Una jornada en la Penny Wirton, una escuela fundada por el profesor y escritor romano para los inmigrantes. Para ver en acto «la acción educativa»
Hoy estoy agotado. No me da la vida ni para estudiar». Chiara, cuarto curso en el Liceo Clásico Albertelli de Roma, no sabe qué hacer. Con el programa de alternancia escuela-trabajo, hace dos meses empezó a dar clase de italiano a chavales extranjeros en la Penny Wirton, una escuela para inmigrantes fundada por Eraldo Affinati, profesor y escritor, y su esposa, Luce Lenzi. Le gusta muchísimo. Esas dos tardes a la semana en un sótano de la calle Tiburtina son un descubrimiento continuo de historias -a veces trágicas- de jóvenes de su misma edad, que le cuentan sus sueños, dudas y esperanzas...
Da vueltas al libro de texto que tiene en sus manos con el que debería dar clase y, mientras, mira a Eslam, egipcio. Su cara está realmente agotada. Adelantándose, el muchacho le propone: «¿Qué tal si jugamos a las cartas?». Chiara duda. Siente la responsabilidad de su tarea. Es fundamental que aprendan italiano, para eso están ahí. Tiene que decidir. Podría llamar a Eraldo o Luce que están al fondo de la estancia ayudando a otros chavales. «Venga, vale. Ve a por la baraja». Dos horas jugando a la bríscola, a la que se van sumando otros alumnos y profesores. Dos horas preciosas. Y entre una baza y otra se cuela la explicación de alguna regla gramatical, el cálculo de los puntos, la corrección de ciertas palabras para poder entenderse. y todo en italiano. «Esa tarde no se me olvida. Fue un rato muy agradable, pero con la satisfacción de que al mismo tiempo les estaba enseñando». Al preguntarle qué es lo que aprende en esas horas, responde: «Que uno no puede rendirse en la vida. Que existe la esperanza de un futuro mejor. Venir aquí me ha dado emociones, valores, me ha “modificado", me pone a prueba». Elvis, 32 años, filipino, dos carreras. Llegó a Italia hace cinco años y desde entonces siempre ha trabajado: cuidador, profesor de inglés. Y por la tarde, a estudiar italiano. Elvis tiene un sueño: matricularse en Derecho. Por eso se acercó a la Penny Wirton para perfeccionar el idioma. «Es muy buen estudiante», explica Edoardo, estudiante de cuarto en el Liceo Clásico Torquato Tasso. Durante una clase tuvo que explicarle a Elvis el uso del “tú" y del “usted", las partículas pronominales, y el uso del condicional (uso hipotético incluido). «Menudo día. Desde que estoy aquí, creo que fue una clase de las que salí más satisfecho. Pero lo más importante para mí es la relación que se entabla con estos chicos. Aquí recibo más de lo que doy. Ellos te cuentan en primera persona, en vivo y en directo, algo que tú lees distraídamente en los periódicos o ves en la televisión. Carestía, guerras, huidas, viajes interminables. Con ellos, conoces la realidad. Te sientes implicado». Hasta el punto de que con Giovanni, compañero suyo en el liceo y en la Penny Wirton, llevó una tarde a toda su clase con el profesor de griego al sótano de la vía De Dominicis. ¿Sus sueños de futuro? «Hacer algo que me guste, más allá de lo que pueda ganar. Y si haciendo lo que me gusta puedo ayudar, estupendo. Quién sabe, ¡a lo mejor puedo ser profesor!». ¿Pero cómo hacerse “mayor" no de edad, sino madurando las esperanzas, los deseos y los sueños? Mejor dicho, ¿cómo ayudar a un chaval a crecer, a entrar en el mundo? «En una palabra, ¿cómo educar?», resume Eraldo Affinati, que durante más de treinta años ha dado clase en institutos profesionales de las barriadas romanas. En sus libros ha vertido la experiencia de esta "carrera" en estrecho contacto con los jóvenes, «que desde 2008 continúa en la aventura de la Penny Wirton», señala mientras toma un libro de un estante para dárselo a un chico: «Esto es para ti». Cada palabra, cada episodio narrado en sus páginas (desde el Elogio del repetidor, a Todos los nombres del mundo) expresa la búsqueda acerca de lo que significa educar. «Ayudar a un chico a hacerse mayor, desde un punto de vista espiritual, significa esencialmente conocerlo, entrar en relación a fondo con él, sobrepasando incluso el propio rol institucional. Hace falta ser maestro y amigo». Dos posturas aparentemente irreconciliables, podríamos objetar. «El maestro es aquel que encarna -y no uso este verbo al azar- el límite que el chico no debe superar. El amigo conoce al chaval, comparte sus entusiasmos, sus pasiones y también sus desalientos. Hay que vivir la acción educativa en este doble plano. Con esto el docente se expone totalmente, lo cual puede dejarle herido, hasta sufrir cierta inseguridad o malestar».
El ejemplo más sencillo, dice, es cuando hay que sancionar a un alumno. «Tienes que estar dispuesto a aceptar su protesta, que vaya en tu contra. Ese es el límite con el que tiene que medirse. Por desgracia, hoy casi nadie sabe decir no, empezando por los padres. Muchas veces son padres “jóvenes" desde un punto de vista espiritual. Y el profesor está cada vez más solo y tiene que suplir, en cierto sentido, este vacío, esta falta. Hay que equipar para la vida a los chavales, es decir, acompañarlos en la experiencia». Se detiene un momento. «Durante estas horas, Chiara, Giovanni, Edoardo y los demás bachilleres entran en relación con otros jóvenes y con una realidad desconocida para ellos. Se mezclan. Y nosotros apostamos por la calidad de estas relaciones humanas. La alternancia escuela-trabajo permite tener experiencia de la realidad».
Un sendero luminoso. Esto pasa en la Penny Wirton. Pero, ¿en una escuela “normal" es más difícil adquirir esa experiencia de la realidad? No. Lo demuestra un hecho sucedido hace unos años. Durante la explicación del poema Mi illumino d’immenso un chaval levanta la mano y pregunta: «Profe, ¿dónde está enterrado Ungaretti?». Algo se encendió en la cabeza de Affinati y aprovechó la ocasión al vuelo: «Aquí, en Roma. En el cementerio del Verano. Os voy a llevar». Al día siguiente, la clase continúa ante la tumba con la foto amarillenta del poeta. «Tomé en serio su pregunta y les mostré que Ungaretti existió realmente», explica Affinati. «Con los chicos hay que salir de la virtualidad a la que ya están acostumbrados, para tocar la realidad. Desde el ordenador pueden acceder a todas las informaciones que deseen pero, ¿qué elegir?». Y añade: «Hay que trazar un sendero luminoso. En literatura, por ejemplo, hay que enseñar la calidad artística. Que entiendan la diferencia entre Manzoni y un simple escritorzuelo. Pero para entenderla deben experimentarla, saborear esa diferencia cualitativa». El ejemplo de Manzoni no es casual. Affinati acaba de estar en Lecco tras las huellas del escritor lombardo. Justo donde Lucia, en Los novios, pronuncia su adiós a los montes, se erige un centro de acogida para inmigrantes, personas que han tenido que dejar su tierra obligadas por las circunstancias. «Llevar a los chicos a este lugar y leer las palabras de Lucia significa hacerles sentir el drama de la distancia como muy real y actual. Y al final ves brillar los ojos de tus alumnos. Ese es el momento más deseado por un profesor, porque entonces te das cuenta de que has sido un buen maestro».
Un profesor así ya no tiene horarios, no hay un “antes" ni un “después" de clase. «Los chicos ya no son solo alumnos, son hijos. Hasta que llega el momento de la separación».
Volvemos al punto inicial. Unas filas por delante está Hope, una nigeriana jovencísima a la que Luce está ayudando a componer palabras con unas letras móviles. Quién sabe, quizás Edoardo decida tomar el camino de la enseñanza. Affinati sonríe mirando al joven, que gesticula mientras explica una regla gramatical. «Quizás. Estoy seguro de que los encuentros que ha tenido aquí han encendido unos faros en su interior. Participar en experiencias comunitarias arranca al chaval de su mundo cerrado y lo enfrenta a la realidad. Hay encuentros importantes en la vida de cada uno, que proporcionan a un adolescente la brújula para comprender qué está bien y qué está mal. Cuando un profesor no queda encerrado en su saber, percibe las llamitas que en un momento dado prenden en los que tiene delante. Hay que captarlas al vuelo para orientarlas hacia el bien».
Como un alumno descarrilado que escribía canciones de rap. Un día, al enterarse del “segundo trabajo" de su profe como escritor, le entregó un escrito. «Era realmente hermoso», recuerda Affinati. «Compuesto totalmente por nombres de calles, tenía una cierta musicalidad. Allí estaba el gancho, la llama que podía servir para arrancarlo de su apatía, de su vacío. Unos años después, fui a un local a escucharle recitar sus textos en inglés».
¿Hace falta mucha observación? «No solo. Hay que mirar, mirarles a los ojos y compartir. El papa Francisco lo resumió perfectamente en esta frase a los alumnos de los jesuitas: "Al educar existe un equilibrio que hay que mantener, equilibrar bien los pasos: un paso firme en el marco de seguridad, pero el otro caminando por la zona de riesgo. Y cuando ese riesgo se convierte en seguridad, el otro paso busca otra zona de riesgo”».
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