A los pocos días de la visita del Papa, visitamos en San Giovanni Rotondo el hospital que nació del santo capuchino. Para ver en primera persona ese «algo más» que lo hace único. Y que toca la vida de médicos, pacientes, padres y visitantes…
Dejadlo hacer, está donándome su dolor», susurra el Papa Francisco mientras estrecha al joven que arrodillado lo abraza mojando con sus lágrimas su muceta blanca. En esa habitación de la planta de oncología pediátrica de la Casa Alivio del Sufrimiento en San Giovanni Rotondo, parece que estamos asistiendo en vivo al encuentro del hijo pródigo pintado por Rembrandt. Es 7 de marzo. Francisco, rindiendo homenaje a san Pío de Pietrelcina en los lugares donde vivió, quiso visitar y pararse a conversar con estos pequeños enfermos y con sus padres. Para cada uno tiene una caricia, un intercambio de palabras. Besa a un niño congolés, abandonado en la jungla porque tiene el rostro gravemente deformado; luego lo recogieron unas religiosas y lo llevaron a San Giovanni Rotondo para ser operado. No es el primero. Desde hace años hay un puente que une África con la Casa Alivio del Sufrimiento. En estas habitaciones se vive cotidianamente en contacto con el dolor inocente, el más inexplicable. «Un misterio, como dijo el Papa, que afecta también a los padres», explica Saverio Ladogana, jefe de servicio de la planta. «Francisco nos ha devuelto la fuerza, ha avivado nuestra esperanza, la fe se ha “materializado” porque el primer milagro es que alguien acepte una situación tan dolorosa. Aquí somos unos privilegiados, no solo porque disponemos de la mejor tecnología actual, sino porque se percibe físicamente que hay algo más. La presencia del padre Pío se nota».
Este algo más está en el origen de esta obra de misericordia que nació en la nada y de la nada. Parecía una auténtica locura construir un hospital en esa abrupta ladera alejada del pueblo, donde no había nada más que el convento de los capuchinos. Allí fue enviado el padre Pío en julio de 1916. El 20 de septiembre de 1918 los estigmas invisibles que había recibido al poco de su ordenación se hacen sangrantes y continuos. La noticia corre como el viento y atrae una riada ininterrumpida de personas que quieren confesarse con el religioso ya en olor de santidad. Durante cincuenta años, hasta su muerte, celebra la Santa Misa, confiesa y reza, obedeciendo siempre a la Iglesia. Muchos enfermos le piden que interceda por su curación. ¿Cómo ayudar a todos? Nace la idea de construir un hospital, o mejor aún, una casa que alivie el
sufrimiento.
LA PERIODISTA INGLESA. Para lo que atañe a la construcción, se confía totalmente a la Providencia, implicando a hombres y mujeres que, llegados de toda Italia y del extranjero, encuentran en ese fraile capuchino, a menudo arisco, que lee en sus corazones, la posibilidad de una vida nueva jamás imaginada.
En 1947 se colocó la primera piedra. En la caja solo había cuatro millones de liras. No importa. Los trabajos empiezan, y no se paran. La Providencia se encarga de llevarlos adelante cobrando un nombre: Barbara Ward.
En 1947 la revista The Economist envía a Italia a esta conocida periodista para que describa cómo el país va levantando cabeza después de la guerra, con la ayuda del UNRRA, los fondos americanos para la reconstrucción. Acompañando a un amigo, conoce al padre Pío. Ella, católica, le pide que rece por la conversión de su novio, un oficial australiano, protestante. De regreso a Londres, recibe la noticia: en esos mismos días él ha pedido ingresar en la Iglesia Católica. Juntos se prodigan para que una parte de los fondos americanos se destinen a la construcción de la Casa. Se asignan 400 millones para ese fin, pero solo 250 llegan a buen puerto. El resto se lo queda el gobierno italiano. Además de esta conspicua donación, llegan de todo el mundo aportaciones y oraciones.
MILAGROS. En 1956 se inaugura la Casa Alivio del Sufrimiento. En el centro y sur de la bota se difunde la fama de este hospital modelo. No solo por sus curas sino, como dijo el padre Pío un año después: «Si solo fuese alivio de los cuerpos, sería solo una clínica modelo, construida gracias a vuestra caridad extraordinariamente generosa. Sin embargo, se trata de hacer operante el amor de Dios, mediante el reclamo de la caridad. El que sufre debe vivir en ella el amor de Dios por medio de la sabia aceptación de sus dolores, al saberse destinado a él».
He aquí ese algo más que el padre Pío testimonia y pide. Por eso algunos médicos dejan sus ciudades de origen para trasladarse a San Giovanni y colaborar con esta obra. Con los años, incluso después de la muerte del capuchino, esta estructura ha seguido ampliándose, abarcando cuidados para todas las patologías, con un nivel de desarrollo que la sitúa en los primeros puestos del ranking del Ministerio de Sanidad. Igual que al comienzo, no es este el motivo que impulsa a algunos médicos a trasladarse a la Casa Alivio del Sufrimiento. Alfredo del Gaudio lleva 27 años yendo y viniendo de Nápoles, donde vive su familia. «Al principio, mi idea era quedarme un tiempo breve. No lo he dejado nunca». Y añade: «Se trabaja de manera distinta cuando tienes el deseo de llevar el amor de Dios a la cama del enfermo». Él lo ha experimentado en sus carnes. En 2000, durante una hora estuvo practicando un masaje cardiaco al corazón de Matteo Colella, de siete años, ingresado en urgencias por una meningitis fulminante. Los familiares, en la capilla del hospital, rezan al padre Pío. Ya no queda ninguna esperanza humana. Y en cambio el niño despierta y pide un helado. Realizados todos los exámenes del caso, se llega a la conclusión de que ha sanado completamente. Es el milagro por el que se canoniza al fraile capuchino.
Roberto Cocchi dejó Bolonia hace siete años porque «me interesaba innovar y tenía en mente la idea de montar una sección única para cabeza y cuello. Pues bien, aquí he podido realizarla. Es algo único». Luego, casi se le escapa: «Desde siempre he dedicado mi vida al enfermo. A veces los pacientes me abrazan». En algunos casos ves simples indicios, como la manera de tratarse entre colegas o la paciencia, la forma de mirar a los pacientes. «El hospital es algo tuyo», añade Karim Tewfik, un joven cirujano de Milán. Entiendes que los cuadros de la Virgen y las fotos del padre que tapizan los pasillos del hospital no están allí en vano; nos recuerdan para Quién trabajamos y para Quién vivimos. Y no es raro ver a alguien detenerse para santiguarse o rezar. En la capilla se reza diariamente el Rosario. Así se muestra ese algo más, o sencillamente la presencia viva del padre Pío.
La oración es lo que sostiene esta Casa, como dijo el padre, «esta fuerza unida de todas las almas buenas, la que mueve el mundo, que renueva las conciencias. Rezad mucho, hijos míos; rezad siempre, sin cansaros, porque yo confío a la oración esta obra que Dios ha querido y que seguirá sosteniéndose y prosperando gracias a la ayuda de la Divina Providencia y a la contribución espiritual y caritativa de todas las almas que rezan».
Monseñor Michele Castoro, arzobispo de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo y director general de los Grupos de oración, recuerda lo que dijo el papa Francisco al final de la audiencia para el jubileo con los ochenta mil asistentes de los Grupos de oración. «Que cualquiera que se acerque a vuestra hermosa tierra –¡yo quiero ir allí!– también pueda encontrar en vosotros ¡un reflejo de la luz del Cielo!». Y añade: «¡Y vino! En este momento particular marcado por la enfermedad, su afecto y su premura me han mostrado aún más que la Iglesia es una familia».
PREJUICIOS. Hace diez años, el genovés Domenico Crupi fue nombrado por la Santa Sede director general (la Casa Alivio del Sufrimiento es propiedad del Vaticano, ndr.). La primera vez que subió por la carretera de montaña que lleva a San Giovanni, su último pensamiento era que aquello fuera “un reflejo de la luz del Cielo”. Tenía algún que otro prejuicio. Pasó una primera temporada para observar, para hacerse una idea. Empezó leyendo los discursos y el epistolario del santo de Pietrelcina. «Entendí que lo único necesario para mantener este lugar era el amor por el enfermo tal como de él hablaba el padre Pío. Puse en tela de juicio todos mis esquemas mentales. Mi capacidad profesional no bastaba para sostener esta obra que, sin embargo, existe. El milagro del padre Pío, entonces igual que hoy, es atraer y cambiar la vida de hombres y mujeres. Su carisma sostiene su obra». Parece una paradoja en boca de un directivo que se ocupa de presupuestos, gestión y balances. «Es un trabajo en equipo, más aún en comunión, el trabajo de una comunidad cristiana dedicada a la sacralidad del enfermo, de la persona. Cualquier recurso, incluso económico, se emplea en este sentido. Surgen ideas, se abren posibilidades, se empiezan trabajos de investigación movidos por ese algo más que es el carisma del santo fraile capuchino, implicando a otras realidades hospitalarias del país». Él y sus colaboradores beben de las enseñanzas de la Iglesia: Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco. Una comunidad cristiana que vive la dimensión de la acogida, casi siempre de manera silenciosa. Como con una recién nacida, abandonada por su madre porque tenía muchas patologías, con una previsión de vida de unos ocho meses. Vivió en esta Casa durante siete años, prácticamente adoptada por todo el personal. O como los niños de la hermana Laura, misionera salesiana en Etiopía (ver Huellas n. 2, 2005), que llegaron a San Giovanni Rotondo para ser atendidos. «Este es el testimonio
de la vitalidad del carisma», afirma Crupi.
EL ROBOT MARIO. «Un centro de estudios intercontinental se ocupará de asesorar al personal sanitario para perfeccionar su formación profesional y su formación cristiana». Estas palabras del padre Pío en 1957 han sido proféticas en el desarrollo de la investigación a nivel mundial que avanza en paralelo al cuidado de los enfermos. Es de estos días la noticia del primer trasplante con células madre en un paciente con esclerosis múltiple progresiva. En el campo tecnológico “Mario” es el robot, en fase de ultimación, que ayudará a los pacientes ancianos con demencia senil y Alzheimer. El cuidado del enfermo se traduce también en una empresa agrozootécnica que cuenta con más de 800 vacas, proporcionando productos lácteos y cárnicos a todo el hospital.
Luego están los mini apartamentos disponibles para los padres de los niños con cáncer que tienen que quedarse durante largas temporadas en San Giovanni Rotondo.
Es la caridad cristiana, que abarca todos los aspectos. En palabras del Papa el 17 de marzo, «la vida cristiana no es un “me gusta”, sino “me entrego”. La vida derrocha su perfume cuando la ofrecemos como un don; se vuelve insípida cuando la reservamos para nosotros mismos».
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