¿Las puertas del ateneo romano cerradas ante el Papa? Para algunos, un accidente puntual que hay que archivar lo más rápido posible. Para muchos una ocasión extraordinaria para ir al fondo de la relación entre fe, razón y búsqueda de la verdad. Así lo demuestra la movilización espontánea que, surgida entre los claustros y las aulas, nos atañe a todos
La movilización corrió como la pólvora, poco después de darse a conocer la “carta de los 67” y antes de que Benedicto XVI hiciera pública su decisión de no acudir a la Universidad de La Sapienza en Roma. No ha sido una mera reacción al frente antipapal, como les gustaría a todos los que razonan sólo en términos de oposición entre bandos irreconciliables, entre altercados, polémicas y declaraciones que los telediarios a menudo manipulan sean cuales sean los contenidos. Ha sido algo más que una simple manifestación de apoyo al Pontífice en esta apertura de curso tan singular. Estaba claro que se iniciaba una batalla cultural, un debate público sobre las ideas de razón y de fe, el enésimo frente abierto por el magisterio de Benedicto XVI.
Surge primero un llamamiento a los académicos: una carta, dirigida al profesor Ruggiero Guarini, rector de La Sapienza, que no apela al mundo universitario en general, sino al cuerpo docente, pidiendo que manifiesten un juicio personal sobre los hechos. En pocos días el documento reúne 650 adhesiones: un número diez veces superior al de la carta de los 67 “científicos fieles a la razón”. Todos son docentes e investigadores, en su mayoría procedentes de disciplinas científicas. Nombres como el físico Ugo Amaldi, miembro de la Academia de las Ciencias y director de los planes de investigación del CERN (Centro Europeo Ricerche Nucleari) en Ginebra; el matemático Giorgio Israel, el físico nuclear Gianpaolo Bellini, el filósofo Enrico Berti. Y además: Piero Benvenuti, presidente del Instituto Nacional de Astrofísica; William Shea, de la Cátedra Galileana de Historia de la Ciencia en la Universidad de Pádua; Massimo Castagnaro, decano de Medicina en el mismo ateneo. La recogida de firmas, promovida por representantes del mundo católico, se abre a 360º incluyendo firmatarios todas las orientaciones ideológicas.
«El trasfondo de esta carta fue el deseo espontáneo de manifestar nuestra decepción y tristeza por los profesores de Roma que han desaprovechado la oportunidad y el privilegio de recibir a un colega tan insigne», dice Marco Bersanelli, profesor de Astrofísica en la Universidad de Milán. «Porque Joseph Ratzinger, además de Papa, es un colega, un estudioso de primera categoría; lo cual dice mucho del empobrecimiento cultural en que se ve sumida la universidad italiana». En el mismo sentido se manifiesta otro de los promotores del documento, Giovanni María Prosperi, profesor emérito de Física Teórica de la Universidad de Milán: «Eso no es ciencia, es cientificismo, es decir, la pretensión ideológica de explicar toda la realidad encerrándola en el recinto del método científico. Pero la racionalidad, correctamente entendida, exige afianzarse desde horizontes mucho más amplios».
La “carta de los 600”, con la que se solidariza Guarini, lo anima a resistir frente al «prejuicio y la intolerancia», pues juzga «inaceptables el tono, la forma y la sustancia de la carta» con la que se pedía excluir al Papa de la Universidad. «La postura del Papa y la Iglesia, con su poderosa llamada a la razón y contra el relativismo, nos parece mucho más respetuosa y en la línea del espíritu científico de tantas corrientes de pensamiento moderno» puede leerse, entre otras afirmaciones. Y también: «La idea de que los conocimientos obtenidos con los métodos de las ciencias naturales no pueden pretender explicar todo lo que el espíritu humano aspira a alcanzar no menoscaba en absoluto a la Ciencia, antes bien, se halla en línea con la más moderna epistemología. Sea como sea, pensamos que se trata de una tesis digna de ser respetada y que, como poco, ha de ser objeto de un sereno debate cultural». Cuando el Papa renuncia a acudir a La Sapienza, el documento parece superado. Pero, en realidad, la batalla cultural no ha hecho más que comenzar. «Después de haber leído el discurso que había preparado Benedicto XVI –explica Bersanelli–, resulta evidente la desproporción entre la postura rígida e ideológica de los “67” y el elevado concepto de razón del Papa, verdadero defensor de la libertad y de la laicidad».
La de Benedicto XVI es una idea de razón que no disfruta todavía de pleno derecho de ciudadanía en la universidad italiana. Pasado ya el tropiezo de los hechos de La Sapienza, todo sigue como si nada hubiera ocurrido; se intenta liquidar el episodio como un incidente sin relevancia, mientras que aires de censura e intolerancia infectan los ateneos con el pretexto de una “laicidad” mal entendida. ¿Una prueba más? Rita Levi Montalcini, Premio Nobel de Medicina, que se hallaba en Milán para recibir un doctorado honoris causa en Biotecnología Industrial por la Universidad Bicocca, responde así a los periodistas que le preguntan si habría permitido hablar al Papa en La Sapienza: «Soy miembro del Vaticano (de la Pontificia Academia de las Ciencias, ndr) y no podía firmar lo que, sin embargo, apruebo por completo». Es decir, la sordina a Ratzinger.
La partida más interesante
Pero la movilización avanza y adquiere la forma de un Manifiesto por la razón y la libertad en la Universidad. El Manifiesto parte de 90 catedráticos, que en pocos días se multiplican por cuatro, incluyendo a cuatro rectores (Lorenzo Ornaghi, de la Católica, Giuseppe Dalla Torre, de la Lumsa; Roberto Sani, de la Macerata, y Paolo Scaranfoni, de la Universidad Europea de Roma) y numerosos decanos de facultades. A la invitación a «una defensa consciente y vigorosa de esa amplitud y hondura de la razón, y de esa libertad de investigación y debate, que consideramos esenciales para el ejercicio de nuestra responsabilidad como docentes y para nuestra convivencia y civilización» se suman voces como las del Presidente emérito de Corte Constitucional, Annibale Marini, el constitucionalista (y ex diputado del Partido Comunista Italiano) Augusto Barbera, el jurista (y ex senador de Alianza Nacional) Giuseppe Valditara, el matemático y académico de las Ciencias de Francia, Laurent Lafforgue. Y los profesores, Giancarlo Cesana, Giorgio Vittadini, Giorgio Feliciani, Francesco Botturi, Lorenza Violini...
La dirección electrónica para adherirse al Manifiesto, www.apellouniversita.net, registra en tres días 350 adhesiones y es tan sólo el comienzo. Pero la partida más interesante se juega en las aulas y los pasillos de las facultades universitarias, entre los profesores. Ahí suceden los hechos más imprevisibles. Muchos rectores leen Manifiesto y lo aprueban, pero no lo firman, porque es mejor ser prudentes y dejar que las aguas vuelvan a su cauce. Muchos decanos de las facultades hacen otro tanto, a la espera de que el rector firme y les dé el visto bueno para su apoyo. Es increíble lo sucedido en la Politécnica de Milán. En el Senado académico se presenta una larga moción que condena «los tristes e inoportunos acontecimientos de Roma», insiste en que la universidad es «un lugar abierto y de diálogo» y agradece al Papa «el elevado contenido de su discurso». Tras una hora y cuarenta minutos de discusión, se aprueba la moción. Con una pequeña omisión: la mención explícita a Benedicto XVI. El documento elogia la idea de la universidad promovida por Ratzinger, pero sin citarlo.
Una verdadera posición laica
De todas formas, una parte del mundo académico ha tomado conciencia, a raíz de lo ocurrido en Roma, de lo que hay en juego y no quiere dejarlo pasar. En la Católica de Milán, se leyó el discurso del Papa en el Aula Magna repleta de 700 personas, entre estudiantes, profesores y personal técnico. Desde Milán (Politécnica y Universidad Católica) se suceden actos públicos en todos los ateneos italianos pidiendo la adhesión al Manifiesto y, sobre todo, reflexionando sobre el contenido del texto de Benedicto XVI.
Llueven así inesperadas adhesiones, como la del profesor Bruno Bosco, catedrático de Ciencias Económicas en la Universidad de Bicocca. Bosco es conocido por su militancia de izquierdas y por sus investigaciones sobre la Tobin Tax y la economía de Cuba. Pero el día en que el Papa renunció a ir a La Sapienza, dedicó una de sus dos horas de clase a discutir sobre el suceso. “Formidable”, pensaron los estudiantes. Y callaron. Le correspondía a él dar el juicio, afirmar que «si el Papa hubiera venido a Bicocca lo habría considerado como un honor inmerecido». Aplausos calurosos desde los bancos, luego silencio para atender a la clase. Cuando algunos estudiantes le proponen el Manifiesto, lo firma de inmediato: «No estoy de acuerdo con todo –afirma–, pero en este momento quiero defender una verdadera posición laica. Está en juego el futuro de la Universidad».
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