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Huellas N.1, Enero 2008

CL - Lituania

La verdadera luz de Vilnius

Davide Perillo

La exposición, que ha movilizado a toda la comunidad de CL, ha supuesto un verdadero acontecimiento para el país. Hemos ido a verla y hemos descubierto de qué corazón nace una amistad que es capaz de convertirse en propuesta para todos

Detrás de la gruesa cortina, oscuridad. En la sala, cuatro filas de gradas. Una gran foto de un teatro griego en una pared lateral. Una pantalla blanca en la otra. En medio una tarima, un atril y la lámpara que proyecta el primer haz de luz sobre el actor. O sobre la guía, como prefiráis. Porque en escena no hay un espectáculo, sino una exposición sobre ciencia. Se llama Langas j ?viesa (Ventanas sobre la luz): siete salas y un recorrido que, para explicar la luz y sus fenómenos, alterna el arco iris y citas de Dante, refracciones y cuadros de Van Gogh, modelos que reproducen el ciclo solar y fotogramas de El cartero, la película interpretada por Massimo Troisi. Hora y media de verdadera aventura, centrada en dos ideas que con la óptica parecen tener poco o nada que ver: el conocimiento y el perdón. «Conocer significa encontrar un fragmento de lo eterno; es el sentido que pone en relación detalles aparentemente inconexos con el todo», explica Paolo Di Trápani, de profesión, físico: «Cuando descubrimos algo es como si se nos devolviera lo que es nuestro. Es como volver a casa. Por ello, hablo de perdón».
Ha sido Paolo, el autor de esta exposición, quien ha encendido la luz sobre esta pequeña joya engastada allí dónde menos te esperas: en la planta primera de la estación central de Vilnius. Muchos lo conocen como Barrabás, apodo que le acompaña desde los tiempos de la Universidad. Más o menos los mismos años en que empezó a frecuentar Lituania, que en su campo de investigación (el láser y sus distintas aplicaciones) siempre ha sido fuerte. En suma, que conoce muy bien el país. Y el tema. Pero jamás pudo imaginar lo que ha sucedido en estos dos meses escasos de exposición: colas en la taquilla, quince mil visitantes. Vilnius tiene 550.000 habitantes. Lituania, en total, 3 millones y medio. En proporción, emula al Meeting de Rímini.
En efecto, el corazón es el mismo y también lo es el pueblo que la ha generado. La comunidad local se ha volcado en la exposición, implicando a un montón de gente que no tenía ni idea de CL: desde los universitarios “fichados” como guías (¿o actores?) o el buen hombre de la taquilla que se ha puesto a vender los libros de don Giussani en lituano (un centenar de copias), al embajador italiano que ha visitado las salas cuatro o cinco veces, conmovido. En una palabra, un acontecimiento. Pero es también una ocasión para contar la vida de Comunión y Liberación en Lituania. «Un centenar de personas, en su mayoría jóvenes», explica Paola, memor Domini que lleva viviendo aquí desde hace ocho años: «Y una historia que se entrelaza con la independencia del país, a principios de los Noventa».

Ese viaje hacia Tallin
Para encontrar el punto exacto donde empezó esta historia hace falta subirse en el coche y enfilar la autopista hacia el Oeste. Setenta kilómetros de bosques de abedules y cielo de tonos pastel. Lagos, muchos. Uno de ellos se ve desde el porche de Daiva y Mindaugas, un chalé aislado a las afueras de Kaisiadorys, pueblo de 12.000 habitantes. El movimiento, en la práctica, se inició aquí con dos Memores que el nuncio pidió a don Giussani y que él envió enseguida. Corría el año 1993. Se llaman Roberto y Maurizio. El primero acabó trabajando en Vilnius, en las oficinas del prelado. El segundo en una empresa de tipografía en Kaisiadorys. «Allí le conocí, cuenta Mindaugas: «Era el único que miraba a los demás humanamente, incluso en esos tiempos de crisis». Un viaje de trabajo, una conversación tan larga como el camino a Tallin, Estonia. Y Mindaugas entiende que aquella fe que sostuvo a su padre durante quince años de gulag –y que a él le llevó a vivir un año en el seminario– no es sólo un hecho privado. Enseguida me llamó la atención el nombre: Comunión y Liberación. Y la experiencia de compartir la vida. Pero, sobre todo, me llamó la atención su amistad». Contagiosa. La primera en conocer a los amigos italianos es Daiva, su mujer. Estudiaba Teología, ha empezado a dar clase de Religión, tomando en serio una discreta provocación de Maurizio durante unas vacaciones: ¡también se puede hacer algo en la enseñanza, ¿no?!
Sí, se puede. GS empezó así. Y ha arraigado bien. Entre los pupitres circulan hoy unos treinta bachilleres; muchos, con el tiempo, han pasado al CLU, y algunos han llegado ya a formar una familia. También Daiva y Mindaugas han levantado su casa. Literalmente: la ha construido él con los amigos, y hoy es un punto de referencia para la comunidad y también para la gente del pueblo. Mindaugas trabaja como secretario de un parlamentario: «Encuentro mucha gente necesitada. Puedes contestar de manera formal, despacharles rápidamente. O puedes reconocer que es una ocasión en la que Cristo te sale al encuentro».

Álbum de familia
Saludas y sales. Has entendido algo mejor por qué CL, aquí, es una realidad tan viva. Tiene fundamentos sólidos como los hombros de Mindaugas que, si le preguntas quién es Cristo para él, te clava su mirada entre gris y azul y te dice de golpe: «Todo». Y como la sencillez de corazón de Daiva: «A mí gusta sacar fotos. Tenía un álbum de familia y otro del movimiento: las vacaciones, los amigos... En un momento determinado, sin que yo me diera cuenta, se fundió en uno solo. Es mi vida».
La unidad de la vida. Repetidamente volverán sobre este tema, contándote cómo en Lituania –el último país de Europa en convertirse al cristianismo, a finales de 1300 y la única isla católica romana en el océano soviético– la fe ha sido un factor de resistencia notable, aunque vivida de manera individualista. El KGB tampoco bromeó por estos lares.
Así, por ejemplo, cuando preguntas a Arfünas, cincuenta años, colega de Barrabás en la universidad, («En 1991 vino hasta Moscú a recogerme para traerme aquí») por qué se hicieron amigos, te contesta: «Paolo trajo una actitud nueva. En aquel tiempo, yo vivía una especie de doble vida: una oficial y otra privada. Por una parte estaba el trabajo, las publicaciones, etc., por otra, mis intereses personales. Su vida, en cambio, era unitaria. Aportó un sentido de libertad». Unas vacaciones juntos en Italia, el año después, consolidó su amistad. «Recuerdo los paseos, la misa, toda aquella gente... Una belleza amplificada por el paisaje. Cuando veo mucha gente junta, siempre desconfío un poco. Para nosotros eso todavía huele a komsomol y jóvenes pioneros. Sin embargo, lo que vi allí permanecerá siempre como una de las cosas más bonitas de mi vida». En fin, una amistad verdadera aún sin compartir la fe. «¿Católico yo? No voy a misa. Es difícil que los curas te digan algo nuevo. Pero comparto mucho de vuestra experiencia». Mientras tanto, cuando hablas de su país tras la caída del Muro y pronuncias la palabra “libertad”, suelta: «Responsabilidad. El punto no es hacer lo que te parece. Si tienes un talento, también tienes un deber hacia la sociedad. Tienes que contribuir a su crecimiento».

¿De verdad merece la pena seguir?
Estas frases te vuelven a la cabeza cuando entras en los despachos de SOTAS, la asociación relacionada con AVSI. En cinco años ha asistido a decenas de niños y familias. La clásica gota en el mar de necesidades de una sociedad donde el alcohol abunda, la tasa de divorcios llega al 60%, tres de cada diez hijos nacen fuera del matrimonio y muchas mujeres se encuentran solas educando a sus hijos. «SOTAS ha nacido de la relación con AVSI y del deseo de algunos amigos de crear un lugar de acogida para los menores y las familias», cuenta Lijana, la responsable. «En un momento dado nos pareció oportuno arriesgar» y así se instalaron en la periferia, en un gran edificio desconchado de la calle Kalvariju. Dos plantas de escaleras de cemento visto y paredes sin revoque, una puerta, y entras de repente en un pequeño oasis de orden y belleza donde trabajan una decena de personas: clases de apoyo para los niños del barrio, proyectos educativos para los del orfanato, implicación de las familias, cursos para las madres, para enseñarles un trabajo y devolverles su autoestima. «Lo difícil es implicarles en primera persona –explica Lijana. Provienen de historias desastrosas, sin tener experiencia de relación. La pregunta que nos hacen más a menudo es: ¿de verdad merece la pena seguir? En SOTAS más que los resultados nos interesa cada persona concreta. Tomar en serio su deseo y apostar por él. Así, uno descubre quién es: un deseo de infinito».

Una cuestión de mirada
Palabras que se cruzan con las de Nijole, que conoció el movimiento trabajando aquí: «Que Dios es un misterio lo sé desde que era niña. Pero leyendo a don Giussani he descubierto que también el hombre lo es. Cada hombre. Y esta ha sido una novedad impresionante. Ha revolucionado mi modo de trabajar». Como con aquella madre soltera de quince años que quería dejar el niño en el orfanato. Me pidió «un motivo para seguir adelante. Con ella entendí que no bastaba un proyecto de asistencia; ella necesitaba descubrir la belleza que yo vivo. Fuimos juntas a teatro. Le hice compañía. Al final decidió quedarse con su hijo y la ayudamos a encontrar un trabajo». También Andrius llegó a SOTAS por el trabajo. Es psicólogo. Tampoco era cristiano antes. Lo fue «mi abuelo, que vivió deportado durante años en Siberia. Mi padre me contaba siempre que cuando salía de misa tenía otra cara: era feliz. Yo siempre pensé que Dios era una cosa de estúpidos. Pero la figura de mi abuelo me azuzaba: era un hombre muy inteligente. No entendía cómo su inteligencia se conjugaba con la fe». Para entenderlo de veras, tuvo que conocer a Lijana, Roberta y Nijole. Y luego las Familias para la Acogida, la Asociación Cometa, los amigos que conoció en Italia. «Empecé a preguntarme: ¿qué tiene esta gente? Se lo pregunté a Lijana mientras volvíamos a Vilnius. Me sonrió y me dijo: Andrius, has encontrado a Cristo». Con el tiempo, esto ha cambiado mi manera de trabajar: «He entendido que no basta una técnica, es necesario cambiar la mirada hacia el otro. Ahora también mi profesionalidad como psicólogo goza de esta mirada agradecida y gratuita. Y la experiencia es una, ya no está dividida en compartimientos estancos. Es un modo de vivir más auténtico, donde hacer algo gratuito para ayudar a los demás o decirle a mi mujer “te quiero” no es un sinsentido, sino algo lleno de razones».
Ejemplo perfecto de lo que quiere decir «ampliar la razón». Otro ejemplo te lo dan los chicos del CLU. O mejor, las chicas. Mayoría femenina, no hay duda. Caras avispadas. Y la impresión neta de una frescura cargada de razones. Lo que el año pasado les llevó a dar batalla sobre Ratisbona: actos públicos, una exposición, la carta dirigida al Papa. Basta con mirarlas para ver de dónde les viene esta pasión, viva y tenaz. «De Cristo, que es el sentido de todas las cosas», dice Rimgaile con una sencillez desarmante: «Conocí el movimiento con trece años. Al principio no entendía nada. Pensé que El sentido religioso era una novela. Ahora está claro que todo se convierte en camino hacia el Destino». Así te cuentan el encuentro que ha cambiado su vida: «Para mí fue casual –cuenta Inga–. Mi padre quiso que estudiara otra lengua y a mí me gustaba el italiano. Acabé en el Instituto de cultura italiano donde conocí a Paola. Todo muy sencillo, pero nunca obvio. Supone un desafío continuo». Te explican qué es lo que les llamó la atención: «El modo en que me miró Cristiana en la escuela –comenta Rûta–, con un respeto absoluto por mi libertad, capaz de decirles a todos: tú eres importante. Empecé a desear una mirada así también para mí». Te hablan del Angelus antes de las clases, de las salidas de estudio («algo increíble por aquí: reunirse con los amigos para estudiar juntos en lugar de beber...», sonríe Inga), de los amigos que vienen a estudiar con una beca Erasmus (actualmente son seis), del canto, que es lo que estudia Rûta, y la pasión de Rimgaile (¡qué escalofríos da escucharlas cantar canciones lituanas a varias voces!). Un espectáculo, de veras. «Y cada vez más bonito –apostilla Inga. ¡Ciertamente se puede vivir así!».

¿Qué tiene que ver con las estrellas?
Volvamos a la exposición, que ha requerido un empeño notable. La asamblea de los cuarenta que han echado una mano es una ráfaga de intervenciones, ¡vaya con la discreción báltica! Inga: «Ha sido una ocasión para aprender a juzgar. Para usar un método. Todo es para mí». Rûta: «El descubrimiento de cosas que vivo sin darme bien cuenta: el perdón». Y luego las provocaciones que llegan de otros, de los muchos que ni sabían qué era CL y se han encontrado haciendo de guía a los alumnos o ayudando en la taquilla. Cuenta Petrus: «Un chico a la entrada me dijo: “Esta exposición es una tontería, ¿qué tiene que ver la física con la religión?”. Yo le dije: “Espero que lo descubras visitándola”. A la salida le pregunté: ¿Has encontrado una respuesta? Bajó la mirada. Pero a su lado los ojos de su amigo brillaban. Encontraron. Creo que mereció la pena hacer la exposición, aunque sólo fuera por ese chico». Un adolescente, después de haber escuchado como Dante podía ver el sol reflejado en los ojos de Beatrice, escribió en el libro de firmas: «He entendido que si no ves el sol en los ojos de tu chica quiere decir que no es para ti». A lo mejor no llegan a ser científicos, pero saben algo más de la experiencia. A final de la asamblea, Barrabás está conmovido: «Necesito ayuda para ir al fondo de lo que estudio y amo. Y ellos son la ayuda que Otro me brinda».

Familias con las que te sientes en casa
Otra vuelta en coche, otras familias donde te sientes en casa. En la de Barrabás y María, su mujer, que se dedica en cuerpo y alma a sus cuatro hijos, te haces una idea más clara de qué es la mirada de Cristo hacia el hombre: dedicación, paciencia, pasión, entrega total... ¿Quién ha dicho que haciendo las tareas domésticas no se construye el reino de Dios? Trescientos metros más allá se encuentra la casa de las Memores Domini. Junto a Lijana, ahora viven otras tres. Cristiana, que te cuenta decidida: «las tres cosas más bonitas de mi vida: el encuentro, la vocación y la llegada aquí». ¿Cuándo? «Hace cinco años. No hablaba inglés, figúrate el lituano. Sin embargo, vivo la experiencia de una gran correspondencia. Total. Porque Cristo te habla a través de los hechos». ¿Ejemplos? «El 24 de marzo estábamos en la plaza de San Pedro. El Papa nos invitó a ir por todo el mundo. Me pregunté enseguida: ¿qué quiere decir para mí? Luego, me di la vuelta. Vi a dos chicas de Kaisiadorys. Claro, ¿no?». Claro. Como la mirada de Paola («aquí me llaman Paoletta»), que ha llegado aquí en el verano del 2006 y recuerda incluso el día en que se lo pidieron: «Fue el 19 de marzo. En Pésaro estaba muy bien. Pero esta llamada me ofrecía la posibilidad de dar todo a Cristo. Yo lo quería todo. Y la relación con Él se ha convertido en todo, hasta pedirle las cosas más simples: que no haga demasiado frío, o que me entiendan mejor cuando hablo lituano». ¿Banal? En absoluto, cuando el termómetro baja a 20 grados bajo cero, si no aprendes de prisa la lengua (muy complicada, creednos), no logras intercambiar ni dos palabras con la vecina en el autobús. «Todas estas pequeñas cosas de principio no me agradan. Sin embargo, me corresponden totalmente. No me avergüenza decirlo: el movimiento así no lo había entendido nunca. Todo sucede para que pueda decir “yo”».
«Todo nace de un simple “sí” –añade otra Paola. Yo estoy aquí desde hace más tiempo. El grupo del movimiento era pequeño. Puedes tener la tentación de decir: vamos a “hacer” CL. En cambio todo es más sencillo. Basta con ser verdadera en la relación con Cristo. Yo siempre he tenido en mente aquella página del Evangelio que sigue al “sí” de Pedro, cuando Cristo le llama y él le dice: ¿y Juan? Jesús le responde: no te preocupes, tú ven conmigo. Esto es lo esencial». Y ésta es la luz de Vilnius.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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