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Huellas N.1, Enero 2008

CL - Roma

«Es Jesús, y estamos aquí para ser sus amigos»

Alessandra Buzzetti

El saludo a los niños, la bendición del altar, la llamada a la esperanza. Benedicto XVI ha inaugurado la iglesia de los Santos Mártires Portenses, confiada a los sacerdotes de la Fraternidad San Carlos. Crónica de un día muy especial

«“Hola, Jesús”. Me saludó así una niña hace diez años cuando entré en la parroquia. Y ahora, ante usted, Santidad, sólo puedo repetir lo mismo. Porque... lo amo profundamente». Es la única frase que se le escapa, al final del breve saludo preparado meticulosamente, cuando el padre Gerard Mc Charty no es capaz de contener la emoción.
Benedicto XVI lo mira, sonriendo, y se levanta para abrazarlo. Y sin embargo, no es la primera vez que a al padre Gerry –como lo llaman los amigos– le toca hacer los honores ante nada menos que un Papa.

La parcela de Juan Pablo II
Iglesia de los Santos Mártires Portuenses, barrio de la Magliana, suburbio histórico de las afueras de Roma.
Cuando en noviembre de 1998 Juan Pablo II vino aquí de visita pastoral celebró la misa al aire libre, en una parcela destinada a edificar el nuevo centro parroquial.
Nueve años después, Benedicto XVI ha consagrado la nueva iglesia. Difícil imaginar un modo más solemne para clausurar las obras. Y los números –que no lo son todo, pero que algo cuentan– dicen que las previsiones del Vicariado de Roma eran fundadas, cuando se incluyó la parroquia del padre Gerry en el proyecto del Jubileo “50 iglesias nuevas para Roma”. Proyecto destinado a las comunidades en expansión. También se dio cuenta Benedicto XVI el domingo 16 de diciembre nada más entrar en el salón parroquial dedicado a él. Un tropel de niños entonaban para él un villancico en un alemán de difícil comprensión: los 300 niños que el año que viene recibirán la comunión. «Para mí es una gran alegría ver a tantos jóvenes que aman a Jesús» les dijo el Papa a los niños que, en el culmen de su jubilo, no querían dejar de cantar.
Con el encuentro con los niños de primera comunión culminó una mañana intensa y muy esperada: aguardando al Santo Padre, junto al sagrario, estaban el cardenal vicario de Roma, Camillo Ruini, monseñor Massimo Camisasca, superior de la Fraternidad San Carlos Borromeo a quien ha sido confiada la parroquia, el párroco y sus vicarios y hermanos: los padres Maurizio y Paolo.

Comunidad viviente
«Nos emocionó a todos que el Papa, nada más llegar, cambiase el recorrido establecido –cuenta el padre Gerry– para pasar entre la gente y saludar al mayor número posible de personas». Un gesto sencillo que ha ayudado a muchos a entender las palabras pronunciadas después en su homilía. «Que el cuidado que manifestamos por el edificio material, rociándolo con agua bendita, ungiéndolo con aceite, incensándolo –dijo Benedicto XVI al explicar los símbolos del rito de la consagración del altar–, sea signo de un cuidado aún mayor en defender y alentar al templo vivo de las personas, formado por vosotros, queridos parroquianos. La comunidad viviente es más sagrada que el templo que consagramos».
La historia de la comunidad cristiana aquí, en el barrio de la Magliana, hunde sus raíces mucho tiempo atrás, en el 303 d.C., cuando tres hermanos –Simplicio, Faustino y Beatriz– fueron martirizados durante la persecución del emperador Diocleciano. Son los Mártires Portuenses, enterrados cerca de las catacumbas de Generosa, a quienes está dedicada la iglesia nueva, y que nos señalan el camino en nuestro tiempo presente. «También hoy, aunque de distinta manera, el mensaje salvífico de Cristo encuentra oposición –añadió Benedicto XVI– y los cristianos, no menos que ayer, están llamados a dar razón de su esperanza, a ofrecer al mundo el testimonio de la Verdad del Único que salva y redime». Esa esperanza que todos deseamos, pero a la que, cada vez más a menudo, no sabemos dar un nombre.
Una parroquia como esta, con más de siete mil familias es un lugar privilegiado para observar también a una Italia que ya hace veinte años necesitaba una nueva evangelización, como indicó Juan Pablo II. Se luchaba contra la difusión de una idea de Dios –explicaba don Giussani–, de una imagen de Cristo y de un concepto de Iglesia ajenos a la vida.

Los gestos sencillos de la fe
Entre los chicos de la Magliana hay también niños como Tommaso. Pisó la parroquia por primera vez tan sólo por el deseo de estar con un compañero de clase y mirando al crucifijo le preguntó al padre Gerry: «¿Y ése quién es?».
«Es Jesús, y estamos aquí para ser sus amigos», le explicó el párroco. «Los niños ya no saben ni siquiera santiguarse –cuenta– y al principio se educa sólo en los gestos sencillos y objetivos de la fe. Un niño también entiende la belleza de la Liturgia». Así, por ejemplo, durante la misa con niños están prohibidos los cantos no litúrgicos; la Vieja factoría en inglés –el himno de los parroquianos con menos de diez años– se puede cantar sólo cuando la misa ha terminado. También el silencio y la participación en la liturgia llamaron la atención del Papa, observa el padre Gerry, pensando en cuántos padres han disfrutado de la visita de Benedicto XVI gracias a sus hijos que, por asistir a la catequesis, los han acercado de nuevo a la fe.
Rostros que se suceden desde hace diez años, no como fruto de una estrategia, sino por la importancia dada a lo que don Giussani dijo al padre Gerry hace diez años, antes de partir hacia Roma. «No eres un párroco por lo que haces, sino porque has sido llamado. Tienes que ser siempre un hombre, un hombre de Dios».
Una frase que para él se ha hecho carne en uno de los primeros encuentros en la parroquia. Cuando conoció a Alessio: 21 años y un tumor en fase terminal; y a su padre, profundamente anticlerical. En los últimos días Alessio se calmaba sólo al lado de aquel sacerdote irlandés que, después, cuando murió el chico, no dejaba de llorar. «He entendido que eres un hombre –le dijo de repente el padre– porque veo tus lágrimas».

Una casa para todos
Después de él, ha habido muchos encuentros que han marcado los diez años de la parroquia de la Magliana. Por ejemplo, han nacido las Voluntarias de Santa Teresita, madres y abuelas dedicadas a Caritas en la parroquia, que han empezado a ocuparse de los recién llegados, los que viven bajo el viaducto de la Magliana: búlgaros, eslavos y, sobre todo, polacos. «Gente que sabe vivir con dignidad la propia pobreza –cuenta el padre Gerry–, gente que lo necesita todo, pero sobre todo el contacto humano.
Como un joven polaco, que vino a mí después de la muerte de su mujer. «Sólo necesitaba llorar en el hombro de alguien», me susurró entre lágrimas».
Junto a los nuevos inmigrantes –que aquí, como en todas partes, no son bien vistos– al barrio siguen llegando nuevas familias. Este año se casarán en la iglesia sesenta parejas; novios que a menudo comienzan de nuevo un recorrido verdadero de fe. «Poco a poco los vemos volver a la iglesia y al confesionario. Sucede sobre todo cuando se sienten aceptados. Me conmueve cuando, después de haberse mudado a otro sitio, me llaman para pedirme que bautice a su primer hijo». Es fácil que ahora, después de la visita del Papa, la lista aumente.
El Papa expresó con estas palabras qué es una parroquia como esta que se convierte en casa para todos: «Es vuestra casa, porque es la casa de Jesús, donde podéis estar juntos alegrándoos por la paz que cada día nos concede el Señor».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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