Bastaban esas palabras para abrir una brecha en la historia: «Lo queremos todo». Era un eslogan del 68, y ha sido el título de la exposición que el Meeting de Rímini ha dedicado a aquel momento. Y también es una instancia que expresa el anhelo de cumplimiento -de verdad, justicia y felicidad- de todo hombre, en todos los tiempos. Un grito a la altura del deseo infinito que somos.
Pero aquel grito parece imposible hoy en día. Estamos tan solos, agobiados por lo que vemos y vivimos, que parece fuera de lugar una petición de este alcance. Al máximo, aspiramos a no tener líos, a encontrar la forma de protegernos de los golpes de la historia, creando contextos lo más safe posible, protegidos, dicho con un término del que se abusa en las sociedades anglosajonas. Allí ha llegado a ser normal acumular reglas y prohibiciones para impedir que durante una reunión de trabajo o una lección universitaria alguien pueda sentirse «atacado» por una opinión distinta a la suya o «golpeado» por la violencia de una página de la historia. En fin, se juega a la defensiva. De desear, nada...
Sin embargo, ese mismo grito ha resonado bien alto este verano. Encontráis un eco de ello en estas páginas, en las cartas y en el relato del Meeting, donde dijo uno de los invitados: «Permitid que me quede con vosotros porque, por primera vez para mí, Dios se ha hecho posible». Y en los chavales que fueron a ver al Papa a Roma, durante una peregrinación a mitad de agosto convertida en una experiencia de plenitud, impensable en medio del calor sofocante y el caos de la capital. Se daban todos los presupuestos para que volvieran a casa decepcionados. Fue todo lo contrario.
¿Qué pasó? ¿Quién puede despertar de nuevo al yo? ¿Qué hace posible lo que sería imposible? Y de modo tan concreto que uno puede ver con sus ojos que acontece y, por eso, pedirlo, como decían los jóvenes del 68 con otro eslogan tan ingenuo como bellísimo.
Tenemos que darnos cuenta. Lo único que necesitamos como el aire para vivir es un acontecimiento. Una presencia tan excepcional que despierta nuestro yo, sacándolo del miedo y del escepticismo, hasta suscitar esa instancia radical: «Lo queremos todo». Solo cuando vemos resurgir nuestra humanidad, reconocemos el rostro de la presencia que nos devuelve la vida: «Eres tú, oh Cristo». Como decía don Giussani: reconocemos lo divino «que salva todos los factores de lo humano». Eres Tú, porque nosotros no seríamos capaces de hacerlo. Este rostro lo podemos buscar todos los días, en las ocupaciones diarias a las que volvemos después del verano, como pedía el mismo Giussani, «con la tenacidad de un camino. Hace falta que termine una etapa y empiece otra: la definitiva, la de la madurez, la que puede sostener el embate del tiempo, el embate de toda la historia, porque aquel anuncio que empezó a resonar en Juan y Andrés, hace dos mil años, ese anuncio, esa persona, es exactamente el mismo fenómeno que nos ha atraído aquí». Y que nos hace quererlo todo. Pedirlo todo.
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