En abril, el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, estuvo en Riad. Era la primera vez que un jefe del dicasterio de la Santa Sede visitaba el reino saudí. Una ocasión histórica para dialogar a campo abierto: del papel de las religiones a los lugares de culto, del terrorismo y de lo que genera la paz. Este es el texto de su intervención durante el encuentro con Muhammad Abdul Karim Al-Issa, secretario de la Liga Musulmana Mundial (14 abril 2018)
Excelencia, queridos amigos de la Rábita, la misma Divina Providencia que guío vuestros pasos hasta Roma para nuestro encuentro con Su Santidad el Papa Francisco, en el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso el 21 de septiembre de 2017, también nos ha traído a nosotros al reino de Arabia Saudita, lugar de nacimiento del islam y patria de los lugares santos más importantes para los musulmanes, La Meca y Medina. Hacia La Meca dirigen los musulmanes su rostro desde cualquier rincón del mundo en que se encuentren, dirigiéndose así hacia el Rostro del Dios Omnipotente; a esta tierra llegan millones de musulmanes para el hadj o el Humrah.
Nuestros lugares santos, ya sea en Tierra Santa, en Roma o en otros lugares, así como los numerosos santuarios sagrados en tantas partes del mundo, siempre están abiertos para vosotros -queridos hermanos y hermanas musulmanas-, para los creyentes de otras religiones y para cualquier persona de buena voluntad aunque no profese ninguna religión en particular.
En muchos países, las mezquitas también están abiertas a los visitantes. Se trata de un tipo de hospitalidad espiritual que ayuda a promover el conocimiento mutuo y la amistad, y que al mismo tiempo se opone a los prejuicios. Desde su nombramiento al frente de la Liga Musulmana Mundial, usted, excelencia, ha trabajado sin descanso con gran apertura, diligencia y determinación. No pretendo hacer aquí el elenco de sus numerosas iniciativas, pero soy consciente del hecho de que usted está haciendo todos los esfuerzos posibles por dar a conocer el nombre de su organización, la Rábita, y su programa precisamente por lo que ese nombre significa. El término árabe ràbita significa “enlace". Connota por tanto la promoción de relaciones, la construcción de puentes, concepto que tanto le gustaba al Santo Padre Juan Pablo
II y también al papa Francisco. Y eso es exactamente lo que usted está haciendo, no solo entre musulmanes, sino también con los creyentes de otras religiones, especialmente con los cristianos.
La religión es lo más querido que cada uno tiene. Por eso algunas personas, cuando les piden elegir entre abandonar la fe o la vida, prefieren seguir fieles a su fe, aceptando pagar un elevado precio: la pérdida de la propia vida. Son los mártires de todas las religiones y de todos los tiempos.
Todos somos conscientes de que en una comunidad de creyentes, aunque exista una única religión, hay diversos modos de enfocarla. Por eso en toda religión hay tanto elementos radicales como, afortunadamente, también personas sabias. Los radicales, los fundamentalistas o extremistas pueden ser personas celosas de su fe que por desgracia se han desviado de una comprensión sana y sabia de la propia religión. Además, estos consideran a cuantos no comparten su visión religiosa como creyentes no auténticos, descreídos, kuffar (infieles). Estos infieles deben “convertirse" o ser eliminados, de tal modo que quede preservada la pureza de la religión. Estos hermanos y hermanas que se han desviado pueden pasar fácilmente del radicalismo a la violencia, incluso al terrorismo, en nombre de la religión. Estas personas están convencidas, o han llegado a estarlo tras un lavado de cerebro, ¡de que están sirviendo a Dios! La verdad es que solo están haciéndose mal a sí mismas, destruyendo a los demás y dañando la imagen de su religión y la de sus hermanos. Estas personas necesitan de nuestra oración y de nuestra ayuda para volver a la razón, a la normalidad y a una recta comprensión de la religión.
Tanto nosotros los cristianos como vosotros musulmanes amamos nuestra religión y deseamos invitar a otros a abrazarla. Lo consideramos un deber religioso. Para los cristianos se trata de la misión o evangelización; para los musulmanes, del da’wa. La orden coránica -«convoca al sendero de tu Señor con sabiduría y bellas palabras» (16, 125)- es una regla que los cristianos pueden aceptar. Esta regla excluye un cierto tipo de actitud y práctica, e impone otro. Es la ética de la misión. Nuestro común acuerdo sobre tal ética es de primera importancia para unas relaciones respetuosas y pacíficas.
Lo que debe quedar excluido del da’wa y de la misión es el intento de imponer a otros la propia religión: puede ser propuesta pero no impuesta, y por tanto aceptada o rechazada. La amenaza se encuadra en la categoría del ejercicio de la violencia para obtener conversiones. La sura coránica «no hay coacción en la religión» (2, 256) es fundamental para la libertad religiosa y de conciencia.
Si estamos de acuerdo en prohibir la coacción en cuestiones religiosas, otra regla es la de no “comprar" conversiones, ofreciendo dinero o privilegios, como trabajo, promoción, becas de estudio. Por eso, acordar ayudas humanitarias en función de la religión es contrario a la ética y debe evitarse. Una persona necesitada debe recibir la ayuda de un creyente por amor de Dios, li-wajh Allah, y por un sentido de humanidad.
Otro tema sobre el que debemos llegar a un acuerdo es el de tener reglas comunes para la construcción de lugares de culto. Es uno de los temas sobre los que más se ha debatido en el pasado entre nuestras dos comunidades. Un edificio de culto debe responder a la necesidad real de una determinada comunidad religiosa de tener un lugar apropiado donde reunirse para la oración común. La construcción de edificios de culto debe darse en armonía con la estructura urbanística y respetar las leyes concretas de los Estados respecto a su concepción urbanística. En este sentido, las religiones no están por encima de la ley sino que deben someterse a ella. Todas las religiones deben ser tratadas de forma paritaria, sin discriminaciones, y por tanto sus fieles, así como los ciudadanos que no profesan religión alguna, deben ser tratados igualmente.
La “plena ciudadanía" para todos es un objetivo de todos los países del mundo, cada vez más interreligiosos e interculturales. De tal modo, quedará claro que los creyentes, todos los creyentes, son también ciudadanos. No ciudadanos o creyentes, sino ciudadanos y creyentes.
Las “reglas" y principios que he propuesto me parecen adecuados. Lo que es justo nos hace creíbles, a nosotros y a la religión a la que pertenecemos. Los dobles raseros, como todos sabemos, dañan la imagen de una persona, de una comunidad, de un país y de una religión. Además, si no se eliminan esas dobleces de nuestro comportamiento como creyentes, de nuestras instituciones y organizaciones religiosas, incrementaremos, incluso sin darnos cuenta, la islamofobia o la cristianofobia. Desde un punto de vista positivo, la regla de oro presente en el islam, en el cristianismo y también en otras religiones sugiere tratar a los demás como nos gustaría ser tratados nosotros.
En los últimos cincuenta años, se han superado muchos obstáculos, como por ejemplo la distinción entre proselitismo y misión. La dimensión del testimonio y de la oración común está ahora más presente. Frente a la crisis cultural que ha transformado el mundo y ante el derrumbe de puntos de referencia, se ha producido un retorno de lo irracional. En ese contexto, el deber de los líderes espirituales consiste en evitar que las religiones estén al servicio de una ideología. Otro deber de los líderes religiosos es la educación: esta es una obligación. Debemos ser pedagógicos y también capaces de discernimiento. La honestidad nos obliga a reconocer que algunos de nuestros seguidores creyentes, por ejemplo los terroristas, no se comportan correctamente.
El terrorismo es una amenaza permanente, por eso debemos ser claros y no intentar justificarlo nunca con motivaciones religiosas. Creemos que lo que los terroristas quieren demostrar es que no es posible vivir juntos. ¡Nosotros pensamos justo lo contrario! Debemos evitar la agresión, la ignorancia y la denigración de las demás religiones. El pluralismo religioso es una invitación a reflexionar sobre la fe, porque todo diálogo interreligioso verdadero comienza con la proclamación de la fe de cada uno. No decimos que todos los credos sean iguales sino que todos los creyentes, todos aquellos que buscan a Dios y todas las personas de buena voluntad sin afiliación religiosa alguna, tienen la misma dignidad. Toda persona debe gozar de la libertad de abrazar la religión que prefiera. La amenaza que se cierne sobre todos nosotros no es el choque de civilizaciones sino el choque de ignorancias y radicalismos. Lo que amenaza nuestro vivir juntos es sobre todo la ignorancia; por eso, encontrarse, hablarse, conocerse, construir algo juntos es una invitación al encuentro con el otro, que también significa descubrirnos a nosotros mismos.
Por ello, unamos nuestros esfuerzos, de modo que el Dios que nos ha creado no sea motivo de división sino de unidad. A propósito de esto, el Pontificio Consejo mira agradecido a Dios omnipotente y con alegría todos los esfuerzos que la Rábita está haciendo por alcanzar relaciones positivas y constructivas con los creyentes de otras religiones, especialmente con los cristianos. Animamos y apoyamos tales esfuerzos por el vínculo religioso y espiritual que existe entre nosotros, por la importancia numérica de musulmanes y cristianos en el mundo, y también porque viven juntos en la mayoría de los países. Debemos elegir entre relaciones pacíficas y amistosas o, Dios no lo quiera, relaciones conflictivas. La paz en el mundo depende en gran parte de la paz entre cristianos y musulmanes. La firma de una Declaración de Intenciones entre la Rábita y el Pontificio Consejo es un paso significativo en el camino de fraternidad, amistad y colaboración al que nos hemos comprometido firmemente. Dios bendiga nuestros esfuerzos en virtud de su mayor gloria y del bien de los musulmanes y cristianos, y de toda la humanidad
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