El astrofísico de la Universidad de Milán, Marco Bersanelli, y el filósofo de la Universidad de Bari, Costantino Esposito, reflexionan sobre la encíclica Spe Salvi dejándose interrogar por lo que el Papa escribe acerca de la esperanza
Un científico y un filósofo que a menudo conversan sobre temas de actualidad, dando ejemplo de participación en una iniciativa cultural, nos ofrecen sus comentarios a la nueva encíclica de Benedicto XVI Spe Salvi, publicada en Huellas de Diciembre y que el movimiento propone como lectura para el mes de Enero.
Empecemos por identificar algunas ideas que emergen de la encíclica. ¿Cuál ha sido vuestra primera reacción ante la lectura del texto?
Costantino Esposito: Ha sido ante todo una sacudida a la conciencia. Lo digo viendo incluso la reacción inesperada de algunos de mis colegas de la universidad que ni siquiera son cristianos. Benedicto XVI ha avivado la potente nostalgia por un significado de la vida. Frente a mitos individuales y colectivos, culturales y sociales, que cíclicamente nacen y mueren, la encíclica indica cuál es la “carne” de la experiencia humana, su deseo más radical: un hombre puede vivir únicamente si existe una razón por la que valga la pena vivir. ¿Qué espero de la vida? ¿Qué es lo que me mueve? Con estas preguntas el Papa reabre el desafío del presente. San Isidoro de Sevilla decía que la palabra spes viene de pes, pie, porque es lo que permite ponerse en pie cada mañana. Esto es lo que el corazón desea.
Marco Bersanelli: Y este despertar de la esperanza forma parte de la dramaticidad histórica en la que estamos viviendo. El Papa constata –muy a su pesar, y no como juicio desfavorable– el derrumbe de todas las esperanzas que se sustentan en algo finito. La exigencia de totalidad que es el hombre no puede encerrarse dentro de una respuesta limitada. Y aquí es incisiva su crítica a la ideología del progreso y de la ciencia: sin negar a ésta su valor (que, como dice en un pasaje, «puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad»), subraya su falta de adecuación a ese nivel de la experiencia humana que únicamente puede encontrar respuesta en algo infinito.
Esposito: La esperanza de la que habla Benedicto XVI no se refiere ante todo al futuro, sino al presente. En los últimos siglos se ha producido un progresivo distanciamiento entre la esperanza de futuro –a veces identificada con la idea de progreso, con el mito de la total liberación de la necesidad, con la ideología de un hombre nuevo, en una palabra, con lo que “debemos hacer”, como decía Kant– y la condición del presente. Hasta llegar a la filosofía contemporánea, por ejemplo a Ernst Bloch, que en su El principio esperanza sostiene algo terrible, terrible precisamente por irrazonable: la esperanza está allí donde desaparece el dato presente; incluso afirma que la única redención del hombre está en poder emanciparse del presente, que resulta ser una prisión, una pérdida, porque en él todo está petrificado y por lo tanto sin significado. En cambio el Papa lo pone en movimiento: dice que el único motivo para esperar sólo puede estar en algo presente. El hombre ha sido hecho para el infinito, pero el infinito está presente: ésta es la novedad del cristianismo. Gracias a ella los hombres ya no son esclavos de los elementos ni de las leyes de la naturaleza.
Escribe el Papa: «El inexorable poder de los elementos materiales ya no es la última instancia; ya no somos esclavos del universo y de sus leyes, ahora somos libres».
Bersanelli: Y continúa: «Esta toma de conciencia ha influenciado en la antigüedad a los espíritus genuinos que estaban en búsqueda». La búsqueda científica y filosófica de lo verdadero nace de esta libertad del universo, de percibir que no somos esclavos de la naturaleza. De hecho, dice: «La vida no es el simple producto de las leyes y de la casualidad de la materia, sino que en todo, y al mismo tiempo por encima de todo, hay una voluntad personal». Esto no reduce en nada el dinamismo de la naturaleza ni la humanidad del hombre; y es únicamente esto lo que “es acorde” con el deseo de cumplimiento del ser humano. Como hombre, un científico no queda verdaderamente satisfecho cuando ha descubierto un mecanismo, sino cuando experimenta que ese mecanismo está dentro de un orden, de un diseño universal querido...
«Hasta los cabellos de tu cabeza están contados», dice el Evangelio.
Bersanelli: Este es el rasgo de profundidad post-moderna a que se refiere el Papa: del interior de la trayectoria de las ciencias naturales surge la necesidad de mirar más allá de ellas; éste es un punto que nadie puede desconocer; y la encíclica lo aclara con una delicadeza y una profundidad que dejarán huella.
Esposito: En la experiencia personal, esta «verdadera presencia», como la llama el Papa, no es únicamente una respuesta ultraterrena, sino lo que salva mi deseo de aquí y ahora, lo que permite desear y gozar de la vida. Me ha llamado la atención la coincidencia casi literal con un juicio de don Giussani en La conciencia religiosa del hombre moderno: la humanidad ha abandonado la Iglesia, pero también la Iglesia ha abandonado la humanidad. Respecto a la pretensión de que la única esperanza esté en la ciencia y en la política (desde Bacon a la Revolución Francesa, a Marx y el posmarxismo), el Papa sostiene que la Iglesia moderna, siguiendo una tendencia luterana, ha comenzado a decir que la esperanza cristiana es algo individual o privado –porque concierne al destino ultramundano del alma– y que el mundo tiene sus propias esperanzas que se basan en lo que el hombre es capaz de hacer con sus solas fuerzas. Por lo tanto no se niega la fe, sino que ésta pasa a ser irrelevante...
Irrelevante, es lo que dice el Papa: «No es que se niegue la fe; pero queda desplazada a otro nivel –el de las realidades exclusivamente privadas y ultramundanas– al mismo tiempo que resulta en cierto modo irrelevante para el mundo. Esta visión programática ha determinado el proceso de los tiempos modernos e influye también en la crisis actual de la fe que, en sus aspectos concretos, es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana».
Esposito: El Papa invita a todos, dentro y fuera de la Iglesia, a repensar esta cuestión decisiva, porque todos hemos creído que se podría construir el mundo dejando de lado el problema de su significado. Como consecuencia se ha perdido el significado –cada vez más abstracto o sentimental–, pero se ha perdido también el mundo y el interés por él. En realidad, sin significado, ¿para qué queremos la libertad? Como alguien ha dicho, seríamos libres sólo para la nada.
Bersanelli: La decadencia del hombre nace de lo que Bacon llama «correlación entre ciencia y praxis». Es como si el mecanismo natural, poseído de alguna manera a través de los descubrimientos de la ciencia, pretendiera llegar a ser el principio que mueve al hombre en su relación con la realidad, y así «restablecería el dominio sobre la creación, que Dios había dado al hombre y que se perdió por el pecado original». Aquí está el rostro decepcionante de una mentalidad que presupone que la razón científica puede responder a la necesidad de redención, de ser salvado. Lo vemos muy bien en la educación: el joven, el estudiante, nuestros hijos y nosotros mismos estamos inconscientemente ligados a una idea de bien y de realización propia que parte de un mecanismo, de un automatismo, y no de una presencia que abraza la exigencia infinita del corazón. Es difícil salir de esta posición, y el Papa nos invita a ensanchar la razón y el deseo según toda la amplitud de su naturaleza.
Esposito: San Agustín dice que cuando esperamos deseamos la felicidad, pero que si se nos preguntara en qué consiste ésta, deberíamos admitir que lo ignoramos porque, cada vez que tratamos de aferrarla, se nos escapa. En la cultura contemporánea esto significa que con el tiempo la pregunta se hace estéril: se va oscureciendo la posibilidad de una correspondencia, y al cabo se atrofia la pregunta. Y es imposible para el hombre mantener toda la amplitud de su deseo de no ser que encuentre una mirada, alguien que comience a mostrarle la estela de una respuesta. Por eso los pasajes de la Spe salvi que en mi opinión son filosóficamente más importantes son los relatos de la esclava africana Bakhita y del mártir vietnamita Le-Bao-Thin, porque dicen que un hombre puede seguir buscando y preguntando, o sea, deseando la felicidad, sólo si intuye que existe la posibilidad de una respuesta, y si esta comienza a hacerse presente. Son algo muy distinto de historias edificantes para provocar emociones.
Bersanelli: «La situación del hombre, en su desequilibrio entre la capacidad material, por un lado, y la falta de juicio del corazón, por otro, se convierte en una amenaza para sí mismo y para la creación». El juicio del corazón no se refiere al sentimiento y a la emoción, sino a la razón que sabe leer la experiencia del hombre en su relación con la realidad.
Os habéis referido a la reducción de la esperanza, humana y cristiana, como fenómeno individual. ¿Podríamos volver sobre el tema?
Esposito: Este es un tema aparentemente intraeclesial, pero en realidad muy existencial. La esperanza cristiana es comunión: yo no puedo concebir el bien solo para mí, sino también para las personas a las que amo, para el pueblo al que pertenezco, para el mundo entero. El Papa escribe que «nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia». La esperanza está solamente en un infinito que se nos da, y se pone en juego bajo nuestra responsabilidad. En la filosofía contemporánea, a la posición de Bloch ha respondido otro filósofo, Hans Jonas, sosteniendo que el problema no es la esperanza sino la responsabilidad, y contraponiendo la una a la otra. Este dualismo está superado en el cristianismo, porque en la medida en que la esperanza sea un futuro que te llega ahora, te hará vibrar ante la injusticia y ante el mal, en un abrazo conmovido y realista hasta en los menores detalles, como el de Cristo por el mundo.
Bersanelli: El Papa observa también la experiencia cristiana: «el cristianismo moderno, ante los éxitos de la ciencia... se ha concentrado en gran parte sólo en el individuo y su salvación. Con esto ha reducido... su cometido». Por el contrario, su cometido está en todo lo que hacemos: no es únicamente hacer un discurso sobre la salvación de los hombres, sino percibir la salvación como un hecho presente, en la materialidad de nuestra vida, de nuestro trabajo, de la enseñanza y de la investigación, y llevar hasta su último horizonte toda mi humanidad y toda la humanidad que me rodea; totalmente distinto a algo privado.
Esposito: Precisamente al inicio dice que somos «redimidos por la esperanza». Cuando decimos “redención” teñimos esta palabra de un sentido escatológico (el paraíso que está más allá), o de un sentido moral. En cambio la Spe salvi retoma potentemente aquello de lo que hablaban los filósofos antiguos: redención es “salvar los fenómenos”. Todo lo mío, hasta lo más mío, incluso mi mal, puede ser abrazado, más aún, abrazado ahora; y es ésta la promesa presente de plenitud. De otra manera corremos siempre el peligro de proyectar la redención hacia un futuro, quién sabe dónde y quién sabe cuándo, que no tiene nada que ver con el hombre que soy ahora, sino con aquel que debo ser al final, y por lo tanto con nuestra capacidad moralista de mejorar: ¡al final lograremos hacer las cosas bien!
Bersanelli: La salvación de Cristo es la verdad del presente, de la relación con lo “imperfecto”: «Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día... sin perder el impulso de la esperanza en un mundo que por su naturaleza es imperfecto». La esperanza no está en superar la imperfección, sino en reconocer la verdad existente en ese signo, que ya ha sido redimido: esto es algo de otro mundo. Incluso el conocimiento –descubrir los misterios del universo, o de la evolución sobre la tierra, o de los copos de nieve que caen del cielo– es satisfactorio si está dentro de este ser signo de Él. La esperanza no está en el hecho de que yo sé, sino en el hecho de que, sabiendo, descubro el amor del cual todo emana («el amor que mueve el sol y las estrellas»), y esto acontece hoy, en el presente. La posición del Papa presenta un enfoque distinto a nuestra habitual posición ante las cosas.
Esposito: Es la misma novedad que verificamos respecto a lo que tenemos más cerca, nuestro yo, porque este enfoque da una densidad nueva a la palabra “vida”, que ya no es una dinámica biológica, instintiva, que se proyecta en ideas y proyectos, sino que resulta ser una experiencia. La realidad más mía, mi propio yo, es un “dato” que lleva en sí la huella infinita de su “donante”. Y la experiencia más plena de la vida es poder darse cuenta de ello.
Razón y libertad. «El progreso es la superación de todas las dependencias, es progreso hacia la libertad perfecta», dice el Papa desvelando la pretensión moderna.
Bersanelli: Mi yo es radicalmente dependiente –¡yo no me estoy haciendo a mí mismo!– y esta dependencia halla un signo maravilloso en cómo está construida la naturaleza en torno a nosotros. En realidad, precisamente los resultados de la ciencia de los últimos cincuenta años nos han hecho ver hasta qué punto somos increíblemente “dependientes” del ambiente y de la historia del universo, desde la época del plasma primigenio hace catorce mil millones de años, hasta la formación de las galaxias, las estrellas y nuestro planeta. La idea de superar nuestra dependencia, incluso a nivel natural, es pura ilusión.
Esposito: Esta es verdaderamente una revolución impresionante realizada por el cristianismo. Si lo pensamos, las dos palabras que mejor indican las condiciones de la existencia: dependencia y necesidad, obtienen un significado totalmente nuevo, porque la dependencia es una libertad frente a un tú, es una experiencia amorosa, el descubrimiento de un significado que corresponde a la necesidad de la vida de la persona y de la sociedad. Más allá, mejor dicho, en el fondo de todas las teorías sobre la dependencia como alienación y de todos los análisis de las necesidades, materiales o espirituales, desde Marx o Freud hasta la sociología del post-modernismo, si no llegamos a detectar cuál es la última necesidad seguiremos encerrados en nuestras tentativas utópicas e impotentes de liberarnos de ellas. O si no, como sucede para la mayoría, nos concebiremos como una necesidad sin posibilidad de satisfacción, como si uno tuviera hambre y teorizase que no puede existir el pan: es la aridez del nihilismo.
El tema de la esperanza se entrelaza con el deseo del hombre moderno de ser protagonista, y en este contexto se coloca el título de Meeting 2008: “O protagonistas o nada”. Por otra parte, desde hace tiempo Carrón destaca que, para ser protagonista, el hombre ha roto su relación con la realidad, que ya no es el término de la progresiva evolución y crecimiento de lo humano, sino un obstáculo del que liberarse, un límite que hay que superar. Pero haber vuelto la espalda a Cristo ha producido el resultado opuesto a aquello que se quería obtener: se ha llegado a la destrucción de lo humano. Es interesante observar que la Spe Salvi lo confirma. Una vez constatado esto, ¿de dónde se puede recomenzar? En la filosofía y en la ciencia, ¿qué es lo que vuelve a encender la llama?
Bersanelli: Esta crisis de relación con la realidad, a la que nos han llevado la historia y esta presunción de protagonismo, ha producido una aridez como contenido de nuestra relación con las cosas. Hemos obtenido muchos conocimientos, pero es como si estuviéramos como antes, porque no suscitan ni un instante de conmoción. En el ámbito científico, uno casi se avergüenza de que haya un residuo de conmoción ante lo que observamos o descubrimos. Es una aridez teorizada y cada vez más vivida que produce una incapacidad de relacionar las cosas, dificultad para verlas en su conjunto. La clave para volver a empezar es un conocimiento amoroso: cuando doy clase, espero que mis estudiantes, al aprender astronomía, participen de mi conmoción frente a las cosas. Este es un principio que tiene consecuencias incluso sobre cómo imaginar un proyecto de investigación, cómo organizar un grupo de trabajo, cómo juzgar el fracaso o el éxito de un estudio.
Esposito: La novedad en la relación con mis estudiantes es que se reaviva el interés por el propio yo. Cuando hablamos de verificar la realidad, muchas veces pensamos en la realidad a nivel “notarial”, como todo aquello fuera de nosotros que podemos registrar y enumerar, pero esta es la ontología nihilista. Por el contrario, la realidad es una cosa que me sucede, y es parte integrante de la realidad el hecho de que me toque y yo la comprenda. La realidad me corresponde si yo a mi vez la correspondo: ¡es un verdadero encuentro! Se lo digo siempre a mis alumnos: la investigación filosófica no terminará nunca, porque cada generación, incluso cada hombre, es llamado a darse cuenta de que la realidad nos espera a cada uno de nosotros, tu mirada, tu “sí”, para ser lo que es. Si existe esta mirada suceden cosas impredecibles, que a priori no podemos ver. Las ideas nacen así. El Misterio no es un enigma, sino algo absolutamente razonable: es lo que surge cuando un yo encuentra la realidad. Esta es la belleza de la investigación filosófica.
Esperanza y fe. Muchos confían a la esperanza el cometido de crear certezas sobre la vida, con la ilusión de que si cambiaran las circunstancias las cosas irían mejor. El Papa afirma que el camino es a la inversa: o la esperanza está en el presente, o es una pretensión de la que veremos frutos decepcionantes. En ¿Se puede vivir así?, dice Giussani que «la certeza del futuro está basada en algo presente que reconocemos con certeza», y a continuación aborda la cuestión de la fe. ¿Cómo ayuda la encíclica a profundizar en el tema de la fe?
Bersanelli: Con frecuencia y conscientemente volcamos nuestra esperanza en el futuro: «verás, verás, que mañana cambiará», dice una canción. Esta es la única y amarga posibilidad que queda cuando no hay una experiencia de fe, un hecho reconocido y resolutivo. Desear irrazonablemente un futuro mejor nace de no reconocer un hecho reconocido como resolutivo ahora, no en el sentido de que resuelva todos mis problemas, sino de que resuelve mi necesidad última, mi soledad frente a la pregunta de quién soy yo. Y es precisamente el toparme con quien me resuelve esta pregunta lo que me da esperanza.
Esposito: Vivir es siempre ser proyectado hacia adelante; el hombre es un puñado de deseos, de tensiones, de esperas. En esta inquietud, a nivel natural, está su grandeza. Pero cada espera, como nos señala el Papa, vibra con una memoria; y la memoria es la conciencia en el tiempo de aquello que me ha sido dado y que me es dado ahora. Sólo esto me permite, con realismo, seguir siendo proyectado hacia adelante. La fe no cierra la pregunta del hombre, sino que lanza al yo, como decía Giussani, a confrontarse con el universo; esa es como la plomada que mide la profundidad de cada instante. El cristiano puede proyectarse hace adelante porque hay uno que le sustenta, que es el Padre.
Bersanelli: Es hermoso ver que así se transforma y acrecienta el interés por las cosas normales, cotidianas. En la curiosidad y en el afecto por el trabajo, en las relaciones con los compañeros, en las reuniones para el lanzamiento del satélite, ¿qué es lo que empezamos a desear a partir de estas pequeñas cosas? que sean vehículo de la esperanza, signo para mí y para quienes tengo cerca de aquella esperanza que mueve todo. Crece el deseo de que, a través de esos detalles imperfectos, efímeros, se revele el rostro de aquella Presencia que sostiene la esperanza.
Esposito: Por eso el Papa cita una estupenda frase de San Agustín diciendo que el verdadero ejercicio del deseo es la oración. Hablando filosóficamente, laicamente, considero esta una posición irreprochable, porque llega un momento en el que comprendo que sólo puedo esperar verdaderamente si digo a aquel «desconocido conocido» de quien lo espero todo: «Ven».
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