Jon Juaristi, profesor de Literatura española en la Universidad de Alcalá de Henares
He leído la segunda encíclica del Papa Benedicto XVI en una perspectiva judía, porque no es una carta dirigida sólo a los católicos. Hay en ella apelaciones muy directas a las iglesias evangélicas –en su insólita y generosa evocación de Lutero– y, desde luego, una muy particular al pueblo de Israel, que se ha definido desde su origen por la esperanza mesiánica. La estrella de la esperanza de la que habla el Papa en su carta tiene su correlato judío en la estrella de la Redención, que fue la gran metáfora filosófica de Rosenzweig, y a la que el poeta español Antonio Machado se refirió, a través de su apócrifo judío Abraham Macabeo de la Torre, como “estrella de la paciencia”. Puede que las tres estrellas sean una misma sobre el horizonte de la historia humana.
A mí me parece que el Papa ha tratado de establecer el denominador común de la esperanza judía y de la cristiana antes de desarrollar lo característico y peculiar de esta última. No es casual, creo, que sea la Epístola a los Hebreos el palimpsesto que aflora de continuo a la superficie textual de esta hermosa encíclica (hermosa en muchos sentidos, y, desde luego, en el literario). Su tesis, enraizada en la enseñanza paulina, de que la esperanza es ya un anticipo de la salvación recuerda poderosamente la experiencia judía de cada sábado, vivido como un adelanto del Reino del Mesías. Spe Salvi, salvos en la esperanza, traduce muy bien, si no el sentido exacto de la esperanza judía, sí al menos la alegría sabática de la confianza en la Promesa. Buen conocedor de la obra de Buber, Benedicto XVI ha querido acercar, identificando la fe con la esperanza, los “dos modos de fe” a los que se refirió el filósofo. Y, desde el judaísmo, creo yo, no cabe sino recibir este gesto desde una conmovida gratitud.
No es el menor de los motivos acreedores de tal agradecimiento la clara voluntad de devolver al judaísmo la figura histórica de Jesús, como reclamaba no hace mucho, en un ensayo apasionado, Agnes Heller. El Jesús de Spe Salvi aparece situado en el contexto del antiguo judaísmo, del que no sólo extrae su significado la enseñanza oral del Rabí de Galilea –ejemplificada en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro– sino la dimensión solidaria de la esperanza, tal como se plasmó en el cristianismo de los primeros tiempos (el judaísmo, en efecto, nunca, ni en la Antigüedad ni ahora, ha concebido la salvación como un hecho individual). En esta actitud de Benedicto XVI no sólo hay capacidad de comprender, sabiduría –incluso erudición bien traída–, sino un acendrado sentido de justicia que se manifiesta en una restitución sin renuncia, en la disposición a compartir lo más amado.
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