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Huellas N.7, Julio/Agosto 2018

RUTAS

Gay Consolmagno «Digo siempre que la ciencia es una verdadera alegría»

Luca Fiore

Se presenta como «fundamentalista y nerd». Fundamentalista por lo que se refiere a la ciencia y un nerd desde el punto de vista religioso. El hermano Guy Consolmagno, desde 2015 director de la Specola Vaticana, el observatorio del Papa, es un americano de Detroit, nacido en 1952. Ojos con chispa, barba canosa, traje con alzacuello (emitió los votos en la Compañía de Jesús como hermano, sin ordenarse de sacerdote) y anillo de oro con la efigie del MIT (Massachusetts Institute of Technology) donde estudió e impartió clase.
El pasado 14 de junio Francisco fue a saludarle a él y a su equipo de jóvenes científicos reunidos para la Escuela de Verano que organiza el observatorio vaticano (este año dedicada al estudio de las "estrellas variables"). El Papa les recordó que «somos personas que aman lo que hacen y que descubren en el amor por el universo un anticipo de ese amor divino que, al contemplar la creación, declaró que era buena». Por su parte, Consolmagno contesta a quien le pregunta de qué le sirve al Papa tener un observatorio astronómico: «Sirve para demostrar al mundo que la Iglesia ama y apoya a la ciencia».

¿En qué se distingue de los demás centros astronómicos?
Lo primero es que nosotros no estamos financiados con fondos a corto plazo, es decir para proyectos que duran dos o tres años. Por tanto, podemos permitirnos trabajar en investigaciones de mayor alcance. Yo pude trabajar durante veinticinco años sobre las propiedades físicas de los meteoritos. Trabajaba sin tener la presión de presentar unos resultados, como les pasa a la mayoría en mi campo. Es una libertad nada desdeñable.

¿Y la segunda diferencia?
Es la razón por la que hacemos este trabajo. Nosotros existimos para recordar por qué vale la pena ser científico. No por la fama, el dinero o el poder. Mientras estudiamos como científicos la Creación, nosotros experimentamos la alegría que nos viene del Creador.

La Iglesia lleva siglos repitiendo que no hay oposición entre la ciencia y la fe. Sin embargo, a usted le cuestionan siempre sobre este punto.
Dicha contraposición se cita continuamente. En realidad, conozco muchísimos científicos que son profundamente religiosos y la historia lo demuestra. El presupuesto del que parte esa pregunta es falso.

¿Dónde radica entonces esta dificultad?
La mayoría de las personas estudia ciencias de niño. Lo mismo pasa con la religión, uno va a la Iglesia de pequeño, luego lo deja. Por tanto, muchos adultos conservan una idea muy ingenua de lo que es la ciencia y de lo que es la religión. Se las imaginan como dos grandes libros, separados, que presentan unos hechos. ¿Qué pasa cuando algún hecho del primero contradice un hecho que se relata en el segundo? Pero esta imagen no se corresponde con la realidad. Siempre podemos aprender tanto del uno como del otro, siempre podemos entender mejor.

¿Y qué son?
El papa Francisco lo dijo muy bien en su discurso en nuestra Escuela de verano: la ciencia se ocupa de conocer la realidad mejor y más profundamente, corrigiéndose según avanza el conocimiento, porque sabemos que no conocemos nada de una vez por todas. Sin embargo, tenemos que fiarnos de lo que ya conocemos. De la misma manera, el conocimiento de la religión nunca se puede considerar completo, jamás podré decir que conozco a Dios de modo exhaustivo, de manera que pueda dejar de rezar y de pensar. No se puede. Siempre podemos aprender, siempre podemos entender más.

¿En qué consiste el testimonio cristiano en el seno de una comunidad científica?
Mi respuesta está condicionada por mi trabajo ya que me ocupo de física y astronomía. En este campo casi todos son conscientes de lo que no conocemos y todos saben cómo el universo nos aparece aún más misterioso respecto a hace 150 años. Entre físicos y astrónomos hay una gran apertura a la fe religiosa, cualquier fe que sea religiosa.

¿Está diciendo que la oposición entre ciencia y fe es una invención de la prensa?
No. Simplemente que este clima de apertura es menos frecuente en otras disciplinas. Entre los biólogos, por ejemplo, sigue habiendo mucha desconfianza. La biología se encuentra en una fase distinta de su evolución: todavía está tratando de trazar el mapa de las relaciones de causa y efecto en los sistemas vivos. Los biólogos todavía no han llegado a preguntas más amplias, que los físicos, tras el descubrimiento de la cuantística, ya han tenido que plantearse sobre los límites de sus disciplinas, poniendo en tela de juicio muchas de sus certezas adquiridas. También les llegará el momento a los biólogos.

Su último libro de divulgación científica se titula ¿Bautizarías a un extraterrestre? Su respuesta es: «Si me lo pidiera, sí». ¿Por qué?
La alegría que me produce contestar a esta pregunta no viene del hecho de que yo crea en los alienígenas. Es que me obliga a preguntarme por el significado de este sacramento. Pedir el Bautismo es la libre elección de un alma que quiere estar más cerca de Dios. Supone decidir pertenecerle. Incluso en el caso de los neonatos (que llegarán a elegir con la Confirmación), todo gira en torno a la libertad. No se trata de una pregunta sobre la posibilidad genérica de administrar los sacramentos a los extraterrestres, sino de este sacramento particular impartido a este individuo particular. De lo contrario, sería una pregunta que no tiene ningún sentido hasta que de verdad no nos encontremos ante el caso de un alienígena que pida ser bautizado.

Con 30 años usted dejó el MIT para unirse a los Peace Corp, una organización de voluntariado. ¿Por qué?
Caí en la cuenta de que había olvidado que la ciencia está en función de la verdad y de la alegría. En ese momento, para mí existía solo la carrera. Tomé la decisión de dar la espalda a la ciencia y empezar una nueva vida. Pero las cosas no se dieron como yo pensaba.

¿En qué sentido?
Me pidieron que fuera a dar clase a Nairobi, en Kenia. Acabé dándome cuenta de que también allí la gente quería participar del maravilloso debate acerca de cómo funciona el mundo. Entonces comprendí que la ciencia era el talento que Dios me había dado para llevar a las personas más cerca de él. No me lo esperaba. Lo que Dios me estaba pidiendo, que yo amaba sinceramente y por lo que habría hecho cualquier cosa, era exactamente lo que yo deseaba hacer.

¿Cuál fue el momento más duro para usted como hombre y como científico?
Nunca he perdido la fe en Dios, pero sí la fe en la ciencia. Me encontré trabajando con personas que se comportaban mal. Me preguntaba por qué habría tenido que fiarme de una ciencia hecha por hombres que trataban mal a sus esposas o a sus alumnos. La falibilidad humana me llevó a dudar de la ciencia en cuanto tal.

¿Cómo lo superó?
La vida te enseña que ningún ser humano está sin pecado. Tienes que hacer cuentas también con la fragilidad. Así descubres que la moralidad de los científicos puede quedar al margen de sus logros científicos. Con el paso del tiempo, me doy cuenta de haber pasado a una actitud más "conservadora", en el sentido de que poco a poco comprendo las razones por las que la Iglesia nos pide ciertas cosas. Pero esa crisis fue útil porque me hizo aprender a ser paciente con las personas y a confiar en la gracia de Dios, que sale a nuestro encuentro para socorrernos y levantar nuestra humanidad herida por el pecado original.

En su discurso del 14 de junio, el Papa distingue entre conocimiento científico, conocimiento metafísico y mirada de fe. Luego dice: «La armonía de estos diferentes niveles de conocimiento nos lleva a la comprensión; y la comprensión -esperemos- nos abre a la Sabiduría». ¿Qué es la sabiduría para usted?
Haría falta sabiduría para responder, (se ríe). Me viene a la mente la frase de un amigo mío, un científico que pasó a ser filósofo. Dice: los datos no son la información, porque solo son números; la información nos dice de dónde vienen esos datos; la información no es el conocimiento, porque el conocimiento es poner la información en un contexto que permita poner todos los datos en diálogo entre ellos. El conocimiento no es la comprensión. Una cosa es decir: «Roma es la capital de Italia», otra es preguntarse: «¿Por qué Roma es la capital de Italia?». Y ninguna de estas cosas coincide con la sabiduría, que es la capacidad de comprender cada una de estas dimensiones y mantenerlas juntas, haciéndolas desembocar en un nivel todavía más profundo. Además, quizás el hombre sabio es el que con Sócrates dice: «Solo sé que nos sé nada».

Cuando usted hoy mira el cielo, ¿lo ve de manera distinta a como lo veía cuando era un chaval?
Veo la misma belleza. Pero hoy la conozco por su nombre, sé la historia que ha llevado a los cuerpos celestes a tener ese color, sé por qué tienen colores distintos, sé por qué en algunas partes del cielo hay una densidad mayor de estrellas. Luego recuerdo que esa estrella concreta la vi aquella precisa noche, la otra la descubrí con aquel amigo mío y luego lo comentamos a gusto. Recuerdo las que observé con mi padre. Para mí hoy cada estrella habla de una historia, de cosas que estudié y de circunstancias que viví. Es una historia profunda, tanto que cuando miro el cielo veo viejas amigas y la memoria de viejos amigos.

Por tanto el asombro no ha menguado...
Se ha hecho mucho, mucho más profundo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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