Así llamó Bernadette a la bella señora: «Aquella». Un siglo y medio después, dentro de su absoluta sencillez, Lourdes es un lugar de conversión y redescubrimiento de la fe para millones de peregrinos que acuden desde todos los rincones del mundo. El padre René Laurentin, el mayor mariólogo del momento, nos habla de Lourdes
Han pasado ciento cincuenta años y aquella aldea francesa perdida a los pies de los Pirineos recibe en la actualidad a más de seis millones de peregrinos al año. Hace un siglo y medio una chiquilla endeble y analfabeta vio a una bella señora delante de una gruta donde habitualmente pacían los cerdos. La pequeña, Bernadette Soubirous, la definirá siempre como «Aqueró», «Aquella». Y la aparición se definirá a sí misma: «Yo soy la Inmaculada Concepción».
En una sociedad en la que campeaba el positivismo y la pobreza se consideraba una maldición, la Virgen eligió confiar su mensaje a la hija de un pobre jornalero, a una niña que no había ido a catequesis y que todo lo que sabía sobre la fe cristiana lo había aprendido de las oraciones: el Padrenuestro, el Credo y el Ave María. Una santa excepcional, Bernadette Soubirous, que sabrá mantener la cabeza con sencillez y realismo en los muchos interrogatorios de la policía y de las autoridades eclesiásticas sin caer jamás en contradicción.
En la actualidad Lourdes sigue siendo, en la absoluta sencillez de una gruta a orillas de un torrente, lugar de conversiones y reencuentro con la fe. Un lugar al que afluyen los enfermos, que aprenden a rezar los unos por los otros. El lugar al que Juan Pablo II, en agosto de 2004, quiso realizar su última peregrinación fuera de Italia. El lugar que espera en los próximos meses la visita de Benedicto XVI.
Con ocasión del ciento cincuenta aniversario de las apariciones, durante todo este año jubilar el Papa Ratzinger ha concedido la indulgencia plenaria a los peregrinos que acudan a Lourdes y cumplan el itinerario del Jubileo, es decir, la visita y la oración en cuatro lugares significativos: la iglesia parroquial con la pila en donde fue bautizada Bernadette; el cachot, la pequeña habitación malsana donde vivía la vidente con su familia; la gruta de las apariciones, y finalmente la capilla del Hospicio (hoy hospital público) que Bernadette frecuentó durante ocho años y en donde hizo su primera comunión el 3 de junio de 1858.
Una ocasión importante para volver a hablar de Lourdes, por tanto. Y nosotros lo vamos a hacer a través una larga entrevista de Andrea Tornielli al padre René Laurentin, el mayor mariólogo del momento, que, por encargo de la Iglesia, ha sacado a la luz y publicado todos los documentos y todos los testimonios relativos a las apariciones de 1858, preparando con ellos una edición crítica en trece volúmenes.
Padre Laurentin, resulta sorprendente la brevedad de los mensajes de la Virgen en Lourdes. Muchas de las apariciones son silenciosas, y las palabras que la Virgen dice ante Bernadette caben en una página...
Es verdad. Existe una estampita en la que Bernadette reúne todas las palabras de la Virgen. Tal vez sea conveniente reproducirlas aquí, con sus correspondientes fechas:
18 febrero 1858. «No es necesario (en respuesta a la petición de Bernadette: «¿Tendríais la bondad de poner vuestro nombre por escrito?»). «¿Tendrías la amabilidad de venir aquí durante quince días?». «No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro».
24 febrero. «¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!». «Rezarás a Dios por los pecadores». «Besa la tierra en penitencia por la conversión de los pecadores».
25 febrero. «Ve a beber a la fuente y a lavarte». «Comerás de aquella hierba que hay ahí».
2 marzo. «Ve a decir a los sacerdotes que vengan aquí en procesión y que hagan construir una capilla». «Ve a decir a los sacerdotes que hagan construir una capilla aquí». En fecha incierta. «Te prohíbo que se lo digas a nadie» (estas palabras, repetidas muchas veces, se refieren a los tres secretos y a la oración secreta).
25 marzo. «Yo soy la Inmaculada Concepción».
Padre Laurentin, si le preguntase cuál es el auténtico mensaje de Lourdes, ¿qué respondería?
Quisiera detenerme sobre todo en las escuetas palabras que Aqueró dijo a Bernadette. Habría que leer de nuevo esas palabras ahora. La vidente no llevaba estas palabras de María sólo en su memoria, las guardaba en su corazón. Estaban presentes en lo más íntimo de su persona, como un impulso inspirador, como una gracia sorprendente que había recibido, no como una serie de mandatos. Bernadette no aplicaba el mensaje, simplemente lo vivía, encarnándolo diría casi que por instinto, o mejor, por don espiritual. ¿Cuál es, me pregunta usted, este mensaje? Diría que el mensaje va más allá de las palabras mismas de la Señora, y se compone de un conjunto de elementos: las apariciones, la mirada de la Virgen, sus gestos, las actitudes que Bernadette mimaba de forma tan sugerente en el curso de los interrogatorios... pero también el impacto del mensaje en su misma vida y en el ambiente que le rodeaba. Todo mensaje profético va más allá de las palabras: es como la levadura en la masa. Las palabras claves del mensaje son las pronunciadas explícitamente: «oración», «penitencia y conversión», «Inmaculada Concepción». Pero no sólo. Está también, en primer lugar, la palabra «pobreza». Creo que el mensaje profético de Lourdes, propuesto en la persona de Bernadette, es el de la bienaventuranza de los pobres, su existencia, su valor. A los pobres se les anuncia la Buena Noticia del Evangelio. En aquel entonces, en pleno siglo XIX, la pobreza era despreciada, escarnecida, reducida al estado degradante de la miseria en beneficio de la riqueza. Era la época del desarrollo industrial, una época en la que se produjo una fuerte explotación laboral, especialmente con los niños, y una degradación de las viviendas en las grandes ciudades. Nos hallábamos en el punto álgido de la sociedad burguesa y capitalista, fundada sobre el dinero. La Virgen habla en un contexto, el de Lourdes, en la zona meridional de Francia. En este contexto María va a buscar a la chiquilla más pobre, de una familia indigente (piense en las condiciones de vida en el cachot, con la letrina en la ventana). Una chiquilla de salud muy precaria que se convierte en su embajadora para fundar lo que hoy es Lourdes. Algo parecido había sucedido tres siglos antes en México, cuando la Virgen se apareció en Guadalupe no al obispo o a algún noble español, sino a un pobre indio, que se convirtió en su embajador al pedir la fundación de un santuario sobre el monte en el que antaño las poblaciones indígenas ofrecían sacrificios humanos.
Hay un aspecto que a una cierta cultura cuesta comprender. Recientemente he podido constatarlo también, en el curso de un debate televisivo dedicado a la figura del padre Pío, durante el cual se puso de manifiesto la ignorancia del popularísimo fraile portador de estigmas. Se olvida que en el Magnificat se recita que Dios «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes», ¡exaltavit humiles!
Es cierto, la humildad y la pobreza. La primera palabra del mensaje, aunque no se dijo explícitamente en la aparición, es la palabra «pobreza». La pobreza de Bernadette, antes y durante las apariciones, con el rechazo del dinero, y después de las apariciones, con el voto de pobreza que pronunció en el convento de Nevers. Y no olvidemos la pobreza de su salud. El suyo es el testimonio admirable de un amor inmenso ejercido cotidianamente, que se expresó en los detalles de toda su vida. Se trata de una pobreza como la de la Virgen, que se expresa en el Magnificat, en su acción de gracias a Dios, «el Señor ha mirado la humildad de su sierva». Este es el primer punto, que fue comprendido ya en su tiempo, porque todas las personas acomodadas, que huían habitualmente de los pobres, después de las apariciones iban al cachot para tener la gracia de ver a Bernadette, querían ayudarla y ella rechazaba las ayudas. Es un testimonio central en Lourdes, es la raíz de Lourdes. La segunda palabra, y con esto nos encontramos de lleno en el mensaje, es «conversión». El profesor Grelot, un padre dominico experto en moral, que además de ser una estupenda persona tenía un gran sentido del humor, decía en una palabra que «Lourdes es la conversión», porque solía confesar en Lourdes todos los meses de agosto, y sabía que se trataba de un lugar de conversión, de reencuentro con Dios. Un lugar en el que uno se encuentra a sí mismo. Contaba que las confesiones de Lourdes eran mucho más profundas y radicales que las que oía habitualmente en Angers. Tenemos, pues, conversión o penitencia: Bernadette empleó ambas palabras para traducir el mensaje de la Virgen que el 28 de febrero repetía: «Penitencia, penitencia, penitencia». En el lenguaje corriente, penitencia quiere decir mortificación, es decir, se subraya el aspecto negativo, el aspecto de la privación, de sufrimiento, de sometimiento a la prueba, hacerse mal de alguna manera. Pero no es ésta la concepción de penitencia que deriva del Evangelio. En el Nuevo Testamento no hay una palabra propia para indicar «penitencia»: se utiliza «metanoia», término griego que significa «cambiar de dirección», dejar el propio egoísmo y dirigirse hacia Dios y hacia los demás, en un mismo e idéntico movimiento porque, como explica el mismo Evangelio, amar a Dios y amar al prójimo es lo mismo. Esto dice el apóstol y evangelista Juan, «quien dice que ama a Dios y no ama al prójimo, es un mentiroso», y ésta es la prueba substancial del amor a nivel de la solidaridad y de la fraternidad humana. Por ello, Mateo y Pablo insisten en lo esencial de la moral cristiana, que no es en realidad una moral sino más bien una vida, un estilo de vida, un don de vida. Por ello, también dice el Apóstol de las gentes en la carta a los Romanos que «toda la ley» enumerada en los preceptos del Decálogo se resume y se condensa en el mandamiento nuevo: «Amad al prójimo como a vosotros mismos». Y, en el Evangelio de Juan, Jesús utiliza otra fórmula: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Esto significa todavía más, no es la simple fraternidad o solidaridad. Es más porque Cristo nos ha amado hasta el extremo, hasta el sufrimiento más atroz del suplicio de la cruz. A la perfección del amor de Cristo se llega dejando de lado todo egoísmo, todo narcisismo, todo deseo de estar centrados en nosotros mismos.
Y la Virgen dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción»
7 enero 1844. Bernadette Soubirous nace en Lourdes. Es la primera de tres hijos. Pocos días después, recibe el Bautismo. Al cabo de unos años, su padre, molinero, pierde el trabajo y la familia se ve abocada a la miseria.
11 febrero 1858. Primera aparición de la Virgen a Bernadette en la gruta de Massabielle. «Descubrí a una Señora. Llevaba un vestido blanco, un velo blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla sobre cada pie». La Virgen reza el Rosario. Al terminar la oración, desaparece sin haberse dirigido a Bernadette. En los cinco meses siguientes, la Virgen se aparecerá a la joven 18 veces.
25 febrero 1958. Durante la novena aparición la Virgen le indica a Bernadette que vaya a beber a la fuente que empieza a manar cerca de allí. Mientras, se ha corrido la voz de las apariciones. En Massabielle se reúne ya un centenar de personas, que pronto se convertirán en dos mil. El 1 de marzo sucede la primera curación inexplicable: una mujer sumerge en el agua de la fuente su brazo, que había quedado dañado a causa de una caída, con dos de los dedos prácticamente paralizados, y recupera la movilidad.
25 marzo 1858. La Virgen responde a la pregunta de Bernadette y revela su nombre: «Yo soy la Inmaculada Concepción». El dogma de la Inmaculada había sido proclamado cuatro años antes por Pío IX.
16 julio 1858. Última aparición de la Virgen, en la orilla opuesta del río Gave: la policía había vallado la gruta.
18 enero 1862. Monseñor Laurence, obispo de Tarbes y de Lourdes, reconoce como auténticas las apariciones de la Virgen María. Como se lee en la Basílica Superior: «Juzgamos que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, se ha aparecido realmente a Bernadette Soubirous, el 11 de febrero de 1858 y los días siguientes, hasta diez y ocho veces, en la Gruta de Massabielle, cerca de la ciudad de Lourdes; que esta aparición reviste todos los caracteres de la verdad, y que los fieles tienen fundamento para creerla como cierta. Humildemente sometemos nuestro juicio al Juicio del Soberano Pontífice, que está encargado del gobierno de la Iglesia universal».
29 julio 1866. Bernadette toma el hábito de las Hermanas de la Caridad de Nevers y de la Instrucción Cristiana.
16 abril 1879. Bernadette muere con 35 años.
14 junio 1925. Beatificación de Bernadette.
8 diciembre 1933. Pío XI proclama santa a Bernadette en la plaza de San Pedro.
9 noviembre 2005. Monseñor Gerardo Pierro, arzobispo de Salerno, reconoce oficialmente la curación milagrosa de Anna Santaniello. Es, por ahora, el último milagro de la Virgen de Lourdes aceptado por la Iglesia (hace el número 67). Las curaciones a ella atribuidas se cuentan por miles.
8 diciembre 2007 – 8 diciembre 2008. Jubileo de Lourdes.
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