta una samba brasileña. Preguntan de muchas maneras cuál es la contribución que su vida puede dar al mundo de hoy, no al de mañana, con sus compañeros de trabajo, los amigos, los hijos, la Iglesia, la política. Buscan una respuesta que no edulcore ni oculte nada, desde la complejidad de las situaciones hasta las dificultades del propio carácter personal. «No hay contribución mayor que la de un yo que se despierta», abre el diálogo Carrón. Y, citando a Giussani, dice que «nosotros no le tenemos miedo al poder», tenga el rostro que tenga. «Nosotros solo le tenemos miedo a la gente que duerme». Se comprende mejor porque personas sencillas, escondidas para el mundo, aparecen aquí en toda su grandeza: no se ha adormecido el deseo infinito de su corazón humano, ni la necesidad de vivir una amistad que les genere. «No es obvio que Dios haya elegido la forma de una amistad», dice Julian de la Morena, responsable de CL en América Latina. «Podía asumir otras formas; en cambio, ha tomado la forma de una amistad misteriosa que se convierte en un terreno fecundo mediante el cual la Iglesia expresa su abrazo al mundo».
Para cada uno de los presentes todo comenzó con un encuentro imprevisto, imposible de imaginar, lejano o cercano en el tiempo, pero imposible de olvidar. Kierkegaard escribía que lo importante es haber visto una vez en la vida «algo tan magnífico que todo lo demás sea nada comparado con él», algo que, si uno lo olvidara todo, eso no lo olvidaría jamás. Carras, desde hace años uno de los responsables internacionales de CL, vuelve con el pensamiento a la niebla de Milán, durante un viaje en coche con don Giussani, que le dice: «Pero el sol está». A él le entra la risa, pero el sacerdote no bromea e insiste: «Claro que hay niebla y no se ve nada. Pero detrás está el sol. Porque si en la vida has visto una vez un rayo de sol, ya no puedes olvidarlo». Con qué humanidad diría esas palabras para que conquistaran el corazón de un hombre que había buscado siempre con ardor, en la Acción Católica de tinte anárquico durante la España franquista, en el trabajo editorial clandestino o no, en la opción concreta por los pobres en las barriadas de chabolas de Vallecas, hasta quedar preso de «un cristianismo sin Cristo» que le llevó a desechar la fe. «Porque lo que no nos sirve lo tiramos». Solo el encuentro con Cristo vivo, presente en rostros y personas, estableció una unidad profunda entre el ideal cristiano y su humanidad, entre su deseo de justicia y la posibilidad de una respuesta verdadera. Hubiera sido imposible que esto se manifestara con el tiempo, llenando la juventud de sus ochenta años, si él no hubiera sido hijo de don Giussani y luego de Carrón: «El carisma es un don que el Espíritu Santo concede a una persona que se deja tocar existencialmente por Cristo, de modo que así Cristo mismo se hace más persuasivo, incisivo y pedagógico para todos. Siguiéndolo, la vida crece, la comunión crece, el amor a tu mujer, ¡todo!».
Sin un camino, el encuentro no basta, se queda sin historia y acabaría olvidándose. La conciencia con la que don Giussani vivió el desafío del 68 vuelve una y otra vez en los días del ARAL. «Hace falta la tenacidad de un camino». ¿De qué camino habla don Giussani? Contesta Carrón: «El mismo que empezó Giussani en su primera hora de clase. Partir de la experiencia para comparar todo lo que vivimos con ese criterio objetivo, original que es nuestro corazón, para alcanzar un juicio personal. No es suficiente quedarse en el movimiento para no perder este método». Jerónimo es argentino: «Creía que era cristiano, que vivía el movimiento participando en todos sus gestos. Lo creí hasta que empezaron los problemas». Y con ellos toda su humanidad herida. En un primer momento, se enfadó con Dios. «Porque, en lugar de aceptarlos como la ocasión de poner a prueba nuestra fe y comprobar si nos sirve para afrontarlos, nosotros los devolvemos "al remite". En cambio, podemos vivir la vida como vocación y reconocer que en todo hay Alguien que nos llama». Jerónimo sigue: «Al cabo de un mes, me di cuenta de que quien tenía que cambiar era yo. Entonces empecé a pedir ayuda, a ir a misa, a prestar atención a lo que se me proponía, a participar en el movimiento no como una rutina, sino como la respuesta a mi urgente necesidad». Las provocaciones existenciales llegan por todas partes: las fatigas cotidianas, las dificultades en las relaciones, los fracasos o los éxitos que no satisfacen, los problemas familiares. Juana, de Sao Paulo, habla de una amiga suya que en la relación con ella ha descubierto una vida fascinante, pero que «rechaza la Iglesia por la idea negativa que tiene» y la contrapone a lo que ve en esa amistad. «La lucha que se ha desatado en tu amiga es la misma que tenemos que librar nosotros entre el acontecimiento y la mentalidad que llevamos a cuestas. Pero que se desate esta lucha ¡es el primer indicio de que Cristo es real y está presente! Lo que aportamos a los demás es lo que aprendemos del carisma: el nexo entre nuestra razón y nuestra experiencia», le dice Carrón. Camilo, un joven chileno, no consigue perdonar a su hermano que se fue de casa: «Ese perdón que, en cambio, vivo con las personas de la caritativa» delante de sus límites y errores. Julián le contesta: «No cambies el método que Dios usa contigo. No es un esfuerzo lo que te permite perdonar. Participando en la belleza del lugar donde tú eres perdonado, con el tiempo, verás cómo el perdón se dilatará en toda tu vida».
La disponibilidad a dejarse generar, sin prisa. Otoney, de Salvador de Bahía, no tiene hoy la misma energía y fuerza de hace veintiséis años, cuando de ateo se convirtió en cristiano al conocer el movimiento: «Hoy mi yo cuenta con un núcleo duro, una presencia firme que es fuente de novedad continua en mi manera de trabajar, de vivir el matrimonio, de asumir responsabilidades, de cuidar las relaciones. Antes, delegaba todo en el movimiento como asociación o en lo que otros decían, ahora ahondo en mi deseo y en lo que responde de verdad». Luego le da las gracias a Carrón: «Por tu continua provocación a juzgar a partir de la experiencia, y también por someterte tú, en primera persona, a mi juicio. Esto hace crecer en mí el deseo de seguir, de comparar mi experiencia de modo adulto, verificando con seriedad lo que nos dices».
¿Dónde vive hoy el carisma? La pregunta resuena en la asamblea, entre gente que en su mayoría no ha conocido a Giussani. «La respuesta no puede ser fruto de una reflexión abstracta», dice Carrón. «Cada cual tiene que verificar si hay algo en el presente que le cambia, que toca todas las dimensiones del propio yo, que le permite tener una experiencia de novedad». La respuesta se hace transparente viendo a personas sedientas de realidad que recorren el camino que don Giussani ha abierto para todos: vivir intensamente la realidad. Y Carrón precisa: «Ser hijos suyos no es repetir lo que él decía, sino dejarse sorprender, al igual que él, por la realidad, por lo que acontece».
Según Julián de la Morena, una de las contribuciones más incisivas del carisma, más aún en una mentalidad embebida de lo virtual, es precisamente la atención a la realidad, «al particular que me toca vivir ahora. Cristo se manifiesta en el ahora, en lo que se me da ahora. No depende de una genialidad humana la capacidad de "ver" lo que hay. El carisma de don Giussani nos educa en una atención a la realidad que ningún libro, ni estudio, ni reflexión sociológica puede proporcionarnos. Si Cristo está vivo, no puedo conocerlo más que en el presente, en lo que tengo delante ahora, no hace un minuto». De aquí nace una presencia disponible al compromiso con cualquier situación, incluso la más hostil, como la de Venezuela (que relatamos en las páginas siguientes). Otro aspecto valioso es que «el carisma genera un lugar donde se habla con libertad de uno mismo», donde la comparación con la autoridad es ajena al temor, porque se advierte como un bien para la propia vida. «Podemos mirarlo todo sin escandalizarnos solo si Cristo está presente. Y esto permite abrazar el drama de los demás».
¿Qué es lo permite no reducir el carisma? Lo testimonia Alejandro, argentino, que ha verificado en sus carnes que la autoridad de un padre es siempre necesaria. Treinta y cuatro años en el movimiento, palabras leídas y repetidas mil veces, una fascinación intelectual aplicada a lo que creía haber entendido. «Había dejado a Giussani fuera de mí, como externo a mí. Empezar a poner en juego mi corazón, mi necesidad real, está cambiando mi vida. Quiero volver a aprenderlo todo». «Quedándonos en un discurso justo nos perdemos. Creyendo que estamos siguiendo, en realidad podemos negar el método que Giussani nos propone. Solo puedo no reducir el carisma si implico mi humanidad, si me implico en un camino humano», comenta Carrón. Vivir tomando entre manos esa nostalgia radical que nos constituye: «Si el cristianismo no es un acontecimiento que despierta continuamente toda nuestra humanidad, no nos sirve. Solo Cristo lo hace, exalta y abre de par en par nuestro deseo». Y hace que una tímida chica brasileña, Paula, pueda decir: «Desde que me encontré con Cristo y empecé este camino, tengo el valor de vivir a la altura de mi deseo de infinito. Lo vivo todo en relación con este deseo y me descubro agradecida y libre. Ya no quiero volver a mi vida de antes».
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