PUNTO&APARTE
«Vayamos al Angelus para no volvernos clericales». Marcello Pera –reconocido laico agnóstico– escribió estas curiosas palabras tan sólo unos días después de la polémica suscitada en “La Sapienza” de Roma. Numerosos intelectuales, políticos y periodistas han manifestado su apoyo al Papa, poniendo de relieve que no se puede construir una verdadera laicidad si no se ama ni se defiende la libertad de aquellos que no piensan como uno mismo. La palabra “libertad” se podía leer en la mayoría de las pancartas y carteles que cubrían la plaza de San Pedro abarrotada durante el rezo del Angelus. Un universitario romano ha escrito recientemente: «Me he preguntado el porqué de esta situación y qué es lo que verdaderamente ha sucedido en “La Sapienza”. Desde este punto de vista, el juicio que me parece más interesante es el que pronunció el cardenal Ruini, hablando de los “opositores”: “Estos jóvenes han perdido el sentido de la realidad”».
Ante estos hechos, algunos profesores y estudiantes universitarios hemos querido dar espacio en la universidad española a las palabras que Benedicto XVI no pudo pronunciar en Roma. Tanto en la Universidad de Alcalá como en la Complutense de Madrid propusimos un encuentro donde leímos públicamente el discurso y discutimos sobre él. Más que hacer una defensa del Papa, nuestra intención era, sencillamente, la de medirnos públicamente con sus palabras e intentar entender cuál es el reto cultural frente al que nos encontramos, y esto en un sincero diálogo con nuestros compañeros. Las palabras del Papa son verdaderamente provocadoras: «Ante una razón a-histórica que intenta autoconstruirse únicamente en una racionalidad a-histórica, hay que valorar la sabiduría de la Humanidad como tal –la sabiduría de las grandes tradiciones religiosas– como un fenómeno que no se puede tirar impunemente a la papelera de la historia de las ideas».
Ciertamente, admiramos la pasión incansable de Benedicto XVI por la universidad y el destino de nuestra cultura. Su empeño por abrazar la verdad y su sincero diálogo con todos se están convirtiendo, inevitablemente, en la expresión más creíble y razonable de la laicidad, muestra de una verdadera estima por la razón y el hombre contemporáneo. Sólo con una audacia tan grande como la suya, la universidad podrá sostenerse y ser verdaderamente útil a todos.
PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA
Matteo Forte
La novedad que prevalece
«Una peregrinación no consiste en ver piedras». Con esta frase, que hizo de leitmotiv durante los ocho días de camino, don Ciccio Ventorino abrió el viaje a Tierra Santa de un grupo de cien estudiantes de la Universidad Estatal de Milán. La peregrinación comenzó con la Santa Misa la noche del 26 de diciembre en el St. Gabriel Hotel en Nazaret. «Todos pedimos –dijo don Ciccio durante la homilía en la ciudad donde María recibió el anuncio del Ángel–, pero siempre formulamos la petición según una imagen. Para la Virgen, sin embargo, fue diferente, porque estaba totalmente determinada por la espera que abre al hombre a lo que Dios pueda hacer por él». Durante esos días, visitamos los lugares donde se desenvolvió la vida pública de Cristo: el lago de Tiberíades, el Monte de las Bienaventuranzas, Cafarnaún. Allí, José Miguel García nos explicó cómo se desarrolló la predicación de Jesús y nos expuso la fiabilidad histórica de aquellos lugares. García nos mostró en todo momento cómo aquellas piedras y restos están vivos en la medida en que son signos y estimulan la razón a leerlos, a verificar los hechos también a la luz de las fuentes históricas, el trabajo de los arqueólogos y de los filólogos. La espera de la que habló don Ciccio es principalmente una espera de la razón, que va pareja con el deseo de conocer la verdad. Pero no basta: «El hombre es feliz cuando tiene claro cuál es la finalidad de su vida», nos dijo don Ciccio en el Monte Tabor, lugar de la transfiguración. «Aquí los apóstoles tuvieron clara la evidencia de la dignidad de Cristo hasta tal punto que no querían marcharse y pretendían plantar tres tiendas para quedarse. El hombre está bien cuando le resulta familiar la finalidad buena de todo lo que hace». Para que esto suceda, es preciso que la presencia de Cristo sea contemporánea a nuestra vida. Una Presencia que todavía es casi imperceptible: «entra en el mundo como una semilla dentro de la tierra, sin ningún tipo de clamor humano» recordó don Ciccio en la Basílica de la Natividad en Belén. Esto se nos hizo indudable en Jerusalén, recorriendo el Vía Crucis hasta el santo Sepulcro. Allí sucedió algo llamativo. Aunque el status quo impida cantar en la basílica, nos lo permitieron –como una excepción– por ser un grupo de cien jóvenes. El coro entonó canciones de la tradición bizantina como el Bogorovize y el Tatal Nostru. La polifonía resonaba en cada esquina de la basílica. Algunas personas continuaron con la visita como si no sucediera nada. Y sin embargo, allí sucedía algo insólito. En esa situación comprendimos lo que se nos había dicho en Belén, donde Dios se hizo niño: «Una semilla se ha plantado en la tierra de nuestra humanidad. Nuestra humanidad es su casa, es casa de Dios. Nuestra vida pertenece a Aquel que vino y se plantó en la historia como una semilla invisible». La peregrinación no consistió en ver piedras.
¡Desde Italia!
La fe, escribe Benedicto XVI en la Spe Salvi, es la sustancia de lo que esperamos, «prueba de las cosas que no se ven». La fe de la Iglesia da cuerpo y visibilidad a la compañía oculta que nos constituye. Tal es la experiencia de quien, durante las vacaciones de Navidad, llegó como peregrino a Tierra Santa. En esa tierra, la compañía de los hombres que Dios ha llevado a sí, da sustancia a los anhelos de paz de muchos hombres, es signo de una convivencia humana posible: para los cristianos que viven allí –con la gran contribución de obras, empresas, hospitales y escuelas que ayudan, curan e instruyen indistintamente a cristianos, judíos y musulmanes–, y para un grupo de jóvenes universitarios que han pasado allí ocho días en los lugares santos.
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