«He perseguido la belleza con denuedo. He buscado la belleza con ahínco. He andado tras la belleza desesperadamente. He buscado, busco y buscaré la belleza hasta morir o hasta matarla. Matarla de amor cuando la encuentre, pues he puesto mi alma en tal empeño». Con estas palabras Alberto Campo Baeza concluía la lectio magistralis con ocasión de su entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el máximo reconocimiento para un arquitecto español. Pero la fama de este hombre con alma de niño, gentil y siempre dispuesto a sorprenderse, traspasa ampliamente los confines de nuestro país. No le llaméis Arquitecto estrella, porque podría mostrarse ofendido. No es tan famoso como Renzo Piano, ni tan solicitado como Daniel Libeskind o tan de moda como fue Zaha Hadid. El prestigio internacional de Campo Baeza es de otro género. Y tiene que ver por una parte con la fascinación discreta de sus edificios, por otra con la capacidad de comunicar su pasión por la arquitectura del pasado y del presente. A la actividad de su estudio, de hecho, ha unido hasta el año pasado su trabajo como profesor en la Politécnica de Madrid y en las más importantes facultades de Arquitectura de Europa y América, sumado a su producción de textos teóricos y críticos. Su amor por los grandes de la literatura, Cervantes, Shakespeare, Dante, pero también Borges y Eliot, ha contribuido ciertamente no solo a su talento como comunicador, sino también a su deseo de llegar al corazón de la experiencia humana a través del don que es el arte.
¿Qué es lo que más le gusta de la arquitectura?
Si tuviera que decirlo de modo sencillo y poético diría que es la manera en que tus sueños se pueden materializar. Tienes una idea y vas viendo que toma forma, se levanta, crece y ocupa un espacio capaz de servir a las personas. Es como un sueño que se realiza en tres dimensiones.
Entonces los sueños se cumplen.
Sí, en el caso de que tu sueño pueda ser construido. Estamos llamados a ser muy radicales, a buscar soluciones nunca experimentadas antes, nuevas imágenes, pero debemos hacerlo conscientes de que luego lo que tenemos en la cabeza se tendrá que construir y deberá mantenerse en pie. Apollodoro de Damasco proyectó ese milagro de belleza que es el Panteón. El suyo fue un sueño que logró realizar y que sigue en pie al cabo de dos mil años, capaz todavía de conmover a la gente.
¿Cuándo nos conmueve la arquitectura?
Cuando es capaz de tocar no solo la cabeza sino también el corazón.
Usted habla mucho de belleza, ¿es ella la que toca el corazón?
Decir que la belleza es el objetivo de la arquitectura puede parecer arriesgado. Sin embargo, yo estoy convencido de que alcanzando la belleza en arquitectura nosotros contribuimos a hacer del mundo un lugar en donde el hombre puede ser más feliz. Es una forma de reconquistar el Paraíso perdido. En mis clases, trato de convencer a mis estudiantes de que la belleza es posible. De verdad podemos llegar a realizar obras acariciadas por "el murmullo de un viento ligero", que es la imagen que el Libro de los Reyes utiliza para hablar de la presencia de Dios.
Vale, pero antes de escuchar este “viento ligero”, como decía usted antes, debemos estar seguros de que el edificio se mantenga de pie, ¿o no?
Ciertamente, porque la razón es el instrumento principal del arquitecto, no la simple intuición, el capricho o la intención artística. Y no lo digo yo, lo dice vuestro Vitruvio, que fijó en este orden los tres principios a seguir: Utilitas, Firmitas y Venustas. A la última, la belleza, debemos llegar a través del cumplimiento de las otras dos condiciones. Pero la arquitectura no puede detenerse solamente en su propiedad funcional y en la solidez.
¿En qué sentido?
La función de un edificio en arquitectura es algo así como una narración. Piense usted en el Rapto de Proserpina de Bernini: representa a un hombre que rapta a una mujer que intenta librarse de la presa. Esta es la narración, la función. Pero no es esto lo que el escultor nos está diciendo: lo que nos conmueve es cómo es capaz de hacer aparecer en el mármol de Carrara la suavidad de la carne. Fíjese en los dedos de Plutón, en cómo se hunden en el muslo de Proserpina. Parece un milagro. Este es el valor universal de esa imagen. Nosotros estamos hechos por ese valor, no solo para cumplir con una determinada función. Las manzanas de Cézanne han cambiado la historia de la pintura, no porque a la gente le gusten las manzanas pintadas, sino porque las pintó de aquella determinada manera.
¿Cuál es su receta para conmover con la arquitectura?
No hay ninguna receta. Pero tanto en la poesía como en la arquitectura existe una suerte de métrica, que es conveniente utilizar si se quieren alcanzar ciertos resultados. Siguiendo con la metáfora: yo no amo el verso libre. Uno de los elementos de esta "métrica" para mí es la simetría. ¿Es necesaria la simetría? No. ¿Es conveniente? Quizás. Pero tu cuerpo es simétrico... Realizando un edificio simétrico nos ponemos en relación con el cuerpo humano y por lo tanto con la persona que debe habitarlo. Cada arquitecto debe encontrar su propio camino, pero comparto lo que dice T.S. Eliot, que para ser universal, es decir, para entrar en relación con el hombre de cualquier época, el poeta debe de alguna manera retirarse y renunciar a las propias peculiaridades de carácter. Dice: «Llega el momento en que una nueva sencillez, también una relativa crudeza, aparece como la única vía de salida».
Ayúdeme a entender.
Mies Van der Rohe y Le Corbusier son dos autores universales porque encuentran soluciones sencillas (podríamos decir "generales", "universales") a problemas complejos (podríamos decir a problemas "particulares"). En cambio Gaudí, que de todas formas sigue siendo un genio, es demasiado personal, las formas que crea son demasiado excéntricas. También mi amado Carlo Scarpa: es fantástico, pero quizás demasiado particular. Son ejemplos extraordinarios, pero no creo que sean vías sobre las que se pueda transitar de nuevo.
La suya es una arquitectura de volúmenes puros, ¿en qué sentido es más universal?
Cuando dibujo edificios sencillos es porque pienso que son más adecuados a la vida que se desarrollará en su interior. El tema de que sean adecuados es muy importante para mí, los medievales decían «adaequatio rei et intellectus», con el fin de que el proyecto pueda convivir con las sorpresas de la vida. En una caja todo es posible. No me guía una voluntad de abstracción, sino el deseo de universalidad, lo cual puede traducirse en la creación de un espacio que pueda acoger muchas funciones distintas.
¿Qué papel juega la razón en todo esto?
Admitamos que una estrella de cine me pida que le haga una gran cama en forma de corazón en el centro de una habitación. Yo no se la haría, ¿y sabe por qué?
No.
Porque en el mercado no existen sábanas con forma de corazón. Si me pidieran el diseño de un nuevo modelo de sombrero, no podría pensarlo cuadrado, porque la cabeza del hombre es redonda. La razón tiene un papel decisivo porque debemos respetar la naturaleza de las cosas. En poesía puedes desplazar la posición de una palabra y obtener una profundidad de significado inesperada. Yo tengo que tener mucho cuidado con mover a mi gusto los elementos de un edificio, porque podría resultar peligroso. Sin embargo, el uso de la razón, la racionalidad, no debe confundirse con el racionalismo.
¿Cuál es la diferencia?
El racionalismo, en arquitectura, es un estilo. Son los arquitectos que lo hacen todo cuadrado. La racionalidad es el uso de la razón: la relación entre qué hacer y las cosas tal como están hechas. Y aquí vuelve el tema de la adecuación.
A usted le definen como arquitecto de la luz, ¿por qué?
Es una definición que no me gusta. Todos los arquitectos deberían estar interesados en lo que es un elemento fundamental. Newton la concebía como un material. Para construir una casa necesitas los ladrillos, las baldosas, el cemento, que tienen un cierto precio. Pero la luz es el elemento más lujoso ¡y es gratis! Resulta extraño que muchos se olviden de utilizarlo.
¿Cuáles son sus obras preferidas del pasado?
Diría que el Panteón en Roma, la Alhambra en Granada y el Pabellón de Mies Van der Rohe en Barcelona.
¿Por qué el Panteón?
Creo que el anillo de nueve metros que lo corona es la trampa más ingeniosa que jamás haya tendido el hombre al sol, en la que nuestra estrella ha caído con gusto día tras día. Si el alcalde de Roma, para que no llueva dentro de la iglesia, mandara cerrarlo, pienso que el sol rompería a llorar y con él el Panteón, porque son más que amigos.
Usted vive la arquitectura como un servicio. ¿En qué sentido?
El cliente no es Dios, no puede pedir todo lo que quiere. En esto el arquitecto es parecido a un médico: hace un diagnóstico y propone una posible terapia. En este sentido, ofrece un servicio. Pero existe también un nivel más profundo.
¿Cuál?
En el libro Luigi Giussani. Su vida, a cargo de Alberto Savorana, se cita un episodio que me llamó muchísimo la atención. Es la historia de Guido De Ponti, el compañero de seminario que murió nueve meses antes de su ordenación. Sus padres habían sembrado el trigo para las hostias de su primera misa y delimitado un trozo de viñedo para hacer el vino. Me gustaría hacer lo mismo con mis obras: sembrar el trigo y delimitar el viñedo, para hacer la mejor arquitectura posible de modo que la gente sea más feliz. Y para hacerlo me confío a Guido De Ponti y a don Giussani.
Usted es católico...
Apostólico y romano (se ríe, luego se pone serio). Soy un pobre pecador amado infinitamente por Jesucristo.
¿Influye su fe en su trabajo?
Ciertamente no influye en el sentido de que ponga una cruz encima de los edificios que construyo. Soy católico y por ello, por la mañana, le ofrezco el día a Dios y mientras trabajo trato de acordarme de Él. Para estar preparado para reconocerle, cuando llega como el "murmullo de un viento ligero".
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón