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Huellas N.1, Enero 2008

PRIMER PLANO - Spe salvi

En la escuela de la esperanza

Aleksander Archangelskij, periodista, editorialista de Izvestija y presentador de tertulias televisivas

No tengo ninguna preparación teológica ni tengo costumbre de ocuparte de temas teológicos. Pero este texto tan profundo y serio del papa Benedicto XVI me induce a mirar de nuevo la realidad actual en la que vivo y me muevo. ¿En qué o en quién puede esperar un cristiano, aunque sea el que acaba de llegar? La respuesta parecería elemental: en Dios, en la Providencia. Pero para aquel que no se limite a responder de manera teórica y genérica sino que quiera hacerlo de forma concreta, yendo al fondo de la pregunta, en realidad se trata de un problema arduo. Qué y a quién amar lo sabemos; en qué creer lo intuimos (aunque vivamos como si no creyésemos en nada). Pero cuando se trata de la esperanza, flaqueamos. Cuanto más sólido y exteriormente fiable se presenta el mundo poscristiano, más desesperante se vuelve la percepción que tenemos de la vida. No podemos esperar la caída de un orden mundial que ha quitado a Dios de en medio pero que se presenta como bastante confortable, tal como esperaban los cristianos que eran ciudadanos de regímenes despóticos orientales o de sistemas totalitarios. Y esto sencillamente porque la caída del orden actual podría conducir (y con mucha probabilidad sucederá así) al surgimiento de un nuevo orden mucho peor. No podemos esperar en el retorno gradual de los fundamentos de la civilización cristiana, porque en la historia no existe nada que vuelva atrás. No podemos esperar en el progreso, porque el progreso de una civilización conlleva a menudo una regresión de la fe. No podemos esperar en los «príncipes, hijos de los hombres», porque la salvación no viene de ellos.
Aún menos podemos contentarnos con lo que hay. Nos lo impide la conciencia.
En este sentido la encíclica Spe Salvi es de una actualidad extraordinaria, centra el núcleo de nuestra problemática existencial, nos recuerda que la esperanza aparece como intuición, como descubrimiento, en la medida en que nos educamos en un trabajo personal. Esperar no significa sólo tener una especie de confianza en que las cosas irán bien. Esperar implica un compromiso cotidiano. Implica una vigilancia, una disponibilidad. De manera que tengamos algo que mostrar a la Providencia cuando nos ofrezca de nuevo una posibilidad de realizarnos como cristianos en la historia. Lo más terrible sería que al tener una oportunidad nosotros (no digo el mundo, digo nosotros) nos encontrásemos con las lámparas apagadas. En resumen: escuchemos esta llamada paterna y trabajemos por la esperanza.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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