En medio de la crisis que estamos viviendo, los gestos de caridad constituyen un juicio cultural y político, porque rompen con una mentalidad que nos afecta a todos. Y nos plantean una cuestión decisiva: ofrecer un ideal concreto que responda a las necesidades de la persona llegando a cambiar el origen mismo de nuestras acciones, el corazón. Incluso cuando parece que nada tenga todavía la fuerza de tocarnos de verdad
Desde hace un tiempo se escucha cada vez más repetida y aburridamente hablar de la crisis de la política. Los que parecen cambios no hacen más que confirmar la melancólica persuasión de que la política ha perdido irreparablemente su rol de representar al menos las instancias del pueblo, cuando no las instituciones. Este sentimiento viene alimentado por las redes y los medios que se decantan por la antipolítica y la desestructuración de la sociedad. ¿Y qué importa que ante este panorama no haya una propuesta concreta para construir algo útil? Es un problema que la mayoría considera irrelevante: ahora hay que demoler porque todo está podrido y no merece quedarse de pie...
Que la política esté en plena crisis está ante los ojos de todos, pero yo creo que esto no depende ni de la falta de una clase dirigente ni de una menguante red asociativa, los famosos "cuerpos intermedios" –asociaciones, sindicatos, iniciativa social, etc.–, aunque también estos sean factores evidentes.
El carácter profundo de esta crisis es otro: la renuncia a pensar que la política es ante todo el intento de expresar un ideal.
El aspecto más dramático de lo que estamos viviendo es la ausencia de ideales que proponer. Aunque fueran ideales particulares o limitados, como ha sido en muchas épocas de nuestra historia (véase el 68, por ejemplo), pero siempre expresión del intento de dar respuesta a las preguntas profundas del hombre. Luego muy a menudo traicionaron lo que los impulsó al inicio, cerrándose en una ideología en la medida en que renunciaron a medirse con la realidad en todos sus aspectos. Hoy, sin embargo, constatamos el vacío en este aspecto.
¿Por qué hoy "las tripas” prevalecen en los juicios, y consecuentemente en las decisiones? Porque vale solo mi necesidad inmediata o mi ventaja. Ya no hay ideales reconocidos por los que merece la pena gastar la propia vida, de ese modo uno cree que yendo a lo suyo será más libre, cuando el resultado es que cada vez somos más esclavos de la mentalidad dominante que, sin que nos demos cuenta, nos define y nos moldea. Por esto don Giussani la identificaba con el “poder". Es inevitable que siempre haya un poder que rige el mundo, que te impulsa a hacer lo que quiere; y cada vez irá a más según vaya creciendo una concepción de la persona autónoma y desvinculada de las relaciones, los afectos y las auténticas realidades educativas que pueden sostener la creación de un sujeto humano maduro. Debemos caer en la cuenta de que este es el camino que, lo queramos o no, hemos tomado. Y que hay que cambiar de rumbo. Por eso, en los últimos años, CL ha propuesto otra modalidad de vivir la relación con la política. No ha sido una renuncia, sino la toma de conciencia de un giro histórico que no afecta solo a los católicos, sino que es raíz del malestar que aqueja a los fundamentos de nuestras sociedades.
¿En qué consiste la preocupación educativa de semejante planteamiento? En la afirmación decidida de que el primer límite puesto a este poder es la creación de un sujeto humano sólido. Hoy, menos que nunca, no será posible formar un partido si falta el sujeto que vive una determinada experiencia ideal. Este es el verdadero problema. El desafío actual consiste en mostrar un ideal que mueve la vida como algo muy concreto.
En este sentido, creo que ciertos gestos de caridad que Comunión y Liberación realiza desde hace unos años tienen un significado que excede la recogida de bienes o de fondos para los más necesitados. Lo cierto es que estos gestos plantean públicamente un juicio cultural, y también político, en cuanto que son un modo concreto de proponer un ideal que se hace hipótesis de respuesta a ciertas necesidades.
Cito las Tiendas de Navidad y las Campañas Manos a la obra, para sostener respectivamente los proyectos de AVSI y de CESAL, la Jornada nacional de Recogida de alimentos en Italia, y en Madrid la iniciativa ciudadana de "Te invito a cenar” y los Bancos de Solidaridad.
Fijémonos, por ejemplo, en la Jornada nacional de Recogida de alimentos, una iniciativa de dimensiones colosales que ha recogido el correspondiente a 17 millones de comidas y cenas para los más pobres, sobre todo gracias al testimonio de los 150.000 voluntarios, muchos de ellos jóvenes, que han animado la Jornada, mostrando a todos que en hacer el bien gratuitamente sigue habiendo una ganancia para la propia humanidad. Es muy interesante fijarse en las razones que mueven a la gente a colaborar en un gesto así: ¿de dónde nace ese interés y adonde nos puede llevar? Ciertamente muchos han participado por motivos personales distintos. Pero existe siempre un punto preciso del que parte el contagio.
Creo que la verdadera raíz del valor educativo de estas iniciativas, en primer lugar para los que las hacen, está en la experiencia de que el ideal por el que nos juntamos –se puede construir y reconstruir con esperanza incluso ante un futuro incierto– llega, sabe llegar hasta lo concreto, hasta tocar la necesidad de la persona particular. Solo un ideal concreto y totalizante tiene la fuerza de contagiar a otros en una época en que nada parece tener fuerza suficiente para tocarnos, en que no sentimos la necesidad de juntarnos para comprender o para hacer porque a todo puede uno tener acceso por su cuenta en la era de la digitalización...
Estamos viviendo una condición en la que se abren numerosos desafíos para la sociedad y la humanidad, a distintos niveles. Pero se echa en falta un juicio sintético. Por ejemplo, me contaron que en un encuentro público en Milán para presentar el testimonio de cómo las Hermanas de la Caridad de la Asunción ofrecen su ayuda concreta a los inmigrantes –desde detalles pequeños hasta la educación–, gratuitamente y a menudo sin obtener ningún reconocimiento, algunos de los presentes, en su mayoría cristianos comprometidos, han percibido una distancia expresada con la boca chica: «vale, pero estos nos están invadiendo.». ¿De dónde nace una reacción así? ¿Por qué podemos advertir cierto escándalo incluso ante gestos de profunda humanidad? Porque esta gratuidad, esta capacidad de acoger gratuitamente, es un juicio que contesta la mentalidad que ya tenemos asimilada, rompe con un cierto modo de ver las cosas que ya nos invade. La caridad es un juicio histórico y no solo un espacio para la generosidad personal.
¿Por qué, entonces, volver a partir de la caridad para proponer un ideal? Porque lo único que puede cambiar el corazón del hombre, en cualquier condición en que se encuentre, es la experiencia de una mirada distinta sobre sí, la sorpresa de que hay alguien para el que tu vida tiene un valor. Caer en la cuenta de que tienes un destino y de que este destino es bueno.
En Reconocer a Cristo, don Giussani parte precisamente de ahí: ¿cómo te encuentras con la experiencia de que Cristo está vivo y presente? Ves a gente que vive de manera distinta, buena, profundamente humana. Este es el inicio de un mundo nuevo porque da comienzo a un sujeto nuevo en la historia, generado por el encuentro con Cristo presente.
«El trabajo que se convierte en obediencia se llama caridad», observa don Giussani. «El amor a la mujer, cuando se convierte en signo de la perfección final, de la belleza final, se llama caridad. Y el pueblo que se convierte en historia de Cristo, en reino de Cristo, en gloria de Cristo, es caridad. Porque la caridad es mirar a lo presente, a toda presencia, con el ánimo cautivado de pasión por Cristo, de ternura por Cristo». Alegría y gozo, es decir, lo que deseamos también en nuestra vida ordinaria, son posibles solo con estas dos condiciones. De lo contrario serían «dos palabras arrancadas del vocabulario humano», palabras que ya no existen: «Existe el contento, la satisfacción, todo lo que queráis, pero el gozo no existe, porque el gozo exige la gratuidad absoluta, que solo es posible con la presencia de lo divino, con el anticipo de la felicidad. Y la alegría es su explosión momentánea, cuando Dios quiere, para alentar y sostener el corazón de una persona o de un pueblo en momentos educativamente significativos».
Para sostener el corazón de un pueblo, de modo que no se limite a una mezcla de caras sino a una comunión, al reino de Cristo que crece, lo que necesitamos es la caridad porque, concluye Giussani, «es la ley para todos».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón