El discurso de Macron ha suscitado reacciones muy distintas. En la derecha, en la izquierda y entre los católicos. ¿Pero qué hay detrás de sus palabras, inéditas para un presidente francés? Habla el historiador Louis Manaranche, columnista de Le Figaro y director del Observatorio sobre la modernidad del Colegio de los Bernardinos en París
El largo e intenso discurso de Emmanuel Macron a los obispos franceses ha provocado un raudal de reacciones. Inmediatas y a menudo apresuradas las de los políticos, en general centradas en el pasaje en que el presidente francés declara necesario «reparar» la relación «dañada» entre el Estado y la Iglesia. Se han levantado acusaciones de «atentado a la laicidad» (especialmente desde la izquierda) y de «maniobra electoralista» (especialmente desde la derecha). Dos ejemplos, entre muchos. «La laicidad es Francia –reza el amargo tuit del exministro socialista Manuel Valls– y tiene un solo fundamento: la ley de 1905, que sanciona la separación entre la Iglesia y el Estado. Toda la ley, nada más que la ley». Para Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, Macron «anestesia a los católicos en vista de las elecciones europeas del próximo año».
«Macron considera al hombre no solo en su aspecto material, sino en su búsqueda de significado. Esto puede resultar novedoso, pero ciertamente no es un ataque a la laicidad», contestan los hombres cercanos al Elíseo, como el ministro de Interior, Gérard Collomb. «En Francia el Estado es laico, pero la sociedad francesa no», ha observado el portavoz del gobierno, Benjamin Griveau.
Desde la pantalla de televisión, advierte Alain Finkielkraut: «¡Ojo! La laicidad no es un contenido, es una definición de reglas. La República no está formada por ciudadanos desencarnados. Francia es un historia. La verdadera amenaza contra nuestra sociedad viene de su interior, es el nihilismo que la vacía».
¿Y las reacciones en los ambientes católicos? Guillaume Goubert es director del diario La Croix. Escribe en un editorial: «El presidente se ha dirigido a los católicos de Francia como ninguno de sus predecesores lo hizo antes. Su discurso ha sido una afirmación del papel que los católicos desarrollan y tienen que desarrollar al servicio de la dignidad del hombre, defendiendo sus convicciones también en el terreno político».
También para Ludovic Trollé, director del Instituto de Ética y política Montalembert y consultor del Elíseo durante seis años, interpelado por Huellas, afirma:«El de Macron es un discurso totalmente nuevo y original con respecto a sus predecesores. Por primera vez se habla de Iglesia en singular. Este discurso va más allá de las simples relaciones institucionales y busca un diálogo real, tras la dolorosa fractura provocada en 2013 por la ley sobre el mal llamado matrimonio entre homosexuales».
En contra de esta ley también se manifestó abiertamente Chantal Delsol, filósofa y escritora, fundadora del Instituto Hannah Arendt. «La fractura profunda –hace notar Delsol– proviene en último término de una concepción de la laicidad como triunfo del ateísmo. Mientras que la cultura judeocristiana se encuentra en la raíz de todos nuestros valores constitutivos: la tolerancia, los derechos humanos, el espíritu científico...»
En efecto, en su discurso, Macron ha defendido una posición lejana mil millas del “triunfo del ateísmo”. Hablamos de ello con Louis Manaranche, profesor de Historia en la Universidad de París IV, columnista de Le Figaro y director del Observatorio sobre la modernidad del Colegio de los Bernardinos, la prestigiosa institución cultural católica donde se celebró el encuentro del presidente con los obispos franceses.
Macron ha dicho que no se puede ir hacia el hombre sin cruzarse con el catolicismo y que las preguntas que plantea la Iglesia son preguntas que tenemos todos, no solo las de un grupo restringido. Son acentos y conceptos que suenan inéditos en boca de un presidente.
Existe en efecto una dimensión novedosa en su discurso. Nicolas Sarkozy había pronunciado un discurso con algunos acentos similares en el Palacio de Letrán en Roma, en 2007 (dirigiéndose a la comunidad de franceses que trabajan en relación con el Vaticano, ndr). Sin embargo, para un hombre que viene del centro izquierda como Macron, en un país profundamente dividido a raíz de los conflictos de los últimos años, sus palabras cobran un tinte de novedad radical.
¿Qué ve Macron en el catolicismo francés? ¿Una fuerza electoral? ¿Una suerte
de suplemento de ayuda humanitaria para los más débiles? ¿O ve otra cosa?
No se puede negar demasiado rápidamente que Macron vea en los católicos una fuerza electoral, pero sabe muy bien que no los tiene de su parte a priori. Por consiguiente, no ha reaccionado como un jefe de partido que quiere ofrecer seguridades a sus bases. Macron ve a la Iglesia más bien como una institución que enseña a los cristianos a desplegar la caridad en la polis y que, haciéndolo, interpela a la sociedad en todos los ámbitos que afectan al hombre. El presidente espera una Iglesia libre, pero no “mandataria”.
Por lo tanto una Iglesia que tiene todo el derecho a expresar sus posiciones,
pero no a imponer su aplicación en el plano normativo. ¿Es una línea en la
que todos están de acuerdo?
No exactamente. En algún caso, este discurso puede haber molestado a ciertos creyentes. A mi modo de ver, el rechazo del “mandato por ley” se aplica al cuerpo político, laico por definición en Francia, pero no a las personas que, evidentemente, encuentran en el Evangelio y en la enseñanza de la Iglesia las directrices profundas
de su conciencia.
¿Se puede afirmar que Macron considera a la Iglesia como un recurso para Francia?
Absolutamente sí.
El presidente ha destacado la necesidad de reparar la relación dañada entre el Estado y la Iglesia. ¿Cuál es ese daño, esa fractura? ¿Y qué significa en concreto repararla?
La fractura está ligada en primer lugar a la herencia de cierto anticlericalismo que ha confundido la laicidad del Estado con un laicismo radical, que pretende relegar la religión al ámbito estrictamente privado. Rechazo de la visibilidad de los creyentes, falta de reconocimiento de las raíces cristianas de Europa: he aquí dos ejemplos elocuentes de semejante actitud. Por otro lado, existe una fuerte incidencia del individualismo contemporáneo sobre las cuestiones que afectan al comportamiento moral, cosa que ha empujado a cierto número de católicos fieles hacia una oposición conservadora. Este contexto, en el fondo, no ha cambiado. Pero él quiere renovar el diálogo sobre unas bases sanas y seguras.
¿La idea de laicidad está verdaderamente en el fundamento de la identidad nacional francesa? ¿En qué consiste exactamente? Y, sobre todo, ¿hay un consenso unívoco en torno a esta idea o existen interpretaciones diferentes?
La laicidad, como voluntad de encontrar lo que nos acomuna, más allá de las particulares pertenencias comunitarias en torno a un planteamiento racional en el marco republicano, es ciertamente uno de los fundamentos de la identidad francesa. La cuestión que sigue siendo motivo de discordia es el lugar de la religión en la sociedad civil. Algunos consideran que la laicidad también debe aplicarse a este nivel, lo que supone una mengua grave de las libertades. El debate sobre este punto se había estabilizado relativamente, pero el incremento de la presencia islámica en Francia ha reabierto polémicas.
¿Cree que la posición de Macron nace de un interés real por la dimensión religiosa y el cristianismo, o más bien nace de un deísmo de matriz ilustrada?
No sabría decir. Ciertamente Macron está marcado personalmente por una búsqueda espiritual, ligada a su proximidad con el filósofo Paul Ricœur y,antes, con sus estudios en un colegio jesuita. Por lo que se refiere a su posición religiosa actual... es algo que solo le pertenece a él.
¿Piensa que el pontificado de Francisco ha podido influenciarla de alguna manera a la hora de tender su mano a la Iglesia para este diálogo?
Con sus orientaciones sociales, especialmente con respecto a la ecología y las migraciones, el pontificado actual lo ha tocado sin duda. Y, sobre todo, nos ofrece un contexto que permite hablar de familia o bioética sin considerarlas una fijación exagerada sino, al contrario, una dimensión del mismo discurso católico sobre el hombre.
¿Esto significa que se darán pasos concretos en adelante?
Nada más incierto que esto. Pero una cosa es segura: el contexto es mucho más sano.
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