Cada mañana una larga cola de estudiantes espera delante del aula D104. Antes de las clases, se encuentran con la profesora de Religión para plantearle preguntas, hacer los deberes y contar lo que viven. Viaje para conocer una experiencia de GS en Miami, que contagia a los chavales y a los padres. Y que nació en un trayecto en coche...
A las 7 de la mañana la luz del sol inunda ya las aulas del liceo St. Brendan. Afuera, a pesar de que ya acaba el mes de noviembre, los primeros estudiantes llegan con su uniforme de algodón en manga corta. Es el eterno verano de Miami, donde las temperaturas no llegan nunca a estar por debajo de los 20 grados. A estas horas la escuela ya está abierta, dispuesta a recibir a los estudiantes en el interior del campus: 13 hectáreas entre clases y campos de fútbol, béisbol, tenis, piscinas, talleres y teatro.
En la primera planta del edificio se encuentra el aula D104. La ocupa Miriam Smith, profesora de Teología y Religión. A lo largo del pasillo, cada mañana una fila de chavales sentados en el suelo, con los auriculares puestos, están allí esperándola. Su clase se ha convertido en un lugar donde uno puede quedarse antes de que suene el timbre del comienzo de las clases y empiecen esas migraciones continuas que los estudiantes americanos deben hacer para desplazarse de una clase a otra. Al comienzo, solo eran dos o tres. Luego corrió la voz de boca en boca de que esa aula estaba abierta para todos. Así, poco a poco, algunos pidieron ayuda a Mrs. Smith para hacer los deberes, otros para contarle sus fatigas, otros para plantearle preguntas importantes. De este modo empezó y ha ido creciendo el grupo de GS en Miami. Hoy son unos cuarenta los chavales que los lunes por la tarde vuelven al aula D194 para ese encuentro que llaman School of community. Media hora exacta de Miriam Smith con algunos chavales de GS diálogo en el que cada uno plantea las cuestiones que más le urgen. «Aunque las tardes aquí están repletas de propuestas, entre club, deporte y actividades culturales, esta cita es algo distinto, una novedad a la que los chavales no quieren renunciar», cuenta Miriam Smith, 49 años y, desde hace veinte, profesora en el St. Brendan.
Miriam lo entendió a raíz de un pequeño episodio: «Durante uno de estos encuentros de los lunes, me di cuenta de que había una chavalita que estaba estudiando para el día siguiente. Pensé: "¡Qué maleducada! No sirve de nada que venga aquí si no lo quiere verdaderamente"». Indecisa sobre cómo reaccionar, se lo comenta a un amigo, que la descoloca con su respuesta: «¡Qué encanto esta chica! Debe tener mil cosas que hacer y sin embargo no quiere perderse el estar con vosotros. Hay algo que la retiene ahí, algo más grande que la suma de todo lo demás».
En el fondo, es lo mismo que le pasó también a Miriam en 2008 cuando conoció el movimiento. Había contestado al correo de un colega, responsable del intercambio con estudiantes extranjeros, que preguntaba si algún profesor estaba disponible para los traslados de dos chicas italianas al colegio. «Me ofrecí porque mi marido estaba organizando nuestro viaje a Italia y podía resultar interesante conocerlas. Nunca pensaría que un gesto tan banal pudiera cambiarnos la vida», comenta. Paso a paso, la relación se intensifica y llega a implicar también a los hijos de Miriam. Un día, una de las chicas la invita a la fiesta de su 18 cumpleaños. Miriam se queda perpleja. Sabe perfectamente cómo son las fiestas de los teenagers. Decide pasar solo un momento para felicitar a la homenajeada y dejar un regalo. En cambio, se queda hasta la noche. «Nunca había visto celebrar una fiesta de ese modo. Los cantos, los juegos y la cena juntos. Al final, una oración antes de volver todos a casa. En esa ocasión por primera vez entendí que me encontraba ante algo completamente nuevo».
El año siguiente, llegan dos chavales italianos del movimiento. Ella se ofrece de nuevo para los traslados. Ellos le piden más: «¿Nos daría permiso para quedar en su aula por la tarde?». Miriam descubre la Escuela de comunidad. «Los chicos empezaron a quedar invitando a algunos compañeros de clase y haciéndose guiar por un profesor, colega mío. Yo me quedaba en el aula ocupada en mis tareas. Pero escuchaba todo lo que decían y me parecía increíble que unos chicos de diecisiete años tuvieran semejante profundidad. Recuerdo que, volviendo a mi casa en coche, pensaba: "La fe es algo que cambia su vida diaria. ¿Qué es para mí la fe?"». Miriam empieza a participar en esos encuentros. Estrecha amistad con Desa, el profesor italiano que ayuda a los chavales. Lee a Giussani y frecuenta la comunidad de los adultos de CL en Miami. «De repente, Cristo dejó de ser alguien que simplemente existe y se convirtió en una persona con la que convivir», cuenta.
En 2012, Miriam se queda sola. Desa se había tenido que trasladar a otra ciudad. «Entonces me pregunté: "¿Y ahora qué hacemos con este grupo de GS?"». Enrico, un amigo de la comunidad de Miami, le dice: «Toma tú las riendas. Sé tú misma y arriesga». Miriam se lanza a la aventura pero está ansiosa. Quiere hacerlo bien, no equivocarse. «Repetía de modo esquemático lo que había visto. Le pedí a un amigo de Nueva York que me informara de todas las iniciativas que hacían ellos, porque quería copiarlo». El mayor temor viene de los estudiantes italianos: «Veía que los estudiantes que acudían a la reunión lo hacía atraídos por la presencia un tanto exótica de los italianos. Sabía que en cuanto se volvieran los chicos italianos, aquí no quedaría ni Blas». Miriam lo comenta con el padre José Medina, responsable de CL en EEUU, que le dice: «Sigue la vida de tus chavales. Empieza por ahí, por lo que les pasa a ellos y a ti con ellos». «Para mí GS empezó en ese momento», recuerda Miriam. No importa si todavía son pocos y su participación oscilante: «Un lunes podían ser 5 y el lunes siguiente 15. Incluso alguna vez no se presentó nadie. Pero nuestro reunirnos iba siendo cada vez más una amistad, en la que yo les sigo a ellos deseando conocerles y ellos han empezado a seguirme».
El invierno pasado, Miriam decide organizar unos días de vacaciones sin sumarse a otros grupos de GS. «Había un problema de costes y de distancias, así que decidí arriesgar y les propuse que nos fuéramos en tienda de campaña a la finca de mi hermana en el norte de Florida». Preparan unos carteles para colgar en la escuela. Se apuntan veinte. «Le pedí ayuda a unos adultos de la comunidad que me ayudaron con la cocina, las excursiones, los cantos. Todo fue estupendo hasta que cayó una tormenta que arrasó las tiendas y dejó la pradera hecha un estanque». Deciden acomodar a los chicos en furgonetas y un camión para la última noche de las vacaciones. «Entré en pánico, seguía pensando que sería mejor volver a casa en seguida», relata Miriam. Un chico se da cuenta: «Mrs. Smith, ¿por qué te estresas? Mira, estamos todos bien. Y muy contentos. Además esta noche toca cantar alrededor de la hoguera». Y así fue. Tras cantar y bailar, Miriam les invita a contar qué han vivido esas vacaciones. Julián, que participa por primera vez, salta en seguida. Es un tipo reservado, al que también en el colegio le cuesta entablar relaciones: «Pensaba que sería algo muy "Jesús por aquí y Jesús por allá", que rezaríamos a todas horas. En cambio, me lo he pasado bomba y he conocido nuevos amigos. Además, sin grandes discursos, sin embargo percibía que Jesús estaba todo el rato con nosotros. Él es como este fuego. Una presencia que nos atrae y nos mantiene unidos aunque seamos tan distintos».
Después de esas vacaciones, la vida en el colegio es contagiosa. Muchos compañeros de clase quieren ir a ver qué es eso de GS. Los chicos tratan de organizar lo mejor que pueden la Escuela de comunidad. Usan la App de la escuela para pasar los avisos y el orden del día para la reunión: cada semana parten de un pasaje de la vida de don Giussani tomado de la exposición realizada por los universitarios americanos. Empiezan también a querer cantar. Se envían la letra de Be Still My Heart, de Jaqui Treco. Una chica de primero, venciendo su timidez, aparece con la guitarra. Miriam los mira y los deja hacer. No quiere inducirle un problema sobre la interpretación: «Es muy bonito que se hayan percatado de lo importante que es cantar juntos».
A finales de agosto, cuando el colegio abre de nuevo sus puertas, en el aula de Mrs. Smith las sillas no son suficientes. «Tengo 30 a mi disposición, pero para el primer encuentro de Escuela de comunidad había chavales sentados en el suelo y de pie apoyados en la pared. Seguía preguntándome: "¿Pero qué está pasando aquí?"». Es la misma pregunta que se están planteando muchos padres de los chavales. La madre de Sofía, hace unos meses, quiso encontrarse con Miriam. Tenía un problema serio con su familia de origen que se había quedado en Venezuela, y quería comentárselo. «Mrs. Smith, mi hija está tan feliz cuando me habla de su vida y yo también quisiera serlo», confiesa antes de pasar a contarle sus penas. «Mientras me hablaba, me daba cuenta que no tenía soluciones para ayudarla, pero me acordé de las palabras del padre José y me dije: "Quédate con ella, acompáñala».
Otros padres también han querido implicarse. «Me preguntaban: "¿Quién es don Giussani? ¿Quién es Carrón? Por ello, cuando Medina vino a Miami en el mes de octubre para conocer a los chavales, invité también a los padres para compartir la Misa y una cena juntos». Todo se desarrolla en el marco del Crandon Park, una reserva natural asomada al Atlántico. Elise, que estudia el último curso del liceo, cuenta que, visitando los college para el año siguiente, había preguntado en la secretaría de los ateneos si había grupos del CLU, universitarios de CL. Se quedó chafada al comprobar que nadie tenía ni idea. También Sofía acaba el liceo este año. Tiene unas notazas y puede elegir el college que prefiera. «Pero, ¿puedo perder lo que he encontrado?», le pregunta a quemarropa al padre José. «Sofía, ¿has generado tú este encuentro o es algo que te ha sucedido? ¿Podías siquiera imaginarlo?», le responde él.
En la cena Sofía está sentada con los de su curso. Se prometen que, vayan donde vayan, se verán juntos el año próximo en las vacaciones del CLU en Colorado. Ya no tiene miedo de perder nada. En su cabeza resuenan las palabras de Be Still My Heart: «pero si te quedas parado, nunca sabrás de verdad por qué arde así tu corazón».
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