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Huellas N.8, Septiembre 2018

PRIMER PLANO

Marcha continua

Luca Fiore

¿Cuál fue la semilla que don Giussani plantó en la encrucijada de 1968? Carlo Wolfsgruber, que estuvo a su lado durante cuarenta años, relata su recorrido personal, en el surco de CL. Entre vida burguesa, acercamiento a Potere Operaio, equívocos políticos. Una larga marcha hasta llegar a los universitarios actuales «que han quemado medio siglo de historia»

«En 1968 tenía veintisiete años y un contrato en el CNR, el centro nacional para la investigación. Había entrado en los Memores el año anterior». Empieza así el relato de Carlo Wolfsgruber, 76 años, uno de los primeros alumnos de don Giussani en el Liceo Berchet. Y también uno de los primeros Memores Domini, los laicos consagrados nacidos del carisma de CL. Hasta hace pocas semanas ocupó cargos de responsabilidad en la asociación. Ha visto como protagonista todo el desarrollo de la vida del movimiento. Y, en particular, la encrucijada decisiva de 1968, que vio la hemorragia de la mayor parte de los miembros de Gioventù Studentesca. Fueron los años en que don Giussani volvió a empezar con algunos, como tuvo ocasión de decir él mismo, «que permanecieron fieles a su historia». Fue la crisis más profunda del desarrollo de Comunión y Liberación. Hemos preguntado a Carlo Wolfsgruber si la semilla sembrada por don Giussani en aquellos años ha germinado realmente, dando los frutos deseados. Porque fue enton-ces cuando el sacerdote de Brianza aquilató el núcleo de la propuesta en torno a la que se desarrollaría más tarde la vida de su movimiento: «Tradición y discurso no tienen la capacidad de mover al hombre de hoy. El cristianismo nació como un acontecimiento. Y nace igual ahora por un acontecimiento, una presencia humana, un encuentro». Esas palabras siguen vibrando con la misma fuerza de provocación. Para CL, en cierto sentido, el 68 no se ha acabado todavía.

«Sí, ya estaba en los Memores, aunque todavía no vivía en la primera casa que se constituyó en la aldea de Gudo Gambaredo, donde llegué más tarde, a finales de 1969. Contemporáneamente, frecuentaba un grupo de extraparlamentarios maoístas». Una vez, cuenta, viajó a Turín para encontrarse, entre otros, con Marco Donat Cattin, que luego acabó en las filas terroristas del grupo Prima Línea. Fundaron un grupúsculo de Potere Operaio en el ámbito de los investigadores científicos.
La trayectoria de Wolsfgruber va en dirección contraria a la de muchos compañeros suyos que encontraron a don Giussani en los años cincuenta. Acabado el Berchet, Carlo estudia la carrera de Químicas en Pavía, donde no hay nadie de GS. Casi sin darse cuenta, se aleja de los amigos de Milán y se acerca a los grupos marxistas.
A mitad de los sesenta, retoma el contacto con los compañeros del liceo. También gracias a un episodio acaecido durante una de las reuniones de Potere Operaio. «Un día, casi sin pensarlo, dije que yo "había encontrado a Cristo". Todos reaccionaron con aspavientos, me dijeron que había enloquecido. Les contesté que no, no estaba loco». De este modo emergió de entre la niebla la conciencia de lo que le había ocurrido en las aulas del liceo.
Las personas del movimiento donde vuelve Carlo son los amigos que están empezando a verificar la hipótesis de entregar la vida a Cristo. No existen todavía los Memores Domini, o mejor, son una realidad en estado embrionario, a la que llaman "Grupo Adulto". Una posibilidad es que Carlo entre en un monasterio de clausura. Pero mientras, a pesar de las peleas con los compañeros extraparlamentarios, la pasión política, alimentada por el clima de la contestación juvenil, sigue viva en él. Incluso se radicaliza. «Hubo un momento en que me propusieron entrar en la clandestinidad, el paso previo a la lucha armada». Fue a don Giussani y le expuso su teorema: es justo disparar a los ricos para ayudar a los pobres. «Él me dijo dos cosas. La primera fue que matar era siempre un error. Pero fue la segunda la que más me tocó: "No podrías seguir yendo a la caritativa en la Bassa (una zona socialmente deprimida al suroeste de Milán, donde los miembros de GS realizaban una visita semanal para educarse en la gratuidad, ntr.). Y eso no lo puedes dejar. No sería justo. Mantén tu compromiso con lo que has empezado"». Carlo, en efecto, se dedicaba con gran pasión a ayudar en el estudio a chavales de enseñanza media: «Desde siempre he creído que un modo de ser solidarios con los más desfavorecidos es la educación, la enseñanza».
Que puedan tener cabida en una misma persona dos intuiciones tan contrarias, la entrega total a Dios en virginidad y la tentación de la lucha armada, no deja de ser chocante. Sin embargo, en los recuerdos de Wolfsgruber, que también para algunos de los primeros miembros del Grupo Adulto el horizonte, en el fondo, fuera un esfuerzo social y político lo confirma otro episodio. «En los Ejercicios espirituales de 1969, Giussani, en un momento dado, dijo: "Si uno de vosotros ahora se levantara y dijera 'yo amo a Jesús', todos lo acallaríais de modo violento". Y era cierto, al menos para mí, una expresión así era inaceptable, y quizás todos la percibíamos como una forma de pietismo. Luego añadió: "Nos queda un largo camino hasta que llegue el momento en que, si alguien dijera eso, todos saldríamos edificados». Para Wolfsgruber, el fundador de CL tenía muy claro el posible equívoco, «pero nosotros estábamos muy lejos de entenderlo».
Fueron meses de grandes discusiones. El atractivo de una mentalidad política, tal como la concebía el mundo de la contestación, seguía siendo muy fuerte. «Tuve que llegar a 1970 para librarme definitivamente de aquella tentación. Fue cuando Giussani introdujo, durante nuestros Ejercicios, la expresión "memoria de Cristo"».

¿Pero antes? ¿Qué pasó para que se diera aquella incomprensión? «El encuentro con Cristo, a través del movimiento, me había mostrado una alternativa real al aburguesamiento de todos. Era la fascinación por un ideal». El ideal de cambiar el mundo. Giussani también nos hablaba de cambiar el mundo, explica Carlo, naturalmente no en términos revolucionarios. «Que el cristiano llevara en el corazón el destino de todos lo escuché por primera vez en GS. Se me abrieron de par en par todas las categorías cristianas, ante las que yo comprendía que había algo nuevo con respecto al tipo de vida burguesa de mi familia».
Hoy la expresión "vida burguesa" está cubierta de una capa de polvo que la hace casi incomprensible para quien tiene menos de treinta años. «Es la idea de que cada cual va a lo suyo. El problema de la vida es mantener las apariencias, la fachada, respetar las clases sociales. Es tener dinero, un coche. El aburguesamiento es buscar solo la propia comodidad». Pero los líderes de la contestación eran jóvenes hijos de aquel mundo, cuya forma mentis, en el fondo, no había cambiado: «Habíamos recibido una educación en esta especie de compostura social que lindaba con la hipocresía. Algo que los chicos de hoy no conocen, gracias a Dios. Nosotros aparentábamos no ser hipócritas; en realidad, lo éramos».
Sin embargo, al mismo tiempo, los jóvenes que seguían a don Giussani eran conscientes de haber encontrado algo excepcional: «A los 17 años llevaba dentro un temblor y una alegría, porque sabía que llevaba el secreto del mundo. Era el motivo por el que sentíamos como inadecuada la generación anterior. Pero, para mí, el secreto del mundo se había convertido casi en seguida en un valor a defender de quien no lo perseguía y no lo aceptaba». Este fue el humus en el que creció una actitud ideológica que llevaría a muchos chicos de GS, primero a echarse en brazos del Movimiento Estudiantil, luego a abandonar la fe.
Impresiona la lucidez de juicio de Giussani mientras se sucedían los hechos. Por ejemplo, en noviembre de 1967, en un encuentro del Grupo Adulto, dijo: «Si hubiéramos esperado a Cristo día y noche, también la actitud de los nuestros en su convivencia en la Universidad Católica habría sido distinta. Fue generosa, ¿pero en qué medida verdadera?». Wolfsgruber recuerda que un año después, justo en el 68, el sacerdote afirma por primera vez que «ya no es el tiempo de la tradición». «Tenía clarísimo que era Cristo el punto en el que apoyar la vida entera, pero no se trataba del Cristo reducido a contenido de la tradición, sino de una Presencia viva», explica Carlo. Ese verano marcó un punto y aparte.
De aquella intuición, expresada por primera vez a los chicos de GS de Rímini, en Torello, hablará en las semanas siguientes al Grupo Adulto y a un pequeño grupo de curas. Es un punto y aparte y, a la vez, una preocupación que volverá constantemente. «En los años ochenta habló explícitamente de dos tipos de fe. Aquella por la que Cristo es un contenido doctrinal y aquella por la que Él es una persona presente aquí y ahora. Todos asentíamos entonces. Pero yo entendía y no entendía. Tenía incluso experiencia de ello, pero no entendía. Lo que don Giussani estaba diciéndonos lo está realizando ahora Julián Carrón. De eso estoy seguro».
Cuenta que el verano pasado escuchó el testimonio de algunos universitarios de CL. En ellos vio la realización de lo que Giussani, en los primeros años, decía que tenía que ser el movimiento y que él, Wolfsgruber, no entendía. Se refiere, en particular, a un momento en que le recordaron las palabras que don Giussani dirigió al director del Liceo Berchet, cuando se dijo contrario a que los católicos tomaran el control de las asociaciones estudiantiles únicas. Afirmaba el principio del pluralismo en la escuela. «Uno de estos chicos, de unos 23 años, a un director de instituto que le pedía formar una lista de cielinos para que nuestra presencia pudiera cambiar el ambiente, le contestó de la misma manera: "No nos interesa la hegemonía"». No es tanto este juicio lo que llama la atención de Wolfsgruber, aunque, dice, es sorprendentemente igual al de Giussani hace cincuenta años, o la espontaneidad con la que mostró su posición, «sino el hecho de que la preocupación a la hora de juzgar esa situación fuera en primer lugar la verificación de la fe. Es decir: ¿basta Cristo o no para sostener la vida? Esas palabras fueron como una herida para mi corazón. Es como si hubieran quemado cincuenta años de historia. En ese chaval vi una libertad, una humildad, una firmeza... Hoy soy yo el que tiene que aprender de estos veinteañeros».
Cuando, en 1972, Giussani traza un primer balance de la crisis del 68, utiliza la expresión "la larga marcha de la madurez". Escuchando a Wolfsgruber, en el umbral de sus ochenta años, para él ese camino no ha acabado todavía. Porque no hay certezas adquiridas de una vez por todas. «Caes en la cuenta de ello cuando ves que acontece lo que creías saber. Lo sabías, pero no pensabas que también debía suceder. Hasta tal punto te lo sabías ya», y continúa: «Es muy distinto creer que Cristo existe y darse cuenta de que Cristo existe. Cuando sucede comprendes que hasta ese momento seguía siendo algo extraño para ti. Lo habías convertido en una idea tuya. Me di cuenta de ello entre los 60 y los 65 años. Pensé: "Quizás Le estoy confundiendo con todo lo que he hecho por Él". Le he dado todo al movimiento, pero ¡Cristo es mucho más!».
Otra cosa que en los últimos años lo ha puesto radicalmente en discusión es la llegada de Julián Carrón a la guía del movimiento: «No me puedo explicar cómo él, que vivió con Giussani solo un año, sepa explicármelo mejor de lo que pueda hacer yo que me he pasado toda la vida a su lado».
En 1972, Giussani decía también que «la impaciencia no es la última trampa, sino la primera». Se refería entonces a las prisas por resolver los problemas sociales. Pero probablemente también a la de pensar que habíamos entendido lo que Dios estaba obrando. «Yo estaba entusiastamente de acuerdo con lo que nos decía Giussani, y tenía con él una relación dialéctica, si tenía alguna objeción se la planteaba siempre. Una vez le dije: "Si me diera cuenta de que lo que nos dices depende de tu carácter, de tu temperamento. me sentiría engañado". Y él: "Pero yo te doy las razones». Y la respuesta me convenció. ¿Pero cuáles eran las razones para mí? Me las construía yo. Eran unos valores. Solo si te topas con una presencia, te das cuenta de que Cristo está presente. Si no, te contentas con las migajas, con los valores. Que pueden ser apasionan-tes, porque nada como el cristianismo responde a todos los factores de lo humano. Desafío a cualquiera a que demuestre lo contrario». Sin embargo, explica, los valores no bastan. Y lo entiendes por una cosa: «No estás satisfecho afectivamente. Comprendí que había confundido a Cristo con lo que yo hacía por Él solo al final de la vida de Giussani, cuando me di cuenta de que le tenía miedo».
Era 2002, el día de su ochenta cumpleaños. Wolfsgruber no tuvo el valor de llamar para felicitarle. «Me daba vergüenza, tenía miedo de su juicio. Tenía miedo de que me juzgara. Porque, cuando uno pone su consistencia en lo que hace, luego sabe que tiene que llegar el juicio. Esto, además, me resulta claro ahora. Entonces no lo entendí. Hubiera querido alejarme: "¿Cómo? ¿Tenía miedo ante la persona que más he amado y que más me ha amado a mí?". Carrón acierta cuando dice que tenemos que tomar en serio los síntomas de nuestra humanidad.». ¿Alguna añoranza? «Estoy contento de haber recorrido todo este camino. Cada uno tiene sus tiempos. Hubo un momento, en 1971, en que me vino la duda de que la experiencia del Grupo Adulto fuera un fraude. Entonces un amigo me dijo: "Mira que nosotros nos quedamos aquí porque Cristo está presente". Por tanto, estas cosas ya se decían y eran capaces de sostener nuestra vida. Pero Cristo va siempre más allá, es siempre algo más. No pongo en duda que para otros pueda haber sido distinto, pero yo sin quererlo, sin darme cuenta, me alejé del origen». ¿Y ahora qué? ¿Con 76 años y una vida a las espaldas? «He dimitido de todos los cargos de los Memores Domini y me he puesto a estudiar inglés. Si Dios quiere, me iré de misión a África. Por lo demás pienso que Carrón es la invención que el Espíritu Santo y don Giussani han pensado para mi camino. Pero hoy mi certeza es la de Juan que en la barca grita a los otros: "¡Es el Señor!"».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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