Es frecuente que durante la Cuaresma algunos colegios se sumen a la iniciativa del Banco de Solidaridad para la recogida de alimentos. Pero la escuela primaria Collodi, en Fidenza, este año se ha adelantado. En Navidad, siguiendo la sugerencia de unos amigos del Banco de Solidaridad del pueblo cercano, se pusieron en marcha para organizarla.
Así Felipe llega a la Collodi, delante de trescientos niños de entre seis y once años, acompañados por sus profesores, alborotados al principio por una novedad que rompe el ritmo normal de las clases. Están distraídos. Quizás hayan oído hablar de una recogida para los pobres, pero la cosa les queda lejos. Felipe se encuentra con todos, repartidos en grupos. Les cuenta qué es el Banco de Solidaridad, quiénes son las personas que ayudan, las necesidades que encuentra. «Hace poco, llegó a mi pueblo una familia -madre, padre y tres niñas- que no tenía nada, excepto lo que llevaban en el maletero del coche. Necesitaban de todo, desde ropa hasta libros. También pedí ayuda a los padres de los compañeros de fútbol de mis hijos. Y una madre me llevó un árbol de Navidad para ellos, diciendo que esta historia le había llegado al corazón. ¿Y cómo es vuestro corazón? ¿Lo usáis así?», pregunta Felipe. Los niños se quedan en silencio. Esa familia es como la suya. Es algo muy cercano para ellos. Felipe lee las palabras del papa Francisco en las que dice que lo que hacemos es como una gota de agua en el mar de las necesidades, pero que responde al grito de esperanza de los pobres. «Y para vosotros, ¿qué es la esperanza?».
Alguien intenta responder. «Que mis padres no enfermen.». «Que saque buenas notas.». Hasta que un chiquillo: «Es saber que hay alguien que me quiere». «¡Eso es!», prorrumpe Felipe. «Y que lo que hace por ti es gratis. Todos lo necesitamos. Y si somos trescientos llevando esta esperanza, entonces todos podrán oler su perfume, como cuando pasamos por un campo de lavanda y olemos su perfume». Cambia la expresión del rostro de los chicos y de los profesores, mientras Felipe les enseña un canto y los invita a traer al cole leche, galletas, harina, azúcar, garbanzos y atún para llenar las cajas de cartón que se han preparado.
La semana siguiente, los amigos de Fidenza van a la Collodi para recoger los alimentos. Hay 40 cajas llenas hasta arriba. «Increíble», comentan los profesores. Y Felipe: «Yo sí me lo creía, porque vi con qué ojos me miraban. Por eso dejé 50 cajas.».
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