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Huellas N.10, Noviembre 2018

PRIMER PLANO

El juicio que no acaba

Paola Bergamini

Paolo Tosoni, abogado penalista, cuenta la relación con sus asistidos. El deseo de conocer a la persona que tienes delante, además de todos los datos técnicos. Una implicación personal que permite ver mejor el camino que hay que emprender. Y servir a la justicia, defendiendo la grandeza del hombre

«Gracias por haber acudido, abogado. Pase. Está allí, en el salón». Sentado en el sofá, un hombre llora. La policía local lleva días buscándole. Tras descontar una condena por pedofilia, su comportamiento durante tres años había sido normal. Luego, de repente, reincidió. Paolo Tosoni, 56 años, abogado penalista, socio de uno de los despachos de abogados más importantes de Milán, se le acerca y le dice: «Mírame, me hago cargo de tu caso con tres condiciones. Primero que te entregues, luego que lo cuentes todo y, tercero, que te sometas a tratamiento para curarte. Yo no te abandono. Ahora llamemos a la Fiscalía». El hombre acepta.
Al teléfono, el fiscal encargado del caso dice: «Abogado Tosoni, me alegro de que sea usted quien se haga cargo de este caso. Le espero». Normalmente, Tosoni se ocupa de casos de delitos societarios, es decir, delitos que conciernen al ámbito de las sociedades mercantiles y financieras. En fin, un ámbito penal de élite. Además, defender a un pedófilo en serie suscita un escándalo enorme y puede comprometer tu imagen.

Entonces, ¿por qué aceptar? «Si me hubiera echado atrás, habría renegado de lo que descubrí encontrándome con Cristo y que ha determinado también mi vida profesional en estos treinta años, volviéndola apasionante: toda persona es criatura de Dios, hecha a imagen Suya. El error, incluso gravísimo, no es nunca la última palabra sobre la vida de un hombre. Y esto vale en cualquier caso. La frase de san Agustín, "lo que se condena es el pecado, no el pecador", supone una pasión por el hombre. Una pasión que me lleva a vivir mi trabajo con el deseo de conocer a la persona que tengo delante, para poder servir mejor a la justicia, en la medida de lo posible, consciente de una Justicia que al final nos juzgará a todos. Todo esto comporta implicarse y acompañar a las personas, también para descubrir el camino que deben emprender».
Es una manera de conocer que desborda los Códigos y los esquemas. De ahí nace ese «yo no te abandono» pronunciado aquel día. Por ello, Tosoni pide el asesoramiento de un psiquiatra, que empieza a tener algunas sesiones con su cliente. Se pone en contacto con Paolo Giulini, un criminólogo que dirige un equipo de expertos que se ocupan de delitos sexuales en el centro penitenciario de Bollate, en Milán. Durante la investigación y el juicio, visita la cárcel todas las semanas. Al finalizar la apelación, se dirige a las tres juezas: «No cabe duda de que esta persona está enferma. Si no sigue una terapia adecuada, cuando salga de la cárcel volverá a reincidir. Es conveniente para toda la colectividad que se cure. Si también ustedes le dan una señal de que creen en su posible curación, será de ayuda». La sentencia es de ocho años en lugar de los diez que le habían caído en primera instancia.

Para los delitos societarios con los que suele lidiar, la mayoría de las veces Tosoni debe vérselas con los daños causados por sus clientes. Recientemente, defendió a un empresario acusado de corrupción. La acusación era la de haber pagado a algunos médicos jefes de servicio para poder vender sus productos a los hospitales. Tosoni va a la cárcel para verle. Conoce su historia empresarial y el giro que se había montado para crecer como empresa. «Descubrí cómo funciona el sistema sanitario desde dentro y, como a menudo sucede en nuestro país, que la burocracia mata, favoreciendo así la corrupción». En sus diálogos, el empresario también le habla de sí: dinero, buena vida, la amante. Luego, de repente, lo pierde todo a causa de esta imputación. «No forma parte de mi trabajo. Podría limitarme a los datos técnicos, sin querer saber nada más. Pero, también en este caso, habría sido un menos para mí, incluso profesionalmente. En la relación, gastando tiempo en preguntar y escuchar, emergieron tantos detalles de su historia y de su vida que resultaron clave para que él pudiera cambiar. Estando en la cárcel, reconoció sus errores, volvió a empezar, pidiendo incluso a su mujer que reconstruyeran juntos la vida familiar». En el juicio, llega el momento de pactar. ¿Entonces, los daños fueron limitados? «Sí. Pero lo más importante fue que pude comprobar que acompañar a quien se ha equivocado, “perder tiempo" con él, en fin, tomarle afecto, son factores que crean las condiciones para que una persona pueda darse cuenta de sus errores y volver a empezar. Y que también los que están a su alrededor puedan comprender mejor la situación, tener más elementos para conocer y juzgar. Esta es mi mayor satisfacción».

¿Esto vale para todos los que trabajan en el ámbito de la justicia? «Hablando en sentido laico, significa afirmar la grandeza del ser humano, que no se define solo por sus actos. Yo lo aprendí al comienzo de mi carrera profesional, cuando trabajaba en el despacho de Nerio Dioda, en aquel entonces hombre de izquierdas, que tenía muy claro este concepto. Me lo transmitió y yo lo integré en mi historia. Para que me entiendas, defendíamos a los acusados de Tangentopoli. En la relación con los jueces y los fiscales, averiguada la verdad de los hechos y aportando datos que no están solo en la documentación procesal, queda siempre una posibilidad de cambio. Me importa mucho repetirlo para que no se quede en una simple convicción personal, sino que entre a formar parte de la cultura jurídica. Porque lo que sucede en las salas de un tribunal, en distintos niveles, crea cultura. E incluso puede aportar una contribución a las instituciones». Fuera y dentro de las salas. A veces, incluso tiempo después de la finalización del procedimiento. Es lo que pasó con el juez Elvio Fassone que durante treinta años mantuvo una relación epistolar con Salvatore, el hombre que condenó a cadena perpetua en un macro juicio por mafia. Esas cartas se convirtieron en un libro que Tosoni leyó entero de una sentada. Le impactó tanto que invitó al juez a acudir al Meeting de Rímini de hace dos años para contar su experiencia. «Para mí, en esas páginas se cuenta qué significa conocer afectivamente. Y qué puede nacer a partir de esto. En la relación con Salvatore, Fassone conoció de cerca la cárcel. Empezó a valorar y a juzgar negativamente la cadena perpetua, la pena a la que él mismo le había condenado. No solo eso. Llegó a formular unas propuestas legislativas para el ordenamiento penitenciario y el Código penal, para mitigar el “nunca el final de la pena". Conocerle a él y a su historia supuso para mí una confirmación de lo que me movió y me mueve en la vida profesional. Claro que, en algunas ocasiones, trabajar con esta tensión no te deja dormir por la noche. A veces, tienes que tomar distancia para ganar lucidez en comprender de modo que pueda aparecer toda la verdad. A veces, te equivocas. Pero así no cedes al cinismo. Y, quizás por esto, siempre me quedo ligado a mis clientes». Quizás por esto visita periódicamente a ese hombre condenado por pedofilia, aunque el juicio se haya terminado.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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