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Huellas N.11, Diciembre 2018

PRIMER PLANO

A orillas del lago Tanganica.

Paolo Perego

«Una frase leída por casualidad da lugar a una frescura vital que ya no le abandonará, incluso cuando el vacío se apodera de él. Este es el camino de un joven médico, Jean Marie, y de sus amigos del CL en Burundi. Para vivir «sin miedo a lo que pueda suceder al día siguiente»

Vino a buscarme al corazón de la selva, aquí, en Burundi». Jean Marie siempre se ríe cuando lo cuenta. Tiene 27 años, estudia Medicina en la capital, Buyumbura, a orillas del lago Tanganica, en el corazón de África. «Sono preferito!», intenta decir en italiano, sin poder ocultar su acento francés. Es evidente que esa palabra se ha quedado grabada en su cabeza. «Porque esa es mi historia», señala, antes de retomar el relato de hace cuatro años, cuando estaba sentado junto a un amigo que hojeaba un libro en la universidad. Tras un par de bromas, le preguntó: «¿Qué estás leyendo?». Entonces, una frase se grabó a fuego en su memoria: «Yo no quiero vivir inútilmente: es mi obsesión». Palabras de don Giussani, dirigidas a su amigo Angelo Majo y recogidas en un libro que quién sabe cómo ha llegado hasta Burundi. «Me invitó a una excursión. Yo no le conocía, pero le dije que sí. Había algo que me atraía». Después de aquel día, Jean tenía aún más claro que "aquello" no quería perderlo. «Eran personas diferentes, felices». Burundi es mayoritariamente católico, «pero nunca había visto gente así. Les pregunté cómo podía continuar y Chiara, neonatóloga en África desde hace muchos años, durante el viaje de vuelta me invitó a la Escuela de comunidad». Todo empezó así. «Al principio no entendía nada, pero me repetía que llegaría antes o después, más adelante quizás». Fue un camino con altibajos. A veces con la tentación de dejarlo. «Solo que luego me preguntaba: ¿Y toda esa belleza y frescura que he visto? ¿Podría vivir sin eso?».

Aquí está ahora, entre los pasillos del hospital de Buyumbura y su pequeño grupo de amigos de la Escuela de comunidad. «El riesgo existe, el vacío está siempre al acecho». Como cuando se trasladó a Ngozi, el año pasado. «Me entregué por completo al estudio y a lo que tenía que hacer, sin que me quedara tiempo para mí. Fue como si me vaciara». Un domingo, durante la misa, su mirada se topó con la de un paciente al que había atendido recientemente. Una sonrisa, dos palabras al salir de la iglesia y una invitación a comer. «Estaba muy agradecido por cómo le había tratado, por la atención prestada, por la forma de atenderle. ¿Pero qué había visto si yo estaba "vacío"? Volvió a mi mente otra vez aquella belleza que me faltaba. La había perdido, pero ahora me salía al encuentro de nuevo en aquel abrazo».
«Vivir delante de la belleza, ¡no hay otra estrategia!», le dijo Julián Carrón cuando Jean Marie le contó este episodio en la Asamblea de los responsables de CL africanos en Kenia, a finales de octubre. «El vacío es el problema de la vida. Solo cuando la belleza vuelve a iluminar nuestra vida, podemos ver». Es un amor que uno percibe hacia sí mismo. «No hay nada más importante que esto». El grupito de amigos burundeses está formado por unas veinte personas. «Algunos que van y vienen, en torno aun puñado de “fieles"», dice Andrea, que todas las semanas se reúne con Jean Marie para la Escuela de comunidad. «Le necesito. Y a Selina, mi esposa. Y a Chiara, y a Mariachiara, que trabaja con ella». ¿Por qué? «Porque me hacen enfadar.». Él es de Roma, tiene 31 años y lleva en Burundi poco más de uno, por un proyecto de AVSI. Se fue allí con Selina justo después de casarse y están esperando su primer hijo, que llegará en febrero. «Enfadar, sí. Porque a veces te pasas el día entero intentando resolver problemas, gestionándolo todo. Y, puntualmente, sucede algo que te obliga a partir de cero. Luego te encuentras con estos tres o cuatro rostros. y ves la posibilidad de mirarlo todo de un modo distinto, te das cuenta de que tú solo no puedes». Es un enfado que hace caer «la máscara que te pones para afrontar la realidad según tu propia idea». Por ejemplo, un proyecto de trabajo que corría el riesgo de acabar mal por un descuido. «Luché desesperadamente por arreglarlo.
Y de repente la ayuda llegó por uno del que no esperaba nada, que me dio un consejo. Me fie, y las cosas se ordenaron. Y, al mismo tiempo, volví a retomar la Escuela de comunidad. Increíblemente, las cosas que había leído una y otra vez durante años se empezaron a convertir en una provocación pertinente para mi vida, ante la posibilidad de vivir sin miedo a lo que pudiera suceder al día siguiente. En definitiva, un hecho, con alguien que no tenía nada que ver con mi historia, me hacía caer en la cuenta de que es Otro quien hace las cosas. La compañía de estos amigos y de mi mujer está para esto. Para devolverme al origen de mí mismo». Si no ¿por qué iba a dejar a mi mujer, embarazada de siete meses, para irme a la Asamblea de responsables en Kenia? «Dije sí porque esa frescura de la que tanto habla Jean Marie. yo la necesito. No deseo pasar por otras circunstancias difíciles, pero Cristo ha salido a mi encuentro así, incluso a mi pesar».
«La pregunta es tuya, la necesidad la tienes tú, pero te das cuenta de que el mundo también necesita esto», afirma Jean Marie, aún convaleciente por una malaria de la que se está recuperando. Durante unos días no fue al hospital, luego se sintió mejor y volvió a la planta. «Todos me recibieron muy contentos, pacientes y compañeros: "¡Te echábamos de menos!". Yo no me lo creía: "Sí, sí, claro... Yo también"». Pero por la noche volvió a sentirse peor, tuvo una recaída. Había que retomar el tratamiento y debía quedarse en casa. «Tres días, pero ayer la jefa de planta me llamó: "Jean, tienes que venir". Así que hoy he ido, diciendo: "Poco voy a hacer"». Se encontró con la misma fiesta. «La jefa de planta, musulmana, me agarró y me dijo que no podía volver a desaparecer tres días: "Cuando no estás, te echo en falta". Y yo otra vez: "Sí, es verdad, yo también.". "No", me dijo: "Tú me das coraje, la fuerza necesaria para trabajar. Entre todos los que están aquí, a mí me gustaría trabajar como tú, ser como tú, con los pacientes y con todos"».

Es una sorpresa continua, siguen contando Andrea y Jean Marie. «A veces te pones en marcha casi de manera automática, para resolver ese vacío que sientes», añade el médico. «Ahora leo la Escuela de comunidad, Huellas... Pero debes darte cuenta de que eres amado, y volver a desearlo. "Preferido", ¿no?». Esta preferencia es lo que el mundo desea. «Tuve una relación con una chica que estudiaba conmigo en Ngozi, durante el tercer curso de Medicina. Nos enamoramos y deseábamos una relación seria. Yo la llevé a Escuela de comunidad, la leíamos juntos. Luego nos dimos cuenta de que nuestra historia no se sostenía y lo dejamos. Un día me mandó un mensaje dándome las gracias por todo, por el tiempo que había estado con ella, por los amigos. "Pero hay una cosa por encima de todo que no quiero perder de ti y es la Escuela de comunidad". ¿Se entiende? Entre todo lo que vivimos juntos, entre todos los regalos. lo que más aprecia de mí es la Escuela de comunidad. ¡Pero qué grande es lo que me ha pasado!».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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