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Huellas N.7, Julio/Agosto 2018

RUTAS

Mamás de Dublín. Mientras Irlanda espera al Papa

Anna Leonardi

El Centro de Convenciones de Dublín es un enorme cilindro de acero y vidrio que refleja por la noche sus luces sobre las aguas oscuras del río Liffey, mientras ilumina el magnífico Beckett Bridge en forma de arpa, icono de la nueva Dublín. Gigantes como Facebook, Google, Airbnb, se han instalado por estos lares hace unos años, en el antiguo barrio marinero de los docks, junto a muchas de las mayores instituciones financieras del planeta y una miríada de start-up del sector tecnológico. Este es el corazón pulsante de la ciudad. Todo lo que es vital para la recuperación del país parece salir de aquí, del vientre de lo que se ha dado en llamar la Silicon docks de la vieja Europa.
Unos kilómetros más al sur, en Merrion Road, en la parroquia de Our Lady Queen of peace, un pequeño grupo de madres se da cita allí cada martes por la mañana. Llegan poco antes de las diez. Ordenan las sillas en una salita con moqueta y encienden el hervidor para el té. Luego entran en la iglesia para la Misa. Sentados juntos en los primeros bancos, asisten también sus hijos, rebajando drásticamente la media de edad de los feligreses. La anciana sentada en segunda fila los mira con admiración. Y cuando al final se reza la oración para la Jornada Mundial de las familias que se celebrará en Dublín a finales de agosto con el papa Francisco, los pequeños se levantan de un salto y la rezan entera de memoria: «Ayúdanos a vivir en tu perdón y en tu paz. Cuida de todas las familias con tu amor». Luego salen corriendo a jugar durante una hora, mientras las madres charlan entre ellas. Técnicamente se llama play-group y es un formato que en Irlanda está muy de moda, sobre todo en versión laica. Los encuentras en los centros comerciales y en las bibliotecas. Acuden madres con niños en edad preescolar y también con los más mayores cuando no tienen cole. Los temas que reúnen a estos grupos son los más diversos: desde la alimentación a los caprichos, desde las manualidades a la compra de pañales.
Pero en este caso lo que dio comienzo al grupo es algo completamente distinto. «Buscaba un lugar donde poder hablar de todo lo que me importa. Donde sentirme libre. Donde experimentar una mirada buena sobre mí y sobre mis hijos», cuenta Tara, una de ellas. Muchas son extranjeras, llegadas a Irlanda para acompañar a sus maridos que tenían que trasladarse allí por motivos de trabajo. La soledad de sus jornadas les llevó a llamar a la puerta de la iglesia. Father James Hurley se la abrió enseguida. Aunque aquí esto no suele ocurrir a menudo. Las parroquias no tienen grupos de catequesis de ningún nivel. Tras el Bautismo, la preparación a los sacramentos es tarea que asumen los colegios, tanto en la enseñanza de iniciativa social como en la escuela estatal. La idea de un playgroup mamás-niños ha traído una cierta efervescencia a las aguas tranquilas de la vida parroquial. Mientras los niños corretean jugando, las madres leen juntas la Amoris Laetitia.
«Para mí es cada vez más necesario venir aquí», dice Anne Claire, francesa, con dos niños pequeñísimos. «En Irlanda se hace todavía mucho énfasis en la familia, en tener hijos. Durante este tiempo fatigoso me acordé de algo que me dijo el sacerdote que nos casó en Francia: “Hay tres grandes amores en la vida: el amor a Jesús, el amor a tu marido y el amor a tus hijos. Cuando tengas niños, el amor por ellos prevalecerá y podrás correr el riesgo de olvidarte de los otros dos. Pero el amor por tus hijos no será verdadero si no amas bien a tu marido. Y no podrás amar a tu marido hasta sacrificarte por él si te olvidas de Cristo". Entonces me puse a buscar un lugar donde pudiera seguir conociendo a Jesús y amarlo».
Tara en cambio viene de Kansas, tiene tres hijas ya mayorcitas. «A ellas les gusta mucho venir, también porque se hacen cargo aquí de los más pequeños. No estoy muy satisfecha con el colegio donde estudian. Es una escuela privada, católica, pero falta algo». Cuenta cómo, durante la feroz campaña por los referéndum sobre el aborto (que culminó el 25 de mayo con el 66,4% a favor), algunas alumnas iban por los pasillos con los adhesivos del “sí" pegados en su uniforme. «Ninguno de los adultos se atrevió a plantearles ciertas preguntas. Aquí, en cambio, veo adultos que no tienen miedo».
Hoy la líder del grupo es Ágata, una joven mamá italiana. Dejó su ciudad, Milán, una plaza en la enseñanza media, una hermosa casa en el centro. «Lo hice por mi marido, porque se abría una buena oportunidad de trabajo para él». Es la única madre del playgroup que es de CL. «Cuando llegué a Irlanda lo pasé un poco mal. Los amigos del movimiento de aquí me han ayudado siempre a no censurar nada de lo que estaba viviendo y me han acompañado». Así, cuando conoció a father James durante una confesión y él le propuso acudir al playgroup con sus hijos, ella se lanzó. «Es algo pequeño, pero para mí tiene un valor infinito. Entre nosotras se ha establecido una proximidad que sería impensable entre personas tan distintas y antes desconocidas. A veces ocurre que las madres no aparecen durante meses, porque sus niños están enfermos o porque han encontrado algún trabajo temporal, pero luego vuelven... ¡aveces incluso sin niños! No es una forma de huir de la soledad, es un lugar para aprender a percatarnos de la belleza que hay en nuestra vida».

Normalmente, father James se asoma a mitad del encuentro. Bromea con los niños, pregunta por los ausentes. Luego se sienta y escucha a las madres. «No es algo que se vea a menudo en Irlanda», cuenta Ágata. «Aquí los curas, después de los escándalos por la pedofilia, tienen reparo a ocuparse de los niños. Y algunos se sienten derrotados tras los referéndum que han introducido los llamados matrimonios gay y el aborto». Pero father James no parece particularmente asustado ante los retos que la Iglesia debe afrontar. María, española, mientras amamanta a su primogénita, le pregunta cómo volver a construir ante una civilización que se derrumba. Él, pacífico, le dice: «Empezando por mí y por ti». Y lee un pasaje de Ratzinger de 1969: «El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy solo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. Solo entonces los hombres verán ese pequeño rebaño de los creyentes como algo totalmente nuevo: lo descubrirán como una esperanza para sí mismos, como la respuesta que siempre habían buscado secretamente».
Es el comienzo de un camino donde antes no había nada. Y que rebasa los confines de la parroquia para entrar en los barrios y las casas. Las tardes de Ágata son una sucesión de encuentros. Por ejemplo, con Teresa, polaca, arquitecta, casada con un irlandés y madre de tres hijos. Vive a pocas manzanas de distancia y se conocieron en un parque. «Fue la primera persona que conocí aquí que me abrió las puertas de su casa», recuerda Ágata. «Empezamos a vernos y, poco a poco, también a compartirlo todo: las incomprensiones con los maridos, mis fatigas con los hijos y con el recién nacido y las suyas con sus hijos adolescentes, el deseo de volver al trabajo. Teníamos los mismos problemas, pero Teresa un día me dijo riendo: “Sin embargo, Ágata, ¡tú no estás deprimida como yo!"». Ágata empezó a invitarla a los gestos de la comunidad: el concierto de Navidad, el via crucis, la asamblea con Julián Carrón. «Se apuntó a todo, nunca me ha preguntado qué es el movimiento.
Y cuando trataba de explicarle mejor, me decía: “No importa, I follow you (yo te sigo a ti)"». La semana pasada compraron juntas los billetes para ir el 26 de agosto a la Misa con el papa Francisco en Phoenix Parle. Teresa los ha comprado para toda su familia. Su hija Julia, diez años, no ha visto nunca al Papa, ni siquiera en foto. Y probablemente su hija mayor le pedirá a cambio permiso para ir a la gay Parade. Teresa ha decidido decirle que no, pero debe consultarlo primero con su marido. Está preocupada, pero repite: «We follow Ágata».

Es tan cierto que la está siguiendo que cuando supo que los amigos de Comunión y Liberación habían empezado a preparar una exposición sobre la familia, no se lo pensó dos veces y dio su disponibilidad para ocuparse del diseño y el montaje. Participó en todo el trabajo de preparación, revisó las pruebas de los textos y luego preparó la maqueta. La muestra se expondrá en la Royal Dublin Society, donde se celebrará el Congreso preparatorio de la Jornada mundial de la familia. «Empezamos quedando a desayunar todos los domingos por la mañana para leer juntos la Amoris Laetitia», cuenta Mauro, responsable del movimiento en Irlanda. «No teníamos una tesis de antemano, hemos dejado que las palabras del Papa nos sugiriesen un posible recorrido. No es el resultado de un análisis, sino que cada uno ha contribuido a la exposición dejándose interrogar por lo que está viviendo». Chiara, abrucesa hiperactiva, casada con John Paul, irlandés seráfico.
Llevan 12 años casados y tienen tres hijos. Ella trabaja como investigadora en la universidad, él como analista financiero. «Somos muy distintos. Y como se suele decir, “no pegamos ni con cola", que traducido al lenguaje de la fe significa “estamos juntos por gracia de Dios"», comenta. «Me impliqué en la exposición porque quería hacer un trabajo sobre mí misma. Cuando leí lo que escribe el Papa, “el matrimonio es un don", me di cuenta que lo estaba dando por supuesto. En cambio, tomar conciencia de ello es muy liberador. En el origen de nuestra relación no está mi plan o una capacidad mía (¡o suya!), sino Alguien que nos la dona y al que necesitamos volver constantemente».
El tema de la relación amorosa encuentra una posibilidad de profúndización en La belleza desarmada de Carrón, recientemente publicado en inglés. Junto a la Exhortación del Papa, es el otro eje en torno al cual gira la muestra. «El capítulo trece, que describe la dinámica del signo en la relación entre hombre y mujer, nos ha servido de guía», cuenta Margaret, coordinadora. «Allí hemos encontrado la contribución más original que podemos ofrecer sobre el tema de la familia: el problema del yo, de la verdad del yo. Solo la verdad del yo de cada uno de los esposos hace posible una relación duradera como la del matrimonio. Lo que necesita la sociedad son personas conscientes de sí mismas, capaces de percatarse de su propia sed existencial, una sed infinita, y de comprobar qué es lo que la sacia». Los textos de la exposición irán acompañados por vídeos con testimonios e imágenes de arte; muchos miembros de la comunidad se han implicado para ser guías atendiendo a los visitantes. «Queremos encontrarnos con las personas y acompañarlas a lo largo del recorrido expositivo, puesto que lo que narramos, en el fondo, es nuestra experiencia de familia», explica Margaret.

Todo el mundo espera la llegada del Papa y lo que dirá en Irlanda, una meta que él ha querido fuertemente a pesar de que el destino inicial fuera otro. «Se notan sentimientos contrastantes. Muchos irlandeses, después de los referéndum, viven una suerte de euforia, como si se hubieran liberado de una autoridad, la de la Iglesia, que los coaccionaba. Otros pasan por un profundo desconcierto, como si se hubiera perdido la guerra, no una batalla», añade Mauro. Pero en las páginas de prensa y en las tertulias de televisión, aparecen a veces comentaristas que se interrogan sobre el futuro de Irlanda y de un cristianismo que tiene todavía algo que decir al hombre posmoderno. Por ejemplo, Brendan O’Connor escribe en el Irish Independent: «Hemos desechado a la Iglesia y la hemos sustituido por un montón de otras cosas. Pero me pregunto si no falta algo allá en el mundo, si no hemos perdido algo al rechazar el corazón de la religión».
El encuentro con el Papa en Dublin será una gran ocasión para todos. Ana, que colabora en la exposición, comenta: «Estaremos allí como una multitud de Zaqueos a la espera de que él pase cerca». Aunque no haya sicómoros en donde subirse en Phoneix Park, quieren ver en qué se convierte la vida cuando un hombre vive la fe.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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