Mikel Azurmendi tiene 75 años. Filósofo y antropólogo vasco, activista durante muchos años contra el terror social y político impuesto por ETA, es quizás una de las miradas más libres y clarividentes que se pueden encontrar en España. Una mirada laica que se ha medido a fondo con los rasgos más urgentes de nuestro tiempo, en primer lugar, la inmigración, el nacionalismo, los populismos, el yihadismo, el valor público de la experiencia religiosa. Hace dos años, presentando el libro de Julián Carrón La belleza desarmada en Madrid expresó su sorpresa por haber conocido a personas que vivían un cristianismo «muy distinto del que yo había conocido»
También dijo que intuía que esto supone «pasar de un conjunto de normas y pecados a la necesidad de un significado en la que hay una sola obligación: buscar el significado» en un mundo como el actual en donde «lo que más se necesita es salir de la ideología, para entrar en el tú».
Si tuvieras que caracterizar la situación social y cultural de Occidente en este comienzo de siglo ¿cómo lo harías?
Socialmente, me da que ha triunfado ya el individualismo más posesivo y solipsista donde el otro es algo que no me incumbe o que solo me interesa para mostrarle ira y rencor. Culturalmente, durante todo el siglo XX hemos asistido a una lenta pero progresiva disolución del sentido de la vida y, ahora, en el XXI, estamos en una galopada hacia el nihilismo. Todo se compra y se vende, hasta un máster en derecho. Ignorancia absoluta del bien. ¿El mal? No hay mal. Un “yo” es equivalente del puro “derecho a decidir”; “el individuo” es quien lo puede decidir de todo, prescindiendo de quién sea él y quiénes los demás. Tiene “derecho” a hacer lo que le venga en gana y decir lo que le salga de las tripas (porque “tu verdad no es más verdad que la mía”). Nos creemos con derecho a la vida y a la muerte. Aquella terrible profecía de Nietzsche (en La voluntad de poderío) ya se ha cumplido en una inmensa parte de la población occidental. Junto a esa gran mayoría existen restos humanos que viven una vida compartimentada entre una burbuja libresca de academismo (“anodinos fanáticos” de la Razón, enzarzados en debates meramente conceptuales sobre la Justicia, el Bien o la Democracia) y una vida de búsqueda de placer personal. También existe un puñado de humanos que trata de acoger al pobre y desvalido clamando a favor de salir al encuentro del otro.
En uno de tus libros defiendes un «universalismo afable del nosotros». Hablar del nosotros supone hablar de historia, de afectos, de vínculos. ¿Qué es el universalismo del nosotros?
También yo provengo de una mezcla de esos humanos que acabo de caricaturizar. Si yo escribí esa frase, que tú citas y ahora me parece cursi, seguramente se debía a que durante mucho tiempo pensé que los valores de nuestra sociedad contenían un poso de alcance universal porque eran inclusivos: el “nosotros” democrático-liberal me parecía el menos etnocéntrico de cuantas sociedades conozco y el más receptivo de diferencias culturales ajenas. Hoy veo que se trata de una imagen demasiado amable de nuestra identidad cultural producida por resortes humanistas ya caducos, absolutamente distintos de los que hoy rigen: el relativismo y el individualismo.
El único universalismo del “nosotros” por el que hoy me inclino es que el “otro”, sea quien sea, es siempre un bien. El ser humano es dependiente, depende del otro para ser alguien (para nacer, crecer, disfrutar, sufrir y morir). Eso es lo más universal del mundo humano, es como nuestra ley de gravitación. La ruptura más extrema de todo etnocentrismo la veo como única salida para nuestra sociedad liberal. Por eso todo nacionalismo es un gran enemigo de la humanidad y cualquier amasarse en torno a la ira, la envidia o el odio, un paso contra la humanidad.
Ayúdame a entender la raíz del fracaso de este universalismo ilustrado del que hablamos. Cuando buena parte del pensamiento moderno decide salir de la “minoría de edad” y construir una razón adulta, se define frente al problema de la Biblia. Considera que los hechos contenidos en los relatos bíblicos son propios de “una edad del espíritu” superada. Spinoza, por ejemplo, sostiene que lo divino, por su naturaleza universal, no puede manifestarse en lo particular, en un hecho histórico. ¿En qué medida este presupuesto constituye una forma mentis que todos llevamos encima?
Spinoza fue el primero que cuestionó de manera radical en la Europa cristiana la revelación de Dios. Lo hizo deconstruyendo el imaginario teológico de su época a base de una crítica histórico-filológica: conectó la Biblia con el contexto particular en que fue escrita. Y llegó a la conclusión de que la verdad del texto bíblico constituía únicamente la experiencia singular del pueblo judío (con sus vecinos, sus profetas, sus vivencias, etc.). O sea, relativizó la perspectiva bíblica. Llamó Tratado teológico-político a esa investigación porque su objeto era desengañar a los hombres de la superstición combatiendo «el secreto de las monarquías y su interés en engañar a los hombres coloreando con religión el miedo con el que se les avasalla». Según él, solo una república garantizaría la seguridad de todos «dejándole a cada cual libre de pensar lo que quiera y libre para decir lo que piense». Fue un inmenso atrevimiento en su época. En el capítulo 13 argumenta que «las Escrituras no contienen más que muy simples enseñanzas y solo pretenden nuestra obediencia. Y que sobre Dios no enseñan más que lo que los humanos puedan imitar viviendo según ciertas reglas». Del Nuevo Testamento toma la Carta a los Romanos (13,8) para inferir que el amor al prójimo resulta una pura obediencia constituyendo una norma que no aporta conocimiento alguno. En capítulos sucesivos pretende demostrar que la fe conduce a la obediencia mientras que, por el contrario, la filosofía enseña a pensar; la fe no requiere verdaderos dogmas, sino solo obediencia.
¿Y esto qué consecuencias tiene?
«Salir de la minoría de edad» o la separación entre ciencia y fe ocurre por primera vez en Europa gracias al error antropológico de escindir al humano en dos; ser pensante y ser actuante, un ser sin conexión alguna entre ambas actividades. Amar al otro se ha vuelto ya una imposición, una norma divina que no requiere ni aporta conocimiento. Este error nos indica que la ética se ha convertido ya, a estas alturas del cristianismo, en una mera colección de normas y obligaciones sin conexión con la racionalidad. A nivel filosófico Hegel retomó este punto de vista spinoziano acerca de lo irreductible de la experiencia singular del pueblo judío, apostando por una historia universal como totalidad de los distintos puntos de vista; o sea, merced a extraer de toda la experiencia histórica su “esencia racional”. Marx y otras corrientes materialistas también adoptaron este punto de vista hegeliano enunciando la legitimidad universal del materialismo. Y facilitando la hecatombe moderna de la supresión masiva de seres humanos. Por mi parte, me gustaría decir que ante el problema bíblico solo existe la fe. Si crees que Jesús es Dios hecho hombre, para enseñarnos cosas muy olvidadas sobre la violencia humana como factor de deshumanización y aniquilamiento mutuo, entonces aceptas plenamente los escritos evangélicos. Su valor universal es el amor, el abrazo al necesitado, el terminar con el odio y la envidia y la ira. O sea, que la vida del hombre únicamente tiene sentido junto al otro. Lo universal es este hecho.
Volvamos a la separación entre la fe generada por hechos históricos y la universalidad del conocimiento. Lessing llegará a decir que «casuales verdades históricas no pueden nunca llegar a ser la prueba de necesarias verdades racionales». ¿Qué consecuencias tiene una formulación de este tipo? No me refiero solo a la ciencia, que siempre es importante, sino al vivir cotidiano que, al final, es el que nos corta las piernas o nos hace cantar.
Lessing era alemán, nació cien años después de Spinoza, pero estimó mucho sus ideas. Un año antes de morir publicó La educación del género humano (1780), o sea una preparación a la ética racionalista de Kant. En esa frase por la que preguntas especifica Lesing que las verdades históricas son contingentes y las verdades de razón necesarias. Y que es imposible pasar de aquellas a estas. Lo escribe en un contexto en que pretende demostrar que los milagros y profecías de Cristo fueron verdades de aquella época, pero que ahora ya no sirven para el propósito que tuvieron entonces: a saber, «llamar la atención de las masas... para que los hombres siguieran el rastro» de quien hacía milagros. Pero hoy solo son «noticias de milagros y de profecías pasadas», son un hecho histórico y en sí no contienen verdad alguna. Lessing niega el valor del testimonio, niega la confianza entre los humanos como basamento de la verdad: uno pregunta al vecino para llegar a saber algo porque uno confía en que el otro te dice la verdad. Leer a Aristóteles o a Eurípides implica que confiamos en que el impresor de aquellos manuscritos no se los inventaba él. Y esto no es una “noticia” sino un hecho histórico que es muy razonable creer. La época de la posverdad y de las fake news es la réplica contemporánea del racionalismo de Lessing: si todo lo pasado son solo noticias de un pasado, ¿qué más dará creerse una noticia u otra? En la posverdad, si desaparece la verdad es porque se aniquila la relación de confianza entre el otro y yo.
El magisterio de los últimos papas ha recogido la definición del cristianismo como acontecimiento. ¿Qué importancia tiene esto?
Sin haberlos leído todavía en más de cincuenta años, yo también he llegado a esa conclusión sobre el cristianismo por haber seguido el rastro de algunos cristianos durante dos años. Ellos viven de Jesús y quieren ser como Él; su presencia les da fuerza imitativa y de ese modo aman al necesitado, lo acogen, lo educan y salen al encuentro del otro, sea quien sea. Eso es cristianismo, me he dicho yo, eso es algo importante que ocurre ahí delante de ti. Y cuando no ocurre eso, pienso que no es cristianismo, tan solo un conjunto de supersticiones, un amasijo de ritos y doctrina, una religión mítica más de la que me desprendí hace más de cincuenta años. La importancia de que el cristianismo sea acontecimiento es que uno lo vive, vive la unión con Cristo, experimenta a Cristo como en un laboratorio. De ese modo otros pueden observar el experimento y hasta puede que les entusiasme. O no. Pero eso dependerá de uno, no de ellos. De cualquier forma, alguien se hará cristiano hoy únicamente por ver el experimento de los cristianos, por la atracción de su vida en-cristiada que vive el acontecimiento de su muerte y resurrección.
¿Qué contribución pueden dar los cristianos en el mundo actual?
Vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, acoger al sin techo, visitar al enfermo, ayudar al drogadicto... Porque todos esos necesitados son Jesús.
No sé si puedo terminar con una pregunta persona. Estoy leyendo el libro que has querido escribir sobre Comunión y Liberación en España. Es apasionante porque tu mirada es agudísima, ves lo que yo no veo en personas y circunstancias que conozco bien, algunas desde hace más de 30 años. ¿Qué te ha llamado más la atención de esta tribu?
La alegría de vivir. Su sonrisa de resucitados.
¿De dónde te sale esa mirada?
Mirada estrábica sin duda, la de mis ojos, que se duelen al ver el daño que nos hacemos unos a otros, pero se enternecen ante niños amados por sus padres. Desdichados ojos míos que ansían ver resurrección en los rostros, aunque la realidad les retuerce su mirar.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón