A los tres años de la muerte de don Giussani, el cardenal Angelo Scola habla de un vínculo más vivo que nunca, que sigue llenando el corazón de pasión por la realidad
Años de amistad, de vida compartida. Después, Angelo Scola, del grupo de bachilleres de los primeros tiempos y durante un largo periodo uno de los colaboradores más estrechos de don Giussani, ha ido siguiendo el camino que el Señor le ha ido trazando a través de la llamada del Papa: obispo de Grosseto, después Rector de la Lateranense, desde 2002 Patriarca de Venecia y desde 2003 cardenal. Siempre profundizando en el carisma que conoció en sus años de estudiante. Ahora, tres años después de la muerte del fundador de CL, nos habla del carisma, de su relación personal con don Giussani y de cómo la figura y el método de “don Gius” siguen siendo una provocación para la vida presente.
¿Cómo piensa hoy en don Giussani, usted que estuvo tan cerca de él y le profesó tan gran afecto?
Al igual que con mis familiares, me resulta normal mantener una relación casi cotidiana con los seres queridos que me han precedido en el viaje a la otra orilla. En este sentido, la relación con don Giussani está madurando progresivamente. Se trata, como siempre en mi vida, de una relación muy exigente, que para mí es un continuo desafío. Lo único es que ahora su aparente silencio me habla dentro de un afecto todavía más vivo.
Don Giussani escribió a Juan Pablo II que nunca pretendió fundar nada. Sin embargo, el movimiento de CL está presente en casi ochenta países y su libro más célebre, El sentido religioso, se ha traducido a 19 idiomas (el último de ellos el japonés). ¿Cómo lo explica?
Esto está ligado al dinamismo de desarrollo y de crecimiento de la Iglesia. Es el Espíritu Santo el que realmente y de manera sorprendente suscita los carismas. Y cuando el carisma tiene una fuerza católica auténtica, entonces la gente se suma a él de forma espontánea porque es persuasivo. Es el caso de don Giussani. Por eso su carisma está teniendo una difusión tan amplia. Ahora corresponde a la responsabilidad personal y comunitaria de aquellos que por gracia participan en él mantenerlo vivo.
¿Qué novedad ha introducido su propuesta cristiana? ¿Qué le impresionó cuando le conoció personalmente?
Yo me estaba alejando, paulatinamente, de una práctica convencida de la vida cristiana porque no veía el nexo entre el acontecimiento de Jesús y la realidad. La realidad –en sus dimensiones culturales y políticas, en las relaciones interpersonales– me resultaba más imponente que una adhesión mecánica y rutinaria a la Iglesia. Don Giussani me hizo comprender que Jesús tiene que ver con todos los aspectos de lo humano –«de la existencia humana y de la existencia histórica», decía él con una expresión preciosa–; es más, me mostró que la fe te lanza a la realidad cada día con una profundidad mayor.
El método forma parte esencial de esta propuesta. ¿Cómo describiría el método de la experiencia cristiana?
El método que propuso Giussani se identifica con el método que el mismo Jesús nos propuso. Dijo Jesús: «Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo, en medio de ellos»; y también: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Cuando reunió a sus amigos en la Última Cena –manifestando lo que es el genio del catolicismo, es decir, la anticipación en la Eucaristía del acontecimiento de Cristo muerto y resucitado en favor de todos los hombres de todos los tiempos–, dijo: «Haced esto en memoria mía». El método propuesto por Giussani se funda, a mi juicio, en dos pilares: la comunión [con Cristo y, por ello, entre los cristianos; ndt.] como a priori de la existencia, y la comunión como el lugar del acontecimiento de la libertad. Sólo en la comunión recibida como don del Espíritu –por ello, son para mi bien todas las relaciones y circunstancias que se me dan– la libertad puede verdaderamente ser liberada y uno puede entregarse enteramente a Dios y darse a los hermanos.
Su figura de educador, ese modo suyo de relacionarse con los jóvenes...
La educación es un arte. Don Giussani fue sin duda un genio en este arte. Aunque debo decir que yo soy cada vez menos partidario de hacer coincidir su fuerza pedagógica sólo con su capacidad de relacionarse con los jóvenes. Es evidente que la capacidad de un educador se demuestra en su fuerza de convicción para con los jóvenes, que entran en la edad crítica; sin embargo, don Giussani fue un educador en toda regla para personas de todas las edades. Su arte pedagógico consistía en proponer con su misma vida, en su misma persona, el acontecimiento de Cristo. Lo hacía mediante su testimonio personal y una compañía continua, enraizada en una doctrina cristiana asumida sanamente de la gran tradición, pero extraordinariamente vivificada por su capacidad de plantearse cualquier interrogante que naciera de las circunstancias o las relaciones. Se implicaba directamente con lo que proponía y llamaba a cuantos le conocían a compartir su vida y la de sus amigos. El gran enemigo de la educación es la incapacidad de arriesgar. Esta incapacidad anida en todas las personas objetivamente inseguras. No es una cuestión de fragilidad o de contradicción; es la incapacidad de dejarse interrogar por todo, especialmente por lo imprevisto. En este sentido, la educación es lo contrario a una técnica. Reducir la trasmisión del cristianismo a técnicas lo hace decaer, le quita fascinación y lo hace aburrido. Lo más impresionante de mi relación con don Giussani es que cientos de veces empezaba a escucharle con escepticismo, triste y lejano, y él siempre conseguía mover mi corazón y mi razón.
La educación es uno de los grandes temas en los que se centró don Giussani durante décadas, un tema que muchas personas, ya sean laicistas o católicas, han admitido en los últimos años como prioritario. ¿A qué se debe la fuerza de atracción de la idea giussaniana de educación?
Se debe a su capacidad de ponerse en juego personalmente, no para afirmarse a sí mismo, sino para afirmar su pertenencia a Cristo, que es el camino a la Verdad y a la Vida. Giussani sabía hacer todo esto dramáticamente cercano a la libertad de los que se encontraban con él. Desde este punto de vista es cierto que hoy el tema de la educación se reconoce como prioritario, pero no creo que la idea giussaniana de educación contenida en su obra Educar es un riesgo haya sido tomada en consideración por parte de las personas que se ocupan de la educación, incluso en el ámbito católico. Me parece que estamos todavía muy lejos de esto. Resulta significativo en este aspecto que en Italia la palabra libertad, entendida en su sentido adecuado, se conjuga muy poco con la palabra educación.
Don Giussani y su obediencia a la Iglesia: a lo largo de su vida se produjeron algunas incomprensiones, especialmente en el pasado. Pero entre los hechos más significativos destacan la cercanía de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger, quien más tarde, ya como Papa, en la audiencia del pasado 24 de marzo, se refirió a él como un «verdadero amigo»...
Giussani, desde este punto de vista, ha vivido una experiencia que con frecuencia ha sido común a los “fundadores” en la Iglesia. La Iglesia es una gran madre, es como un árbol sólido y antiguo cuyo tronco está lleno de incisiones y de heridas, pero sobre el cual despuntan siempre en primavera brotes nuevos y hojas frescas. Ciertamente, lo que don Giussani ha propuesto es como un renuevo que ha crecido convirtiéndose en una rama frondosa del gran tronco de la Iglesia. Para él la obediencia a la autoridad fue un dato inquebrantable, que aprendió sobre las rodillas de su madre y en su parroquia, corroboró en la formidable aventura del seminario de Venegono y consolidó en muchísimas pruebas. La suya era una obediencia libre: hablaba claro, mantenía con la autoridad eclesiástica una relación testimonial y no política. Por eso, muchas veces no fue comprendido y sufrió por ello. Pero se anticipó a los tiempos: ya en los años 50, cuando, para dedicarse a los jóvenes, tomó la decisión de dejar un puesto prestigioso como profesor de Teología en la Facultad de Teología de Milán, se había dado cuenta de que los católicos –que socialmente seguían siendo mayoría en el país– se estaban autoexcluyendo de la vida concreta de la sociedad. Por este motivo, proféticamente, pidió dejar su trabajo como profesor para seguir su camino, siempre en una estrecha relación de dependencia con la autoridad eclesial, primero con monseñor Pignedoli y Giovanni Colombo, luego con Montini, que se convertiría en el Papa Pablo VI. Al final, recibiría el don inestimable de la amistad y del reconocimiento extraordinario por parte de Juan Pablo II y del entonces cardenal Ratzinger. He tenido la ocasión de asistir a muchos encuentros de don Giussani con estas grandes personalidades: siempre me ha sorprendido la extrema libertad y la extraordinaria humildad con la que formulaba preguntas, escuchaba respuestas, planteaba objeciones, pedía indicaciones y exponía soluciones valientes.
Algunos atribuyen a don Giussani una crítica “tradicionalista” de la modernidad. Muchos de sus lectores y estudiosos exaltan, en cambio, la absoluta modernidad de su pensamiento, la sorprendente capacidad para captar la inquietud o el desasosiego del hombre contemporáneo. Usted, que está tan implicado en la reflexión sobre la modernidad, ¿cómo percibe este aspecto?
Yo he dedicado un libro a este aspecto de la vida de don Giussani y no por casualidad lo he titulado Luigi Giussani: un pensamiento original porque, como sucede con las figuras geniales, es imposible reducirlas a un esquema. Su pensamiento no se puede descomponer, es en cierto sentido como un número primo. La sabiduría de Giussani no fue en modo alguno el resultado de habilidades adquiridas mediante la lectura (y eso considerando que hasta los años cincuenta su dedicación a la lectura fue extraordinaria), y también en esto se anticipó a los tiempos (basta con pensar en sus estudios juveniles sobre la ortodoxia y el protestantismo norteamericano, en su sensibilidad para las novedades ligadas a la Teología Fundamental, en la capacidad de utilizar la poesía, la literatura, el teatro, el arte en la elaboración del intellectus fidei). Su pensamiento puede considerarse como una reflexión sistemática, orgánica y crítica, sobre la experiencia elemental del hombre, a la luz de la experiencia integral de la fe. Por eso hablo de “pensamiento original”, es decir, de un pensamiento que brota de un manantial propio, que rompe cualquier esquema de pertenencia a una escuela. Leyendo a Giussani es impresionante ver cómo, incluso a falta de un conocimiento directo de ciertas obras de algunos autores contemporáneos –pienso por ejemplo en Heidegger, en Husserl, etc.–, con frecuencia por un camino propio, altamente genial, llega a conclusiones incluso más atrevidas que las suyas. Y aún resultando evidentes las huellas de la formación neo-escolástica que recibió, él la supera por todas partes y sabe obtener una visión original. El suyo es precisamente un pensamiento original, muy actual y, por esto mismo, creo, está destinado a durar, como confirma el hecho de que sus principales escritos son continuamente traducidos, incluso a lenguas consideradas antaño inaccesibles para el pensamiento occidental.
La herencia de don Giussani para todo el movimiento y para su sucesor, Julián Carrón, es muy comprometida. ¿Qué es lo que hace que su carisma siga vivo y presente?
Ante todo, el Espíritu Santo, y, por tanto, el hecho de seguirLe, identificándonos con el carisma mismo hasta comprometer toda nuestra persona a través del testimonio, dispuestos a una conversión continua. Luego, coesencial al carisma es el don de la institución. Esto pide a cuantos participan del carisma permanecer en estrecha unidad con quien guía el movimiento, así como el movimiento debe estarlo con la vida de toda la Iglesia, de manera particular, con el magisterio del Papa y de los obispos.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón