De un pueblo desconocido de los Abruzos al mercado mundial. Tecnomátic, una pequeña empresa de mecatrónica, sigue creciendo. ¿El secreto? Innovación, creatividad y capacidad de arriesgar
El futuro del mercado mundial del automóvil pasa por Corropoli, en la provincia italiana de Téramo. Parece o una broma de las que se hacen entre amigos. Pero por lo que se ve puede ser cierto. En primer lugar porque en este pueblo prácticamente desconocido de los Abruzos surge entre los olivos Tecnomátic, una pequeña empresa del mecatrónica (una faceta de la ingeniería que conjuga mecánica y electrónica), que se ha convertido desde hace meses en socio de grupo GM-Daimler Chrysler, uno de los líderes mundiales del sector del automóvil, para fabricar un revolucionario motor híbrido: eléctrico y de combustión.
Tú vales mucho más que el éxito
Con algo más de 150 empleados, de los cuales la mitad son ingenieros, una facturación de 40 millones de euros y un crecimiento previsto del 32% en Italia y del 40% en el extranjero, es una joyita made in Italy. En las naves industriales de Corropoli se producen cadenas de montaje robotizadas y maquinaria automática para el ensamblaje de otros productos. Por ejemplo, los motores de Ferrari se montan en Maranello en cadenas de montaje diseñadas y fabricadas por Tecnomátic. «Yo en realidad, antes, compaginaba el trabajo de ingeniero con el del campo», sonríe el joven Giuseppe Ranalli, consejero delegado de la empresa. La reflotó en 1998 y consiguió sanearla en pocos años, cuando se encontraba en graves dificultades. «Cuando acabé la carrera encontré trabajo en otra empresa. Me enteré de que esta pequeña fábrica atravesaba dificultades y propuse a mis jefes que la adquirieran: me dieron la callada por respuesta. Entonces, decidí intentarlo yo». Asumiendo los riesgos inherentes, «me embarqué en esta empresa; como es natural, no estaba tan tranquilo. Se lo comenté a Enzo Piccinini, que era amigo mío, y él me dijo: “Si lo ves claro, ¡adelante! En cualquier caso, tú vales mucho más que el éxito que pueda tener esta iniciativa”».
Escarbas un poco...
Giuseppe se metió de cabeza en esta aventura. En 2001 Tecnomátic compró la empresa Asatec de Pisa, del mismo sector, y con ello comenzó a internacionalizarse, con un holding comercial en Chicago y la adquisición de una sociedad canadiense. En 2004 se inauguró Tecnomátic Brasil, en Saõ Paulo, y en 2005 la empresa italiana desembarcó en Rumanía, India y China.
«Las cosas iban bastante bien, los riesgos asumidos se veían correspondidos con un éxito creciente. Pero yo estaba enfrascado en la lógica de los negocios, donde el pez grande se come al pequeño, donde todos se dan codazos preocupados sólo por hacer carrera y ganar dinero a cualquier precio». Cash is the king: dinero rápido. Es la lógica del mundo empresarial. «Yo no estaba cómodo. Estaba harto de conocer simplemente a “empresas” a través de sus representantes». Aunque parece algo inevitable… «Pero no es verdad. Conoces a hombres, hombres como tú, con tus mismas necesidades. Es cierto que hay que hacer negocios, pero si tú te paras y les preguntas qué es lo que verdaderamente desean… “la carrera profesional, ganar dinero”, es lo que responden algunos. ¿Estás seguro? Escarbas un poco y te das cuenta de que no es así». Como un norteamericano que tiene una foto de su mujer y sus hijos en la mesa del despacho vuelta hacia su interlocutor: «Lo que quiere es decirte quién es, hasta el punto de que las negociaciones van mucho mejor cuando el otro se da cuenta de que te interesas por él, por conocerle». Como consecuencia cambia incluso la manera de trabajar: «La mera relación entre el cliente y el proveedor no me interesa: yo quiero más, quiero ser su socio, quiero establecer una relación de interés mutuo, “un vínculo” de alguna manera. Esto nos permite jugar con las cartas boca arriba: es más razonable y a la larga crea una corriente de simpatía, de colaboración, que hace posible responder mejor a las exigencias de cada uno».
Dicho y hecho
«Transformar el conocimiento en valor» es el lema de la Tecnomátic: «¿A que está bien? Lo he tomado de la lectura de Aristóteles, que por otra parte fue el primero que pensó en la automatización: buscando cómo aliviar la fatiga de los esclavos». En su establecimiento de los Abruzos, Ranalli se muestra orgulloso de las instalaciones de la empresa, de las nuevas cadenas de montaje del turbo destinadas a la India, del laboratorio de investigación y proyectos donde trabajan los ingenieros. «Realmente es un gran equipo de trabajo. Todos aquí son imprescindibles para la empresa. Como se ha visto en la realización del proyecto del motor híbrido». Este nuevo proyecto nació hace cuatro años mientras estaba viendo una película con unos amigos. «Unos clientes nos pidieron que diseñáramos un generador eléctrico para aplicarlo a un motor de gasolina –explica Ranalli–; lo que el cliente pedía era un motor eléctrico de bajas prestaciones, de acuerdo con un estudio de mercado que había realizado». En Tecnomátic se miraron todos de reojo: ¿tú crees que un consumidor iba a comprar un coche de alimentación híbrida con prestaciones limitadas? «Hasta que alguien dijo en voz alta lo que todos estaban pensando: nadie quiere ir en un carricoche». Dicho y hecho: pensemos en hacer un motor eléctrico de altas prestaciones.
Hacía falta una idea genial
Pero hacía falta dar con una idea genial: por lo general los motores eléctricos, cuantas más prestaciones tienen más abultan. Un día estaban Ranalli y sus amigos viendo Apolo 13, la película de Ron Howard. «Hay una escena de la película en la que los asistentes de vuelo de Houston se plantean el problema de cómo meter un objeto cuadrado en un agujero redondo… ¡esa es la idea! Normalmente se utilizan hilos de sección circular para las bobinas de los generadores, pero nosotros hemos utilizado hilo de sección cuadrada, que desde el punto de vista técnico permite prestaciones mucho mejores». ¿Con qué resultado? Un motor pequeño y poderoso, doblemente potente que el que presentaron los americanos cuando Ranalli llevó su invento a la General Motors: «Ellos pusieron sobre la mesa un motor de 30 Kilowatios; nos quedamos mirándolo perplejos y les mostramos el nuestro, un poco más pequeño y con 65 Kilowatios: no se lo podían creer». No sólo eso: durante todo un mes, como fallaba el simulador, porque estaba lastrado con “hilos circulares”, se empeñaron en decir que no podía funcionar. Pero, al final resulta que GM está entusiasmada y ha aceptado el proyecto por 5 millones de euros, frente a los 200 que se habían gastado los americanos en el suyo. Giuseppe desborda de satisfacción: «Ahora empezamos a recoger lo que hemos sembrado durante estos años, tenemos grandes proyectos para el futuro…».
¿Por qué no sucede lo mismo con todos en el ámbito de la pequeña y mediana empresa en Italia? «Hace falta dinero y valentía –dice Giuseppe–. Sin querer meter a todos en el mismo saco, te encuentras, por una parte, que los bancos instan a las empresas para que innoven y se internacionalicen. Vas al banco y les dices: «Me parece muy bien, me interesa: necesito que me den dinero para hacerlo». Y ellos te responden que tu nivel de solvencia es demasiado bajo, que es un riesgo… ¿entonces qué haces? En el caso de que te concedan un crédito, debido a las condiciones de nuestro sistema, si firmas un acuerdo en el extranjero, en Italia no se considera como un hecho contractual y, no te dan el dinero mientras no tengas el contrato escrito en las manos como garantía. En el extranjero se quedan de piedra: para ellos basta la firma del consejero delegado para que te financien un precontrato». No estaría mal que los bancos, como empresas sui generis, fueran capaces de asumir más riesgos.
Inteligencia para reconocer
Por otra parte, está claro que Ranalli tiene una manera de trabajar que no es en absoluto inmovilista: «Es cierto, o se busca el beneficio inmediato y con eso basta, o bien uno decide que es más hermoso construir algo que sea nuevo, mejor, aunque suponga un riesgo poner en marcha veinte proyectos… sabiendo que de ellos sólo cuatro llegarán a buen puerto, ¿qué prefieres?». Hoy en día parece que el trabajo se reduce a la prestación, al sueldo, y el sistema –tal y como está concebido– sugiere la idea de que si no haces nada, es decir, si haces poco y no inviertes, corres menos riesgos de equivocarte.
Alguien podría decir: «¡Fenomenal, Ranalli!, ¿pero qué se puede hacer si la lógica que gobierna el mundo es ésta?». Esa pregunta está mal formulada, es lo que parece responder el empresario: «El problema es otro: lo que hay que preguntarse es ¿qué es lo que realmente corresponde? Y la pregunta sirve para todos, no sólo para los empresarios. Se trata de una educación: se nos enseña a ampliar la razón, arriesgando y usando ciertos instrumentos. Cada uno en su campo, en sus circunstancias, en un diálogo continuo con la realidad». Él lo llama “inteligencia para reconocer”. La creatividad sólo puede darse en uno que se mueve así. «Porque estás en la realidad, porque te interesa de verdad lo que tienes delante. Por ello, en estos siete años, lo que antes era una objeción, el sentido y la finalidad de mi trabajo, se ha vuelto fascinante».
Un factor necesario para trabajar
El presidente de una gran empresa alemana, al terminar una reunión preguntó a Ranalli si era católico: «Usted usa siempre palabras como razón, razonable… que yo no había escuchado desde que iba a una escuela católica en Alemania, hace años». «Le respondí con una sonrisa: “Católico, Apostólico, Romano”». Está claro que para él es una cuestión fundamental: «Cuando yo decía al principio que este ambiente me resultaba incómodo, pensaba: soy cristiano y quiero ver si esto puede cambiar también mi trabajo». Y así fue. «El cristianismo es un factor necesario para trabajar, al menos porque el concepto mismo de trabajo no existía antes de Cristo: por una parte existía el conocimiento y por otra la servidumbre, los esclavos. Con el cristianismo sucede que conocimiento y competencia van unidos; es el factor que te permite mirar la realidad, su belleza, e implicarte en ella». ¿De dónde nace si no el made in Italy, con su gusto por la belleza, la calidad y la creatividad?
«Mira hacia allí: la “Bella Durmiente”»: Ranalli, desde la terraza de la Tecnomátic señala el pico nevado, cuyo perfil visto desde las colinas de Téramo recuerda al personaje del cuento. Por el otro lado se ve el mar. «La relación con la realidad se da en el marco de un atractivo», dice para sí. Si uno ve lo que él está viendo, parece natural.
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