La habitación C
Lucía, tú te encargas de la habitación C, ¿vale?». Es la habitación que está al final del pasillo, alejada del ruido, de los gritos de las mujeres, del primer llanto de los niños, porque las madres de la habitación C no escucharán nunca ese llanto. Lucía, una joven matrona, obedece a la petición de la coordinadora y entra en la habitación.
Allí está Ola. Es nigeriana, ya ha perdido cinco hijos, porque rompe aguas demasiado pronto. Pasa lo mismo con el sexto, que cuenta tan solo con 18 semanas y tres días. Lucía ausculta el latido del niño. «¡Late!». ¡Qué fuerte! No se lo esperaba. Luego, piensa: «Yo soy la última junto a su madre en escuchar este corazón». Ola tiene contracciones, las manos aprietan las sábanas, se agita y, en cuanto Lucía sale de la habitación, llama al timbre. Lucía vuelve a entrar corriendo: «Dime, Ola». Pero su silencio vale más que mil explicaciones. «Quiere que me quede con ella. Punto», piensa Lucía. «Y yo quiero estar con ella».
A las seis de la tarde la mujer se revuelve en la cama, en la habitación está también su hermana. Lucía pone una mano sobre el vientre contraído, lo examina para ver en qué punto está la cosa y comprende que ha llegado el momento. Le entra miedo, porque nunca ha asistido al parto de un niño tan prematuro. Corre al cuarto de los médicos que están allí bromeando, desde otra habitación se oye: «¡Ha nacido!». Todo a su alrededor es alboroto y alegría. Se acerca al médico: «Estoy lista. Le espero en la habitación C». «Bien». Pero ella se queda allí parada. «¿Tienes miedo?», le pregunta él casi divertido. «Sí». Se pone serio, le pone una mano en el hombro y la sigue. Ola da a luz a ese hijo pequeñísimo en silencio. El doctor se va. El niño cabe en la palma de la mano de Lucía, que lo mira, su alma está ya en el Cielo. La madre mantiene los ojos cerrados. «¿Cómo se llama?», le pregunta Lucía. «Oluwapemilove». «¿Qué significa?». «Has hecho sonreír a Dios». «¿Por qué lo has llamado así?». «A pesar de tanto dolor por todos estos hijos que han nacido demasiado pronto, Dios me ha hecho un nuevo regalo. Y cuando te entrega un regalo sonríe, porque está feliz al entregarse». Es el nombre que eligió cuando supo que estaba encinta. Y no lo ha cambiado. Lucía, con el cuerpecito en las manos, le pregunta si quiere rezar, ella asiente. Lucía espera en silencio, pero Ola y su hermana están esperándola a ella. Algo desprevenida, reza un Ave María. Luego añade: «Este hijo es un don y un misterio. Le doy gracias a Dios por su vida, que ha durado 18 semanas y tres días, que se ha cumplido para convertir el corazón de su madre, de su tía y de su matrona». Solo en ese momento Ola tiende los brazos. «¿Has visto? Es perfecto». «Sí».
Al día siguiente, la coordinadora le asigna otra vez la habitación C. «¿Por qué?». «Porque tú tienes un mar de vida dentro y ellas lo necesitan». Lucía entra, Ola está tumbada, nada más verla se incorpora. Y tiende de nuevo sus brazos. Esta vez para abrazar a Lucía: «Gracias por lo de ayer». Luego toma una cajita: contiene dos colgantes en forma de mariposas. «Una para que la lleves al cuello tú, la otra yo. Así no nos olvidamos».
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