La genética y la biología del desarrollo muestran que el embrión no es otra cosa que un ser humano en la fase inicial de su ciclo vital, que le lleva - a través de un proceso coordinado, continuo y gradual - a convertirse en adulto como cada uno de nosotros, porque él es ya uno de nosotros: "Es ya hombre aquel que lo será." (Tertuliano).
Cuando termina el proceso de fecundación, el cigoto resultante presenta las siguientes características: es un ser vivo, dotado de la estructura biológica y del patrimonio genético de la especie humana; su dotación cromosómica se halla perfectamente individualizada, está sexualmente determinado, es autónomo (posee en sí mismo la capacidad de crecer y de generar otras células) y es capaz de crearse el hábitat necesario para desarrollarse y sobrevivir. Aceptar el hecho de que después de la fecundación, una nueva persona ha conseguido el ser, no es una cuestión de gusto o de opinión. La naturaleza humana del ser humano, desde su concepción hasta su muerte, no es sólo una hipótesis ontológica sino también una evidencia experimental. Ningún profesional de la fecundación in vitro duda de qué es lo que está implantando a la mujer.
Por ello precisamente, porque hablamos de seres humanos, son escalofriantes los recientes datos estadísticos publicados por el Ministerio de Sanidad y Consumo: desde 1997 se han realizado en nuestro país 730.591 abortos. De estos, aproximadamente el 0,04% fue bajo el supuesto de violación, el 2,96% bajo la presunción de que el feto nacería con graves taras, y el 97% por peligro para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada. Sabiendo médicamente que los casos en que peligra seriamente la vida o la salud física son pocos, tenemos que la enorme mayoría de mujeres aborta por un supuesto peligro para su salud psíquica.
No son pocas las circunstancias adversas en las que se puede encontrar la mujer que espera un hijo: la dureza de esperar un hijo con algún defecto físico o psíquico, la irresponsabilidad y hasta la violencia en el sexo por parte del varón; las dificultades económicas, laborales y profesionales; o, simplemente, el pensar que no es el momento adecuado o el no sentirse con el ánimo necesario para recibir y educar a su hijo en un mundo tan difícil. Por todo ello comprendemos a la mujer que piense que el aborto puede ser la única solución para una situación realmente apurada o angustiosa.
Sin embargo afirmamos que cualquier postura ideológica que sólo tenga en cuenta las dificultades de la mujer es una postura parcial y miope. Hay que tener en cuenta todos los factores de la realidad, incluyendo que no está en juego una vida (la de la mujer) sino dos vidas (la de la mujer y la de su hijo) y que abortar produce en la mujer, como se ha demostrado una y otra vez, secuelas psicológicas graves. Sólo teniendo en cuenta todos estos factores podremos encontrar soluciones humanas.
Por ello creemos que es necesario promover, apoyar y potenciar todas las iniciativas que presten ayuda de tipo psicológico y material a mujeres o familias con embarazos “no deseados”, así como ampliar y hacer más eficaces los cauces de acogida y de adopción.
La mirada del médico o del biólogo frente al embrión no puede ser más que una mirada de asombro y de respeto por esta persona que se desarrolla ante sus ojos. Y la mirada ante la madre que se plantea abortar debe estar llena de ternura y acogida y ser capaz de ofrecer respuestas que tengan en cuenta toda su persona. Esta mirada nace cuando uno, a su vez, ha sido mirado así.
Finalmente, invitamos a una reflexión: ¿existe alguna posibilidad de que tener un hijo no deseado o con malformaciones suponga algo positivo? Nosotros, basándonos en muchas experiencias, afirmamos que si. Y por ello tenemos esperanza para buscar respuestas en cualquier situación.
MEDICINA Y PERSONA
Madrid, Febrero 2008
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