Hoy en día, cuando internet, las redes sociales y lo virtual cambian el conocimiento mismo de la realidad, la tarea de los adultos es decisiva: ayudar a los chicos
Es vieja como el hombre la tentación de pensar que los tiempos pasados eran más vivibles que los actuales y que los jóvenes de entonces eran mejores que los de hoy. Pero cerrarse en esa posición nostálgica no construye nada y, además, tiene consecuencias relevantes. En primer lugar, la de no entender lo que está pasando, la incapacidad para leer una realidad que no nos gusta y que no queremos aceptar. Y luego, la de quedar al margen de esta misma realidad, sin vivirla a fondo, rechazándola a priori.
Hace un año, en su discurso a los estudiantes universitarios de Roma Tre, el papa Francisco indicó claramente un camino distinto. A la pregunta que un joven le planteaba acerca del cambio de época, contestó con una sorprendente apertura hacia la modernidad: «¡Si no aprendemos a tomar la vida como viene, nunca aprenderemos a vivirla! La vida se parece un poco al portero de fútbol que debe atrapar el balón desde donde se lo tiren. Pues la vida se debe tomar tal como viene. No vivimos en los Tiempos modernos de Charlie Chaplin, nuestra época es distinta. Debo tomarla como viene, sin miedo. ¡La vida es así!». Y precisamente en esta época, la misma que él nos invita a vivir sin miedo, asistimos a la llamada "revolución digital". No podemos negar que tenga un efecto sobre nosotros, los adultos, y aún más sobre los más jóvenes, que no la viven como una revolución ya que han crecido en ella, sumergidos en una suerte de líquido amniótico confortable.
Son muchas las preocupaciones de los adultos respecto de la red: no solo la precoz exposición a contenidos peligrosos, de los que la pornografía es simplemente un aspecto (no hay que olvidar las múltiples teorías que circulan en la web en contra del hombre, las nuevas tentaciones totalitaristas, el adiestramiento en prácticas autolesivas), sino también la mutación tanto del concepto mismo de relación entre las personas como del modo de conocer la realidad.
¿Alguien cree de veras que los jóvenes habrían podido pasar indemnes por la revolución digital que en tan poco tiempo ha abierto multitud de oportunidades nuevas? Primero los sms, luego los chat, los mensajes de voz, los mensajes en tiempo real (que pronto desaparecen), las redes donde compartir la propia vida y observar la ajena. Todo esto ha creado formas inéditas de comunicación, medios de relacionarse impensables hasta ayer, con reglas y códigos nuevos que en muchos casos han redefinido los comportamientos y el léxico de las personas. Todos sabemos que es imposible llamar "amigo" a alguien a quien nunca has estrechado la mano y cultivar la ilusión de trabar relaciones sin jamás encontrarse físicamente con nadie. De la misma manera se puede creer que conocemos algo solo porque lo hemos visto en una pantalla, como si el conocimiento aconteciera a través de una imagen y no de una experiencia. Como si fuera igual ver el David hecho de píxeles o girar a su alrededor en Florencia y ver la luz que esculpe el mármol.
Todo esto exige algo nuevo de los educadores, quizás que den un paso más. Ciertamente, no podemos limitarnos a una lógica de mero control, porque no sirve. En primer lugar, es realmente imposible. Por ejemplo, en las redes sociales los jóvenes migran cada vez más rápidamente a nuevas plataformas y así, mientras los padres discuten con preocupación sobre Facebook, todos ellos ya se han pasado a Snapchat, Musical.ly o ThisCrush. Pero, sobre todo, el mero control no sirve porque nos espera una tarea mucho más interesante y también más esencial: vencer precisamente con la realidad el reto que nos lanza lo virtual. Pero debemos estar verdaderamente convencidos de que, si existe una realidad interesante, que nos apasiona, lo virtual se pondrá a su servicio y se convertirá en un factor positivo por su potencia a la hora de facilitar los contactos y amplificar las ocasiones de intercambio.
El verdadero problema surge, en efecto, cuando lo virtual erosiona lo real, lo engloba y lo empobrece; cuando el aislamiento social avanza, empalidecen progresivamente los intereses, las actividades menguan hasta desaparecer. Debemos evitar que esto suceda, conviene gastar nuestras energías en lograr este objetivo. Hoy debemos concebir la educación como un ofrecimiento de mayor realidad y no como un menos (enganchados a la red, los chicos tienen la ilusión de tener más realidad y hay que ganarles la partida). No basta limitar el tiempo de la playstation, reglamentar el uso del smartphone, temporizar el wifi en casa o poner claves y filtros, medidas que, según las distintas edades, son de todas formas necesarias. Mucho menos sirve impedir, como forma de castigo, que participen en una excursión con el colegio, con los scout o la parroquia, los entrenamientos con el equipo deportivo o la compañía de los amigos. Al contrario. En una época en que el peligro es que lo virtual se vaya comiendo lo real, nuestra tarea es precisamente la de ofrecer, proponer y alentar una experiencia directa y concreta.
La primera forma de lograrlo es facilitar las relaciones, creando las ocasiones para que nazcan y se consoliden.
Podemos hacerlo abriendo las puertas a amigos y compañeros, con una casa que vuelve a ser un lugar donde vivir y no una habitación estéril que no hay que manchar; es bello que los chicos puedan jugar, estudiar, divertirse juntos en el lugar donde viven. Hagámoslo sin ser invasivos, dejándoles la posibilidad de hacer actividades con nuestra presencia al lado, atenta y al mismo tiempo discreta. Conviene además encontrar otras casas abiertas. Para muchos padres ya no es normal conocer a otras parejas con hijos de la misma edad. Los horarios de trabajo se han dilatado y los compromisos se multiplican, de modo que a veces no queda margen (ni ganas, ni a veces posibilidad) para conocer y visitar a otras familias.
Salir del clan. Puede influir también una cierta sospecha que, instigada por unos medios a los que les encantan los casos extremos, nos induce a ver el mal por doquier, nos lleva a desconfiar de la gente y a sentirnos seguros solo si estamos "en nuestro clan". Pero la familia no es un clan ni tampoco una reserva india, se nutre de la aportación de los demás, que la renuevan y la revitalizan día tras día. Por último, conviene no ser padres celosos. Les hemos dado la vida, los hemos criado y los estamos haciendo crecer lo mejor que sabemos, pero no podemos pensar en ser los únicos, en agotar el horizonte de su relación con los adultos. El padre celoso es el que piensa que lo puede hacer todo solo, el que sospecha de los demás, teme a las interferencias educativas y vive en retirada defendiéndose, es el que piensa que nadie conoce a su hijo como él. En cambio, a los hijos también les gusta darse a conocer a otros. Profesores, entrenadores, educadores, catequistas, amigos de la familia: todos ellos son personas con las que los chicos pueden encontrase muy a gusto. Sin ligerezas y con juicio, conviene favorecer la relación con ellos en los distintos ámbitos de la convivencia. Por otra parte, si hemos tenido suerte, todos recordamos aquella relación con al menos un adulto que no era nuestra madre ni nuestro padre, con el que hemos crecido, que nos ha escuchado, entendido y ayudado a vivir. Un adulto que probablemente todavía hoy recordamos con afecto y gratitud.
Sin embargo, para lograr de veras este objetivo que consiste en educar "ofreciendo" realidad, debemos estar convencidos en primer lugar nosotros de su positividad. Y, a la vez, estar comprometidos y ser serios con nuestra vida. Los más jóvenes necesitan adultos que no sucumban a tentaciones nostálgicas que mitifiquen el pasado; adultos que no tengan miedo, que no se muevan por la vida con temor. Necesitan hombres y mujeres que vivan el presente amándolo como una ocasión para construir, que se comprometan abiertamente y testimonien por qué lo hacen, que quieran dejar la mejor herencia humana posible. Esta herencia será lo que los hijos tendrán que reconquistar para poseerla de nuevo, como decía Goethe; sin imposiciones ni constricciones, sino libremente según su insustituible juicio personal.
Trabajemos entonces para que lo hagan sin miedo, con la confianza y la curiosidad propias de su edad temprana, todavía no envilecida por el desengaño ni infectada por una actitud desconfiada. Que la madurez de la experiencia nos abra a la vida de nuestro tiempo, con la certeza de que cada época tiene sus características y nos aporta una novedad para que podamos construir en virtud de una hipótesis positiva, en lugar de ser un fardo pesado que nos ensombrece el horizonte. Dejemos que sean precisamente los jóvenes los que con su apertura nos ayuden a no caer en el cinismo o la añoranza, a sustituir el escándalo que cierra y rechaza por un juicio que corrige y relanza. Hasta poder disfrutar de esta extraordinaria época que, como un portero de fútbol que atrapa el balón que ha llegado a sus manos, nos ha llegado como un regalo. Sería una pena no aprovecharlo.
7
las horas que los adolescentes italianos pasan con el móvil en la mano. El 71,5% dice utilizarlo también durante el horario escolar y más de 1 de cada 10 admite que comprueba mensajes y noticias también durante la noche. El 95% tiene un perfil en las redes sociales. El 94% usa internet y las redes sociales para hablar con los amigos, el 69% para escuchar música o ver una película, el 58% «por aburrimiento», el 44% juega online.
55%
los adolescentes que utilizan a diario los mensajes de texto para comunicarse con los amigos: es la forma de comunicación más utilizada, seguida de los mensajes instantáneos (27%), las redes sociales (23) y las llamadas por teléfono (14). Solo 1 de cada 4, en cambio, queda con ellos. Internet es el tercer lugar de encuentro con los amigos más cercanos, después de la escuela (83%) y las casas (58%). 6 de cada 10 chavales dicen haber entablado nuevas amistades online. Pero el 77% nunca se ha encontrado físicamente con estos nuevos amigos.
-2%
el descenso en el uso de Facebook entre los adolescentes americanos entre 2014 y 2017. Lo utiliza el 76% de los chavales, mientras que el 96% frecuenta YouTube, el 69% Instagram y el 67% Snapchat (la red social en ascenso que creció un 28% el año pasado). 1 de cada 2 utiliza Twitter.
31%
el porcentaje de chavales que «se sienten solos» a menudo, según una estadística americana de hace tres años: en 2007 eran el 24%. El mismo incremento (del 34 al 42%) entre los chicos que duermen menos de 7 horas por noche. En el mismo período quedar con los amigos ha pasado de 2,7 veces por semana a 2,3.
2 de 3
los adolescentes europeos que se declaran «seguros» de saber más de Internet que sus padres. Con respecto a los más jóvenes (entre 9 y 16 años), los padres que declaran hablar con los hijos de lo que ven en internet son un porcentaje sorprendente: 70%. El 58% dice “seguirles” mientras los chavales están online, 1 de cada 4 admite controlar la cronología de sus visitas online.
1.955
los millones de veces que se ha usado Tears of Joy, el emoji con la cara que llora de alegría, en Twitter en 2017: el simbolito de la risa (incluso sarcástica) es el más popular absolutamente, por delante del corazón (918 millones) y la carita enamorada (727). El hashtag más usado en Instagram es, en cambio, #Love.
Fuente: Pew Research Center; Eu Kids Online Survey; The Atlantic; WeAreSocial; Adnkronos/Oss Tendenze adolescenti
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