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Huellas N.8, Septiembre 2018

RUTAS

«Alguien nos ha convocado»

Paola Bergamini

Ochocientos jóvenes de CL de peregrinación durante cinco días para ver al Papa en Roma, con vista al próximo Sínodo de octubre. Las palabras de Francisco que hay que «llevar en la mente y el corazón: Jesús me quiere. Así la vida se convierte en una carrera buena». Entre calor, imprevistos y caos urbano. Como en la vida de todos los días


Viernes 10 de agosto. Los mármoles blancos de la basílica de San Sebastián se iluminan bajo la luz del atardecer. Fuera el calor sigue siendo insoportable. Max, antes de entrar en la iglesia, se ha mojado en una fuente para refrescarse. Como responsable de la organización, lleva desde la madrugada andando arriba y abajo de la larga fila de jóvenes, a punto de licenciarse como él o recién superada la selectividad, de peregrinación a Roma. Ahora está sentado allí, empapado, agotado. Escucha con la cabeza entre las manos al padre Pigi Banna, que guía a los peregrinos, hablar del mártir romano: «San Sebastián no se agobiaba por el porvenir, dio su vida por Cristo». Es cuestión de un instante. Un instante de los que marcan una vida. Levanta la cabeza y dice en su corazón: «También yo, Señor, te lo estoy dando todo, porque solo así soy realmente feliz». Hacían falta esos días tan cansados y fatigosos para comprenderlo. Las palabras de Julián Carrón a los participantes en la peregrinación se hacen carne mirando a Pigi y a los chavales: «Para esto sois amigos, para ayudaros unos a otros a responder personalmente y con sencillez a la pregunta de Jesús (¿Me amas?). Y no habrá gesto más amistoso entre vosotros que secundar a Aquel que nos lleva al destino». Para Max y los otros chicos del movimiento (unos 800), todo empezó con un "sí" a la invitación del Papa para acudir a Roma para el encuentro que abre paso al Sínodo para los jóvenes, en octubre. «Alguien nos ha convocado: el Papa. No es algo que nos hayamos sacado del sombrero. Nos ha invitado alguien de quien nos fiamos», se leía en el mismo mensaje. Son palabras que el padre Pigi vuelve a leer en el santuario Reina de los Apóstoles, el miércoles, primero de los cinco días de peregrinación. Y continúa: «Con respecto al miedo ante el futuro y al cinismo con el que todos miran al trabajo, existe una alternativa. Es bueno esperar un buen futuro y creer que mi vida es única. No es un error buscar la felicidad». La alternativa está en el encuentro que ha alcanzado la vida de cada uno de nosotros con una promesa de plenitud. Como les pasó a Juan y Andrés, los primeros discípulos. Esta es la Iglesia. Pigi cuenta a los chavales lo que Carrón le ha dicho por teléfono el día anterior: «Desde un cierto punto de vista, estar allí en Roma en lugar de Czestochowa (donde peregrinan todo los años, los que acaban el instituto y los que salen de la universidad, ndr.), supone una ventaja. Tendréis que moveros en medio de las incomodidades, el calor y el caos, procurando hacer memoria de Cristo. ¿Hay algo más parecido de lo que os espera en septiembre, en la universidad o en el trabajo?». Se vuelve andando al patio de Santa Ana di Barolo, donde se "alojan" los peregrinos. Después de cenar, cada cual desenrolla su esterilla, su saco de dormir, aunque «con el calor que hace, ni hablar de meterme allí dentro...». Se duerme bajo las estrellas. Con las mascarillas para taparse los ojos de la luz de los focos, encendidos para que los de seguridad puedan vigilar. El día se cierra con el rezo del Memorare. En manos de la Virgen se confía el cansancio, las esperanzas, los miedos, Todo.

Jueves, a las cinco de la mañana,suena la música a todo volumen para despertar a la tropa. Marco, último curso de Historia, escucha a un chico que le pregunta a un amigo: «¿Traes ese bidón de agua desde tu casa?». Lo graba en su cabeza para los sketch de la noche. Tras el desayuno, empieza el giro de las Siete Iglesias recorriendo la antigua peregrinación de san Felipe Neri. Primera etapa: misa en San Pedro. Repartidos en grupos de cien, en cola para la entrada, pasando por el detector de metales. Molly, último curso de Filología italiana, dirige el coro. Los chicos no habían cantado juntos antes, tampoco habían podido ensayar. Recuerda: «Suelo pensar que no puede suceder nada si no se dan las condiciones que tengo previstas. En cambio, allí, repitiendo las canciones a la espera de poder entrar, me fijé en lo que estaba pasando. Caí en la cuenta de que era Cristo el que tomaba iniciativa hacia mí». En el exterior, Marco y otros entretienen a los chavales en la cola con bromas, cantos, lecturas. Hasta que el último grupo entra en la basílica, mientras empieza la Consagración.
Luego, caminando a orillas del Tí-ber, se va hacia Santa María la Mayor. Pigi les pide que recen el Rosario «haciendo memoria de quien te ha dado a conocer el movimiento». Alrededor bulle el tráfico, el altavoz funciona regular. Max se preocupa. Luego escucha la voz de Pigi: «No importa. Cada uno que retome la oración desde donde la había dejado. Y en cuanto sea posible, nos reunimos de nuevo para cantar. Antes de llegar a los Foros Imperiales, hacemos un tramo de camino en silencio». Max se siente aliviado: «Tenía ante mí a un hombre que no estaba preocupado porque todo saliera perfecto. Un hombre libre del resultado. Interesado solo por el sentido de lo que estaba haciendo, pendiente de lo que pasaba». Alessandro, romano, camina por calles conocidas. Cualquier lugar le recuerda algo, donde le dejó la novia, donde queda con los amigos a tomar una cerveza... «He tenido que pasar por tantos momentos bellos o dolorosos para llegar aquí, para vivir esta peregrinación en donde todo parece pensado para mí», comenta. Después de rezar la oración del padre Granmaison («Consérvame un corazón de niño, puro y limpio como agua de manantial.»), Pigi sugiere una reflexión: «Cada uno de nosotros es un don, somos insustituibles. En medio de las circunstancias inevitables, se abre paso nuestra vocación personal, mediante la cual estamos llamados a servir a la Iglesia. Lo que la Iglesia necesita son hombres felices. ¡Ojo!, no bobos, sino inquietos y felices». Y lanza la pregunta: «¿Cuándo os habéis sentido felices sirviendo? Así comprenderéis lo convenientes que son estos días». Después de cenar, hay tiempo y ganas para cantar, bailar y bromear. Sobre las notas de Despacito se compone el himno. Cada estrofa cuenta algo que ha pasado durante el día. Llegan también las Hermanas de Santa Ana. Acuden a escucharles y, al final, les enseñan un canto español.
Viernes, el calor aprieta. En la basílica de San Juan de Letrán, el testimonio de Giacomo y Marta, que cuentan su vocación. Giacomo, casado desde hace un año, cuenta su historia con Francesca. «Al comienzo, intuía un bien para mí en esa relación. Al verificar cada uno nuestra relación personal con Cristo, el vínculo entre nosotros ha crecido. Hasta to¬mar la decisión de casarnos». Pero, ¿cómo entender si es la persona justa? «Si su memoria de Cristo te hace levanta la mirada».

Marta, profesora y Memor Domini,cuenta cómo conoció el movimiento en el instituto. Tras licenciarse, pasó una temporada en Alemania y Bélgica. Conoció a un profesor alemán con el que estrechó una profunda amistad. «Pensé que vivir enamorados es precioso. ¿Qué sería la vida si estuviera enamorada de Él...?». Cuando él, un día, le dijo: «Quiero dar mi vida a Cristo», siente un escalofrío: «¿Y si fuera también para mí?». Para Marta empieza la lucha. Comprende que debe dejar espacio a otro, hasta que «con un hilo de voz dije sí. Y empecé el noviciado». Es un amor que crece: «he visto que la preferencia de Cristo para conmigo es un bien para los demás, una esperanza para mis compañeros de trabajo y para los chicos».
Una recién licenciada en Medicina, otra Marta, se sienta a comer con unos chavales que no conoce. Es muy tímida y no suele hacerlo: «Me sentía tan agradecida por lo que veía en Pigi, Max y los otros, que quise dejar de lado mi timidez y conocer nuevos amigos». Antes de cenar, desde las duchas empiezan a salir cantos alpinos. Por la noche, llegan a setenta los "alpinos". Y las estrofas del Despacito aumentan. Sábado es el gran día del encuentro con el Papa. Visita a la basílica de San Pablo extramuros, luego al Parque de Puerta Capena, en frente del Circo Máximo. Bajo el sol, forman una cadena humana que delimita un gran rectángulo donde van entrando los amigos que llegan de toda Italia. Cada llegada, una ovación. Se aprovecha todo el repertorio de cantos, incluido el himno de la peregrinación. Los chicos del servicio de orden distribuyen botellas de agua. Al cabo de tres horas, llega el aviso de encaminarse hacia el Circo Máximo. Se forma un largo serpentón. Molly entona cantos que todos conocen. En un momento dado, parte el geyser sound, las palmas ritmadas de los hinchas islandeses en los Mundiales de fútbol. Silencio. Luego, todos los setenta mil les siguen. A las 18:30 llega el Papa. Contesta a las preguntas de cinco jóvenes. Francisco les invita a tener grandes sueños para «seguir siendo una fuente inagotable de esperanza. Los grandes sueños necesitan a Dios para no convertirse en espejismos». Habla de libertad, de amor. «De los primeros cristianos se decía: "Mirad cómo se aman". Sabían escuchar y luego vivían lo que dice el Evangelio». Este es el testimonio. Una hora de diálogo y después la lectura del Evangelio de san Juan, la mañana de la Resurrección. El Papa evoca esos momentos que han cambiado la historia. Y al final: «Que cada uno vuelva a su casa llevando en la mente y en el corazón: Jesús, el Señor, me ama. Con este amor, la vida se convierte en una carrera buena, sin ansia, sin miedo, esa palabra que nos destruye».

A la salida, Max advierte: «Un cuarto de hora para cenar». Andrea salta: «Pero es absurdo». Alcanza al grupito de sus amigos, todos reventados. Pero uno pide: «¿Puede alguien repetirme lo que ha dicho sobre el miedo?». Juntos se ayudan a recordar las palabras del Papa. Stefano cuenta: «Delante de él, me sentía en casa, lo cual por mi relación con la Iglesia no es para nada obvio. Pocas veces me he sentido ante un hombre tan verdadero como este». Domingo, durante la espera para el Angelus. Arranca el geyser sound que contagia a toda la plaza. «La vida se comunica», le había dicho Julián a Pigi. Y este ahora piensa: «En estos últimos dos días he tenido que luchar entre la idea que tenía en la cabeza de lo que significa seguir a la Iglesia o seguir lo que estaba sucediendo. Pero así, crece una sensibilidad afectiva hacia todos, algo que me recuerda "esa vibración inefable" de lo humano de lo que habla don Giussani en una carta a Angelo Majo». Por esto ha merecido realmente la pena ir de peregrinación.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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