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Huellas N.8, Septiembre 2018

PRIMER PLANO

¿Lo seguimos queriendo todo?

Davide Perillo

La necesidad de tener "padres” y de ser útiles, el deseo intenso de verdad, la pregunta sobre cómo cambiar el mundo... y sobre qué adultos hacen falta hoy. Un diálogo con la historiadora Maria Bocci, que ha coordinado un año de trabajo entre estudiantes y profesores para la exposición del 68 en el Meeting de Rímini. Hasta darse cuenta de que no sabía quiénes eran realmente los jóvenes y cuánto tienen en común con los chavales de entonces. Pero con una gran diferencia

«Sigue siendo una fuerte provocación. Para los adultos, que lo viven como un paso importante de su historia, pero también para los jóvenes. Dices "el 68” en un aula universitaria y todos se ponen a escuchar con las antenas puestas.». También se ha visto en Rímini, en el Meeting dedicado a las «fuerzas que mueven la historia» que son las mismas que «hacen feliz al hombre», como dijo don Giussani a un bachiller que se marchó para participar en las revueltas convencido de ir siguiendo un ímpetu que cambiaría el mundo.
Ha pasado medio siglo, pero la cuestión sigue abierta, hemos visto que esa frase ha dado título a un Meeting que ha dedicado al 68 un espacio entero, todo un ciclo de encuentros -con un abanico de ponentes que iba desde los testigos de entonces hasta los jóvenes de hoy- y una exposición ("Lo queremos todo”) fruto de un año de trabajo en común entre una treintena de universitarios y un grupo de profesores. Entre ellos, Maria Bocci, profesora de Historia contemporánea en la Universidad Católica, protagonista de uno de los encuentros centrales de la cita riminesa (con Mario Calabresi, director de La Repubblica). Pero sobre todo es una estudiosa convencida de que aquel momento tan importante (una «cesura histórica», como sintetizó eficazmente Benedicto XVI) sacó a la luz cuestiones y preguntas que ayudan mucho a entender el presente.

Empecemos por ahí, por esa «fuerte provocación». ¿Por qué el 68 nos sigue interpelando de esta manera?
Los que lo vivieron en primera persona ven allí un paso ineludible. Quizá lo miran con cierta amargura, sensación de fracaso o nostalgia por una etapa tan intensa de la propia vida; en cualquier caso, algo que les marcó. Pero para muchos que no lo conocen, que no lo han vivido ni estudiado, ha quedado como un mito. Sobre todo para los que pasan por la universidad. A esa edad haces un camino importante, lleno de expectativas. A veces encuentran personas que les provocan a asumir una responsabilidad frente a lo que pasa en el mundo. Para los que viven así, el 68 sigue siendo un punto de referencia. Se cree que de ahí se pueden sacar ideas, estímulos. Algo que ayude a afrontar el mundo actual, que en muchos aspectos no está menos enmarañado que el mundo que afrontaban los contestatarios de entonces.

¿Pero lo fascinante es la perspectiva de la contestación u otra cosa?
Más que la revuelta, creo que es la posibilidad de que los jóvenes puedan decir y hacer algo, que su búsqueda les haga protagonistas. Por lo demás, la idea misma de los jóvenes como categoría social en sí, y además global, nace precisamente en los años sesenta. Antes los jóvenes eran aquellos que "esperaban ser adultos”, que es algo muy distinto. La generación de los años sesenta tal vez fue la primera que quiso vivir la dimensión del mundo sin constricciones. No como sus padres, que se habían visto constreñidos por los regímenes totalitarios y las guerras mundiales. En cambio, los jóvenes de los años sesenta lo sentían como una necesidad y este aspecto también tiene cierto enganche con la actualidad. Vivimos en un mundo globalizado, los jóvenes de hoy viven como a remojo. Pero los más conscientes se preguntan: «¿Cómo podemos ser sujetos activos y no objetos pasivos? ¿Cómo cambiar el mundo? ¿Qué caminos hay?». Es una exigencia parecida a la que hizo estallar el 68. Pero con una diferencia importante.

¿Cuál?
Los del 68, también con cierta presunción, creían tener una respuesta para esas preguntas. Todavía tenían mitos muy fuertes: Fidel Castro, Mao, Martin Luther King, el Che. Eran puntos de referencia muy concretos dentro de mapas ideológicos que te hacían pensar que tenías al alcance de la mano una vía que tomar. Para nuestros jóvenes es más difícil. Viven como en un vacío. Cuando preguntan «¿dónde está el camino?», les cuesta encontrar respuestas. Les faltan las brújulas. Y escasean los maestros, porque precisamente el 68 contribuyó a expulsarlos. Los adultos de hoy son aquellos que batallaron contra los padres.

Es paradójico. La última generación que tuvo puntos fuertes de referencia es también la que puso en discusión la idea misma de los padres... ¿Por qué?
Siempre se buscan puntos de referencia en la vida. Es inevitable, no creces si no los tienes. Los antiguos han caído porque en muchos casos ya no eran creíbles, pero los del 68 buscaron otros. Enseguida hicieron tabla rasa. Sin embargo, sus mitos tampoco tardaron en palidecer. Pero los puntos de referencia son necesarios. También lo vemos en el hecho de que está volviendo a ponerse de moda el mito del "hombre fuerte”. Algunos chavales te lo dicen claramente: «Profesora, es muy interesante lo que nos cuenta de los regímenes totalitarios, los dramas del siglo XX, etcétera, pero usted olvida que nosotros ya no tenemos padres». Es un grave problema. Y en cierto modo hunde sus raíces también ahí, en el 68.

Pero si el padre se ha «evaporado», como decía la exposición, ¿cómo salir de ahí?
Tomando en serio una pregunta: ¿qué significa ser padres después del 68? Ya no se puede "ser padre” como en los años cincuenta, confiando simplemente en la tradición cuando no en el autoritarismo, eso es evidente. Pero entonces, ¿qué adultos necesitamos hoy? Creo que es una cuestión decisiva que hemos heredado justamente de ese momento histórico. Preparando la exposición nos hemos dado cuenta de que la vía podría ser el redescubrimiento de lo que se ha definido como el “padre testigo".

A propósito de heredar, ¿en qué ha sido el 68 un momento de «cesura»? Si hay un antes y un después, ¿en qué se ve?
Sobre la cesura, no cabe duda. Pero creo que es un error decir que el 68 sea el origen del cambio, tal vez sea más adecuado hablar de aceleración. El 68 no es el año cero, es un detonador que hace estallar de golpe muchos elementos que ya estaban maduros. En la década anterior, la sociedad occidental había acumulado una serie de motivos de crisis. Se empieza a finales de los cincuenta, con el boom económico, el consumismo y la llegada de la sociedad del bienestar. Aquello sí que fue un cambio repentino. Bien mirado, la Italia de 1945 no era tan distinta de la de Garibaldi o Cavour. En cambio, la Italia de 1962 es otro mundo. Allí es donde hubo una cesura, muy rápida y caracterizada por muchos factores: de la revolución de los transportes a la de los medios y la televisión, las migraciones internas, la crisis de las agencias educativas, que no estaban preparadas para afrontar esos cambios. A todo ello hay que añadir el anticonformismo de los jóvenes, la lucha contra la familia burguesa, la aversión a un progreso tecnológico que había producido la bomba atómica. Y para el mundo católico, el Concilio y la dificultad de llevarlo a cabo o ir más allá, como algunos habrían querido. Todos esos elementos en el 68 se cruzan y estallan.

¿Pero por qué justo ese año?
Tal vez por una serie de temas que afectan precisamente a los jóvenes, donde en aquel momento encuentran como un punto de coagulación. En los años sesenta también se movió el mundo educativo. Hubo reformas que cambiaron la escuela y llevaron a una universidad de masas. Pero ni la escuela ni la universidad estaban preparadas. No es casual que el 68 se desencadene por cuestiones que afectan al derecho a estudiar: los contenidos de la oferta formativa, la relación profesores-estudiantes, un cierto formalismo autoritario. No basta con decir «id todos a la universidad porque es vuestro derecho» si no actúas de manera que la universidad pueda sostener ese cambio. También creo que hay ciertos hechos que tuvieron un impacto muy potente: Vietnam, el asesinato de Martin Luther King... En aquel momento, a todas las razones preexistentes se suma el declive de la esperanza de cambiar siguiendo los caminos tradicionales. Los jóvenes se sienten partícipes de un mundo en crisis que no puede seguir las viejas vías, y entonces buscan otras nuevas.

¿Y los adultos?
Volvemos al problema de antes: los padres. Muchos fueron incapaces de medirse con estas preguntas. No era fácil vérselas con los contestatarios porque tenían una mentalidad que podríamos definir como “inmediatista”. «Quiero el cambio ya. Yo quiero realizarme ahora, no quiero esperar más». En cierto sentido, ese es el centro de la utopía del 68. Pero para los "padres", insisto, fue un shock. Pienso en muchos que se posicionaron, también en el mundo católico. Los primeros contestatarios, los beat o los hippies, para muchos adultos de entonces solo eran jóvenes un poco agitados, un fenómeno de desviación social. Pocos comprendieron el alcance de la cuestión.
Y muy pocos fueron capaces de estar a la altura de las preguntas radicales de entonces sin volver a proponer esquemas ya conocidos. En esto, la genialidad de don Giussani fue excepcional. No solo tuvo la capacidad de cribar lo que estaba sucediendo, sino también el coraje de repensar formas nuevas de propuesta. Valorando el aspecto positivo de lo que la realidad solicitaba, pero sin dejarse chantajear.

Uno de esos aspectos era precisamente el deseo. En la exposición de Rímini se habla de «deseo consumado»: una exigencia de cumplimiento que la "sociedad del bienestar” reduce a consumo, pero que en el 68 aflora con fuerza...
Es cierto, la contestación reacciona a la reducción del deseo que favorece el consumismo. Pero paradójicamente el 68 forma parte de la sociedad con-sumista. Este es también su drama. De hecho, fue sometido a dos fuerzas muy distintas. Por una parte, un deseo de cumplimiento personal y el colectivismo animado por una fuerte instancia de justicia social: «Quiero ser feliz, quiero realizarme, quiero la plenitud, y pienso que todos mis deseos deben saciarse inmediatamente». Al mismo tiempo, «quiero estar junto a todos aquellos que tienen mis mismos de-seos. No puedo ser feliz si en América Latina tal dictadura mata a mis compañeros...». Por eso también se buscaron nuevas formas de estar juntos, porque los viejos modelos comunitarios -las parroquias, las asociaciones de partido, la propia familia- ya no satisfacían. Solo que estas dos cosas -libertad total e instancia social y comunitaria- se mantienen juntas con dificultad. Inexorablemente afloran contradicciones y puntos de vista diferentes. Resumiendo, la llama comunitaria después de un tiempo se acaba extinguiendo. Queda un nuevo tipo de subjetivismo. Las instancias de libertad, autenticidad, cambio a escala mundial no cumplieron sus objetivos. En clave histórica, debemos decir que lo que queda del 68 es una sociedad mucho más individualista. No en vano, el resultado más radical y duradero es la revolución sexual. Pero sigue abierta la cuestión que el consumismo había dejado sin resolver: mi cumplimiento, ¿con qué coincide?

¿No cree que la genialidad de don Giussani también estuvo en tomar en serio este desafío? ¿En proponer a los jóvenes que no dejaran que esas instancias se perdieran ni se diluyeran, sino que fueran hasta el fondo, que las dejaran salir en toda su magnitud?
Sí, su genialidad pero también su enorme valor, sobre todo si pensamos en la sociedad de entonces. Sostener los deseos de los hombres, en cualquier caso, siempre es difícil. No puedes hacerlo si no tienes una hipótesis positiva de fondo ante la realidad. De otro modo, no puedes decirle a un joven: «¿Pero tú qué deseas realmente? Llevas dentro ese malestar: vale, empieza por ahí y verifica la propuesta que yo te hago». Don Giussani lo hacía porque esta hipótesis totalmente positiva la vivía, y eso te da el coraje necesario para afrontarlo todo.

¿Cuánto tuvo el 68 de católico?
Mucho. Algunos lo ponen en duda, pero hay evidencias objetivas. Si mi-ramos las biografías de los contestatarios, vemos que en muchos casos, y no solo en Europa, vienen del asociacionismo católico. Uno de los primeros ateneos donde estalló fue la Universidad Católica, en noviembre de 1967. Creo que cierta mentalidad que había madurado en el mundo católico en los años previos favoreció el 68. Sobre todo la búsqueda de espacios renovados de reunión y de expresión, como sugería el Concilio. La deriva antiautoritaria y antiburguesa del 68 se insertó en un contexto que percibía con dificultad las relaciones jerárquicas y de rígida autoridad. El asociacionismo católico -que entonces empezaba a cambiar- se basaba estructuralmente en modelos que parecían ya superados. Los jóvenes empezaron a ponerlos en cuestión. También podemos recordar que la perspectiva católica es tendencialmente global. Lo que está pasando en Brasil o en Vietnam me afecta por completo. Desde hacía tiempo, en el asociacionismo católico se vivía cierta tensión hacia la justicia social, favorecida por documentos como Mater et Magistra, Populorum Progressio... Los jóvenes que sentían estas instancias de un modo más radical chocaban con un ambiente que había sufrido un proceso de aburguesamiento. Como sabemos, el propio Giussani puso en guardia a los chavales de GS frente a un cristianismo aburguesado e individualista.

En este punto también estuvo genial. Digamos que para educar en el compartir envió inmediatamente a los bachilleres a la caritativa con los pobres de la Bassa. Es un gesto muy potente, no solo desde el punto de vista educativo sino también social. Y no es el único punto en que GS anticipa ciertas instancias que estallan en el 68. Por ejemplo, en la exposición habéis dado mucho espacio a los intentos de “contracultura” juvenil: seminarios, asambleas. que en GS ya existían desde antes.
Sí, a nosotros también nos ha llamado la atención. Y esas "revisiones" de GS también abordaban temas muy presentes en la contestación: el tercer mundo, la justicia social, el racismo, el neocolonialismo... No eran solo temas "católicos". Es otro dato muy interesante.

¿Pero por qué el 68 degeneró tan deprisa? El paso a la violencia, y luego a los años de plomo, fue rápido.
No es una pregunta fácil. Estudiando los documentos, te das cuenta de que la degeneración es el efecto de un muro contra otro muro. Claro que tal vez luego hubo una polarización política, probablemente también ciertos influjos externos. En cierto punto, por ejemplo, por las asambleas estudiantiles de la Católica empezaron a circular personas ajenas que avivaron el fuego de la protesta y contribuyeron a extremarla. Pero el dato de hecho es que no había comunicación entre contestatarios y autoridades contestadas. Poco a poco, también los líderes del movimiento estudiantil se fueron haciendo cada vez más intransigentes, cuando no autoritarios: las votaciones siempre tenían que ser de determinada manera, se adoptan ciertas medidas engañosas. De modo que el mito de la asamblea y de la democracia directa hace surgir problemas inevitables. ¿Quién decide? ¿Quién gobierna el proceso? ¿Cómo entrar en la fase operativa? Muy pronto emerge la debilidad de una modalidad utópica, irrealizable. El paso de la intolerancia a la violencia -en el surco de unas tensiones anticapitalistas que llevaban tiempo inspirando las protestas de los católicos- para algunos fue breve. Sin contar con otra cuestión que afecta a nuestros padres.

¿Cuál?
En el fulgor por eliminar puntos de referencia, también se "mató" a los padres virtuosos, capaces de comprender estas instancias y que por otra parte median porque saben que la realidad cambia con el tiempo. Pienso en figuras como Pablo VI o Ezio Franceschini, rector de la Católica, o también Aldo Moro. Todos son sustituidos de golpe por mitos lejanos, no verificables y tendencialmente violentos. Este es otro elemento que nos interpela, porque no está demasiado lejos de los chicos de hoy, que es como si no quisieran hacerse mayores, que rechazan los compromisos que ven en el mundo de los adultos. «No te fíes de nadie que tenga más de 34 años», se leía en un panel de la exposición que mostraba una invitación de Jerry Rubin, activista americano. Este punto sigue siendo decisivo también hoy.

¿Qué ha aprendido usted trabajando con estos chicos?
He aprendido a ponerme en discusión, a profundizar en las cosas sin dar nada por descontado. Y a darme cuenta de que conocer es un camino que recorrer juntos, no basta simplemente con decir «ahora yo te explico cómo fue.». Eres profesora, das clase, sí, pero al mismo tiempo aprendes, descubres que ciertas historias se pueden ver desde diferentes puntos de vista, y eso te enriquece. Vivir así la universidad es impagable. Yo empecé con preguntas muy distintas de las suyas, me interesaba entender si el 68 estaba en el origen del «cambio de época». Pero a medida que avanzábamos con el trabajo, nos dimos cuenta de que esta cuestión no era crucial para ellos. Así que empezamos a identificarnos con sus preguntas, que no solo nacían de un interés histórico general sino del presente, porque el 68 intercepta cuestiones que se plantean ahora. Este camino ha sacudido una cierta imagen que teníamos de los jóvenes.

¿En qué sentido?
Si hace un año nos hubieran preguntado «¿quiénes son los jóvenes?», seguramente habríamos respondido de otra manera. Este trabajo ha sacado a la luz su deseo intenso, y bastante inesperado, de conocer la verdad y de ser útiles. Y no el deseo de una verdad abstracta, sino en las relaciones, en el encuentro personal. Es la necesidad de tener delante gente que no miente y vive en serio. Les interesa mucho el tema del poder, mientras que, por ejemplo, sobre el consumismo y la tecnología se hacen menos preguntas. En el fondo es como si preguntaran: ¿cómo se cambia el mundo realmente? Con toda la fatiga que esto lleva detrás cuando se trata de medirse con la historia. Muchas veces querríamos la receta fácil, y la receta fácil no existe. El trabajo de preparar la exposición también nos ha ayudado mucho en esto. Pienso en cómo llegamos al último panel.

¿El de la cita modificada de Fabrizio De André?
Sí. El original era «aunque creáis estar absueltos, estáis igualmente implicados». Los chicos quisieron pasarlo a primera persona: «Aunque todos creamos estar absueltos, estamos igualmente implicados». Como diciendo: «Tomadnos en serio, porque estamos hablando de cuestiones que nos afectan a todos. Y de un trabajo que nos toca a todos, aquí y ahora». Es un grito dirigido a los padres. Es decir, a nosotros los adultos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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