Abigal es Beatriz, Brian es Dante, Hillary es Virgilio. Y los giros infernales son sus vivencias, con corruptos y camellos...
Con el director Marco Martinelli, 140 chavales del mayor suburbio africano de chabolas han puesto en escena la Divina Comedia. Y nos levantan la mirada hacia las estrellas
El escenario es el campo de baloncesto de la escuela Little Prince de Nairobi, Kenia. Sobre la pared pintada de un blanco deslumbrante, se lee el último verso de la Divina Comedia: «The love who moves the sun and the other stars». Más allá del muro, se extiende el horizonte infinito de techos de chapa y barro de Kibera, el suburbio más grande y pobre de toda África. Aun estando más acá, es imposible evitar la presión que ejerce sobre ti esa masa de miseria. La mayoría de los niños subidos al escenario vive en esas chabolas que es difícil llamar "casas". Kibera, en la antigua lengua nubia, significa selva, bosque. Y, aunque aquí no haya ni rastro de árbol porque no queda en el barrio ni un centímetro cuadrado de espacio libre, el nombre casa de manera sorprendente con lo que se está representando: la llegada de Dante a la selva oscura.
Es Brian Kabugi, un Dante de piel negro azabache, alumno de la Escuela Cardenal Otunga, el que se ha extraviado. Se mueve con extrema soltura, como si hubiese actuado desde siempre en un teatro, mientras en realidad se estrena como actor. Es muy bueno convenciendo de que Florencia y Kibera son el mismo lugar. También aquí hay fieras que acechan, rodeándolo en forma de grupos de chicos que se mueven amenazantes al unísono. Son fieras "africanizadas": el lobo, la hiena, la serpiente, el león. Pero he aquí que llega providencialmente Hillary Nindo, un atlético Virgilio. Agarra por el brazo a Dante y franquean juntos la puerta del Infierno. Empieza así un espectáculo inimaginable que, en cambio, se ha realizado gracias a la audacia de una persona que se ha atrevido a pensarlo y llevarlo a cabo. Hablo de Marco Martinelli, uno de los mejores directores italianos. Alguien que tiene una idea "herética" del teatro, porque está convencido de que el teatro tienen que ver con la vida real y con la felicidad de las personas. Tanto en Ravena, su ciudad, como en Kibera.
Martinelli ostenta un linaje de casta fascinante y anómalo. Ama quedarse al margen de los circuitos canónicos y trabajar en la frontera. Por ejemplo, en las escuelas de la periferia de media bota, donde ha montado un recorrido que dio lugar a un gran espectáculo colectivo, Herejía de la felicidad. Pero, para realizar un sueño imposible como el de llevar la Divina Comedia a Kibera, era necesario que se dieran un montón de coincidencias. Y así fue.
La primera, una escuela, la Little Prince, donde algunos profesores han descubierto las potencialidades educativas del teatro y también sus ventajas didácticas. Niños y chavales encuentran en el teatro una forma genial para expresar su vitalidad, ganan seguridad en sí mismos y también aprenden más fácilmente. El segundo factor es una organización, la ONG AVSI, que sostiene la Little Prince y que opta por invertir en la cultura como un instrumento precioso para su labor de cooperación. Así la escuela del barrio ha sido dotada de un verdadero teatro, dedicado al llorado Emanuele Banterle, que fue director de la Compania degli Incamminati y compartió las mismas convicciones de Martinelli acerca del teatro. El tercer factor fue el efecto contagio. Otras escuelas de Nairobi se mostraron interesadas en emprender proyectos como el de la Little Prince. Había llegado el momento de dar el salto y atreverse a lo inimaginable.
Cuando se lo propusieron, Martinelli no pudo resistirse a realizar semejante sueño. Abrió su agenda, liberó las fechas para su permanencia en Kibera y en seguida fijó el objetivo que se proponía: representar la Divida Comedia porque, como él dice , «también en un suburbio de chabolas debe ser posible experimentar el Paraíso». El título del espectáculo, The Sky over Kibera, señala a todas luces la meta. Pero, para llegar allí, era obligado cruzar el Infierno, cuyos giros fueron sugeridos por los mismos chavales en base a sus vivencias: allí están los asesinos, los policías y los políticos corruptos, los camellos, los falsos amantes, los pederastas. Cada giro se atraviesa siguiendo naturalmente el texto del guion, pero también se deja espacio a una extraordinaria capacidad de improvisar.
Las notas de Mahler, tocadas por una flauta travesera, acompañan el paso hacia el Purgatorio, sobre los versos de los poetas lanzados hacia el cielo por las voces de los chicos («Dante puso a muchos de sus colegas allí, en el Purgatorio», subraya Martinelli). Se trata de poetas de toda época y latitud: están Dante, Mayakowski, Raymond Mgeni, de lengua swahili, Emily Dickinson. Quien llama a las voces de los poetas desde lo alto de un pequeño estrado es Abigael Waniu, una Beatriz con pelo afro, muy encrespado, que se impone con un aplomo y una persuasividad que enamoran. Es ella la que tranquiliza a la pequeña Faith, explicándole que ya está en el Paraíso, porque el Paraíso son estos versos con los que se dispone a concluir: «Virgin Mother, daughter ofyour Son...».
Después de la segunda representación, la Divina Comedia empieza a discurrir por las calles de todo el suburbio. La gran verja de la Little Prince se abre y los chavales, todos con camiseta amarilla, salen a recorrer las calles y evocar el cielo de Kibera. Esas estrellas que Dante canta y Mayakowski relanza: «Si se encienden las estrellas significa que alguien las necesita. Significa que alguien quiere que existan. Significa que alguien llama perlas a estas pequeñas emisiones de luz».
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