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Huellas N.6, Junio 2018

BREVES

Cartas

A cargo de Carmen Giussani

También yo quisiera ser tan feliz
Hola, Julián. Me mudé hace un año al norte de Noruega por motivos de estudio. En la ciudad solo somos dos los estudiantes de CL y empezar a vivir aquí el movimiento me está ayudando a renovar muchas certezas sin dar por descontado los gestos que antes llenaban mi vida cotidiana. Por ejemplo, los Laudes. Todo el mundo ya sabe que los domingos voy a misa. A raíz de esto, una noche una amiga española me preguntó: «¿Por qué?». Quiso entender cómo concilio mi fe con mi ser “científica”. Empecé a contarle cómo vivo, qué es el movimiento y los signos que reconozco que me rodean a diario. Al final, me dice: «Perdona si te hago todas estas preguntas pero me da curiosidad porque nunca he conocido a nadie como tú. Se ve que eres feliz y que crees en lo que dices». En ese momento me extrañó muchísimo su comentario porque es una de esas cosas que siempre piensas que le pasan a los demás pero no a ti. Luego añadió: «También yo quisiera ser tan feliz». Lo que logré contestarle fue: «De ti depende. Dios nos hizo libres, ahora te toca a ti mover ficha». Estábamos en una fiesta ruidosa y la conversación se interrumpió de repente. Espero tener la ocasión de retomarla. Estoy agradecida no solo porque quiero que mis amigos sean felices, sino porque lo que ha sucedido me ha confirmado en mi experiencia y me ha dado seguridad. Dentro de esta historia, he podido afirmarme con sencillez, sin temor y sin negar nada.
Chiara, Tromsø (Noruega)


Solo existe lo que está sucediendo
Cada cierto tiempo les piden a los residentes del hospital donde trabaja María que den una “sesión”, que viene a ser una pequeña presentación de algún caso clínico para ahondar en ciertas cuestiones prácticas de la Oncología. Y lo hacen delante de todos sus compañeros. La de hoy en concreto tenía que hacerla ella. Tema libre. Para que os hagáis una idea, utilizan una jerga de este tipo: «La quimioterapia intraperitoneal es recomendada por las NCCN como tratamiento adyuvante en estadios avanzados», ¡adyuvante!, ojo a la palabreja... o «carboplatino AUC 5/6 + paclitaxel 175 mg/m2 x 3 ciclos neoadyuvantes/adyuvantes» ... bueno, estas son algunas de las joyitas que explica delante de todo su equipo de vez en cuando. Pues bien, hoy ha llegado y se ha puesto a hablar de Sucederá la flor, un libro absolutamente excepcional que he leído y que me pidió para poder leer ella también. Es la historia de un padre que descubre que su hijo, a los dos años, tiene leucemia. Es maravilloso, no dejéis de leerlo; pero a lo que iba... La presentación comienza así (citas textuales del libro): «Nadie sabe qué es lo auténtico. Hasta que se lo topa: aquí se abre paso una verdad. La enfermedad nunca avisa de su llegada. Llega siempre a una hora inoportuna, sin pedir permiso, y nos aborda maelducatamente, como una salteadora. La inteligencia no la comprende, desconoce su idioma. Para entenderla es necesario ser tonto. He conocido a muchos hombres capaces de hablar varias lenguas o escribir un ensayo erudito sobre cualquier asunto difícil. Al recibir la visita de la enfermedad, la mayoría son bebés que balbucean. Todos sus saberes ceden como una bolsa de plástico cuando tiene un peso superior a su resistencia. Ellos iban silbando y de repente miran sus planes por el suelo, las manos sosteniendo las asas rotas, ni rastro de la antigua seguridad». Imaginaos por un momento a toda la planta de Oncología de un hospital escuchando algo así. Y sigue: «Leucemia. Dijo leucemia como si sirviera para explicar lo que nos ocurría. (...) Las calles, los comercios, las personas, todo seguía ocurriendo sin mi permiso». María citando a un escritor granadino en la sala de conferencias de conferencias de un hospital. Un lugar donde muchas veces, según me cuenta, nadie se sorprende de la llegada de una enfermedad porque, de hecho, abunda. Y continúa...«Pero la vida no nos obedece. Es imposible domesticarla. Corre, salta, ladra, por los prados del tiempo. No hay nadie capaz de ordenarle dame la pata, siéntate, ve a por la pelota. Hay una belleza secreta en su rebeldía. Un orden tras su aparente sinsentido» Comenta que la enfermedad pone el tiempo patas arriba. «Ahora sé que solo existe lo que está sucediendo. El pasado y el futuro son un intento de poner orden a lo que sucede sin detenerse, desatadamente. La enfermedad de un ser querido, nuestra propia enfermedad, nos arrebata esa ficción en la que pasamos tantas horas y nos regala el tesoro del ahora». Prosigue la historia y el padre cuenta en el libro que «a los amigos y familiares que venían a vernos se les notaba mucho cómo intentaban esconder su crispación con una risa torpe impostada, con la armadura de unas palabras consoladoras. Seguro que acaba bien. No sabes cuánto lo siento. Pa lo que necesitéis. Rezaremos. Yo tuve un amigo y luego nada... Los tratamientos ahora son mejores que en el pasado. Verás cómo todo se queda en un susto. Pensaban que así conseguiían aliviarme. Lo hacían de buena fe. Pero las frases no servían para nada, se quedaban en la orilla del dolor, eran como dardos que se caen durante el vuelo, antes de la diana. Date cuenta: todas nos aseguraban un futuro mejor, nos movían del ahora llevándonos a rastras al mundo de la hipótesis». Me pregunto cuántas veces se habrán planteado algo así sus compañeros médicos. Cuántas frases hechas que despistan al paciente del ahora... pero qué médico está dispuesto a mirar el “ahora” de sus pacientes... Cuando terminó la presentación, hubo un absoluto silencio elocuente. Y yo feliz por ver cómo el Señor cambia a una mujer para que se difunda por el mundo entero la esperanza, así, de forma discreta, presentando un libro en la sesión de Oncología en un hospital.
Alfonso, Madrid

Florecer en la comunión
El pasado 9 de abril, tres hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo pronunciaron en Roma sus votos perpetuos. A continuación el testimonio de una de ellas.
Mirando hacia atrás, tengo que dar gracias a Dios que me ha amado al darme su cercanía a través de muchos encuentros. El primero fue con la Virgen de Guadalupe. Luego, con mis padres, que me bautizaron y guiaron en la fe con su testimonio. Las monjas en el colegio me explicaron que Jesús siempre está presente en el tabernáculo. Este descubrimiento fue el comienzo de mi relación personal con Cristo. Hice mi primera confesión y comunión el mismo día, y comprendí que para recibir al Señor necesitaba preparar mi corazón confiándome a su misericordia. En la hermana Elene y padre Anselmo, dos amigos de mis padres que han estado muy cerca de mí, vi una alegría que me ha hecho desear ser como ellos. Era todavía una niña cuando mis padres conocieron el movimiento de Comunión y Liberación. En los momentos compartidos sentía que había algo más grande que me unía a las personas que encontraba. Llegada al bachillerato, descubrí que el movimiento era para mí. Me sorprendía la forma como las personas estaban juntas, me sentía tomada en serio y amada. El cuidado por la belleza, el orden de las cosas fueron descubrimientos bellísimos. En la universidad encontré una chica que venía de una familia de CL y, por los números de la comunidad en Ciudad de México,¡puedo decir que fue realmente un milagro! Eva pertenece a la bellísima comunidad de Coatzacoalcos, una de las más numerosas del país, fundada hace más de treinta años por la fidelidad de un grupo de mujeres. Las dos éramos muy fieles a los gestos que se proponían. Siempre invitábamos a los que conocíamos en la universidad, pero sin grandes resultados. Así que vivimos con intensidad lo que el movimiento nos proponía, teniendo la experiencia del perdón y de la corrección fraterna. En ese momento, nuestro deseo era ver crecer el movimiento. Hoy me doy cuenta que esto ha ocurrido, no en números multitudinarios como esperábamos entonces, sino en nuestro crecimiento humano. En aquellos años, el responsable de los universitarios en México era el padre Franco, un sacerdote de la Fraternidad San Carlos. Había conocido también a algunos seminaristas que estuvieron allí durante un tiempo. Mirándolos, deseaba encontrar un lugar donde ser educada de la misma manera. Cuando uno de ellos, Rubén, me habló de las Misioneras de San Carlos, descubrí de nuevo la misericordia de Dios que, mientras suscitaba un gran deseo en mi corazón, preparaba el lugar para colmarlo. Entre las Misioneras me he sentido como en casa, tanto en la temporada pasada en Roma como en los años vividos en Reggio Emilia, al servicio del obispo, monseñor Massimo Camisasca. Entendí que mi estabilidad coincide con la pertenencia a las Misioneras. La belleza que me había cautivado en el movimiento ahora ocupa todos los momentos del día, desde la forma de rezar hasta poner la mesa. Hoy estoy aprendiendo que la santidad es posible pero que no se alcanza solos. La comunión vivida con mis hermanas, sobre todo en los últimos años, me ha hecho descubrir que el abrazo y el perdón pasan por compartir la vida. Quiero servir al Señor en el mundo, empezando por EEUU adonde iré en unos pocos meses.
Hermana Marilú

Un tiempo lleno de gracia
Querido Julián: Debido a mi situación de salud, me veo totalmente condicionado por una serie de límites y obligado a detener mis actividades, en una situación de dolor y de espera. Parece que todo se detiene y que nada importante puede suceder excepto lo que yo reclamo (y que es justo): que, para perder menos tiempo, cuanto antes se resuelva, mejor. Pero debo decirte que esta espera no está siendo para mí un tiempo perdido, como algo entre paréntesis o algo que me separa sin más de lo que deseo, sino todo lo contrario. Está siendo un tiempo lleno de gracia, atravesado por una continua petición. Es clarísimamente una ocasión privilegiada de relación con Él, donde quiere que conozca y aprenda cosas que, seguramente, me habría perdido si me hubiera concedido automáticamente lo que le pido. Aprender la «paciencia», para dejar que el Señor a su modo me vaya moldeando y construyendo; la «dependencia», para experimentar mi nada que es siempre abrazada y consolada; la «humildad», que nace al ver humillada mi presunción de autosuficiencia y de creerme algo; el valor del «dolor y del sufrimiento» que, unidos a su Cruz, hacen míos tantos dolores en el mundo del cual estaba tan distraído... Todo esto me permite reconocerle a Él como único Dios y Señor. Me doy cuenta
que fuera de esta santa espera, tantas veces combatida y aparentemente estéril, de esta «vigilia» atenta que es toda la vida, no dejaría sitio en mí para ver quién es Él, lo que es el Señor, lo que hace y dice de mí y, a través de mí, también a los demás. El Señor siempre quiere darnos mucho más de lo que le pedimos y descubro que el único tiempo perdido es el que no es ofrecido. Ofrecerle mi espera, dejarle espacio para que mi nada sea el lugar de su obra y de su gloria, es mi único bien.
Jorge, Madrid


Ya se vuelve azul el cielo
Querido Julían: Te escribo a la vuelta de la Fraternidad en Ávila para contarte un cambio de mirada que me ocurrió mientras te escuchaba el sábado por la tarde. Desde hace varios años la vida nos ha golpeado a mi mujer y a mí duramente, hemos pasado de una situación dolorosa a otra sin darnos tiempo para respirar y en cada una de ellas no he podido dejar de preguntarme qué quería Dios de mí. Esto me ha hecho endurecer el corazón, no me valía nada, ni la Escuela de comunidad ni rezar cada mañana. Vivía mi circunstancia sin poder respirar. De hecho, estando en los Ejercicios, una amiga de toda la vida me dijo que ya no era el mismo de antes. Eso me golpeó, ella se había dado cuenta que con los años me había vuelto mucho más arisco. Desde el nacimiento de mi primer hijo, cada vez que mi mujer se quedaba embarazada terminaba en aborto. Durante este tiempo no he dejado de preguntarme a qué jugaba Dios conmigo, para qué me ponía ese deseo de paternidad y me concedía un hijo si luego me lo acababa quitando. Milagrosamente, cuando menos lo esperábamos, mi mujer se ha vuelto a quedar embarazada, han ido pasando los meses y en vez de prevalecer en mí la alegría por ese nuevo hijo que sigue adelante bien, no podía dejar de vivir con miedo. A cada visita médica iba cargado de estampas de santos que iba recopilando, como si el resultado de la ecografía dependiera de las estampas que llevara, del análisis que yo pudiera hacer de de las miles de ideas que me hacía del nuevo embarazo. Escucharte me hizo volver a respirar al tomar conciencia de que es Jesús quien está haciendo a mi hijo. Si mi punto de partida no es Jesús, en lugar de reconocer el milagro de la vida que el Señor está haciendo, reduzco el signo a mis miedos, reduzco el acontecimiento de lo que Él me regala, en un momento en que nosotros ni lo esperábamos. Es un atractivo que cambia la vida hasta el punto de que al terminar la lección de la tarde a la salida me encontré de nuevo con esta amiga y me salió espontáneo volver a abrazarla. Esta semana después de los Ejercicios hemos vuelto al ginecólogo, pero no iba cargado de estampitas. Mi mujer no hacía nada más que preguntarme si yo estaba tranquilo porque no podía entender que estuviese tan tranquilo, pero yo no podía quitarme de la cabeza todo lo que había escuchado. Al salir del ginecólogo era como si el azul del cielo volviera a ser más intenso. Gracias Julián por tu compañía y por el camino apasionante que nos propones a cada uno.
David, Málaga


Celedonio, taxista
Después de un tiempo que parecía interminable esperando el Metrobús el domingo por la tarde sobre el Paseo de la Reforma, me desesperé, crucé a la lateral y busqué un taxi. Era un traslado corto, de la glorieta de la Palma a la Diana, pero iba ya tarde a una comida. Se detuvo un taxi destartalado y salté al interior. Olía a gasolina y a gases. El conductor, de apariencia humilde, portaba un tapabocas. Vi la calcomanía de identificación en la ventanilla y retuve solamente el nombre de pila del conductor. Mientras escribo estas líneas, trato sin éxito de recordar su apellido. Celedonio era uno de esos taxistas conversadores. Empezó a hablar tan pronto estuve a bordo. Después de ver a un ciclista que por poco atropella a un trabajador de limpia en la ciclopista, comentó que era lamentable que circulara tan rápido y celular con Google Maps o Waze, tampoco era muy orientado. Sus manos estaban deformadas por artritis. El tapabocas me impedía verle el rostro y le pregunté: «Le dio una gripe fuerte, ¿verdad?». Él volvió el rostro y respondió: «No, es cáncer». Guardé silencio, pero Celedonio retomó la conversación. «Esos ciclistas no entienden que lo hermoso de la bici es disfrutarla. No tiene sentido ir a mil por hora. Recuerdo cuando era chamaco. Había unos niños con su papá ahí por donde yo vivía. Les habían comprado unas bicis nuevas y yo los veía andar y divertirse en un cerro. De repente, el papá, que se veía bien vestido, distinguido, le dijo a uno de sus hijos que se bajara de la bici y que me la prestara. Yo no lo podía creer. Todavía me acuerdo de lo bonito que fue para mí andar en bicicleta. Y eso que fue hace muchos años. Yo ya no estoy joven. No entiendo por qué estos chavos quieren ir tan rápido». Don Celedonio habló sobre su enfermedad y el tratamiento. Me dijo que era difícil trabajar en esas condiciones, pero que le gustaba hacerlo. Además, no podía parar. Si no, ¿de qué iba a vivir? No hay jubilación para la gente pobre, para la gente realmente trabajadora. El trayecto, corto de por sí, se fue en un santiamén. Al llegar a mi destino, el taxímetro marcaba 18 pesos. Le di un billete de 50 y él empezó a buscar cambio. Le dije que no se molestara. Él se persignó con el billete y me dijo: «Dios se lo va a multiplicar». Le agradecí y él respondió: «Dios lo bendiga. Él va a ser muy generoso con usted. Yo lo sé. Tengo muy buena relación con Dios. Él siempre ha sido bueno conmigo». Yo no soy religioso, pero cuando bajé del taxi me sentí protegido. Llevaba las bendiciones de Celedonio, un hombre que a los 80 años trabajaba necesidad, pero también por gusto; que debe cubrirse el rostro para ocultar una herida de cáncer; que aprovecha su cercanía con Dios para pedir no para él sino para un pasajero a quien acaba de conocer; que recuerda aquella vez de niño cuando le prestaron una bicicleta.
Sergio Sarmiento, Méjico (publicado en Zócalo)

El regalo para las bodas de plata
Querido Julián, ayer mi mujer y yo celebramos nuestro veinticinco aniversario de bodas. A la pregunta de familiares y amigos: «¿Qué queréis de regalo?», nuestra respuesta fue: «Nada, gracias. No necesitamos nada». Inmediatamente, nos dimos cuenta de que en realidad ¡lo necesitamos todo! Necesitamos un lugar que nos sostenga en el deseo y en nuestra única necesidad: reconocer la presencia de Cristo en el día a día, en nuestra persona, nuestro matrimonio y nuestra familia. Muy agradecidos por cómo nos acompañas en este camino, hemos decidido pedir de regalo una ofrenda que hoy hemos ingresado en la cuenta de la Fraternidad.
Elisabetta y Marco

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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