El relato (y las expectativas) de uno de los 340 jóvenes de todo el mundo invitados por el Papa para preparar en Roma el Sínodo de octubre
Os necesitamos para preparar el Sínodo que reunirá a los obispos en octubre». Así inauguró el Papa los trabajos de la reunión pre-sinodal, celebrada del 19 al 24 de marzo para ponerse a la escucha de a los jóvenes, sin filtros. Participé en el encuentro -el primero de este tipo en la historia de la Iglesia- junto a 340 jóvenes convocados del mundo entero, creyentes y no creyentes, más otros 15.000 que intervinieron por Facebook. Veinte grupos lingüísticos y seis grupos sociales abordaron los temas propuestos en las tres secciones del plan de trabajo: desde la formación de la personalidad a la relación con los demás, de la tecnología a la búsqueda de sentido, llegando hasta la vocación, el estilo de la Iglesia y su pastoral. La tarea encomendada consistía en redactar un documento que estará entre las fuentes del Instrumentum laboris del próximo Sínodo.
En mi grupo, Italiano 1, catorce jóvenes procedentes de diversos caminos, con un horizonte mundial, desde Serbia hasta Ucrania, de Iraq a Timor Oriental. «La juventud no existe, existen los jóvenes», dijo Francisco. Efectivamente, lo que surgió en el trabajo no era una serie de análisis abstractos sino experiencias compartidas. Es decir, no una juventud, sino jóvenes comprometidos con sus propias preguntas. Y con sus propias convicciones. No faltaron discusiones ni incomprensiones, pero cuando te enfrentas a algo más grande -en primer lugar el rostro del que tienes delante- todo eso lo comprendes, incluso te ayuda a poner de manifiesto lo que interesa realmente. En el arco de esa semana el deseo de llegar a un juicio común prevaleció sobre la insistente afirmación de la propia posición. ¿Pero qué es lo que posibilita un cambio así, más aún hoy, cuando la primera hipótesis en las relaciones suele ser la desconfianza? «Todo esto es demasiado fuerte. Tendré que pensar mucho antes de poder entenderlo», decía Maxime, un chico ateo, el mismo que dirigió una pregunta a Francisco el primer día. Justamente lo que estaba pasando ante nuestros ojos era el origen mismo de la novedad, y eso ha iluminado mis expectativas ante el próximo Sínodo.
Un lugar. Por un lado, la evidencia de que -como afirma el documento final- «más allá del contexto, todos comparten el mismo deseo innato por altos ideales: paz, amor, confianza, equidad, libertad y justicia». Habitualmente se cree que hablar con nosotros los jóvenes significa tan solo adecuar el propio lenguaje al nuestro, casi como si fuéramos una categoría aparte, extraña. O pensar que basta un análisis contextual, una propuesta de investigaciones más o menos descriptivas y visiones de la sensibilidad juvenil para poder entendernos. En cambio, no hay posibilidad de diálogo ni de comprensión al margen de la vibración de este "deseo de altos ideales". La experiencia de esta reunión ofrece ya un punto de partida al Sínodo: mirar a los jóvenes haciendo propia la audacia de esta aspiración, abrazando la posible confusión con que pueden vivirla. Porque un joven es en primer lugar un hombre. Y, como Maxime, querría «construir una fortaleza» en su propio corazón. Con un pero: «No sé por dónde empezar para tomarme en serio el deseo de conocerme de verdad».
No en vano el documento habla de la necesidad de un lugar que no se agote en sus factores humanos. «Los jóvenes buscan en las comunidades un sentido para la vida», desean «encontrar un lugar al que sentir que pertenecen». La reunión fue un ejemplo de ello y planteó un desafío al Sínodo: preguntarse si la Iglesia es el lugar de una compañía más atractiva que cualquier otra, por el modo en que intercepta y valora este deseo de plenitud. El Papa lo hizo frente a Maxime: «Tú ya has empezado; tú has empezado al dejar salir esas preguntas, ¡sin anestesiarlas!». No una afirmación por justa que sea, sino una pregunta existencial. Es el inicio de todo. ¿Pero quién sabe tomarla en serio de esta manera? Simplemente celebrándose, la reunión pre-sinodal ha dado una señal. Lo que hace falta no son ante todo investigaciones sociológicas o estrategias pastorales. Lo que despierta el corazón del hombre, y por tanto el del joven, es tener delante un hecho que hace renacer el deseo de vivir y la tensión de caminar junto con quien desee hacerlo. La sola existencia de la Iglesia basta para decir que existe un lugar donde esto sigue sucediendo. En definitiva, el Sínodo ya lo tiene todo en sus manos. Por eso estoy expectante.
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