El sociólogo Víctor Pérez Díaz lee la complejidad cambiante y muy real del continente. Las censuras (no solo históricas), los recursos y la necesidad de una conversación entre europeos. «Se puede volver a empezar “sabiendo que no sabes”»
Víctor Pérez Díaz cambió en gran medida el panorama de la sociología española a comienzos de los años 90 con sus trabajos dedicados a la sociedad civil. Algunos de ellos tienen títulos tan significativos como El retorno de la sociedad civil y La primacía de la sociedad civil. Formado en Harvard y también profesor visitante de esa universidad, acaba de publicar Europa en busca de sí misma, un trabajo en el que sostiene que los europeos nos enfrentamos a un desorden, largo y profundo, a una transformación continua. Los problemas de identidad y de legitimidad se agudizan según Pérez Díaz. El sociólogo insiste en la necesidad de una conversación entre europeos y de políticas europeas que tengan en cuenta los hábitos y los recursos socioculturales. Es por eso necesario que todos aprendamos de los demás: «Y no se puede enseñar ni aprender desde la autocomplacencia y el desdén hacia los demás, al menos no entre quienes se sienten y/o aspiran a ser gentes libres».
Tenemos delante unas elecciones europeas que parecen inéditas. Puede haber una bajada importante del voto a los partidos de la segunda posguerra mundial y parece que van a tener más peso los partidos que cuestionan la construcción europea. ¿En qué momento está Europa?
Soy bastante escéptico sobre la dicotomía europeísta-nacionalista. Tiendo a complicar un poco ese panorama. Hemos estado setenta años con lo que parecía un proceso de "construcción europea" que tenía una idea muy clara de Madrid. que íbamos hacia una Europa unida. Pero la experiencia histórica real de la gente -a la que muchos observadores no dan la importancia que merece- ha sido siempre compleja. La clase política ha hablado de Europa pero ha hecho política local, ha hablado de Europa pero ha ido a Bruselas para reforzar sus políticas domésticas en un 90% de los casos, apenas ha construido puentes de experiencia europea compartida. Así hemos estado durante setenta años.
Lo que todos tenemos por delante es una situación de complejidad cambiante que es prometedora. Es prometedor que tengamos que pensar en los problemas con más cuidado. Hay que seguir la discusión entre lo que piensan los escandinavos y los centro-nórdicos, los alemanes, entre lo que piensan los italianos, españoles y portugueses... Hay problemas geopolíticos que es necesario afrontar: los retos del Mediterráneo, los de África, los de la Nueva Ruta de China y de Rusia. Y esas cosas tienen que ser habladas y discutidas in extenso. Es necesario combinar dos niveles de gobernanza, la gobernanza a nivel de estado nacional y la gobernanza europea. La gente sabe que todo esto es complicado, lo que pasa es que le faltan los cauces de reflexión colectiva y de conversación europea.
Eso es lo que usted proponía precisamente en su último trabajo Europa en busca de sí misma. Un mayor grado de participación de la ciudadanía en un debate sobre cómo afrontar los problemas.
Sí, con un sentido de ciudadanía muy amplio. Pueden ser los profesionales, las asociaciones, las iglesias, los partidos políticos, los medios de comunicación, la gente corriente y normal a través de experiencias familiares, personales, de negocio, de trabajo, de viajes, de tratos sociales, de relaciones afectivas, espirituales o religiosas los que participen en esa conversación. Además, tienes que combinar relatos. Europa no se hace solo desde la II Guerra Mundial. Europa se está haciendo desde el siglo VI antes de Cristo...
Pero a menudo falta esa conversación. Hay una dificultad para narrarse y para escucharse.
Sí. Para narrarse, para escucharse, para reflexionar con cierta distancia, para mezclar distancia y compromiso. El compromiso no significa ofuscarse. El compromiso significa una fidelidad razonada. Para eso es necesario intentar escuchar la realidad y a otros que te cuentan historias continuamente, insistentemente. La formación, por ejemplo, de los estados-naciones tiene una gestación de decenios y siglos, bastante dramática y con unos excesos brutales. Ha habido guerras internas, ha habido guerras civiles europeas. Es necesario apropiarse, incorporar ese trozo de locura en tu historia.
Y eso es lo que no estamos haciendo.
La cultura habitual te dice: «Vive al día», «Futuro, futuro», «Aprende a aprender». Pero si no recuerdas, no eres. Y si no recuerdas lo que los otros son, no tienes una relación. No se puede vivir así.
Tenemos una cierta incapacidad de narrarnos, de explicar las experiencias elementales que vivimos, de hacer una reflexión crítica. ¿Qué puede ayudar?
Lo que ayuda a narrarse es aprender a escuchar y aprender a leer, que es una forma de escuchar, aprender a observar, a viajar, ponerse en la posición de otros, que haya padres y madres que ayuden a los hijos a comprender. Hay que empezar como Sócrates: sabiendo que no sabes, reconociendo que hay cosas que no sabemos qué significan. Porque tú no lo sabes, y el cura de la parroquia no lo sabe, y el profesor no lo sabe. Es que no es fácil. Pero plantéatelo, estate alerta, date cuenta. Hay que desarrollar cierta capacidad de manejar complejidades. Antes era más sencillo comprender lo que estaba pasando, y ahora ya no lo es tanto.
Y estate atento porque lo que te viene son propuestas de simplificación peligrosas. No puedes simplificar en función de buenos y malos, negros y blancos, izquierdas y derechas, no, piénsalo. ¿Cómo voy a creer yo el europeísmo de los franceses al estilo de Macron si sé que son gaullistas de corazón -como es normal que sean- y lo que quieren es protagonizar Europa? Todo esto, si no has leído historia, es como si se hablase de nada. Pero hacen falta muchas cosas más en el terreno de las experiencias básicas. Te hacen falta unos padres que estén en su sitio, que tengan tiempo para los hijos. Y necesitamos escuelas que no piensen solo en exigir más a los niños. La trasmisión de la humanidad, del sentido común, es crucial. Si hay algo positivo en marcha cuídalo, elógialo, no seas envidioso, no estés siempre sacando defectos, incita a la gente a dar lo mejor de sí misma. Di- les: adelante, te entiendo, te escucho, te veo, no me callo como un muerto porque nunca quiero decir lo positivo de los demás. Esa es una enseñanza moral crucial.
Una cosa que me ha sorprendido mucho en su último ensayo sobre Europa es que, en contra de la opinión dominante, asegura que hay una confluencia de identidades políticas que contradice la tendencia de la polarización. ¿No estamos en una fase de polarización?
Hay un empeño sistemático de los medios de comunicación de casi todos los colores y de los académicos, y de los políticos, por dramatizar los contrastes. La polarización es totalmente insuficiente para explicar lo que está pasando porque si te fijas un poco, por ejemplo, en las políticas económicas, los últimos sesenta años son de una confluencia enorme entre izquierda y derecha.
¿La polarización es ficticia?
No es ficticia, pero en la vida política se tiende a exagerar, y en la vida real esa polarización no es para tanto.
Entonces ¿lo que hay en Europa es una fractura entre la vida real y la élite mediática y política?
Hay fractura y hay complejidad. El pueblo llano, la gente corriente, tiene una mezcla de sentido común que se adapta y, junto a eso, nos encontramos con arranques enfáticos de identidades amenazadas.
En el estudio también dice que las políticas europeas tienen que tener en cuenta los hábitos y recursos socioculturales. Uno de los recursos socio- culturales hasta ahora compartidos era una cierta cultura ilustrada, unos valores universales sobre los que no se discutía y había un cierto consenso. Eso, según algunos, ha desaparecido.
La Ilustración es una obsesión de las clases influyentes. ¿Dónde la colocas? ¿En el XVII, en el XVIII? ¿De dónde viene? El Quijote no es accesorio. Dante no es accesorio. ¿Cómo vas a entender el cristianismo a partir de la Ilustración? ¿Cómo voy a entender el cristianismo sin el politeísmo pagano? Tiene sus conexiones. Todas estas cosas están trabadas.
Hay un miedo a perder la propia identidad, un miedo al mestizaje. El extranjero se percibe como una amenaza. ¿Esto es porque Europa, que siempre ha sido producto de procesos de mestizaje muy complejos, está insegura respecto a lo que la define?
Habría que ir por países porque no todos son iguales, y depende de la memoria histórica que tengan, de las experiencias recientes. La historia de una Polonia que se va escapando del poder estalinista desde los años 60-70 hay que entenderla en función de lo que pasó dos o tres siglos antes, en los que había sido partida por alemanes, austriacos y rusos. ¿Eso es una identidad amenazada, es una identidad frágil? No del todo, pero tiene su componente de fragilidad, como España tiene su componente de fragilidad por haber estado formada por distintos reinos que los Austrias y los Borbones no acabaron de armonizar. Hay fragilidad pero no todo es fragilidad. La historia es compleja y hay que asumirla como asumimos la historia de nuestra familia. Miras a la Hungría de ahora. Pero hay que pensar que los húngaros fueron conquistados por los turcos y cuando llega el momento de la I Guerra Mundial, sufren una amputación enorme de su territorio con el Tratado de Trianon. Eso está en la carne y en la sangre de ese pueblo. Después sobrevivieron como pudieron tras lo que pasó en 1956 (invasión soviética). Tienes que enterarte de la historia. ¿Quieres estar junto a alguien que no sabes quién es? En vez de hablar de esa gente como antieuropeístas, nacionalistas, deja la etiqueta para otro momento y entiéndeles. Con esto no justifico lo que hacen determinados gobernantes. Primero intento entender y luego veo qué parte de lo que pasa es asumible y qué parte no. Pero, de entrada, no pongo la etiqueta.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón